– Coge sólo un panecillo -le dijo Nita a Riley, cogiendo dos para sí misma-. Si tomas más volverás a engordar.
Blue abrió la boca para salir en defensa de Riley, pero Riley se defendió sola.
– Lo sé. Ya no tengo tanta hambre como antes.
Cuando Dean miró la mesa, vio una parodia de la típica familia americana. Era como una postal de Norman Rockwell. Una abuelita que no era abuelita. Unos padres que no lo eran. Blue, que no asumía ningún rol, salvo como admiradora de Mad Jack. Seguro que le servía a Jack el mejor trozo de pollo y se levantaba corriendo a traerle un tenedor limpio si se le caía por accidente. Dean recordó haberse sentado a las mesas de sus amigos cuando era niño, anhelando una familia propia. Debería haber tenido más cuidado con lo que deseaba.
Todos elogiaron la comida de Blue excepto Nita, que se quejó de que los espárragos necesitaban un poco más de mantequilla. El pollo estaba dorado y jugoso. El bacon salado y crujiente coronaba el puré de patatas que llevaba un aderezo picante. Blue no había quedado satisfecha con los panecillos, pero los demás no les había encontrado ninguna pega y los estaban devorando.
– La señora Garrison enseñaba bailes de salón-anunció Riley.
– Ya lo sabemos -dijeron Dean y Blue al unísono.
Nita observó a Jack.
– Me suenas de algo.
– ¿Yo? -Jack se limpió la boca con la servilleta.
– ¿Cómo era tu nombre?
– Ron Weasley -dijo Riley tomando un sorbo de leche.
Riley estaba aprendiendo buenas mañas, y Dean le guiñó el ojo. Esperaba que Nita no estuviera demasiado familiarizada con Harry Potter.
Creía que Nita seguiría con su interrogatorio, pero no lo hizo.
– Los hombros -dijo, y automáticamente Riley se irguió en la silla. Nita paseó la mirada de April a Dean-. Vosotros dos os parecéis mucho.
– ¿De veras? -April se sirvió otro espárrago asado.
– ¿Tenéis algún parentesco?
Dean se puso tenso, pero su hermanita se había nombrado a sí misma guardiana de los secretos familiares.
– La señora Garrison me ha estado dando clases de posturas -dijo-, ya sé caminar con un libro en la cabeza.
Nita señaló a Blue con el tercer panecillo que tomó de la panera.
– No es la única que necesita clase de posturas.
Blue la fulminó con la mirada y plantó los codos sobre la mesa.
Nita le dirigió una sonrisa triunfante.
– Pero qué chiquilla eres.
Dean sonrió. Blue estaba siendo muy infantil, pero se la veía tan bonita mientras lo hacía, con esa mancha de harina en la mejilla, el mechón de pelo cayéndole por el cuello y esa expresión testaruda. ¿Cómo una mujer tan dejada podía resultar tan atractiva?
Nita centró su atención en Dean.
– Los jugadores de fútbol americano ganan mucho dinero por no hacer nada.
– Bastante -dijo Dean.
Blue salió en su defensa.
– Dean trabaja muy duro en lo suyo. Ser quarterback requiere mucho esfuerzo físico. Y siempre es un desafío mental.
Riley respaldó a Blue de inmediato.
– Dean ha jugado la SuperBowl tres años consecutivos.
– Apuesto lo que quieras a que soy más rica que tú -dijo Nita.
– Tal vez. -Dean la miró por encima de una alita de pollo-. ¿A cuánto asciende su fortuna?
Nita soltó un bufido indignado.
– No pienso decírtelo.
Dean sonrió.
– Pues entonces no lo sabremos nunca.
Jack, que podía comprar y vender a los dos, soltó un bufido de diversión. La señora Garrison se metió un palillo entre los dientes y se dirigió a él.
– ¿Y tú a qué te dedicas?
– Ahora mismo estoy construyendo el porche de Dean.
– Ven a echarle un vistazo a las repisas de mis ventanas la semana que viene. La madera está podrida.
– Lo siento -dijo Jack impertérrito-. No me dedico a las ventanas.
April le sonrió, y Jack le devolvió la sonrisa. Entre ellos se estableció una corriente íntima que dejó fuera a todos los demás. Sólo duró un momento, pero fue algo que no se le escapó a nadie de la mesa.
19
Después de la cena, Nita anunció que esperaría en la sala a que Blue terminara de recoger la cocina y pudiera llevarla a casa. April se levantó de inmediato.
