– Te queda muy bien el maquillaje -dijo Riley desde el asiento del acompañante del Saab de April cuando ambas se dirigieron al pueblo-. No se te ve tan desarreglada.

– Has pasado demasiado tiempo con esa horrible Trinity.

– Eres la única persona que piensa que es horrible. Todos los demás la adoran.

– No, no lo hacen. Bueno, su madre probablemente sí. El resto sólo lo fingen.

Riley le dirigió una sonrisa culpable.

– Me encanta cuando dices cosas malas de Trinity.

Blue se rió.

Como en Garrison no había ningún Pizza Hut, fueron a Josie's, el restaurante que había enfrente de la farmacia. Josie's era un lugar que carecía de encanto, la comida era asquerosa, y para colmo no necesitaba personal, pero a Riley le gustó.

– Nunca había comido en un sitio así. Es distinto.

– Definitivamente tiene carácter. -Blue pidió un sándwich de bacon, lechuga y tomate, que resultó tener más lechuga que bacon o tomate.

Riley partió un trozo de tomate de su hamburguesa.

– ¿Qué quieres decir?

– Quiero decir que es único.

Riley consideró la idea.

– Como tú.

– Gracias. Tú también eres única.

Riley se llevó una patata frita a la boca.

– Eres muy amable.

Riley se había dejado puesta la camiseta SEXY, pero se había cambiado los sucios pantalones de pana color lavanda por unos vaqueros cortos muy apretados, tanto que le comprimían el estómago. Se habían sentado en un reservado con asientos de vinilo desde donde podían ver una mala colección de paisajes del antiguo oeste pintados sobre las desvaídas paredes en tono azul pastel y unas polvorientas figuras de bailarinas sobre un estante. Un par de ventiladores de techo esparcían el olor a fritura.

La puerta se abrió y el murmullo de conversaciones se interrumpió cuando una anciana de aspecto formidable entró cojeando y apoyándose en un bastón. Estaba demasiado gorda, e iba demasiado arreglada con unos holgados pantalones rosas y una camisa a juego en brillante color sandía. Múltiples cadenas de oro rodeaban su cuello formando una V alargada y los pedruscos de sus pendientes parecían ser diamantes de verdad. Era bastante probable que hubiera sido hermosa en su época, pero no había envejecido con garbo. La pesada melena rubio platino que se rizaba alrededor de su cara tenía que ser una peluca. Se había delineado las cejas con un lápiz color marrón claro pero no había tenido ningún reparo a la hora de utilizar el rímel y la brillante sombra azul. Un diminuto lunar, que alguna vez pudo ser seductor, salpicaba una de las comisuras de los labios pintados de un rosa brillante. Los anchos zapatos ortopédicos Oxford, que soportaban sus tobillos hinchados, era la única concesión que había hecho a la edad.

Nadie pareció feliz de verla, pero Blue la observó con interés. La mujer examinó el local abarrotado, su mirada repasó con desdén a los clientes habituales, luego se detuvo en Blue y Riley. Pasaron unos segundos mientras clavaba la mirada en ellas sin disimulo. Por fin, se acercó, la camisa rosa ocultaba unos formidables pechos que debían su colocación a un buen sujetador.

– ¿Quiénes -dijo cuando llegó a su mesa- sois vosotras?

– Soy Blue Bailey. Ella es mi amiga Riley.

– ¿Qué estáis haciendo aquí? -En su voz se apreciaba un leve acento de Brooklyn.

– Estábamos comiendo. ¿Y usted?

– Por si no lo habéis notado, tengo una cadera mal. ¿No vais a pedirme que me siente con vosotras?

Sus modales prepotentes divirtieron a Blue.

– Claro.

La horrorizada expresión de Riley indicaba que no quería a esa mujer cerca de ella, así que Blue se deslizó hacia la esquina para hacerle sitio. Pero la mujer señaló a Riley con la mano.

– Hazte a un lado.

Dejó un enorme bolso de paja sobre la mesa y se sentó con lentitud. Riley colocó la mochila entre las dos, intentando poner la mayor distancia posible.

La camarera apareció con un plato y un vaso de té helado.

– Lo que suele pedir llegará enseguida.

La mujer la ignoró para centrarse en Blue.

– Cuando pregunté qué estabais haciendo aquí, me refería en el pueblo.

– Estamos de paso -contestó Blue.

