Eso sí que era una mentira. Una de las grandes.

Mientras conducía hacia el aeropuerto, pensó en Blue y en su pequeña jugarreta. ¿Y todo para qué? Vaciarle la cartera no garantizaba que se fuera a quedar allí. Si estaba decidida a dejar la granja, lo haría, incluso aunque tuviese que dormir en un banco del parque. Si se había quedado en la granja hasta ahora, era por todo lo que había pasado. Esperaba que April la hubiera convencido de acudir a esa subasta de Knoxville durante el fin de semana, porque no quería pensar en regresar a la granja y descubrir que Blue se había ido.


La mañana del lunes, Blue observó desde el escalón superior del porche, con la segunda taza de café entre las manos e intentando parecer relajada, cómo Dean se acercaba por el camino. Había visto las llaves del coche en la encimera de la cocina al levantarse por la mañana, pero él no había ido a la caravana, y era la primera vez que lo veía desde que se había largado el viernes.

Montaba una bicicleta gris plomo de alta tecnología que podría haber llevado a Lance Armstrong a la gloria de los Campos Elíseos. Se veía magnífico, casi futurista, como si se hubiera escapado de una película de ciencia ficción de gran presupuesto. La luz del sol se reflejaba en un aerodinámico casco plateado, y los poderosos músculos de sus piernas se ondulaban bajo unos ajustadísimos pantalones cortos de ciclismo de color azul eléctrico. Le temblaron las piernas sólo con verlo y una punzada de anhelo le atravesó el corazón.

Él se acercó al final del camino adoquinado. Eran apenas las ocho, pero a juzgar por el sudor que brillaba en su cuello, y cómo se adhería la camiseta de malla verde a ese pecho asombroso, había entrenado duramente. Blue se obligó a sí misma a mantener la calma. Señaló la bicicleta con la cabeza.

– Muy chula. ¿ Cuánto hace que le has quitado los ruedines?

– Habla alguien que le gusta vivir en una casa de muñecas. -Pasó la pierna sobre el cuadro y caminó con la bicicleta hacia ella-. Decidí que era hora de dejar de holgazanear y comenzar a entrenar en serio.

Ella no pudo evitar quedarse con la boca abierta.

– ¿Acaso no estabas en forma?

– Digamos que me he estado haciendo el remolón desde que la temporada terminó -Se quitó el casco y lo colgó del manillar-.

– Voy a convertir el dormitorio del fondo en una sala de pesas. No quiero presentarme en el campo de entrenamiento gordo y fofo.

– No creo que tengas que preocuparte por eso.

Él sonrió y se pasó los dedos por el pelo sudoroso y aplastado, que al instante volvió a recuperar ese aire desaliñado y sexy.

– April me envió un correo con fotos de las pinturas y antigüedades que encontrasteis en Knoxville este fin de semana. Gracias por acompañarla. Va a quedar todo fantástico con el nuevo mobiliario.

Blue había considerado seriamente dejar a un lado el orgullo y pedirle a April un pequeño préstamo. Con todos los barrios elegantes que había en Knoxville, no habría tenido problemas para encontrar clientes, y podría haberle devuelto el dinero a April casi de inmediato. Pero no se lo había pedido. Igual que un niño jugando con fuego, había regresado. Tenía que saber qué pasaría a continuación en la granja.

– ¿Qué tal el fin de semana? -Logró dejar la taza sobre el escalón sin derramar el café.

– Repleto de alcohol y sexo desenfrenado. ¿Y el tuyo?

– Más o menos igual.

Él sonrió de nuevo.

– Fui a Chicago. Tenía que firmar un contrato. Y por si te interesa saberlo, Annabelle es la única mujer con la que pasé algún tiempo mientras estuve allí.

Sí, estaba muy interesada. Torció la boca molesta.

– Como si me importara.

Dean cogió la botella de agua de la bicicleta y señaló el granero con la cabeza.

– Compré dos bicicletas. La segunda es más pequeña. Úsala siempre que quieras.

Ella se puso de pie para poder clavarle su mejor mirada de chica dura.

– Te daría las gracias, pero mi gratitud se esfumó cuando descubrí que el dinero que había ganado con mis artes de prostituta no estaba en la cartera. ¿Tienes tú algo que ver por casualidad?

– Bueno, lo siento. -Apoyó el pie en el escalón de abajo y tomó un trago de agua-. Necesitaba cambio.

