«¿No son demasiado originales, verdad Blue?»
«Necesitas soltarte. Explorar otras alternativas.»
«Seguro que a un decorador de interiores le encantaría esto que has pintado -le había dicho la única profesora con sequedad-. Pero las pinturas decorativas no son arte. No dicen nada. Son demasiado sentimentales, como una chica insegura buscando un inexistente mundo romántico.»
Esas palabras habían hecho mella en Blue. Había dejado de lado los paisajes de ensueño y se había dedicado al arte con técnicas mixtas usando aceite de motor y plexiglás, látex y botellas rotas de cerveza, cera caliente y pelo. Sus profesores estaban muy contentos, pero Blue sabía que en el fondo se estaba traicionando a sí misma y dejó la escuela antes de empezar el siguiente curso.
Ahora, las paredes blancas del comedor volvían a recordarle esos lugares de ensueño donde la vida era sencilla y las personas permanecían siempre en un mismo lugar. Un lugar donde sólo ocurrían cosas buenas, y donde finalmente se sentía segura. Asqueada consigo misma, salió al porche para sentarse en las escaleras a contemplar la puesta de sol. Tal vez no se sentía realizada pintando retratos de niños, pero era hábil en su trabajo y podría haber montado con facilidad un negocio respetable en cualquiera de las ciudades donde había vivido. Sin embargo, jamás lo hizo. Tarde o temprano, se sentiría aterrorizada, y tendría que mudarse.
El pilar del porche estaba caliente contra su mejilla. El sol parecía un brillante globo de bronce colgando sobre las colinas. Pensó en Dean y en el beso que le había dado. Si se hubieran conocido en otras circunstancias, si ella tuviese trabajo, apartamento, dinero en el banco, y si él fuera más normal, y…, pero nada de eso era así, y ella se había pasado demasiados años viviendo a merced de otros, para permitir que otra persona volviera a tener control sobre ella. Si se resistía, ella seguiría siendo dueña de sí misma. Si cedía, se quedaría sin nada.
El ruido de un motor interrumpió sus pensamientos. Haciendo visera con la mano, vio que dos coches se acercaban a la granja. Ninguno de ellos era el Vanquish de Dean.
11
Dos SUVs con las ventanillas tintadas se detuvieron en el camino de entrada de la casa. Se abrió la puerta trasera del vehículo delantero y salió un hombre vestido totalmente de negro.
Tenía el pelo oscuro y espeso salpicado con hebras plateadas, el rostro curtido reflejaba demasiadas noches disfrutando de la gloria. Al salir del coche, sus brazos caían flojamente a sus costados como si fuera a empuñar un revolver de seis tiros y no la resplandeciente guitarra Pender Custom Telecaster que había usado para conquistar el mundo. Si Blue no hubiera estado sentada, se habría caído de culo. De todas maneras, se quedó sin respiración.
Jack Patriot.
Las demás puertas del coche comenzaron a abrirse una tras otra, y salieron varios hombres con gafas de sol y una mujer de pelo largo que llevaba un bolso de diseño y una botella de agua. Se quedaron al lado del coche. Las botas de Jack alcanzaron el camino adoquinado, y Blue se convirtió en cada una de las fans que se sujetaban a las vallas, presionando sus cuerpos contra las barreras policiales, perseguían su limusina, y hacían guardia a la puerta de un hotel de cinco estrellas con la esperanza de ver aunque sólo fuera un atisbo de ese ídolo del rock. Salvo que en vez de gritar, ella no podía emitir ningún sonido.
Se detuvo a dos metros de ella. Unas pequeñas calaveras de plata adornaban los lóbulos de sus orejas. Debajo del puño de la camisa negra, vio una pulsera de cuero y plata. La saludó con la cabeza.
– Estoy buscando a Riley.
¡Oh, Dios mío! Jack Patriot estaba delante de ella. ¡Jack Patriot estaba hablando con ella!
Ella se puso de pie. Intentó tomar aire, pero se atragantó y comenzó a toser. Él esperó pacientemente, las calaveras de plata captaron el brillo rojizo del sol del atardecer. A Blue le comenzaron a lagrimear los ojos. Se presionó la garganta con los dedos, intentando despejarla.