– ¿De dónde sois?

– Bueno, yo no pertenezco a ningún sitio en particular. Riley es de Nashville. -Ladeó la cabeza-. Nosotras ya nos hemos presentado, ahora es su turno.

– Todos saben quien soy -se quejó la mujer.

– Nosotras no. -Aunque Blue lo sospechaba.

– Soy Nita Garrison, por supuesto. Soy la dueña del pueblo.

– Ah, genial. Llevo tiempo queriendo saber algo respecto a eso.

La camarera apareció de pronto con un plato donde había un poco de queso fresco y una pera en almíbar troceada en cuatro partes sobre una hoja de lechuga.

– Aquí tiene, señora Garrison. -Su tono amable contradecía la aversión de sus ojos-. ¿Puedo hacer algo más por usted?

– Sí, darme un cuerpo de veinte años -dijo la anciana con sarcasmo.

– Sí, señora. -La camarera desapareció a toda velocidad.

La señora Garrison examinó el tenedor, después pinchó un trozo de pera como si estuviera buscando un gusano.

– ¿Cómo es posible que alguien sea el dueño de un pueblo? -preguntó Blue.

– Lo heredé de mi marido. Tienes un aspecto muy extraño.

– Tomaré eso como un cumplido.

– ¿Bailas?

– Cada vez que puedo.

– Yo era una excelente bailarina. Impartí clases en el Arthur Murray Studio de Manhattan durante los años cincuenta. Incluso llegué a conocer al señor Murray. Tenía un programa de televisión, pero no lo recordarás, claro. -Su tono arrogante sugería que se debía más a una cuestión de estupidez por parte de Blue que a su edad.

– No, señora -contestó Blue-. Y cuando heredó este pueblo de su marido, ¿fue todo el pueblo o sólo una parte?

– Sólo las partes que interesan. -Pinchó el queso con el tenedor-. Estás con ese estúpido jugador de fútbol americano, ¿no? El que compró la granja Callaway.

– ¡No es estúpido! -exclamó Riley-. Es el mejor quarterback de Estados Unidos.

– No estaba hablando contigo -le espetó la señora Garrison-. Eres una maleducada.

Riley palideció, y el despotismo de Nita Garrison ya no le pareció divertido a Blue.

– Riley tiene muy buenos modales. Y está en lo cierto. Dean tiene sus defectos, pero la estupidez no se encuentra entre ellos.

La expresión aturdida de Riley indicaba que no estaba acostumbrada a que nadie diera la cara por ella, lo que entristeció a Blue. Observó que otros clientes escuchaban sin disimulo su conversación.

En lugar de retroceder, Nita Garrison se revolvió como una gata rabiosa.

– Eres una de esas personas que consiente que los niños se comporten como les salga de las narices, ¿no? Que les deja hacer cualquier cosa que quieran. Bueno, pues no le estás haciendo un favor precisamente. Mírala. Está gorda, pero la dejas sentarse ahí y atiborrarse de patatas fritas.

La cara de Riley adquirió un tono escarlata. Avergonzada, inclinó la cabeza y miró el tablero de la mesa. Blue ya había tenido de sobra.

– Riley es perfecta, señora Garrison -dijo quedamente-. Y sus modales son bastante mejores que los suyos. Ahora apreciaría que se buscara otra mesa. Nos gustaría terminar de comer a solas.

– No pienso moverme de aquí. Este lugar es mío.

Aunque no habían terminado de comer, a Blue no le quedó más remedio que levantarse.

– Ya hemos terminado. Vamos, Riley.

Por desgracia, Riley estaba atrapada por la señora Garrison que no se movió. Al contrario, se burló de ellas, dejando al descubierto unos dientes manchados con lápiz de labios.

– Eres tan irrespetuosa como ella.

Blue ya se había levantado. Señaló el suelo con el dedo.

– Vamos, Riley. Ya.

Riley pilló la indirecta y logró meterse debajo de la mesa con la mochila a cuestas. Los ojos de Nita Garrison se convirtieron en dos rendijas furiosas.

– Nadie me deja plantada. Lo lamentaréis.

– Genial, porque yo no me asusto de nadie. No me importa lo vieja o lo rica que sea, señora Garrison. Es usted una mujer muy mezquina.

– Te arrepentirás de esto.

