– Hola Boo, ¿dónde te has metido todo el fin de semana?
– Qué camisa tan bonita.
– Hemos estado hablando sobre la próxima temporada y…
– Charlie piensa que deberías correr y lanzar a la vez.
Actuaban como si lo conocieran de siempre, aunque Dean le había dicho que sólo había comido allí dos veces. La familiaridad que mostraba esa gente hacia Dean la hizo alegrarse de no ser famosa.
– Por lo general, me gustaría hablar de fútbol con vosotros, chicos, pero esta noche le prometí a mi novia que no lo haría. -Dean le pasó el brazo por los hombros-. Es nuestro aniversario, y ya sabéis lo sentimentales que se ponen las chicas con esas cosas.
– ¿El aniversario de qué? -preguntó el doble de Chris Rock.
– Hoy hace seis meses que mi amorcito me echó el lazo.
Los hombres se rieron. Dean la alejó de la barra hacia la parte de atrás del restaurante.
– ¿Te eché el lazo? -dijo ella-. ¿Desde cuándo has dejado de ser un yanqui?
– Desde que me convertí en un granjero sureño. Me hice bilingüe al instante.
Una pared a media altura con más enrejado color café y una hilera de botellas de Chianti dividía el restaurante de la barra. La condujo a una mesa vacía y le apartó la silla para que se sentara.
– ¿Viste a esos hombres de la barra? Uno es el juez del condado, el grandote es el director del instituto, y el calvo es peluquero y un gay declarado. Me encanta el sur.
– Es un buen lugar para ser un bicho raro, de eso estoy segura. -Blue extendió la mano sobre el mantel rojo de vinilo para coger una bolsita de galletitas saladas de la panera-. Me sorprende que te sirvan. Nita Garrison ha debido de cometer un desliz.
– Estamos fuera de los límites del pueblo y este sitio no le pertenece. Además, aquí se suele aplicar el dicho de «Ojos que no ven, corazón que no siente».
– ¿Piensas en serio echarle encima a tu abogado?
– No estoy seguro. Sé que ganaría, pero también sé que me llevaría meses.
– No voy a pintar a Tango.
– Por supuesto que no.
Ella dejó a un lado las galletitas rancias. Aunque sólo era lunes, casi todas las mesas estaban llenas, y la mayor parte de los allí presentes no les quitaban los ojos de encima. No era difícil saber por qué.
– Hay mucha gente para ser lunes.
– No hay más sitios adonde ir. Las noches de los lunes o vas al Barn Grill o tienes catequesis en la Iglesia Baptista. Aunque creo que eso es los martes. Dar catequesis en este pueblo es más complicado que estudiar las jugadas de los Stars en plena temporada.
– Te gusta todo esto, ¿verdad? No sólo la granja. Sino la vida en un pueblo pequeño.
– Es diferente.
La camarera apareció con los menús. En su cara delgada y seca se dibujó una sonrisa cuando vio a Dean.
– Me llamo Marie, seré vuestra camarera esta noche.
Blue deseó que hubiera una ley que prohibiera que se presentase una persona que trabajaba en un lugar con botellas de tabasco sobre el mantel.
– Encantado de conocerte, Marie -pronunció lentamente el granjero Dean-. ¿Qué tenemos esta noche?
Marie ignoró a Blue mientras recitaba los menús sólo para él. Dean eligió pollo asado con una ensalada. Blue pidió barbo frito con algo llamado «patatas sucias», que resultó ser un mejunje parecido a una mezcla de puré de patatas con natillas y champiñones bañados en salsa. Mientras ella se lanzaba al ataque, Dean se comió el pollo sin la piel, le añadió sólo un poco de mantequilla a la patata al horno, y no quiso postre; durante todo ese tiempo conversó cordialmente con todos los que le interrumpieron la comida. La presentó a todos como su novia. Cuando al fin tuvieron un momento a solas, ella le preguntó mientras se tomaba una porción de pastel de Oreo bañado en chocolate:
– ¿Qué explicación darás cuando rompamos nuestro compromiso?
– No lo sé. En este pueblo seguiré estando comprometido hasta que haya una buena razón para no estarlo.
– Es decir, al minuto siguiente de que una impresionante, guapísima e inteligente chica de veinte años capte tu atención.
Él miró fijamente su postre.
– ¿Dónde logras meter toda esa comida?