– Los billetes de cincuenta dólares no son cambio.

– En mi mundo sí.-Volvió a colocar el tapón a la botella.

– ¡Eres odioso! Debería haberme quedado en Knoxville.

– ¿Por qué no lo hiciste?

Esperando aparentar una calma que no sentía bajó las escaleras del porche.

– Porque rezaba para que Jack regresara. Es una oportunidad única en la vida. Estoy casi segura de que lograré sobreponerme a los nervios para pedirle un autógrafo.

– Me temo que estarás demasiado ocupada para eso. -Le dirigió una mirada larga y perezosa-. Mantenerme satisfecho en la cama será un trabajo a jornada completa.

La imagen que pasó por la mente de Blue fue tan ardiente que para cuando pudo recuperar el habla, él y su bicicleta ya estaban a medio camino del granero.

– Oye, Dean.

Él la miró por encima del hombro. Ella se hizo sombra en los ojos.

– Si quieres intentarlo otra vez, avísame con tiempo, creo que podré revisar mi agenda y reservarte tres minutos.

Él no se rió. Pero tampoco contaba con ello. Si bien tampoco había esperado que se quedara mirándola de esa manera, como si el himno nacional hubiera terminado y se preparara para empezar un nuevo partido.


Un poco más tarde, mientras limpiaba la cocina, Blue oyó que Dean se marchaba. April apareció en la puerta con un vestido viejo y llevando un montón de lonas en los brazos.

– Por lo que se ve, Dean no logró contactar el viernes con el contratista -dijo-, porque esta mañana tampoco ha aparecido nadie, y no voy a quedarme de brazos cruzados esperando que pinten la cocina. Tengo la pintura, ¿me ayudas?

– Claro.

Apenas se habían puesto a ello cuando April desapareció para atender otra de sus misteriosas llamadas telefónicas. Cuando regresó, puso a Gwen Stefani, y, antes de que Gwen cantara «Holloback Girl», se hizo evidente que la habilidad de April como bailarina excedía con mucho a su experiencia con la brocha, por lo que Blue se encargó de dirigir el trabajo.

Al finalizar el trabajo preliminar, oyeron un coche, y unos minutos después, entró Jack Patriot con unos vaqueros gastados y una camiseta negra y ceñida con el slogan de su última gira: ABRASADOR. Blue, que no esperaba que regresara, dio un traspié. Él la agarró cuando estaba a punto de caer sobre la lata de pintura. April, que se movía de una manera no apta para menores mientras sonaba «Baby got back», dejó de bailar de inmediato. Jack dejó a Blue sobre los pies.

– ¿No se te ocurre nada para superar esto? -dijo él.

– Sí… no… oh, Dios mío… -Se sonrojó hasta la raíz del cabello-. Lo siento. Seguro que hay un montón de gente que te dice que es tu fan número uno, pero es que yo lo soy de verdad. -Se apretó la mejilla caliente con una mano-. Yo… bueno… yo tuve una infancia un tanto itinerante, pero tus canciones siempre estaban ahí, allá donde fuera o con quien viviera. -Ahora que había comenzado, no podía parar, incluso aunque él se había apartado para dirigirse a la cafetera-. Tengo todos los discos. Todos. Incluso Outta My Way, sé que los críticos lo dejaron por los suelos, pero están equivocados porque es maravilloso, y… «Screams» es una de mis canciones favoritas, es como si llegara directamente a mi alma, y, mierda, sé que estoy farfullando como si fuera una tonta, pero en la vida real Jack Patriot no aparece de repente en la vida de una. Quiero decir, ¿alguien está preparado para algo así?

Jack revolvió la cucharadita de azúcar.

– Si quieres puedo firmarte un autógrafo en el brazo.

– ¿De veras?

Él se rió.

– No, mejor no. No creo que Dean se lo tomara demasiado bien.

– Ah. -Ella se humedeció los labios-. Supongo que no.

Jack volvió la cabeza hacia April.

– Échanos una mano.

April se apartó el pelo de la cara.

– Acuéstate con él, Blue. No hay nada mejor para volver a la realidad. Es una enorme decepción.

Una amplia y lenta sonrisa curvó la boca de Jack.

– Me quedo con lo de enorme y…

April bajó la vista a su entrepierna.

– Hay cosas que un hombre no pueda comprar, no importa lo rico que sea.