Las leyendas del rock estaban acostumbradas a que las mujeres se pusieran histéricas en su presencia, y Jack se dedicó a mirar la casa mientras esperaba. Blue se golpeó el pecho con el puño. Finalmente, él se volvió hacia ella y con esa voz ronca y familiar que todavía conservaba un deje de su acento nativo de Dakota del Norte le dijo:
– ¿Podrías avisar a Riley?
Mientras seguía intentando recobrar la compostura, se abrió la puerta principal y salió Riley.
– Hola -murmuró.
Jack apretó los dientes.
– ¿A qué viene todo esto?
Riley observó al silencioso séquito que se congregaba alrededor del SUV.
– No lo sé.
Él se tiró de la oreja, la calavera plateada desapareció entre sus dedos.
– ¿Tienes alguna idea de lo preocupado que ha estado todo el mundo?
Riley levantó un poco la cabeza.
– ¿Quiénes?
– Todos. Yo.
Riley se estudió la punta de sus deportivas. No se lo tragaba.
– ¿Hay alguien más por aquí? -preguntó él, escudriñando la casa.
– Nadie. Dean se marchó en el coche y April se fue a la casita de invitados.
– April… -él pronunció el nombre como si evocara unos recuerdos no demasiado agradables-. Recoge tus cosas. Nos vamos.
– No quiero irme.
– Pues es lo que hay -dijo él con voz rotunda.
– Me dejé el plumífero en la casita de invitados.
– Ve a por él.
– No puedo. Está oscuro. Me da miedo.
Él vaciló, luego se pasó la mano por la barbilla.
– ¿Dónde está esa casita de invitados?
Riley le habló del camino del bosque. Luego él miró a Blue.
– ¿Se puede ir en coche hasta allí?
«Sí, claro. Retrocede por el camino hasta la carretera, pero antes de salir, verás un pequeño desvío a la izquierda. Es poco más que una senda, y es muy fácil pasarlo por alto, así que estate atento.» Pero nada de eso salió de su boca, y él miró de nuevo a Riley que se encogió de hombros.
– No sé. Supongo.
Blue tenía que decir algo. Lo que fuera. Pero no podía asimilar que tenía delante al hombre con el que había estado encaprichada desde que tenía diez años. Más tarde, reflexionaría sobre por qué él no había besado ni abrazado a su hija, pero por ahora, se conformaría con hacer salir alguna palabra de su boca.
Pero ya era demasiado tarde. El le indicó a Riley y a su séquito que se quedaran donde estaban y enfiló hacia el camino que su hija había señalado. Blue esperó hasta que se perdió de vista, luego se dejó caer bruscamente en el escalón superior.
– Soy idiota.
Riley se sentó a su lado.
– No te preocupes. Está acostumbrado.
Ya había anochecido cuando April finalizó su última llamada telefónica y se metió el móvil en el bolsillo bordado de los vaqueros. Luego se dirigió hasta el borde del estanque. Le encantaba ir allí por la noche, escuchar el tranquilizador sonido del agua, el croar de una rana o el canto de los grillos. El estanque olía distinto esa noche, era un olor almizcleño y fértil, un olor exótico.
– Hola, April.
Se dio la vuelta.
Tenía delante al hombre que le había destrozado la vida.
Habían pasado treinta años desde la última vez que lo había visto en persona, pero incluso en la oscuridad, cada rasgo anguloso de su rostro le resultaba tan familiar como el suyo propio: la nariz larga y aguileña; los ojos penetrantes con los iris dorados; la piel atezada y la mandíbula cincelada. Hebras plateadas salpicaban ese pelo oscuro que solía llevar como un nubarrón rodeando su cabeza.
Ahora lo llevaba más corto -justo por la nuca- y más liso, pero aún espeso. No la sorprendía que no se hubiera teñido las canas, nunca había sido una persona vanidosa. Aunque siempre había sido alto para ser un rockero, ahora se lo parecía aún más porque estaba muy delgado. Tenía los pómulos marcados, mucho más de lo que ella recordaba, y las arrugas que rodeaban sus ojos eran más profundas. Aparentaba cada uno de sus cincuenta y cuatro años.
– Hola, nena. ¿Anda tu madre por ahí?
Su voz era ronca como el whisky. Por un breve momento, ella notó la sensación familiar de reclamo. Ese hombre había sido el centro de su universo. Una llamada de él y cogía el primer avión disponible. Londres, Tokio, Berlín. No importaba dónde. Y noche tras noche, después de que saliera del escenario, había desnudado su cuerpo cubierto de sudor, había alisado su pelo largo y húmedo con los dedos, había abierto los labios y separado los muslos para él; lo había hecho sentir como un dios.
