Agarró los billetes.

– Vale, comadreja, tú ganas. -Se metió el dinero en el bolsillo trasero-. Pero sólo acepto porque estoy sin blanca y demasiado desesperada. Y porque esa habitación no tiene puerta así que no podrás ponerte demasiado cariñoso conmigo.

– Sólo lo necesario.

– Lo digo en serio, Dean. Si intentas algo…

– ¿Yo? ¿Y tú? -Sus ojos la recorrieron como si fuera nata montada sobre un pastel recién hecho-. ¿A ver que te parece esto? Doble o nada.

– ¿Qué quieres decir?

– Si tú me tocas primero, te quedas sin nada. Si te toco yo, ganas cien más. Si ninguno de los dos toca al otro, el trato se queda tal cual.

Ella lo pensó durante un momento, pero no veía ningún peligro inmediato, a no ser esa mujerzuela que llevaba dentro y a la que podía controlar de sobra si se lo proponía.

– Trato hecho. Pero antes de nada… -No pensaba pasar más tiempo del necesario con él en ese dormitorio, así que le birló la cerveza y se acomodó en el lado opuesto de la cama-. Estás tremendamente resentido con tus padres. Empiezo a pensar que tu infancia fue todavía más retorcida que la mía.

Él frotó un dedo del pie contra el tobillo de Blue.

– Pero yo la he superado, y tú aún sigues dando tumbos.

Ella apartó el pie.

– Y de todas las mujeres del planeta, me has elegido a mí para casarte.

– Ah, sobre eso… -se inclinó sobre una cadera y volvió a meterse la cartera en el bolsillo-, antes de que se me olvide, por lo visto ahora hemos decidido que iremos a París en vez de a Hawai para casarnos.

– ¿Y eso?

– Oye, no eres tú la única que tienes dudas.

– Pobre Dean. Dar esquinazo a todas esas mujeres que te acosan en los bares es un trabajo muy duro, ¿verdad? -La pantorrilla de Dean le rozó la pierna-. Una curiosidad, ¿por qué las evitas?

– No me interesan.

Lo que significaba que estaban casadas o eran viejas.

– ¿Fue muy terrible tu infancia?

Seguro que lo había molestado, porque frunció el ceño.

– Estuvo bien. Tuve un montón de niñeras hasta que fui a uno de los mejores internados. Supongo que te decepcionará saber que no me pegaron ni me hicieron pasar hambre, y encima aprendí a jugar al fútbol americano.

– ¿Te visitó tu padre alguna vez?

Él se incorporó y recuperó la cerveza.

– Lo cierto es que no quiero hablar de eso.

Ella se rebajó a un poco de sutil manipulación.

– Si es demasiado doloroso…

– No. Ni siquiera supe que era mi padre hasta los trece años. Antes pensaba que mi padre era el Boss.

– ¿Pensabas que Bruce Springsteen era tu padre?

– Una de las muchas fantasías etílicas de April. Es una pena que no fuera verdad. -Acabó la cerveza y la dejó en el suelo con un tintineo.

– No me la imagino borracha. Ahora es tan controlada. ¿Jack supo que eras su hijo desde el principio?

– Oh, sí.

– Qué chungo. Si April era una drogadicta, ¿no se preocupó Jack por su embarazo?

– April se mantuvo limpia durante todo el embarazo. Creo que pensaba que así él se casaría con ella. Al final no lo hizo, claro. -El se levantó y se calzó los zapatos-. Deja de darle vueltas. Vámonos.

Ella se levantó a regañadientes.

– Lo digo en serio, Dean. No te atrevas a tocarme.

– Estoy empezando a ofenderme.

– No, eso no es cierto. Lo único que quieres es hacérmelo pasar mal.

– Tanto como mal… -Posó la mano en el hueco de la espalda de Blue, justo donde era más sensible.

Ella se apartó y salió fuera. Al levantar la mirada vio que la luz del dormitorio de Jack estaba apagada.

– La luz está apagada.

– Mad Jack acostado a media noche. Ver para creer.

Las chanclas de Blue resonaron sobre la hierba húmeda.

– No te pareces nada a él.

– Gracias por el cumplido, pero no te preocupes, hay una prueba de paternidad que demuestra lo contrario.

– No estaba insinuando…

– ¿ Podemos hablar de otra tema? -Mantuvo la puerta de la casa abierta para que ella entrara-. Como por ejemplo, ¿por qué te asusta tanto el sexo?

– Sólo contigo. Tengo alergia a tu crema de noche.

