– Sí, claro -dijo Blue con una sonrisa-. Échale la culpa a la perra.

– No, de verdad. Ni siquiera me gusta el queso.

Blue se rió y la abrazó.

April y Puffy las recibieron en la puerta principal. Dentro, el vestíbulo resplandecía como un atardecer gracias a la reciente capa de pintura color cáscara de huevo. Una alfombra estampada con remolinos en tonos terrosos cubría el suelo del vestíbulo. April le señaló a Blue con un gesto de la mano la ostentosa pintura abstracta que habían adquirido en una galería de Knoxville.

– ¿A que queda genial? Tenías razón sobre lo de mezclar arte contemporáneo con las antigüedades.

El sinfonier de debajo era de madera y tenía una bandeja metálica donde reposaba la cartera de Dean y un juego de llaves, junto con una foto de él de niño donde aparecía con pantalones cortos y un casco de fútbol americano tan grande que le rozaba los hombros. Al lado del sinfonier, una percha de hierro forjado esperaba las chaquetas, y una rústica cesta de paja albergaba un par de zapatillas de lona y un balón de fútbol. Había una robusta silla de caoba con el respaldo labrado que ofrecía un lugar acogedor para cambiarse los zapatos o revisar el correo.

– Lo has diseñado todo para él. ¿Se ha dado cuenta de cómo lo has personalizado todo?

– Lo dudo.

Blue miró el espejo oval de la pared con el marco de madera tallada.

– Lo único que falta es un estante para su crema hidratante y el rizador de pestañas.

– No seas mala. ¿No te has dado cuenta de que casi nunca se mira en el espejo?

– Me he fijado. Pero no seré yo quien se lo diga.

A Blue le encantó el resto de la casa, en especial la sala, que estaba totalmente transformada con un par de manos de pintura pálida en tonos crema y una alfombra oriental de gran tamaño. Los paisajes que Blue había descubierto en la trastienda de una tienda de antigüedades combinaban a la perfección con la pintura contemporánea que April había colgado sobre la chimenea. Las sillas de piel que April había comprado ocupaban su lugar, junto con un mueble de nogal para albergar el equipo de música, y una mesita de café muy grande con cajones para los mandos y juegos de mesa. Había más fotos encima, algunas de él con amigos de la infancia, otras de adolescente y universitario. Por alguna razón Blue no creía que las fotos fueran cosa de él.

Dean estaba martilleando sin darse cuenta al ritmo de la música de Black Eyes Peas que salía de la cocina. Jack y él llevaban trabajando en el porche casi todo el día. Ya habían levantado las paredes, y comenzarían con el techo al día siguiente. Miró hacia la ventana de la cocina. Blue le había saludado con una inclinación de cabeza cuando llegó, pero no había salido a decirle hola y él tampoco había entrado. Estaba enfadado consigo mismo por haber perdido el control en las escaleras la noche anterior, pero al menos ahora la tenía en su terreno y no pensaba perder la ventaja. Blue amaba la granja, y si ella era demasiado terca para volver, él podía al menos recordarle lo que se estaba perdiendo. De una manera u otra, estaba determinado a obtener lo que quería… lo que ambos merecían.

Dentro, alguien subió el volumen de la música. Se suponía que April y Riley iban a ayudar con la cena, pero a April no le gustaba cocinar y vio cómo convencía a Riley de que dejara de pelar patatas para bailar con ella. Blue dejó la batidora a un lado y se unió a ellas. Se movía como un hada del bosque, agitando los brazos en el aire, mientras su coleta oscilaba de un lado a otro. Si hubiera estado sola, habría entrado a bailar con ella, pero no con April y Jack dando vueltas alrededor.

– Creía que Blue y tú lo habíais dejado. -La voz de Jack lo tomó por sorpresa. Aparte de pedirse alguna herramienta o sujetar algún tornillo, no se habían dirigido la palabra en toda la tarde.

– No exactamente. -Dean clavó un clavo a fondo. Había estado entrenando con el hombro malo y lo tenía resentido-. Estamos tomándonos un descanso, eso es todo.

– ¿Un descanso de qué?

– Ya lo arreglaremos.

– Chorradas. -Jack se enjugó la cara con la manga-. No la tomas en serio. Para ti es sólo un rollo.

Blue le había estado diciendo eso mismo prácticamente desde el día que se conocieron, y Dean tenía que admitir que tenía parte de razón. Si la hubiera conocido en un bar o en la calle, no se habría fijado en ella, pero sólo porque ella jamás se le habría insinuado. Con tantas mujeres intentando llamar su atención, ¿cómo iba a fijarse en las que no lo hacían?