– No he tomado nada desde el desayuno. Nada de chistes, Dean. Lo digo en serio. No quiero que digas que rompimos nuestro compromiso porque yo tenía una enfermedad mortal o porque me pillaste en la cama con otro hombre. O mujer -añadió ella rápidamente-. Prométemelo.
– Es sólo curiosidad, pero, ¿has estado alguna vez con una mujer?
– No digas estupideces. Quiero tu palabra.
– Está bien, diré que fuiste tú quien me dejó.
– Como si se lo fuera a creer alguien. -Blue se llevó a la boca otra porción de pastel-. ¿Te ha ocurrido alguna vez?
– ¿El qué? ¿Que me dejaran? Claro.
– ¿Cuándo?
– En alguna ocasión. No lo recuerdo exactamente.
– Nunca. Apuesto lo que quieras a que nunca te han dado plantón.
– Claro que sí. Estoy seguro. -Le dio un sorbo a su cerveza y la miró mientras pensaba-. Ya recuerdo. Annabelle me dio plantón.
– ¿La mujer de tu agente? Pensé que habías dicho que no saliste con ella.
– No lo hice. Me dijo que era demasiado inmaduro para ella, y no niego que lo era en ese momento, así que se negó a salir conmigo.
– No creo que eso pueda ser considerado un plantón.
– Oye, lo he intentado.
Ella sonrió ampliamente, y él le respondió con otra sonrisa, y algo en el interior de Blue se derritió, justo como el último bocado de tarta de Oreo. Se excusó rápidamente y se dirigió al aseo de señoras.
Ahí fue cuando empezaron los problemas.
15
Blue ya había observado antes a la mujer huesuda y con cara de amargada; tenía un maquillaje chillón y el pelo teñido de negro. Ella y el hombre con pinta de oso con el que compartía mesa llevaban bebiendo toda la noche. A diferencia de otros clientes del restaurante, ninguno de los dos se había acercado a Dean. Sin embargo, la mujer se había dedicado a mirar a Blue sin disimulo. Así que cuando Blue pasó junto a su mesa, la mujer se dirigió a ella con voz de borracha:
– Acércate, muñequita. Quiero hablar contigo.
Blue la ignoró y se metió en el aseo. Acababa de echar el pestillo de su cubículo cuando oyó que se abría la puerta exterior seguida de la misma voz beligerante.
– ¿Qué ocurre, muñequita Pee Wee? ¿Crees que eres demasiado buena para hablar conmigo?
Estaba a punto de decirle a la mujer que no hablaba con borrachos cuando una voz masculina y familiar se entrometió.
– Déjala en paz. -El encanto natural de Dean había sido reemplazado por la autoridad del quarterback que exigía obediencia inmediata.
– Atrévete a tocarme, gilipollas, y te acusaré de violación -gruñó la mujer.
– Oh, no, no lo harás. -Blue salió disparada del cubículo-. ¿Cuál es el problema?
La mujer estaba parada bajo la luz brillante de los lavabos, Dean estaba a su izquierda, ocupando el vano de la puerta con sus anchos hombros. La cara de desprecio de la mujer, el pelo teñido y sin vida, y sus caderas huesudas, indicaba a las claras que estaba resentida con el mundo y determinada a volcar su frustración en Blue.
– Te crees demasiado buena para mí, ése es el problema.
Blue apoyó una mano en la cadera.
– Señora, está borracha.
– ¿Y qué más da? Llevo toda la noche ahí sentada observando cómo miras con aire de superioridad a todas las mujeres presentes sólo porque eres la jodida novia del señor Pez Gordo.
Blue dio un paso hacia delante, pero Dean la detuvo pasándole un brazo por la cintura y atrayéndola hacia sí.
– No lo hagas. No merece la pena.
Blue no iba a pelear con ella, sólo quería dejar bien claras las cosas.
– Suéltame, Dean.
– ¿Escondiéndote detrás de tu gran novio malo? -se mofó la mujer mientras Dean arrastraba a Blue hacia la puerta.
– Yo no me escondo detrás de nadie. -Blue plantó los pies en el suelo e intentó apartar el brazo de Dean. No lo consiguió.
El oso pardo que acompañaba a la mujer irrumpió en la puerta. Tenía el pecho ancho, la mandíbula cuadrada y se había tatuado en los bíceps unos barriles de cerveza. La mujer estaba demasiado centrada en Blue para percatarse de su presencia.
– Tu novio, el señor Pez Gordo, quiere asegurarse de que no te doy una buena zurra para poder follarte a base de bien esta noche.
Dean la miró con el ceño fruncido a través del espejo.
