– ¿Para recordar los buenos tiempos? Te deseo suerte, aunque él te odia casi tanto como a mí.

– Entonces, ¿qué haces aquí?

– Es largo de contar. -Y era algo que, desde luego, no pensaba explicarle.

Se giró hacia ella.

– Así que somos una gran familia feliz, ¿no?

Antes de que ella pudiera contestarle, la luz de una linterna los iluminó y Blue apareció corriendo por el camino.

– ¡Riley ha desaparecido!


Para evitar quedarse muda de nuevo, Blue se comportó como si Jack no existiese y se centró en April.

– He registrado la casa, la caravana y el granero. -Se estremeció-. No puede haber ido demasiado lejos.

– ¿Cuánto tiempo hace que no la ves? -preguntó April.

– Una media hora. Me dijo que quería terminar el dibujo antes de marcharse. Salí a quemar la basura como me enseñaste, y cuando regresé, había desaparecido. Les di unas linternas a esos hombres que vinieron con el… -señor Patriot sonaba ridículo, y Jack demasiado familiar-, con el padre de Riley… y la están buscando.

– ¿Por qué lo ha hecho? -dijo Jack-. Siempre ha sido una niña tranquila. Nunca ha dado problemas.

– Está asustada -le dijo April-. Coge mi coche y búscala por el camino.

Jack asintió. Después de que él se fuera, Blue y April se pusieron a registrar la casita de invitados y luego se dirigieron a la casa. En el camino se encontraron con los hombres de Jack que habían registrado el jardín sin resultado. Mientras, la mujer solitaria permanecía apartada a un lado, fumándose un cigarrillo y hablando por el móvil.

– Hay infinidad de lugares donde podría esconderse Riley -dijo April-. Eso asumiendo que aún se encuentre dentro de la propiedad.

– ¿Dónde podría haber ido?

April registró la casa de nuevo mientras Blue volvía a revisar la caravana y el granero. Se encontraron en el porche delantero.

– Nada.

– Riley ha cogido su mochila – dijo April.

Jack se detuvo en el camino de entrada y salió del Saab de April. Blue se apartó para no volver a avergonzarse delante de él. Era Dean quien debería estar allí, no ella.

– No hay rastro de Riley -dijo Jack acercándose al porche.

– Apuesto lo que quieras a que está en la casa -dijo April en voz baja-. Está esperando a que te vayas para salir.

El se pasó la mano por el tupido pelo y miró a sus guardaespaldas que volvían del granero.

– Nos iremos. Luego volveré a pie.

Sólo después de que los coches desaparecieran emergió Blue de las sombras.

– Esté donde esté, seguro que está asustada.

April se frotó las sienes.

– ¿Crees que deberíamos llamar a la policía, al sheriff o a alguien?

– No sé. Riley está escondida; no ha sido secuestrada, y si ve un coche de la policía…

– Eso también me preocupa.

Blue miró fijamente la oscuridad.

– Démosle tiempo para meditar.

Dean frenó cuando sus faros delanteros iluminaron a un hombre caminando por un lado del camino que conducía a la granja. Le hizo señas con las luces de cruce. El hombre se giró y se cubrió los ojos. Cuando Dean estuvo más cerca vio que era Jack Patriot.

No podía creer que el propio Jack hubiera ido a buscar a Riley, pero aquí estaba. Hacía un par de años que no hablaba con él, y, sin duda alguna, tampoco quería hacerlo ahora. Tuvo que contenerse para no acelerar y atropellarlo. Sólo tenía una manera de tratar con su padre, y no creía que hubiera razones para cambiarla. Se detuvo en el camino y bajó la ventanilla. Con una expresión cuidadosamente neutra, se apoyó en el marco de la ventanilla.

– Jack.

El muy hijo de perra lo saludó con la cabeza.

– Dean. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos.

Dean le devolvió el saludo. Nada de pullas o comentarios sarcásticos. Indiferencia total.

Jack apoyó la mano en el techo del coche.

– He venido a buscar a Riley, pero se escapó después de verme.

– ¿De veras? -Eso no explicaba por qué estaba allí caminando en la oscuridad, pero Dean no pensaba preguntar.

– Supongo que no la has visto.

– No.

El silencio se alargó entre ellos. Si Dean no se ofrecía para llevarlo hasta la granja, dejaría ver a ese hijo de la gran perra cuánto lo odiaba exactamente. Aun así, tuvo que forzar las palabras.

– ¿Quieres que te lleve?

