– Ni yo, pero será mejor que lo miremos de todas maneras. -Se le ocurrió una idea, una idea estúpida para que olvidara el dolor que le había causado-. Tengo que advertirte que los hermanos mayores que conozco son bastante malvados con sus hermanitas.

– ¿Qué quieres decir?

– Bueno, podrían abrir el armario de su hermanita y gritar como si allí dentro hubiera un monstruo de verdad sólo para asustarla.

Una sonrisa brilló en los ojos de Riley y jugueteó en la comisura de su boca.

– No se te ocurrirá hacer eso, ¿verdad?

Él puso cara de circunstancias.

– Pues… creo que sí. A menos que llegues allí antes que yo.

Y lo hizo. Ella corrió por delante de él hasta su dormitorio, gritando sin parar. Dean le siguió el juego. Tenía una hermana, le gustara o no.

Puffy se unió al barullo, y, en la conmoción, Dean no oyó el sonido de pasos. Lo siguiente que supo fue que algo le había golpeado la espalda; perdió el equilibrio y se cayó. Cuando se dio la vuelta, vio a Jack cerniéndose sobre él con la cara retorcida por la cólera.

– ¡Déjala en paz!

Mad Jack agarró a Riley, que ahora gritaba de verdad, mientras la perra ladraba y saltaba a su alrededor. Jack la apretó contra su pecho.

– Está bien. No dejaré que se vuelva a acercar a ti. Te lo prometo. -Le acarició el pelo enmarañado-. Nos iremos de aquí. Ahora.

Una mezcla de furia incontrolable, resentimiento y repugnancia inundó a Dean. Ése era el resultado del caos que era su vida en ese momento. Se puso de pie. Riley tiró con fuerza de la camiseta de Jack, tragando saliva e intentando hablar, pero estaba demasiado histérica para que le salieran las palabras. La repulsión que se reflejaba en la cara de Jack produjo en Dean una extraña satisfacción. Genial. Era hora de poner las cartas sobre la mesa. Y quería desquitarse.

– Sal de aquí -le dijo Jack.

Dean quería darle un puñetazo, pero Riley todavía tiraba de la camiseta de Jack. Finalmente recuperó el habla.

– Él no hizo… él no… ¡es culpa mía! Dean vio… el cuchillo.

Jack le tomó la cabeza entre las manos.

– ¿Qué cuchillo?

– El que cogí de la cocina -dijo hipando.

– ¿Y qué estabas haciendo con un cuchillo? -La voz de Jack se alzó sobre los ladridos de la perra.

– Estaba… era…

– Tenía miedo -escupió Dean con desprecio, pero Riley lo soltó todo de golpe.

– Me desperté y no había nadie en la casa, y me asusté y…

Dean no se quedó a escuchar sino que se dirigió hacia su dormitorio. El hombro ya le dolía por la pelea con Ronnie, y se lo había golpeado de nuevo al caer al suelo. Dos peleas en una noche. Genial. Los ladridos pararon mientras cogía un par de Tylenol. Se quitó la ropa, entró en la ducha y puso el agua tan caliente como pudo resistir.

Jack estaba esperándolo en el dormitorio cuando salió. La casa estaba tranquila. Riley y Puffy debían estar ya acostadas. Jack señaló el pasillo con la cabeza.

– Quiero hablar contigo. Abajo. -Se fue sin esperar respuesta.

Dean soltó la toalla y metió las piernas húmedas en unos vaqueros. Había llegado el momento de dejar las cosas claras.

Encontró a Jack en la sala desierta, con las manos metidas en los bolsillos traseros.

– La oí gritar -dijo, mirando por la ventana-. Parecía estar en problemas.

– Caramba, me alegro de que al final te acordaras de que la habías dejado sola. Buen trabajo, Jack.

– Sé cuando jodo las cosas. -Jack se giró y dejó caer las manos a los costados-. No sé muy bien cómo comportarme con ella, y algunas veces meto la pata… como esta noche. Cuando eso ocurre, intento arreglarlo.

– Genial. Jodidamente genial. Me siento humillado.

– ¿Nunca te has equivocado?

– Caramba, sí. Dejé que me interceptaran diecisiete veces la última temporada.

– Ya sabes lo que quiero decir.

Dean enganchó el pulgar en la cinturilla de los vaqueros.