La risa ronca de Dean resonó en la cálida noche de Tennessee.


Cuando Dean salió del baño, ella ya estaba metida en la cama. A Blue le costó apartar los ojos de la evidente protuberancia que mostraba los boxers ajustados verdes de Zona de Anotación de Dean, pero sólo pudo levantar la vista hasta el abdomen plano y la flecha de vello clorado que señalaba su Armagedon antes de que Dean se diera cuenta del enorme montón de almohadas que ella había colocado en medio de la cama.

– ¿No crees que eso es un poco infantil?

Ella arrancó la mirada de ese Jardín de las Delicias Terrenales.

– Tú quédate en tu lado de la cama y ya me disculparé por la mañana.

– Si piensas que voy a dejarle ver tu comportamiento infantil, estás bastante equivocada -lo dijo en un susurro para no despertar a su indeseado invitado.

– No te preocupes. Me levantaré temprano y quitaré las almohadas antes de que las vea -le dijo ella, pensando en los cien dólares.

– ¿Acaso no te gustó lo que te hice ayer por la mañana?

¿Tan poco tiempo había pasado desde que se había despertado con la mano de Dean dentro de los vaqueros? Apagó la lamparita blanca de porcelana que April había traído de la casita de invitados. La luz de la luna inundó la habitación, cubriendo su cuerpo de sombras. Cuando él se acercó a la cama, ella se dijo a sí misma que era un jugador nato, y que eso sólo era un juego para él. Pero si le respondía a la pregunta con un no, sería como darle luz verde, así que guardó silencio.

– No eres tan irresistible. -Dean levantó la sábana y se metió en la cama-. ¿Sabes qué creo? -Se apoyó en un codo y la miró por encima del muro de almohadas-. Creo que es de ti misma de quien tienes miedo. Temes no poder mantener las manos apartadas de mí.

Quería pelea. Pero una pelea con él sería como los juegos preliminares, y ella apretó los dientes para no entrar a saco.

El se acostó y al momento se incorporó.

– ¡No tengo por qué aguantar esto! -Con un barrido de su brazo, hizo volar las almohadas y el muro se desmoronó con estrépito.

– ¡Para! -Ella intentó incorporarse únicamente para acabar tumbada bajo su peso. Se preparó para repeler su ataque, pero debería habérselo pensado mejor. Dean rozó su nariz suavemente con la de él, y por segunda vez en el día, comenzó a juguetear con sus labios.

Ella decidió dejar que la besara un ratito -al fin y al cabo lo hacía muy bien-, pero sólo un ratito.

Dean deslizó la mano bajo la camiseta de Blue, y buscó el pezón con el pulgar. Él sabía a dentífrico y a pecado. El calor invadió el cuerpo de ella. Sintió la erección contra la pierna.

«Un juego. Es sólo un juego.»

Él inclinó la cabeza y comenzó a succionar sus pezones a través de la camiseta. Mientras siguiera con la ropa puesta… Él siguió jugueteando con sus senos a través del algodón caliente y húmedo, y luego bajó una mano a la unión de sus muslos, sobre la tela. Blue abrió las piernas lenta e involuntariamente. Él siguió jugando un poco más, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Pero el juego llegó demasiado lejos. Ella dejó caer la cabeza hacía atrás. La luna brillaba tenuemente, luego se fragmentó en miles de astillas plateadas. Por encima de su grito amortiguado, Blue oyó un suave gemido en respuesta, y sintió cómo él se estremecía contra ella. Sólo cuando Blue volvió a recobrar la compostura fue consciente de la humedad que había contra su pierna.

Con una maldición, Dean se apartó de ella y salió precipitadamente de la cama para desaparecer en el cuarto de baño. Blue permaneció allí tumbada… satisfecha, enfadada consigo misma. Eso por pensar que tenía fuerza de voluntad.

Por fin, él salió del cuarto de baño. Desnudo. El suave gruñido que emitió resonó en la estancia.

– No quiero oír ni una sola palabra. Lo digo en serio. Es lo más bochornoso que me ha ocurrido desde que tenía quince años.

Ella esperó hasta que él se volvió a acostar antes de apoyarse en un codo y mirarlo.

– Oye, SpeedRacen [4]* -Ella se inclinó hacia delante y le rozó los labios con un beso rápido e impersonal para darle a entender que su encuentro no había significado nada para ella-. Me debes cien dólares más.