Jack apartó la mano del coche.

– No quiero que me vea. Iré a pie.

– Como quieras. -Subió la ventanilla y arrancó lentamente. No iba a derrapar, ni a levantar polvo. No iba a mostrar cuán profunda era su cólera. Cuando llegó a la casa, entró sin detenerse. El electricista había terminado de instalar la mayor parte de los interruptores, y por fin tenían una luz decente. Oyó un ruido de pasos en el piso de arriba-. ¿Blue?

– Estoy arriba.

Sólo con oír su voz se sintió mejor. Ella lo distraía de la preocupación que sentía por Riley, de la tensión que le provocaba Jack. Lo hacía sonreír, lo enfadaba, lo animaba. Necesitaba estar con ella.

La encontró en el segundo dormitorio, el que acababan de terminar de pintar; había un tocador y una cama nueva, pero nada más. No había alfombra, ni cortinas, ni sillas, aunque Blue había encontrado una lámpara portátil y la había dejado encima del tocador. Estaba alisando una manta sobre unas sábanas que había remetido previamente. La camiseta colgaba holgadamente sobre su cuerpo cuando se inclinó hacia delante, y los mechones que se habían escapado de su coleta se derramaban sobre su cuello como si fueran tinta.

Blue levantó la vista, tenía el ceño fruncido por la preocupación.

– Riley se ha escapado.

– Ya lo sé. Me encontré con Jack en el camino.

– ¿ Cómo te ha ido?

– Muy bien. Nada del otro mundo. No significa nada para mí.

– Ya. -No le creía, pero no estaba de humor para desafiarlo.

– ¿No crees que deberíamos ir fuera a buscarla? -dijo él.

– Hemos buscado en todos lados. Volverá cuando esté preparada.

– ¿Estás segura?

– Soy optimista. El plan B sería llamar al sheriff, y la asustaría demasiado.

Dean se obligó a expresar en voz alta lo que no había querido considerar hasta ese momento.

– ¿Y si se fue hasta la carretera para hacer autostop?

– Riley no es tan estúpida. Le dan demasiado miedo los desconocidos por todas esas películas que ha visto. Además, tanto April como yo creemos que ella quiere estar contigo.

Él intentó disimular su culpa acercándose a la ventana. Estaba demasiado oscuro para que una chica de once años vagara por ahí sola.

– ¿Quieres que salgamos al porche? Hay una linterna en la cocina. Puede que salga si te ve. -Blue miró la habitación con descontento-. Me gustaría que hubiera por lo menos una alfombra. Seguro que no está acostumbrado a nada de esto.

– ¿Quién? -Dean irguió la cabeza de golpe-. Olvídalo. Jack no va a dormir aquí.

Salió al pasillo. Blue lo siguió.

– ¿Y qué otra opción tiene? Ya es tarde, sus acompañantes se han marchado. No hay hoteles en Garrison, y no se va a ir a ningún sitio hasta que Riley aparezca.

– No apuestes por ello. -Dean quería que se fueran todos. Quería que él ya no estuviera allí por la mañana.

Sonó el móvil de Blue. Lo sacó del bolsillo de los vaqueros. Dean esperó.

– ¿La has encontrado? -dijo ella-. ¿Dónde estaba?

Él aspiró profundamente y se apoyó contra el marco de la puerta.

– Pero miramos allí. -Ella regresó al dormitorio, y se sentó en la cama-. Sí. Bien. Sí, lo haré. -Colgó y lo miró-. El aguilucho ha aparecido. April la encontró dormida dentro de un armario. Ya habíamos mirado allí, así que debió esperar a que saliéramos antes de entrar.

Se oyó abrir la puerta principal en la planta de abajo y el ruido de pasos en el vestíbulo. Blue levantó la cabeza con rapidez. Se puso de pie de golpe y habló a toda velocidad.

– April dijo que le dijéramos al padre de Riley que la niña se quedaría en la casita de invitados con ella esta noche, y que él podía quedarse aquí en la casa. Que podría hablar con ella mañana por la mañana.

– Se lo dices tú.

– Ni lo sueñes, la cosa es…

Se oyeron más ruido de pasos abajo.

– ¿Hay alguien en casa? -gritó Jack.

– … que yo no puedo -gimió ella.

– ¿Por qué no?

– Yo sencillamente… no puedo.

La voz de Jack resonaba en las escaleras.

– ¿April?

