Blue se enfureció una vez más.
– No. A Riley no la defiende nadie. Nadie. Era el momento de cambiar esa situación.
Esperaba que él le dijera que tenía razón, pero lo único que hizo fue cambiar de tema y contarle la historia del pueblo.
– Hablé con los pintores sobre Garrison y me contaron su historia. -Unas horas antes, ella habría estado ansiosa por oírla, pero no cuando él aún no le había dado la razón.
Dean adelantó como un rayo a un Dodge Neon que había tenido la osadía de colocarse delante de él.
– Un político oportunista llamado Hiram Garrison compró aquí unos dos mil acres después de la Guerra de Secesión para construir un molino. Su hijo lo amplió (era ese molino abandonado que vimos desde la carretera) y fundó el pueblo sin deshacerse de un solo acre. Si la gente quería construir casas o poner negocios, tenían que arrendarle a él la tierra, incluso para la iglesia. Al final, todo fue a parar a su hijo Marshall. El marido de la señora Garrison.
– Pobre hombre.
– La conoció hace más de treinta años en un viaje a Nueva York. Él tenía ya cincuenta años en ese momento, y ella, toda una belleza, lo encandiló.
– Déjame decirte que esos días han pasado ya. -La lección de historia la había puesto en guardia. Tenía la impresión de que él sólo estaba intentado ganar tiempo, pero ¿para qué?
– Marshall compartía al parecer el rechazo de sus antepasados a vender ni un solo acre. Y como no tuvieron hijos, ella lo heredó todo cuando él murió…, la tierra donde se asienta el pueblo y casi todos los negocios.
– Es demasiado poder para una mujer tan horrible. -Se soltó la coleta y se la volvió a hacer-. ¿Se sabe cuánto pide?
– Veinte millones.
– Eso me sobrepasa. -Lo miró de reojo-. ¿Y a ti?
– No si vendo mi colección de cromos de béisbol.
Blue no había esperado que él revelara su fortuna, pero tampoco tenía que ser tan sarcástico al respecto.
Vislumbró una granja lechera cuando la carretera dejó atrás las curvas.
– El este de Tennessee es una zona en crecimiento. Muy popular entre los jubilados. Un grupo inversor de Memphis le hizo una oferta por quince millones, pero no la aceptó. La gente sospecha que en realidad no quiere vender. -El coche derrapó cuando tomaron el desvío hacia la granja Callaway-. Al no haber permitido que las grandes multinacionales se establezcan aquí, Garrison parece un lugar anacrónico anclado en el tiempo, un lugar arcaico y pintoresco, pero algo abandonado. Los dirigentes locales quieren sacar provecho de la parte atractiva del pueblo y convertirlo en un destino turístico, pero Nita se niega a cooperar.
Cuando él se pasó la granja a toda velocidad, ella se incorporó en el asiento.
– ¡Oye! ¿A dónde vas?
– A algún lugar privado. -La carretera se convirtió en un camino de tierra. Apretando la mandíbula, añadió-: Donde podamos hablar.
El corazón de Blue se disparó.
– Ya hemos hablado. Ya no quiero hablar más.
– Demasiado tarde. -La carretera de tierra llena de baches terminaba bruscamente ante una valla oxidada que bordeaba un prado demasiado crecido. Apagó el motor y la atrapó con esos tormentosos ojos color océano-. Y ahora pasemos al tema principal del día. La inminente muerte de April y…
Ella tragó saliva.
– Una auténtica tragedia.
Él esperó. Su encanto había desaparecido, junto con el hombre sensato que vivía de ser más rápido, más listo y más fuerte que todos los demás. Debería haberlo visto venir y estar mejor preparada.
– Lo siento -dijo ella.
– Venga, los dos sabemos que lo puedes hacer mucho mejor.
Ella intentó abrir la puerta para tomar algo de aire y descubrió que estaba cerrada con llave. La familiar sensación de impotencia le produjo un subidón de adrenalina, pero justo cuando se disponía a luchar, saltó la cerradura y se abrió la puerta. Salió, y él la siguió. Ella se alejó en dirección a la valla oxidada.
– Sé que no debería haberme entrometido -dijo ella eligiendo las palabras con cuidado-. No era asunto mío. Pero parecía demasiado triste y yo soy un caso perdido en lo que se refiere a las relaciones maternas.
Dean se acercó a sus espaldas, la cogió por los hombros y la hizo girar hacia él. El gesto adusto de sus rasgos mostraba que no iba a tolerar más tonterías.
