– Déjalo en paz, Jack -le dijo ella con aire cansado-. Ya ha tenido suficiente mierda de nosotros dos.
– Sí. -Jack miró la puerta-. No quiero despertar a Riley. ¿Te importa si se queda a dormir aquí esta noche?
– No. -April se dio la vuelta para entrar, y él empezó a bajar las escaleras, pero se detuvo a la mitad.
– ¿No sientes curiosidad? -dijo Jack, dándose la vuelta para mirarla-. ¿No te gustaría saber cómo serían ahora las cosas entre nosotros?
April detuvo la mano en el pomo de la puerta. Por un momento no dijo nada, pero cuando habló, su voz era tan fría como el acero.
– Ni lo más mínimo.
Riley no podía oír lo que hablaban su padre y April, pero las voces la habían despertado. Era una sensación agradable estar en la acogedora cama de la casita de invitados mientras ellos hablaban. Habían tenido a Dean, así que debían haberse querido en algún momento.
Se frotó la pantorrilla con el otro pie. Ese día se lo había pasado tan bien que se había olvidado de estar triste. April le había encargado cosas fáciles, como recoger flores para ponerlas en un jarrón o llevar agua a los pintores. Esa tarde había salido a montar en bicicleta con Dean. Pedalear sobre los caminos de tierra había sido duro, pero él no la había llamado gorda ni nada por el estilo, y le había dicho que tenía que lanzarle el balón por la mañana para poder practicar. Sólo de pensarlo se ponía nerviosa, y alborozada también. Blue se había ido, pero cuando le había preguntado a Dean por ella, él había cambiado de tema. Riley esperaba que Blue y Dean no rompieran. Su madre siempre estaba rompiendo con algún tío.
Oyó que April se acercaba, así que se cubrió con la sábana hasta la barbilla y cerró los ojos por si se decidía a entrar para ver cómo estaba. Riley ya había notado que April hacía ese tipo de cosas.
Durante los días siguientes, Blue se dijo a sí misma que era bueno que Dean se mantuviera alejado porque ella necesitaba todo su ingenio para tratar con Nita. Aun así, lo echaba muchísimo de menos. Quería creer que él también la estaba echando de menos, pero, ¿por qué iba a hacerlo? Ya había conseguido lo que quería.
Una familiar sensación de soledad la invadió. Nita había decidido que también quería salir en el retrato de Tango, pero quería que Blue la pintara como había sido en su juventud, no como era ahora. Eso había implicado rebuscar en un montón de álbums de fotos antiguos, con Nita pasando página tras página y señalando con una uña color carmín los defectos de todos los que se habían fotografiado con ella: un compañero en la escuela de baile, una compañera de piso con pinta de furcia o la larga serie de hombres que la habían agraviado.
– Pero, ¿a usted le gusta alguien? -dijo Blue con frustración la mañana del sábado sentada en un sofá de terciopelo blanco de la sala, rodeada de álbums descartados.
Nita señaló una página con un dedo nudoso.
– Me gustaron en su momento. Pero por aquel entonces era demasiado ingenua con respecto a la naturaleza humana.
A pesar de la frustración de Blue por no poder comenzar el cuadro, sentía cierta fascinación por la vida que Nita había llevado mientras crecía en el Brooklyn de la guerra y durante los años cincuenta y sesenta cuando daba clases de baile de salón. Había tenido un breve matrimonio con un actor de cine que según ella se pasaba la vida borracho, había vendido cosméticos, había trabajado como modelo en ferias de muestras y había sido azafata en algunos restaurantes de lujo de Nueva York.
Al principio de los años setenta, había conocido a Marshall Garrison y se había casado con él. En la foto de boda aparecía vestida de blanco; una voluptuosa rubia de larga melena platino, ojos muy maquillados y labios pintados de carmín que miraba con adoración a un distinguido hombre de mediana edad. Tenía caderas delgadas, piernas interminables y la piel de porcelana, el tipo de mujer que hacía volver la cabeza a los hombres.
– Creía que yo tenía treinta y dos años -dijo Nita-. El tenía cincuenta y me preocupaba lo que pensaría cuando descubriera que en realidad tenía cuarenta. Pero estaba loco por mí, y ni siquiera le importó.
– Señora Garrison, en esa foto parece muy feliz. ¿ Qué sucedió?
– Que vine a Garrison.
Al seguir mirando el álbum, Blue observó que, con el paso del tiempo, la sonrisa complaciente de Nita se había vuelto gradualmente amarga.