– Yo lo haré. Si quieres puedes irte ya, Blue.
Pero Dean no quería que Blue se marchara tan pronto. Hasta ese momento, esa pequeña cena familiar sólo había servido para recordarle cuánto añoraba tener una amiga durante el día y una amante por la noche. Necesitaba arreglar las cosas.
– Tengo que quemar la basura -dijo él-. ¿Puedes ayudarme antes de irte?
Riley se esmeró en fastidiarle el plan.
– Yo te ayudaré.
– No tan rápido. -April comenzó a recoger los platos-. Cuando dije que recogería la cocina, me refería a que todos ayudaríais excepto Blue.
– Espera un momento -dijo Jack-. Nosotros hemos trabajado en el porche todo el día. Nos merecemos un poco de descanso.
Venga ya, ¿Jack y él eran de repente un equipo? Ni en un millón de años. Dean cogió la fuente vacía del pollo.
– Vamos.
Riley se levantó de un salto.
– Yo puedo cargar el lavavajillas.
– Tú eliges la música -dijo April-. Y escoge algo que se pueda bailar.
Blue metió baza.
– Si va a haber música, no pienso perdérmelo. Así que también echaré una mano.
Riley acompañó a Nita a la sala mientras todos los demás se levantaban de la mesa. Regresó con el iPod y lo conectó en el altavoz de April.
– No quiero oír música hortera -dijo Jack-. Radiohead estará bien, o quizá Wilco.
April se acercó al fregadero.
– O Bon Jovi. -Jack la miró fijamente. Ella se encogió de hombros-. Me gusta, y no pienso disculparme.
– Yo confieso que me gusta Ricky Martin -dijo Blue.
Miraron a Dean, pero él se negó a participar en esas agradables confidencias familiares, así que Blue habló por él.
– Clay Airen, ¿no?
Nita, que no estaba dispuesta a quedarse al margen, arrastró los pies desde la sala.
– Siempre me ha gustado Bobby Vinton. Y Fabián. Es muy guapo. -Se sentó a la mesa de la cocina.
Riley se acercó hasta el lavavajillas abierto.
– A mí me va Patsy Cline… mi madre tenía todos sus discos…, pero los niños se burlaban de mí porque no la conocían.
– Tienes buen gusto -dijo Jack.
– ¿Y tú? -le preguntó April a Jack-. ¿A ti quién te gusta?
– Eso es fácil -se oyó decir Dean a sí mismo-. Le gustas tú, April. ¿No es cierto, Jack?
El silencio que invadió la cocina hizo que Dean se sintiera incómodo. Estaba acostumbrado a ser el alma de las veladas, no el aguafiestas.
– Perdonadnos -dijo Blue-. Dean y yo tenemos que ir a quemar la basura.
– Antes de que te vayas, señor Jugador de Fútbol Americano -dijo Nita-. Quiero saber exactamente cuáles son tus intenciones con respecto a mi Blue.
Blue gimió audiblemente.
– Por favor, que alguien me pegue un tiro.
– Señora Garrison, mi relación con Blue no le incumbe a nadie. -Sacó la basura de debajo del fregadero.
– Eso es lo que tú te crees -replicó ella.
April y Jack se detuvieron a observar, felices de que Nita se encargara de hacer el trabajo sucio. Dean empujó a Blue hacia la puerta lateral.
– Disculpadnos.
Pero Nita no pensaba dejarlo ir con tanta facilidad.
– Sé que ya no estáis comprometidos. Creo que jamás has tenido intención de casarte con ella. Sólo quieres llevártela al huerto. Los hombres son así, Riley. Todos.
– Sí, señora.
– No todos los hombres son así-le dijo Jack a su hija-. Pero la señora Garrison tiene parte de razón.
Dean utilizó la mano que tenía libre para agarrar a Blue por el brazo.
– Blue sabe cuidarse sola.
– Esa chica es un desastre andante -replicó Nita-. Alguien tiene que cuidar de ella.
Eso fue demasiado para Blue.
– A usted no le importo nada. Sólo quiere crear problemas.
– Eres una deslenguada.
– Seguimos comprometidos, señora Garrison -dijo Dean-. Vámonos, Blue.
Riley se interpuso en su camino.
– ¿Puedo ser dama de honor o algo así?
– No estamos comprometidos en serio. -Blue sintió el deber de decirle la verdad-. Lo único que quiere Dean es divertirse.