– Bueno, tengo la mala costumbre de coleccionar multas por exceso de velocidad, y puedo llegar a ser un hijo de perra muy sarcástico cuando me lo propongo, pero no he dejado a ninguna tía embarazada si te refieres a eso. No tengo bastardos correteando por ahí. Me avergüenza decirlo, Jack, pero no soy como tú. -Jack parecía afectado, pero Dean quería aniquilarle; quería destruirle-. Sólo para que lo entiendas bien, la única razón por la que permito que te quedes aquí es Riley. Para mí no eres más que un donante de esperma, colega, así que mantente fuera de mi camino.

Jack no se amilanó.

– No hay problema. Soy bueno en eso. -Se acercó más -. Sólo voy a decírtelo una vez. Sé que no lo has pasado bien, y lo siento más de lo que te imaginas. Cuando April me dijo que estaba embarazada, puse pies en polvorosa. Si hubiera sido por mí, jamás habrías nacido, así que tenlo en cuenta la próxima vez que le digas cuánto la odias.

Dean se sintió mareado, pero se negó apartar la mirada y Jack añadió con desdén:

– Tenía veintitrés años, hombre. Era demasiado crío para asumir responsabilidades. Todo lo que me importaba era la música, colocarme y follar. Era mi abogado quien cuidaba de ti cuando April no estaba. Era él quien se aseguraba de que tuvieras una niñera por si tu madre tomaba una raya de más y se olvidaba de volver a casa después de pasar la noche con una glamurosa estrella de rock con pantalones de lamé dorado. Era mi abogado quien estaba al tanto de tus notas. Era él quien llamaba al colegio cuando estabas enfermo. Yo estaba demasiado ocupado intentando olvidar que existías.

Dean se había quedado paralizado. Jack curvó los labios en una mueca.

– Pero tienes tu venganza, colega. Deberé pasarme el resto de mi vida viendo al hombre en el que te has convertido y sabiendo que si hubiera sido por mí, jamás habrías venido al mundo. ¿Qué te parece?

Dean no pudo soportarlo más, y se dio la vuelta, pero Jack le lanzó un último misil a la espalda.

– Puedo prometerte una cosa. Jamás te pediré que me perdones. Al menos te debo eso.

Dean salió precipitadamente al vestíbulo, y atravesó la puerta principal. Antes de saber dónde iba, había alcanzado la caravana.


Blue acababa de dormirse cuando la puerta de su tranquilo habitat se abrió de golpe. Palpó a su alrededor buscando la linterna hasta que finalmente la encontró y la levantó iluminando delante de ella. Él estaba sin camisa, y los ojos le brillaban tan intensamente como el hielo de medianoche.

– Ni una palabra -dijo él, cerrando la puerta con un golpe tan fuerte que tembló toda la caravana-. Ni una palabra.

Bajo otras circunstancias, ella habría tomado cartas en el asunto, pero él parecía tan torturado -tan magnífico en su dolor- que se quedó muda. Se acomodó sobre las almohadas, ese seguro refugio que ya no era tan seguro. Algo lo había contrariado profundamente, y por una vez, no había sido ella. Dean avanzó y se dio con la cabeza contra el techo curvo de la caravana. Una abrasadora blasfemia surcó el aire tras la sacudida que sufrió el vehículo.

Ella se humedeció los labios.

– Hum, no creo que sea aconsejable tomar el nombre de Dios en vano cuando hace tan buen tiempo.

– ¿Estás desnuda? -exigió él.

– En este preciso momento, no.

– Entonces, quítate lo que sea. No me importa qué mierda de ropa lleves puesta, sólo quítatela. -Los rayos de luna que entraban por la ventana dividían su rostro en planos de luces y sombras-. Este juego ya ha durado suficiente. Desnúdate.

– ¿Así de golpe?

– Como lo oyes -dijo él con rotundidad-. Desnúdate, o te desnudo yo.

Si cualquier otro hombre le hubiera hablado de esa manera, hubiera comenzado a gritar, pero él no era cualquier hombre. Algo había roto su brillante fachada, y lo había herido. Y aunque era ella la que estaba sin hogar, sin trabajo y sin dinero, era él quien más consuelo necesitaba. Él no lo había admitido, claro. Ninguno de los dos había llegado a ese punto todavía.

– Sé que estás tomando la píldora. -La semana anterior habían mantenido una conversación sobre análisis de sangre y salud sexual, y él ya lo sabía.

– Sí, pero… -De nuevo, se abstuvo de aclarar que la tomaba más por la piel que por su vida sexual. Dean se acercó a la alacena. Abrió un cajón de la parte inferior, y sacó un paquete de condones que ella no había metido allí. A Blue no le gustó su premeditación, pero al mismo tiempo, apreció su sentido común.