– ¿De cuándo es ésta?
– Es la fiesta de Navidad de nuestro segundo año de casados. Cuando ya había perdido la esperanza de gustarle a la gente del pueblo.
Las expresiones resentidas de las mujeres mostraban con exactitud cómo les había sentado que la descarada mujer de Brooklyn con enormes pendientes y faldas demasiado cortas les hubiera birlado al soltero más cotizado del pueblo. En otra página, Blue estudió una foto de Nita en la fiesta de unos vecinos; mostraba una sonrisa tensa en la cara. Blue miró luego una foto de Marshall.
– Su marido era muy guapo.
– Eso pensaba él.
– ¿A usted no le gustaba?
– Creía que era un hombre de carácter cuando me casé con él.
– Lo más probable es que se lo absorbiera mientras le chupaba la sangre.
Nita curvó los labios mostrando los dientes; era su manera favorita de mostrar desaprobación. Blue había oído el chasquido que lo acompañaba más veces de las que podía contar.
– Pásame la lupa -exigió Nita-. Quiero ver si la comadreja de Bertie Johnson aparece en esta foto. Es la mujer más fea que he conocido, pero tuvo el valor de criticar mi manera de vestir. Le dijo a todos los que la querían escuchar que yo era ostentosa. Por supuesto, me vengué de ella.
– ¿Con pistola o con cuchillo?
Nita volvió a chasquear la lengua.
– Cuando su marido perdió el empleo, la contraté para que me limpiara la casa. A la señora Altiva y Poderosa no le gustó nada, sobre todo cuando la hacía limpiar los baños dos veces.
Blue no tuvo problema para imaginar a Nita sometiendo a la desafortunada Bertie Johnson. Era lo que Nita había estado haciendo con ella los últimos cuatro días. Le exigía que le hiciera galletas caseras, le ordenaba limpiar lo que Tango ensuciaba, e incluso le había encargado contratar una nueva mujer de la limpieza; algo imposible porque nadie quería trabajar para ella. Blue cerró el álbum.
– He visto fotos más que de sobra para empezar a trabajar. Tengo los bocetos previos acabados, y si me deja tranquila por un rato esta tarde puede que avance un poco.
Nita no sólo había decidido que quería aparecer en el cuadro, sino que también quería que el retrato fuera de gran formato para poder colgarlo en el vestíbulo. Blue le había informado que necesitaba una tela más grande y que le costaría más caro. De esa manera ganaría suficiente dinero para comenzar de nuevo en otra ciudad si es que alguna vez lograba salir de Garrison, algo que Nita se esmeraba en impedir.
– ¿Cómo vas a pintar algo decente cuando te pasas el día soñando con ese jugador de fútbol americano?
– No sueño con él. -Blue no le había visto el pelo desde el martes, y cuando había ido a la granja para recoger sus cosas, él no estaba.
Nita cogió su bastón.
– Acéptalo, señorita fanfarrona. Tu compromiso se ha terminado. Un hombre así busca algo más en una mujer de lo que tú le puedes dar.
– Algo que usted no deja de recordarme.
Nita la miró con aire satisfecho.
– Sólo tienes que mirarte al espejo.
– ¿Ha pensado alguna vez lo cerca que está de la muerte?
Nita curvó los labios y mostró los dientes.
– Te ha roto el corazón, pero no quieres admitirlo.
– No me ha roto el corazón. Para su información soy yo quien utilizo a los hombres, no ellos a mí.
– Ah, es cierto, se me olvidaba. Eres una auténtica Mata-Hari.
Blue cogió dos de los álbums.
– Me voy a mi habitación para ver si me pongo manos a la obra. No me interrumpa.
– No irás a ningún sitio hasta que me hagas el almuerzo. Quiero un sándwich de queso. Y de Velveeta, no esa porquería que compraste.
– Esa porquería es queso Cheddar.
– No me gusta.
Blue suspiró y se dirigió a la cocina. Mientras abría la nevera, oyó un golpe en la puerta de atrás. El corazón le brincó en el pecho. Se apresuró a abrir y vio que eran April y Riley. A pesar de cuánto se alegraba verlas, no pudo evitar sentir una pizca de desilusión.
– Entrad. Os he echado de menos.
– También nosotras te hemos echado de menos. -April le palmeó la mejilla-. En especial tu comida. Habríamos venido ayer a visitarte, pero me retrasé con cosas de la granja.