– No, no creo que lo haga. -Dejó caer el billete de veinte, algo que la mataba, pues la comida sólo costaba doce cincuenta. Pasó el brazo por los hombros de Riley y la condujo por el restaurante, ahora en silencio, hasta la acera.

– ¿Crees que podríamos regresar ya a la granja? -susurró Riley cuando estaban lo suficientemente lejos de la puerta para que no las oyeran.

Blue habría querido seguir buscando trabajo, pero tendría que esperar. Abrazó a Riley.

– Claro que podemos. No dejes que esa anciana te moleste. Disfruta siendo mezquina. Se le ve en la cara.

– Supongo.

Blue siguió intentando tranquilizarla hasta que llegaron al Saab y condujeron por la calle mayor. Riley respondió cuando así lo requería, pero Blue sabía que las crueles palabras de la señora Garrison habían dado en el blanco.

Casi habían llegado al letrero de salida del pueblo cuando oyeron la sirena. Miró por el espejo retrovisor y vio un coche de la policía acercándose a ellas. No había sobrepasado el límite de velocidad, y no se había saltado ningún semáforo, así que le llevó un momento darse cuenta de que el policía iba tras ella.

Una hora después, estaba en la cárcel.

10

April y Dean llegaron a la vez para rescatarla. April traía el carnet de conducir de Blue y aclaró que el Saab era suyo. Dean pagó la fianza de Blue y cuando salió de la cárcel, comenzó a increparla:

– Te dejo sola un par de horas, y ¿qué haces? ¡Acabar en la cárcel! Me siento como si estuviera viviendo un episodio de Ilove Lucy.

– ¡Me tendieron una trampa! -Blue dio con el hombro contra la puerta del Vanquish cuando Dean tomó un curva demasiado rápido. Estaba tan enfadada que quería golpear algo, empezando con él por no estar tan indignado como ella-. ¿Cuándo has oído que hayan metido a alguien en la cárcel por conducir sin llevar el carnet? En especial cuando se tiene un carnet en regla.

– Que no llevabas encima.

– Pero que podría haber presentado si me hubieran dado la oportunidad.

La policía no había cuestionado la declaración de Blue de que Riley era un familiar que visitaba la granja, y mientras Blue se cocía a fuego lento en la celda, Riley se había tomado una Coca-Cola al tiempo que miraba a Jerry Springer en la tele de la sala de espera. Aun así, había sido una experiencia terrible para alguien de once años, y April la había llevado de regreso a la granja tan pronto como la policía le devolvió las llaves del Saab.

– Todo este asunto ha sido una farsa. -Desde el asiento del acompañante Blue fulminó con la mirada a Dean, cuyos ojos azules tenía el color exacto de una tormenta en el océano.

Tomaron otra curva.

– No llevabas carnet, y conducías un coche con matrícula de otro estado que no estaba registrado a tu nombre. ¿Cómo puede ser eso una trampa?

– Por Dios, todas esas revistas de moda te han debido de reblandecer el cerebro. Piensa un poco. Diez minutos después de haber plantado a Nita Garrison, la policía me detiene con la pobre excusa de que iban a comprobar los cinturones de seguridad. ¿Cómo te lo explicas?

Él respondió a su cólera con condescendencia.

– ¿Estás insinuando que esa viejecita con la que te has peleado obligó a la policía a arrestarte?

– Ni siquiera la conoces -apuntó ella-. Nita Garrison es una persona muy mezquina, y tiene a todo el pueblo metido en el bolsillo.

– Eres un desastre. Desde que te recogí en aquella…

– Deja de hacerte el santurrón. Eres jugador profesional de fútbol americano. Seguro que has pisado la cárcel alguna vez.

Él se revolvió.

– Jamás he estado en prisión.

– Lo dudo. La NFL no deja que ningún jugador ponga los pies en el campo a no ser que lo hayan arrestado por lo menos dos veces por asalto y agresión… o le haya dado una buena paliza a su novia o esposa.

– No tiene gracia.

Y probablemente no la tenía, pero ella se sentía mucho mejor.

– Empieza desde el principio -dijo él-, y cuéntame exactamente lo que pasó con esa ancianita.

Blue le describió el encuentro con todo lujo de detalles. Cuando terminó, él guardó silencio unos momentos antes de hablar.

– No niego que Nita Garrison se ha pasado de la raya, pero ¿no crees que podías haber sido algo más comedida?