– No se te ocurra volver a mentirme nunca más. Si lo haces otra vez, te largas, ¿entendido?
– Eso no es justo. Me encanta mentirte. Hace mi vida más fácil.
– Atente a lo dicho. Te has pasado de la raya.
Ella finalmente se rindió.
– Lo sé. Perdona. De verdad. -Sintió el extraño deseo de tirar de los imponentes labios de Dean hasta que lucieran la amplia y encantadora sonrisa a la que estaba acostumbrada-. No te culpo por estar enfadado. Estás en tu derecho. -No pudo resistirse a preguntar-. ¿Cuándo te diste cuenta?
Le soltó los hombros, pero permaneció donde estaba, cerniéndose sobre ella.
– Anteanoche, una media hora después de salir de la casa.
– ¿Sabe April que lo sabes?
– Sí.
April bien podía haber compartido esa información con ella.
– Al menos sé algo bueno de mi madre -dijo estudiándola fijamente-, no tengo que preocuparme de que me vacíe mis cuentas bancarias.
Un cuervo graznó a lo lejos. Ella retrocedió un paso.
– ¿Cómo sabes eso?
– Los dos podemos jugar al mismo juego, Blue. No te metas en mis asuntos privados, y yo no me meteré en los tuyos.
Debía haber oído su buzón de voz cuando le pasó el teléfono. No podía echarle la bronca por mucho que odiara que supiera lo de Virginia. Al final, él se apartó de ella para mirar el pasto. Una bandada de pájaros chilló cuando alzó el vuelo en estampida desde la hierba alta.
– ¿Qué vas a hacer con Riley? -preguntó Blue.
Él se giró con rapidez.
– ¡No puedo creerlo! ¿No acabamos de hablar de no entrometernos en nuestros asuntos privados?
– Riley no es un asunto privado. Fui yo quien la encontró, ¿vale?
– No voy a hacer nada -declaró él-. April localizó a uno de los lacayos de Mad Jack hace un par de horas. Va a venir alguien a recogerla.
– Como si fuera una bolsa de basura. -Se giró para dirigirse al coche.
– Ésa es su forma de actuar -dijo Dean a sus espaldas-. Su responsabilidad se limita a firmar unos cheques y contratar a alguien que le haga el trabajo sucio.
Blue lo miró. Dean no se había apartado de la valla.
– ¿Vas a hablar con ella? -preguntó ella.
– ¿De qué? ¿De que voy a ocuparme de ella? -Le dio un puntapié al oxidado poste de la valla-. No puedo hacerlo.
– Creo que ayudaría que le prometieras mantenerte en contacto con ella.
– Ella quiere mucho más de mí. -Se acercó a ella-. No me des más problemas, ¿vale? Ya te he pagado la fianza y la multa.
Típico. Volvía a atacarla de nuevo. Tuvo que entrecerrar los ojos ante el sol para poder devolverle la mirada.
– Te lo devolveré tan pronto como pueda.
– Tenemos un trato, ¿recuerdas?
– ¿Puedes recordarme en qué consistía exactamente?
En vez de contestar, la examinó con actitud crítica.
– ¿Has considerado dejar tu pelo en manos de un profesional que no trabaje en una guardería con tijeras de plástico?
– Estoy demasiado ocupada.
– Deja de ser tan terca. -Curvó la mano sobre el hombro de Blue y le dirigió una mirada ardiente que hizo que le flaquearan las rodillas. Ella sabía que le había dirigido esa misma mirada a miles de mujeres, pero el largo día había minado sus defensas. Siguió mirando fijamente sus ojos, oscuros como el mar. Comprendió el peligro que corría. Él era un seductor nato y tenía todo un arsenal sexual a su disposición. Pero ella siguió sin moverse. Ni un solo centímetro.
Él inclinó la cabeza, y sus bocas se encontraron a medio camino. Los sonidos de las aves y la brisa se desvanecieron. Blue abrió los labios para él. La tocó con la lengua. Un cosquilleo de placer se extendió por su cuerpo. El beso se volvió más profundo, y un estallido de colores invadió su mente. Se había entregado a él como todas las demás. Se había dejado llevar sin ofrecer la más mínima resistencia.
Saberlo aplacó su ardor. Tener un sueño erótico con un príncipe gitano era una cosa, pero actuar como si el sueño fuera real era otra totalmente diferente. Lo empujó, parpadeó y se alejó trastabilleando.