Blue abrazó a Riley.
– Estás muy guapa. -Desde que Blue no la veía, hacía cinco días, el cabello largo y sin forma de Riley había sido sustituido por un corte de pelo que le enmarcaba el óvalo de la cara. En lugar de esas ropas tan apretadas y de mal gusto, vestía unos pantalones cortos color beis que le quedaban como un guante, y una camiseta verde que resaltaba el color de sus ojos y su piel aceitunada que ya no estaba pálida.
– ¿Quién anda por ahí? -La anciana se materializó en la puerta de la cocina y le dirigió a April una mirada despectiva-. ¿Y tú quién eres?
Blue frunció el ceño.
– ¿Soy yo la única que oye un caldero hirviendo?
April contuvo una sonrisa.
– Soy el ama de llaves de Dean Robillard.
– Blue aún sueña con tu jefe -dijo Nita con mofa-. No ha venido a verla ni una sola vez, pero Blue no admite que se ha acabado del todo.
– Yo no sueño con él. Yo…
– La pobre vive en un cuento de hadas, creyendo que el Príncipe Azul vendrá a rescatarla de su patética vida. -Nita jugueteó con uno de sus collares y señaló a la niña-. ¿Cuál era tu nombre? Era algo raro.
– Riley.
– Parece el nombre de un niño.
Antes de que Blue pusiera a Nita en su lugar, Riley dijo:
– Quizá. Pero es mejor que Trinity.
– Si tú lo dices. Si hubiera tenido una niña la hubiera llamado Jennifer. -Señaló la puerta con el bastón-. Ven a la sala conmigo. Necesito unos jóvenes ojos que me lean el horóscopo. Cierta persona que yo me sé no se digna a hacerlo. -Fulminó a Blue con la mirada.
– Riley vino a verme a mí -dijo Blue-, y va a quedarse aquí.
– La estás mimando de nuevo. -Miró a Riley con desaprobación-. Ella te trata como a un bebé.
Riley se miró las sandalias.
– No es cierto.
– ¿Bien? -dijo Nita con impaciencia-. ¿Vienes o no?
Riley se mordisqueó el labio.
– Supongo que sí.
– Ni se te ocurra. -Blue pasó el brazo por los hombros de Riley-. Te quedas aquí conmigo.
Para su sorpresa, Riley se retiró poco a poco tras un momento de vacilación.
– Ella no me da miedo.
Nita ensanchó las fosas nasales.
– ¿Por qué debería darte miedo? A mí me gustan los niños.
– De cena -replicó Blue.
Nita le mostró los dientes, luego le dijo a Riley:
– Venga, muévete.
– Quédate donde estás -le dijo Blue a Riley que ya comenzaba a seguir a Nita a la sala-. Eres mi invitada, no la de ella.
– Lo sé, pero supongo que tengo que ir con ella -dijo Riley con tono de resignación.
Blue intercambió una mirada con April, que asintió imperceptiblemente con la cabeza. Blue se plantó una mano en la cadera y señaló a Nita con el dedo.
– Se lo juro, si le dice algo desagradable, le prenderé fuego a su cama después de que se quede dormida. Lo digo en serio. Riley, luego me cuentas todo lo que te ha dicho.
Riley se frotó el brazo con nerviosismo.
– Eh…, vale.
Nita frunció la boca y se dirigió a April.
– ¿La has oído? Eres testigo. Si me pasa algo, llama a la policía. -Miró a Riley-. Espero que no escupas al leer. Es algo que no soporto.
– No, señora.
– Habla más fuerte. Y yergue esos hombros. Tienes que aprender a caminar derecha.
Blue esperaba que Riley mostrara una mirada de derrota, pero la niña aspiró profundamente, enderezó los hombros y la siguió a la sala.
– No des importancia a nada de lo que te diga -gritó Blue-. Es una mujer muy mezquina.
Cuando desaparecieron, Blue clavó la mirada en April.
– ¿Por qué va con ella?
– Está probándose a sí misma. Anoche sacó a Puffy después de anochecer cuando no era necesario, y esta mañana, cuando vio una serpiente en el estanque, se obligó a acercarse para mirarla, aunque estaba blanca como el papel. -Le señaló a Blue una silla-. Es demasiado frustrante. Tuvo valor para escapar de Nashville, algo que me pone los pelos de punta, y se enfrentó a su padre, pero parece que le da miedo todo lo demás.
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