– Dame eso -le arrancó la linterna de la mano, y dejó la caja de condones al lado de la almohada. El rayo de luz iluminó su camiseta MI CUERPO POR UNA CERVEZA-. Si crees que ver esa camiseta me va hacer cambiar de idea, estás muy equivocada. Aún sigo esperando.

– Quéjate a la poli de la moda.

– ¿Y si me tomo la justicia por mi mano?

Ella se preparó psicológicamente… ¿Para qué?… ¿Para que le desgarrara la camiseta?, pero él la decepcionó deslizando la luz de la linterna por sus piernas desnudas.

– Muy bonitas. Deberías lucirlas más a menudo.

– No son largas.

– Pero son preciosas. Y hacen bien su trabajo. -Le levantó el dobladillo de la camiseta. Sólo unos centímetros. Lo justo para dejar a la vista la otra prenda que llevaba puesta, unas sencillas bragas de color carne-. Te compraré un tanga -dijo-. Rojo.

– Que no verás nunca.

– ¿Lo crees de veras? -Movió el haz de la linterna sobre las bragas de una cadera a la otra, luego se centró en la base de operaciones.

– Si hago esto…

– Oh, lo harás, puedes estar segura.

– Si lo hago -dijo ella-. No se repetirá. Y estaré encima.

– Arriba, debajo, de espaldas. Te pondré en más posturas de las que puedas imaginar.

Una descarga erótica atravesó su cuerpo y encogió los dedos de los pies.

– Pero antes… -Con la linterna le frotó la unión de los muslos durante unos tentadores segundos, y luego la utilizó para levantar el borde de la camiseta. Al fin, el plástico frío se detuvo debajo de sus pechos, enviando un escalofrío por todo su cuerpo. Le ahuecó un pecho por encima de la suave tela-. No puedo esperar más a saborearlos.

Ella casi gimió. Obviamente su libido no estaba al corriente de su política sexual.

– ¿Por dónde voy a empezar? -La luz de la linterna bailó sobre ella. Blue la observó como si estuviera hipnotizada, esperando ver dónde aterrizaba el haz. Jugueteó entre sus pechos cubiertos, sobre el vientre desnudo y la tela de las bragas. Luego subió a los ojos de Blue. Ella entrecerró los ojos, el colchón se hundió a su lado y sus caderas se rozaron a través de la tela de los vaqueros cuando él dejó caer la linterna encima de la almohada.

– Empecemos por aquí. -Sintió las palabras en la mejilla cuando Dean se inclinó para amoldar su boca a la de ella, y Blue se sintió perdida ante el beso más apasionado que jamás había experimentado, suave un momento, brusco al siguiente. Dean bromeó y la atormentó, le exigió y la sedujo. Ella se estiró para rodearle el cuello con los brazos, pero él se alejó de su alcance-. No hagas eso otra vez -le dijo él con un ronco jadeo-. Conozco todos tus trucos.

«¿Ella tenía trucos?»

– Sé que quieres distraerme, pero no te va a funcionar. -Le quitó la camiseta por la cabeza y la dejó caer a un lado, dejándola sólo con las bragas. Cogió la linterna y le iluminó los pechos. Tener poco pecho no era algo tan malo, decidió ella. Sus pequeños pechos estaban firmes y preparados para lo que vendría a continuación.

Que era su boca.

El pecho desnudo de Dean le rozó las costillas mientras la lamía, y ella enterró los dedos en el colchón. Él se tomó su tiempo, usó los labios y la lengua. El suave roce de sus dientes la estimuló hasta que ya no pudo soportarlo más. Le apartó la cabeza con fuerza.

– No tan rápido -susurró Dean, acariciando con su cálido aliento la piel húmeda de Blue. Enganchó los pulgares en las bragas y tiró hacia abajo, luego las dejó a un lado y se puso de pie. La linterna abandonada reposaba sobre las sábanas, así que ella no podía ver lo que se ocultaba bajo los vaqueros. Intentó coger la linterna, luego se detuvo. Él era siempre el objeto del deseo, era perseguido y adorado. Dejaría que la conquistara.

Blue se cubrió con la sábana y deslizó la mano hacia la linterna para apagarla, dejando la caravana a oscuras. La novedad de ese juego erótico la dejaba tan débil como sus caricias, pero necesitaba asegurarse que en medio de esa oscuridad él sabía que estaba con Blue Bailey, no con alguna mujer sin rostro.

– Buena suerte -logró decir-. Es difícil conseguir que me quede satisfecha con menos de dos hombres.