– Mierda. -Blue se llevó las manos a las mejillas, y salió rápidamente, pero en vez de bajar las escaleras, entró en el dormitorio principal. Unos segundos después -sin que hubiera pasado el tiempo suficiente para que se hubiera desnudado- se oyó el ruido de la ducha. Fue cuando él se dio cuenta de que la intrépida Castora se había escondido. Y no había sido de él.

Blue se entretuvo todo lo que pudo en el baño, se cepilló los dientes y se lavó la cara, luego salió de puntillas para coger el pantalón de yoga y la camiseta MI CUERPO POR UNA CERVEZA. Por fin, logró salir sin que la viera nadie. Por la mañana, si Jack todavía andaba por allí, esa idiotez se habría acabado, y ella se comportaría como una adulta. Al menos la presencia de Jack había sido una distracción de su verdadero problema. Entró en la caravana y se detuvo en seco. La estaba esperando su verdadero problema.

Un príncipe gitano con gesto hosco estaba tumbado sobre la cama iluminado por la luz de la lámpara de gas que había sobre la mesa. Apoyaba los hombros contra el lateral del vagón, y tenía una pierna encima de la cama con la rodilla doblada y la otra colgaba sobre el borde de la cama. Se llevó la cerveza a los labios, la camiseta se subió hasta revelar una porción de músculo tenso por encima de la cinturilla caída de los vaqueros.

– Debería haberlo adivinado -dijo él con tono despectivo.

Fingir ignorancia era perder el tiempo. ¿Cómo podía haberla calado tan bien alguien que la conocía desde hacía solo unos días? Ella alzó la barbilla.

– Necesito tiempo para acostumbrarme, eso es todo.

– Te lo juro por Dios, como le pidas un autógrafo…

– Tendría que hablar con él antes para que eso ocurriera. Y hasta ahora no he podido decir ni mu en su presencia.

El bufó y tomó un trago de cerveza.

– Lo largaré por la mañana. -Ella sacó una silla de debajo de la mesa.

– No has tardado mucho en venir. ¿Has hablado con él?

– Le conté lo de Riley, le señalé el dormitorio con un dedo, y luego me disculpé con cortesía para ir a buscar a mi prometida.

Ella lo miró con cautela.

– No vas a dormir aquí.

– Ni tú. Que me maten si le doy la satisfacción de echarme de mi propia casa.

– Pues aún estás aquí.

– He venido a buscarte. Por si te has olvidado, esos dormitorios no tienen puertas, y no quiero que se sepa que mi amorcito no duerme conmigo.

– En caso de que te hayas olvidado, no soy tu amorcito.

– Por ahora, sí lo eres.

– Bueno, parece que te has vuelto a olvidar de mi voto de castidad.

– Jodido voto de castidad. ¿Trabajas para mí o no?

– Ya cocino para ti. No finjas que no comes lo que hago. Vi lo poco que quedó de las sobras de anoche.

– Bueno, pues no necesito una cocinera. Lo que necesito es alguien que duerma conmigo esta noche. -La miró por encima de la botella de cerveza-. Te pagaré.

Ella parpadeó.

– ¿Quieres pagarme para que me acueste contigo?

– Debo decirte que jamás me han acusado de ser tacaño.

Ella se llevó la mano al pecho.

– ¡Oh! Éste es un momento tan glorioso que necesito saborearlo.

– ¿Dónde está el problema? -preguntó Dean con inocencia.

– Bueno, para empezar, un hombre al que creía respetar me está ofreciendo dinero por acostarse conmigo.

– Sigue soñando, Castora. Y deja de pensar mal.

– Ya. ¿Como la última vez que dormimos juntos?

– No sé de qué hablas.

– Cuando me desperté me estabas metiendo mano.

– Ya te gustaría.

– Tenías la mano dentro de mis vaqueros.

– Fantasías calenturientas de una mujer hambrienta de sexo.

No dejaría que la manipulara.

– Vete a dormir solo.

Dejó la botella de cerveza sobre el suelo, se apoyó sobre una cadera, y sacó la cartera. Sin decir nada, sacó dos billetes y los sacudió entre los dedos.

Eran dos billetes de cincuenta.

12

Un montón de indignadas respuestas atravesaron la mente de Blue antes de llegar a la conclusión obvia: podía ser comprada. Cierto, podía salir mal parada, pero ¿no era eso parte del juego que estaban jugando? Tener ese dinero en la cartera bien justificaba el riesgo. Además le daba la oportunidad de demostrarle exactamente lo inmune que era a sus encantos.