Él apoyó el hombro contra el marco de la puerta y dejó que sus ojos vagaran por el cuerpo de April.

– Siempre me han inspirado las mujeres de lengua viperina. Tráeme una hoja de papel, April. Siento que me llega la inspiración para una nueva canción.

La tensión sexual entre ellos crepitaba en el aire. Puede que superaran la cincuentena, pero era pura lujuria adolescente lo que se horneaba en esa cocina. Blue medio esperaba que las paredes comenzaran a chorrear, y decidió escabullirse de la habitación, pero tropezó con una lona caída.

El movimiento rompió el hechizo, y April se dio la vuelta. Jack examinó el techo donde Blue había comenzado a pintar.

– Espera que descargue mis cosas, y te echaré una mano.

– ¿Sabes pintar? -preguntó Blue.

– Mi padre era carpintero. Le ayudé bastantes veces cuando era niño.

– Iré a ver a Riley. -April pasó junto a Jack y se dirigió a la puerta lateral.

Blue tragó con fuerza. Estaba a punto de pintar una cocina con Jack Patriot. Su vida era cada vez más rara.

14

Cuando Dean regresó esa tarde, se encontró a Jack y April pintando en silencio paredes opuestas de su cocina mientras sonaba Coldplay a todo volumen. April estaba salpicada de brillante pintura amarilla de pies a cabeza, pero Jack sólo tenía manchadas las manos. Hasta el viernes, Dean no había visto a sus padres juntos. Ahora estaban pintando su jodida cocina.

Siguió buscando a Blue. Por el camino, sacó la BlackBerry para comprobar los mensajes. April le había mandado uno hacía diez minutos: «Sólo nos queda un bidón de pintura amarilla. Vete a comprar más.»

Encontró a Blue en el comedor, pintando el techo. Parecía una pastorcita Bo Beep de bolsillo con un rodillo de pintura en la mano. Tenía manchada de pintura la camiseta verde que le caía hasta las caderas y tapaba ese cuerpecito que tan decidida estaba a ocultarle. Aunque no lo haría por mucho tiempo. Señaló la cocina con el pulgar.

– ¿Qué pasa ahí dentro?

– Sólo lo que ves. -La lona de plástico que había puesto en el suelo crujió cuando ella se acercó a él-. Por suerte, Jack sabe manejar la brocha, pero he tenido que vigilar a April como un halcón.

– ¿Por qué no los has detenido?

– Hasta que no lleve el anillo de boda en el dedo no tengo autoridad en esta casa. -Ella colocó el rodillo en el suelo y estudió la pared-. April quiere que pinte un mural.

No parecía demasiado feliz, pero él prefería que Blue le pintara un mural antes que tener a sus padres pintando la cocina. Además eso la retendría allí algún tiempo más.

– Le diré a mis relaciones públicas que te manden mis mejores fotos en acción -dijo él-. Puedes escoger la que más te guste.

Ella sonrió como él esperaba, pero después el ceño de su frente se hizo más profundo.

– Ya no pinto paisajes.

– Es una pena. -Abrió la cartera y sacó doscientos dólares en efectivo-. Aquí están los cien dólares que te cogí prestados y los otros cien de esa endiablada apuesta. Siempre pago mis deudas.

Tal como él esperaba, ella no le arrebató el dinero de inmediato, sólo se quedó mirándolo.

– Un trato es un trato -dijo él, con toda inocencia-. Y tú ganaste. -Como siguió sin coger el dinero, le metió los billetes en el bolsillo de la camiseta, demorándose allí más tiempo del necesario. Puede que no tuviera mucho pecho, pero era suficiente para él. Lo único que necesitaba era acceso ilimitado.

– Un pacto con el diablo -dijo ella con gesto sombrío. Dean ocultó la sensación de triunfo mientras ella cogía el dinero, lo miraba durante un segundo y luego se lo devolvía, metiéndoselo en el bolsillo, pero al contrario que él, sin demorarse en absoluto. Una lástima.

– Dáselo a una de esas asociaciones de mujeres maltratadas.

Pobre Castora. Él mismo le podría haber dicho cuando hicieron la apuesta que esos escrúpulos suyos le impedirían quedarse con el dinero, pero él no había llegado a ser todo un profesional comportándose como un tonto.

– Bueno, si es lo que quieres.

Ella le dio la espalda para examinar las paredes con detenimiento.