El sonido de los pájaros la despertó a la mañana siguiente. Había dormido tan apartada de Dean como pudo, para evitar acurrucarse contra él, y al final había acabado con la pierna colgando por el borde de la cama. La piel dorada de Dean destacaba sobre las sábanas blancas, y una mata de vello rubio cubría sus formidables pectorales.

Vio un diminuto agujero en el lóbulo de su oreja, y recordó las calaveras plateadas que Jack llevaba. No le costaba imaginar a Dean llevándolas puestas. Bajó la mirada y la detuvo en la protuberancia que se elevaba bajo la sábana. Eso podría ser suyo si dejaba de ser tan razonable.

El no se movió cuando ella se dirigió a la ducha. Sumergió la cara bajo el chorro del agua para aclararse la cabeza. Éste era un nuevo día, y si no le daba demasiada importancia a lo sucedido la noche anterior, él no podría sumar puntos en ese marcador ficticio que llevaba en la cabeza. Era cierto que aún no tenía trabajo, pero había hecho con él una especie de trato temporal. Dean quería tenerla en la granja, para que hiciera de pantalla entre él y todas esas personas que invadían su mundo.

Mientras se estaba secando, oyó correr el agua en el cuarto de baño del pasillo. Al salir, la cama estaba vacía. Con rapidez sacó una camiseta negra sin mangas de la bolsa y unos vaqueros que ella misma había cortado por la mitad del muslo. Sintió un bulto en el bolsillo cuando se los puso y al mirar descubrió el rímel y el brillo de labios perdidos. Aprovechó para usarlos, pero sólo porque era muy probable que volviera a ver a Jack Patriot antes de que partiera para Nashville. Al bajar las escaleras le llegó el aroma a café, y cuando entró en la cocina, vio a Mad Jack sentado a la mesa, bebiendo café en uno de los tazones de cerezas. Al igual que la noche anterior, Blue se quedó sin habla.

El llevaba la misma ropa del día anterior, y le había crecido la barba. Las hebras plateadas de su pelo sólo lo hacían parecer más sexy. La observó con esos ojos familiares, que había visto en infinidad de portadas de discos.

– Buenos días.

De alguna manera Blue logró responderle con un «Buenos días» jadeante.

– Eres Blue.

– Bailey. Soy Blue Bailey.

– Suena como esa canción antigua.

Sabía que se refería a aquella canción de Louis Amstrong, pero se había quedado paralizada, así que él se lo aclaró.

– «Won't you come home, Bill Bailey?» Eres demasiado joven para conocerla. April me ha dicho que vas a casarte con Dean. -Obviamente no ocultaba su curiosidad. Blue se preguntó si los había visto dormir juntos o si Dean había desperdiciado los doscientos dólares.

– ¿Habéis fijado ya una fecha? -preguntó él.

– Todavía no. -Su voz sonó tan chillona como la de Minnie Mouse.

Él continuó con su frío interrogatorio.

– ¿Cómo os conocisteis?

– Yo estaba… esto… haciendo una campaña promocional para una tienda de bricolaje.

Pasaron unos segundos. Cuando Blue se percató de que se había quedado mirándolo fijamente, se dirigió a ciegas a la despensa.

– Eh…, tortearé hortitas, quiero decir que haré tortitas.

– Vale.

Ella había tenido fantasías sexuales de adolescente con ese hombre. Mientras sus compañeras de colegio discutían sobre lo guapo que era Kirk Cameron, ella se imaginaba perder la virginidad con el padre de Dean. Mierda. Tenía que tranquilizarse.

Calma…

Le dirigió otra mirada mientras salía de la despensa con los ingredientes de las tortitas. A pesar de su piel aceitunada, él estaba bastante pálido, como si últimamente no hubiera pasado demasiado tiempo al aire libre. Incluso así, irradiaba el mismo tipo de magnetismo sexual que su hijo, pero el atractivo de Jack le resultaba más seguro. Mientras preparaba los ingredientes, se recordó que hoy debía mostrarse más firme con Dean.

Se concentró en mezclar los ingredientes sin perder la cuenta de las medidas. Por lo general, hacía las tortitas de memoria, pero esa mañana era imposible. Jack se apiadó de ella y no le hizo más preguntas. Cuando echó las primeras tortitas en la sartén, Dean entró en la cocina, con aspecto desaliñado, luciendo la misma barba de dos días que llevaba su padre. Tal vez fuera algo genético. La camiseta tenía el número perfecto de arrugas, y sus pantalones cortos le caían lo justo sobre las caderas. Ni siquiera miró a Jack. En su lugar, la miró a ella de pies a cabeza.