Ese falso compromiso era demasiado conveniente para dejar que ella lo echara a perder.
– Estamos comprometidos -dijo-. Lo único que ocurre es que Blue está enfadada conmigo.
Nita golpeó el suelo con el bastón.
– Ven conmigo a la sala, Riley. Lejos de ciertas personas. Te enseñaré unos ejercicios para fortalecer los músculos de las piernas y que puedas volver a clases de ballet.
– No quiero ir a clases de ballet -masculló Riley-. Lo que quiero es ir a clases de guitarra.
Jack dejó la cacerola que estaba secando.
– ¿Quieres tocar la guitarra?
– Mamá siempre decía que ella me enseñaría, pero jamás lo hizo.
– ¿No te enseñó siquiera algunos de los acordes básicos?
– No. No le gustaba que anduviera toqueteando sus guitarras.
La expresión de Jack se volvió sombría.
– Tengo una de las mías en la casita de invitados. Vamos a por ella.
– ¿De veras? ¿Me dejas tocar tu guitarra?
– Qué diantres, te regalo esa maldita cosa.
Riley lo miró como si le hubiera ofrecido una diadema de diamantes. Jack soltó el paño de secar los platos. Dean empujó a Blue afuera sin sentirse culpable de dejar a April sola con Nita y sus arrebatos.
– No estoy enfadada -dijo Blue mientras bajaban el porche lateral-. No deberías haber dicho eso. No está bien que dejes que Riley se haga ilusiones sobre ser dama de honor.
– Lo superará. -Le echó una mirada al bidón de gasolina donde quemaban la basura. Estaba lleno. Encendió una de las cerillas que April guardaba en una caja y la tiró dentro-. ¿Por qué no se largan todos? Jack no hace más que meter las narices en todos lados. April no se irá hasta que lo haga Riley. Y lo de esa vieja bruja ya es el colmo. ¡Quiero que se larguen todos de mi casa ya! Todos menos tú.
– Pero no es tan fácil, ¿verdad?
No, no era fácil. Mientras el fuego ardía, él se sentó en la hierba para observar las llamas. Esa semana había visto cómo crecía la confianza de Riley en sí misma. Su palidez había desaparecido, y las ropas que April le había comprado habían hecho el resto. También le gustaba trabajar en el porche, incluso aunque tuviera que hacerlo con Jack. Cada vez que clavaba un clavo sentía que imprimía su firma en esa vieja granja. Y no podía olvidarse de Blue.
Ella se movió a sus espaldas. Él recogió un trozo de plástico que había caído en la hierba y lo lanzó al fuego.
Blue observó cómo el trozo de plástico caía fuera del bidón, pero a Dean no pareció importarle haber errado el tiro. Su amenazante perfil estaba perfectamente silueteado contra la luz del crepúsculo. Se acercó para sentarse en la hierba a su lado. Tenía otro vendaje en la mano, éste en los nudillos. Se lo tocó.
– ¿Un accidente de trabajo?
Él apoyó el codo en la rodilla.
– También tengo un chichón del tamaño de un huevo en la cabeza.
– ¿Cómo van las cosas con tu compañero de trabajo?
– Él no habla conmigo, y yo no hablo con él.
Ella cruzó las piernas y miró al fuego.
– Al menos debería admitir lo que te ha hecho.
– Lo hizo. -Giró la cabeza hacia ella-. ¿Has tenido tú ese tipo de conversación con tu madre?
Ella arrancó una brizna de hierba.
– Las cosas son distintas con ella. -El fuego chisporroteó-. Mi madre es algo así como Jesús. ¿Habría tenido derecho la hija de Jesús a quejarse si él le hubiera arruinado la infancia porque estaba demasiado ocupado salvando almas?
– Tu madre no es Jesús, y si la gente tiene niños, debería estar con ellos para criarlos, o si no darlos en adopción.
Ella se preguntó si él tendría intención de criar a sus propios hijos, pero la idea de que él tuviera familia mientras ella andaba dando tumbos por el mundo la deprimía.
Él le deslizó un brazo alrededor de los hombros, pero ella no dijo nada. Las llamas brincaron más alto. A Blue se le calentó la sangre. Estaba harta de hacer siempre lo que fuera más conveniente. Por una vez en la vida, quería olvidarse de todo y dejarse llevar. La brisa de la noche le agitó el pelo. Se puso de rodillas y lo besó. Más tarde lo pondría en su lugar. Pero ahora, quería vivir el momento.
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