– Señora, tiene una lengua tan sucia que deja mucho que desear como persona.
Alguien se rió detrás de Oso Pardo que no se había molestado en cerrar la puerta, por lo que una multitud de curiosos se había congregado para observar la escena. Oso Pardo se inclinó hacia delante.
– ¿Qué haces, Karen Ann?
– Yo te diré lo que está haciendo -replicó Blue-. Está buscando pelea conmigo porque está hasta el moño de su vida y quiere pagarlo con alguien.
La mujer se agarró al borde del lavabo.
– Trabajo para vivir, perra. No acepto limosnas de nadie. ¿ Cuántas veces se la tuviste que chupar al Pez Gordo para que te pagara la cena?
Dean la soltó.
– A por ella, Blue.
«¿A por ella?»
Karen Ann avanzó dando tumbos. Le llevaba una cabeza y por lo menos quince kilos a Blue, pero al menos estaba borracha.
– Ven aquí, muñequita -se mofó-, veamos si tu manera de pelear está a la altura de tus mamadas.
– ¡Hasta aquí hemos llegamos! -Blue no sabía por qué le acababa de declarar la guerra Karen Ann, pero no le importaba. Atravesó a toda velocidad el suelo de baldosa-. Le recomiendo que se disculpe, señora.
– Que te jodan. -Curvando los dedos como si fueran garras, Karen Ann fue a por el pelo de Blue. Blue la esquivó y le clavó el hombro en el tórax.
Con un gemido de dolor, la mujer perdió el equilibrio y cayó al suelo.
– ¡Maldita sea, Karen Ann! ¡Levanta ese culo! -Oso Pardo intentó acercarse pero fue bloqueado por Dean.
– No se meta en esto.
– ¿Quién lo dice?
Dean curvó la boca en una perfecta imitación de sonrisa letal.
– ¿No estará pensando seriamente en cabrearme, verdad? ¿No le basta con que mi muñequita Pee Wee le patee el culo a su novia?
Eso no era del todo cierto. «Pee Wee» sólo le había dado un empujón a una mujer ebria, pero, eso sí, con total acierto: le había dado a Karen Ann en pleno plexo solar. Ahora Karen Ann estaba acurrucada en el suelo y respiraba con dificultad.
– Tú te lo has buscado, gilipollas. -Oso Pardo le lanzó un puñetazo.
Dean bloqueó el golpe sin ni siquiera mover los pies. Los clientes del bar comenzaron a jalearlos a gritos, y por lo que pudo observar Blue entre ellos se encontraba el hombre que Dean había dicho que era juez del condado. Oso Pardo trastabilló y chocó contra el marco de la puerta. Entrecerró los ojos y volvió a la carga. Dean se apartó de su camino y Oso Pardo chocó contra el dispensador de toallitas. De inmediato se giró y se abalanzó sobre Dean otra vez. Esta vez tuvo suerte y le golpeó en el hombro malo, lo que no gustó a Dean en absoluto. Blue se apartó de un salto de su camino cuando su falso prometido comenzó a tomarse el juego en serio.
Una increíble euforia la atravesó mientras observaba el magnífico contraataque. En la vida pocas cosas eran de color blanco o negro y ver cómo se administraba justicia con tanta rapidez la llenó de alegría. Si Dean pudiera con su gran fuerza, esos rápidos reflejos y su extraña caballerosidad acabar con todos los males del mundo, las Virginia Bailey no tendrían su razón de ser.
Cuando Oso Pardo cayó al suelo, el hombre que Dean había señalado anteriormente como el director del instituto se abrió paso entre la multitud.
– Ronnie Archer, sigues teniendo el cerebro de un mosquito. Levántate y vete de aquí.
Oso Pardo intentó rodar sobre su espalda, pero no lo consiguió. Karen Ann, mientras tanto, había gateado hasta uno de los inodoros para vomitar.
El peluquero y el camarero ayudaron a Oso Pardo a ponerse en pie. A juzgar por la expresión de sus caras, no era el tío más popular del pueblo. Uno de los hombres le pasó una toalla de papel para que se limpiara la sangre mientras el otro lo conducía hacia fuera. Blue logró colocarse al lado de Dean, pero aparte de una rozadura en el codo y algo de suciedad en sus vaqueros de diseño, parecía estar ileso.
– Ha sido muy divertido -Recorrió con la mirada a Blue-. ¿Estás bien?
La pelea de Blue había terminado antes de empezar, pero ella apreció su preocupación.
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