– Qué desastre. Caramba, lo siento. De haber sabido que besabas tan mal, no habría bromeado con lo de que eras gay.
Él curvó la comisura de la boca, y sus ojos la recorrieron perezosamente con la seguridad de un hombre que se sabe un buen amante.
– Sigue luchando, campanilla. Sólo conseguirás que la victoria sea más dulce.
Blue quiso arrojarle un cubo de agua fría sobre la cabeza. Pero se conformó con lanzarle una mirada despectiva e ignorar sus palabras antes de dirigirse hacia el camino de tierra que llevaba a la granja.
– Volveré caminando. Necesito estar sola para mantener una larga y dura charla conmigo misma acerca de mi falta de sensibilidad.
– Buena idea. Yo necesito estar solo para poder imaginarte desnuda.
Ella se sonrojó y apuró el paso. Por fortuna, la granja estaba a menos de dos kilómetros. Detrás de ella, el Vanquish rugió al volver a la vida. Lo oyó dar marcha atrás para dar la vuelta. Luego, el coche se detuvo a su lado y se bajó la ventanilla del conductor.
– Oye, campanilla, me olvidaba de algo.
– ¿De qué?
Él se puso rápidamente las gafas de sol y sonrió.
– Me olvidé de darte las gracias por defender a Riley de esa viejecita.
Y luego se fue.
Riley apenas tocó la cena que había hecho Blue.
– Es probable que sea Frankie el que venga a buscarme -dijo ella, dejando en un lado del plato el higo que Blue había añadido a las albóndigas-. Es el guardaespaldas favorito de mi padre.
April se acercó a la mesa y le puso la mano en el hombro.
– Lo siento, pero tenía que decirle que estabas aquí.
Riley inclinó la cabeza. Otra decepción más en su joven vida. Un rato antes, Blue había intentado distraerla invitándola a hornear brownies, pero se le habían pasado las ganas cuando había entrado Dean y se había negado bruscamente a la súplica ansiosa de Riley de mirar su álbum. Creía hacer lo correcto, pero Riley tenía sus mismos genes, y Blue deseó que él le dedicase un poco de su tiempo. Sabía lo que él diría si lo presionaba. Diría que Riley quería mucho más que un poco de su tiempo, y tenía razón.
De todas maneras él ya se había marchado y ella aprovechó para recuperar el equilibro y poner en orden sus prioridades. Su vida ya era lo suficientemente complicada en ese momento para que encima se convirtiera en otra de las fáciles conquistas de Dean Robillard.
Riley se acercó al plato de brownies que Blue había preparado ella sola, y luego se detuvo.
– Esa mujer tenía razón -dijo con suavidad-. Estoy gorda.
April dejó el tenedor con un tintineo.
– La gente no debería tener prejuicios sobre sí misma. Si piensas sólo en la parte negativa, o en los errores que has cometido, te quedarás paralizada. ¿Vas a llenarte la mente de basura… de lo que no te gusta de ti misma… o prefieres sentirte orgullosa de quién eres realmente?
La vehemencia de April provocó un ligero temblor en los labios de Riley.
– Solo tengo once años -dijo con voz queda.
April dobló la servilleta.
– Es verdad. Lo siento. Supongo que estaba pensando en otra persona. -Le dirigió a Blue una sonrisa demasiado brillante-. Riley y yo lavaremos los platos, ve a relajarte.
Terminaron limpiando codo con codo. April intentó distraer a Riley con una conversación sobre ropa y estrellas de cine. Uno de los inocentes comentarios de Riley reveló que Marli le había comprado a propósito ropa demasiado pequeña, esperando avergonzarla para que perdiera peso. Al poco rato, April se excusó para marcharse a la casita de invitados. Intentó convencer a Riley para que se fuera con ella hasta que llegara el ayudante de su padre, pero Riley aún esperaba que Dean regresara.
Blue encontró a Riley en la mesa de la cocina con un juego de acuarelas. Riley estudió el papel en blanco.
– ¿Me dibujas unos perros para colorearlos?
– ¿Por qué no los dibujas tú?
– No creo que me dé tiempo.
Blue le apretó el brazo y dibujó cuatro perros diferentes. Cuando Riley comenzó a colorear, Blue recogió alguna de su ropa del piso de arriba para llevarla a la caravana. Al pasar de vuelta por el comedor, observó las cuatro paredes blancas. Las imaginó cubiertas con unos paisajes de ensueño, el tipo de trabajo que sus profesores habían criticado con tan poco tacto.
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