– Ten cuidado con ella -continuó Jack-. Parece que pasa de todo, pero sus ojos dicen lo contrario.

Dean se enjugó la frente con la manga de la camiseta.

– No confundas la realidad con la letra de tus canciones, Jack. Blue sabe exactamente lo que hay. Jack se encogió de hombros. -Supongo que la conoces mejor que yo. Fue lo último que se dijeron hasta que Dean entró para ducharse.


Jack observó cómo Dean desaparecía mientras se limpiaba el sudor de la frente. Aunque había tenido intención de pasar sólo una semana en la granja, no se iba a ir por el momento. April tenía su método de expiación, y él el suyo. Ese porche que estaba construyendo con Dean era un ejemplo. Mientras crecía, Jack se había pasado varios veranos trabajando con su padre, y ahora hacía lo mismo con Dean. Sabía que a Dean le importaba un bledo ese ritual padre-hijo, pero a Jack sí que le importaba.

Le gustaba cómo estaba quedando el porche. Era sólido. Su viejo habría estado orgulloso.

Blue abrió la ventana de la cocina. A través del cristal, Jack observó bailar a April; se movía con un ritmo ágil y sensual, y los mechones de pelo se agitaban alrededor de su cabeza.

– Nadie con más de treinta años debería bailar como tú -oyó que decía Blue cuando acabó la canción.

Riley comenzó a hablar con voz jadeante tras haber bailado con April.

– Mi padre tiene cincuenta y cuatro años, y baila genial. Encima del escenario, claro. No creo que baile en ningún otro sitio.

– Solía hacerlo. -April se retiró el pelo de la cara-. Después de los conciertos, acabábamos en algún club y bailábamos hasta que cerraba. A veces los dejaban abiertos sólo para él. De toda la gente con la que he bailado él es… -Se detuvo, luego encogió los hombros y se inclinó para acariciar a la perra. Un momento después, sonó su móvil y ella salió de la cocina para atender la llamada.

El día anterior había oído sin querer cómo hablaba con un hombre que se llamaba Marc. Antes, había sido Brad. La misma April de siempre. Y ahí estaba el mismo Jack que se ponía duro cuando la tenía cerca. Quería hacer el amor con ella de nuevo. Quería derribar sus barreras y descubrir dónde residía su fuerza.

Tenía que marcharse para asistir a varias reuniones en Nueva York y quería pedirle que cuidara de Riley unos días mientras él no estaba. Confiaba en ella para cuidar a su hija. Pero no confiaba en ella para cuidar de sí mismo.


Alguien comenzó a aporrear la puerta principal justo cuando Dean bajaba de darse una ducha. Abrió y vio a Nita Garrison. Detrás de ella había un polvoriento sedán negro. Dean se volvió hacia la cocina.

– Blue, tienes visita.

Nita le golpeó la rodilla con el bastón, y él retrocedió por instinto, dejando suficiente espacio para que ella se colara. Blue salió de la cocina seguida por una estela de deliciosos olores.

– Oh, Dios mío, no -gimió Blue cuando vio a Nita.

– Te dejaste los zapatos en las escaleras -la acusó Nita-. Me tropecé con ellos y me caí. Tengo suerte de no haberme partido el cuello.

– No me dejé los zapatos en las escaleras y usted no se cayó. ¿Cómo vino hasta aquí?

– Con el loco de Chauncey Crole. Escupió por la ventana como siempre. -Olisqueó el aire-. Huele a pollo frito. Jamás me haces pollo frito.

– Eso es porque no encuentro veneno que añadirle.

Nita chasqueó la lengua y luego volvió a golpear la rodilla de Dean por reírse.

– Tengo que sentarme. Por culpa de esa caída tengo magulladuras por todo el cuerpo.

Riley salió de la cocina con Puffy trotando tras ella.

– Hola, señora Garrison. Hoy he estado practicando con el libro.

– Tráelo y déjame ver cómo lo haces. Pero antes, búscame una silla cómoda. Hoy tuve una terrible caída.

– Hay una en la sala. La acompañaré. -Riley la guió hasta allí.

Blue se pasó el dorso de la mano por una mancha de harina que tenía en la mejilla. Y sin ni siquiera preguntar a Dean dijo:

– Será mejor que le diga a April que saque otro cubierto.

– Esa mujer no va a cenar con nosotros -dijo él.