Pero al final, había sido sólo rock'n'roll.
La última vez que habló con él había sido el día que le había dicho que estaba preñada. Desde entonces, sólo se habían comunicado a través de su agente, incluso para hacer la prueba de paternidad después de que Dean naciera. Cuánto había odiado a Jack por haberla hecho pasar por eso.
Se obligó a volver al presente.
– Sólo las ranas y yo. ¿Cómo estás?
– Mi corazón está débil, y no creo que pueda resistir mucho más. De cualquier modo…
Ella se creyó sólo la primera parte.
– Olvídate del alcohol, del tabaco y de las adolescentes. Te asombrarás de lo bien que te sienta. -No hacía falta mencionar las drogas. Jack había conseguido dejarlas varios años antes que ella.
Una pulsera de cuero y plata se deslizó por su muñeca cuando él se inclinó hacia delante.
– Nada de adolescentes, April. Ni de tabaco. Hace un par de años que no fumo. Un auténtico infierno. Y en lo que respecta al alcohol… -Se encogió de hombros.
– Supongo que los viejos rockeros deben tener al menos un vicio.
– Más de uno, en realidad. ¿Y cómo te va?
– Me pusieron una multa por exceso de velocidad cuando iba a estudiar la Biblia, pero eso es todo.
– Chorradas. Has cambiado, pero no tanto.
No siempre había podido ver a través de ella con tanta facilidad, pero ahora era mayor y, probablemente, más sabio. April se retiró el pelo de la cara.
– No me interesan demasiado los vicios. Tengo que ganarme la vida.
– Estás genial, April. De verdad.
Mejor que él. En la última década había luchado para reparar el daño que se había hecho a sí misma, se había desintoxicado con innumerables tazas de té verde, horas de yoga, y algún pequeño retoque de cirugía.
Él se tiró del pequeño pendiente con forma de calavera.
– ¿Recuerdas cómo nos reíamos de los viejos rockeros?
– Nos reíamos de cualquiera que pasara de los cuarenta.
Jack se metió la mano en el bolsillo.
– Hay una agrupación de la tercera edad, la AARP, quiere que pose para la portada de su jodida revista.
– Malditos sean sus negros corazones.
Su sonrisa torcida no había cambiado, pero ella no pensaba rememorar los buenos tiempos con él.
– ¿Has visto a Riley?
– Hace un par de minutos.
– Es una niña muy dulce. Blue y yo estamos prendadas de ella.
– ¿Blue?
– La prometida de Dean.
Jack sacó la mano del bolsillo.
– ¿Riley vino aquí para verlo?
April asintió.
– Dean intenta mantenerse alejado de ella, pero Riley es muy tenaz.
– Jamás le dije a Marli nada sobre él. Estuvo liada con uno de mis administradores el año pasado, y al parecer le pasó cierta información. Hasta que recibí tu mensaje, no sabía que Riley se había enterado.
– Está pasándolo mal.
– Lo sé. Tenía que solucionar algunos asuntos. Se suponía que la hermana de Marli se iba a encargar de ella. -Dirigió la mirada a la casita de invitados-. Riley dice que se dejó aquí el plumífero.
– No. No lo llevaba puesto cuando vino aquí.
– Se habrá confundido. -Se pasó la mano por el bolsillo de la camisa como si estuviera buscando cigarrillos-. ¿Tienes una cerveza?
– Pues no tienes suerte. No bebo desde hace años.
– ¿Hablas en serio?
– No quería morir tan joven.
– No sería para tanto. -Esa mirada tan intensa que taladraba a la gente, como si pudiera ver más allá de la superficie, se posó en ella-. Oí que has encontrado tu camino en la vida.
– No puedo quejarme. -Se había construido una carrera cliente a cliente, sin que nadie le regalara nada, y se enorgullecía de ello-. ¿Qué pasa con Mad Jack? Ahora que eres una leyenda del rock, ¿tienes pensado seguir en la brecha?
– Nunca se tiene todo ganado. Nunca se sabe. Siempre hay otro disco, otro hit en las listas de éxitos, y, si no ocurre así, siempre se puede volver a empezar. -Se acercó al borde del estanque, cogió una piedra, y la arrojó al agua, rompiendo el silencio con un suave chapoteo-. Me gustaría ver a Dean antes de irme.
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