– Entonces busca la manera de deshacerte de ella. Créeme, te será imposible.

Dean la siguió a la cocina sin dejar de protestar, pero Blue no le hizo ni caso. Él miró al comedor y vio que habían puesto en la antigua mesa Duncan Phyfe unos mantelitos individuales con flecos, unos platos antiguos azules y blancos, un cuenco con piedras que Riley había recogido y un jarrón con flores. Lo único que faltaba para completar la estancia era los murales que Blue se negaba a pintar. April lo ignoró olímpicamente mientras llenaba los vasos con té helado. Intentó ayudar a Blue, pero al final estorbaba más que ayudaba y se apartó de su camino. Jack apareció con pinta de haberse dado una ducha fría. A Blue se le cayó la cuchara de madera.

– Dichosos los ojos que te ven, Blue -dijo Jack cogiendo una cerveza de la nevera.

– Esto…, hola. -Tiró un paquete de harina cuando se inclinó a ciegas para recoger la cuchara.

Dean cogió unas servilletas de papel.

– Tenemos compañía inesperada en la sala, Jack, así que tendrás que esfumarte. -Señaló a Blue con la cabeza-. Estoy seguro de que tu fan número uno te llevará la cena.

Jack siguió a April con la vista, pero ella pareció no darse cuenta.

– No puedo estar escondiéndome todo el tiempo -dijo-. Tu granja es propiedad privada. Aunque la gente sospeche que estoy aquí, no podrán entrar.

Pero Dean se había pasado veinte años evitando que nadie lo relacionara con Jack, y no quería que Nita Garrison le contara a todo el mundo que Jack estaba allí.

– Papá entró hoy en la cervecería -dijo Riley desde la puerta-. Llevaba ropa de trabajo y no se puso los pendientes, así que nadie lo reconoció.

– ¿Reconocer a quién? -Nita apareció detrás de ella-. ¿A ese jugador de fútbol americano? Todos saben que está aquí. -Vio a Jack-. ¿Y tú quien eres?

– Es mi padre -dijo Riley con rapidez-. Se llama… Weasley. Ron Weasley.

– ¿Qué hace aquí?

– Es… es el novio de April.

April parpadeó mientras señalaba hacia el comedor.

– Espero que nos acompañe a cenar.

Blue soltó un bufido.

– Como si no fuera ésa su intención.

– No me importaría cenar con vosotros. Dame el brazo, Riley, así no me volveré a caer.

– La señora Garrison piensa que Riley es estúpido -anunció Riley sin dirigirse a nadie en particular.

– No pienso que tú seas estúpida -dijo Nita-, sólo tu nombre, y eso no es culpa tuya, es culpa de él. -Dirigió una mirada acusadora a Jack.

– Fue idea de su madre -comentó él-. Yo quería llamarla Rachel.

– Jennifer hubiese sido mejor. -Nita empujó a Riley hacia el comedor.

Jack miró a Blue.

– ¿Quién demonios es ésa?

– Unos la llaman Satanás. Otros Belcebú. Tiene muchos nombres.

Dean sonrió.

– Es la patrona de Blue.

– Sí, mi patrona. -Blue apuñaló un pincho de la bandeja.

– Menuda suerte -dijo Jack.

Blue sacó una bandeja de espárragos asados del horno. Todos comenzaron a llevar platos a la mesa. Blue achicó los ojos cuando vio que Nita se había sentado en la cabecera de la mesa. Riley se sentó a su izquierda de inmediato. Dean dejó la panera sobre la mesa y se sentó con rapidez en la otra cabecera, tan lejos de la anciana como pudo. Jack colocó el puré de patata sobre la mesa con la misma rapidez y se apresuró a sentarse entre Riley y Dean. April y Blue se dieron cuenta a la vez de que sólo quedaban dos sillas vacías, una junto a Dean y otra junto a Nita. Las dos corrieron hacia la primera. April tenía ventaja, pero Blue jugó sucio y le dio un empujón. Cuando April perdió el equilibrio, Blue se sentó en la silla.

– Touchdown…

– Has hecho trampa -siseó April por lo bajo.

– Niñas… -dijo Jack.

April se sacudió el pelo y se dirigió hacia el último asiento libre junto a Nita que le estaba contando a Riley sobre lo criticona y mandona que era Blue. April se sentó. Y todos comenzaron a comer. Después de que April se llenara el plato, Dean se sorprendió al verla inclinar la cabeza sobre la comida durante unos momentos. ¿Cuándo había ocurrido eso? Nunca lo había hecho antes.