Apoyó la escalera de mano contra un lateral del porche para subir y comprobar el tejado. En esta ocasión no le dolió el hombro. A un mes de comenzar los entrenamientos, nunca había tenido en mente más que una relación a corto plazo. Y era lo mejor, ya que Blue era, fundamentalmente, una chica solitaria. Quería llevarla a montar a caballo la semana siguiente, pero ¿quién sabía si ella aún estaría por allí para entonces? Una noche treparía por el balcón y ya se habría ido.
Mientras se abrochaba el cinturón de herramientas para subir por la escalera de mano, tuvo clara una cosa. Puede que Blue le estuviera ofreciendo su cuerpo, pero se guardaba todo lo demás para ella, y eso no le gustaba nada.
Dos noches más tarde, Jack encontró a April bailando descalza al borde del estanque con el pelo recogido. Sólo la acompañaban el chirriar de los grillos y el susurro de los juncos. Agitaba los brazos en el aire y su pelo ondeaba como filamentos de oro alrededor de su cabeza, y sus caderas, esas caderas seductoras, enviaban un telegrama sexual: ven, nene…, dámelo todo, nene.
Toda la sangre se le concentró en la ingle. La ausencia de música la hacía parecer un hada: misteriosa, bella y algo chalada. April, con esa mirada de diosa y ese coqueto mohín…, era la chica que se había pasado los setenta sirviendo a los dioses del rock'n'roll. Él conocía ese baile mejor que nadie. Sus excesos, sus exigencias alocadas, sus desmanes sexuales habían sido un polvorín para un chico de veintitrés años. Un chico que él había dejado atrás hacía mucho tiempo. Ahora no podía imaginarla doblegando su voluntad a nadie que no fuera ella misma.
Mientas se mecía con ese ritmo imaginario, la luz que provenía de la puerta trasera de la casita de invitados iluminó brevemente el cable de los auriculares. No estaba imaginando la música después de todo. Estaba bailando al son de una canción de su iPod. No era más que una mujer de mediana edad echando una cana al aire. Pero saberlo no rompió el hechizo.
Sus caderas se contonearon una última vez. Su pelo brilló tenuemente antes de bajar los brazos y quitarse los auriculares. Él se volvió sigilosamente de vuelta al bosque.
21
Blue contempló el retrato acabado antes de salir de la casa. En él, Nita aparecía con un traje de noche azul claro de una exhibición de danza de los años cincuenta, y tenía el pelo recogido en un moño estilo años sesenta que dejaba a la vista unos pendientes de diamantes que Marshall le había regalado el día de su boda, en los setenta. Se veía delgada y encantadora. Tenía la piel perfecta y estaba maquillada sólo lo justo. Blue la había pintado posando en una majestuosa escalinata con Tango a sus pies. Nita había intentado que eliminara al perro del retrato.
– No es tan malo como esperaba -dijo Nita la primera vez que vio el retrato colgado sobre el empapelado dorado del vestíbulo.
Blue tomó eso como que le había encantado, y, a pesar de lo ostentoso que resultaba el cuadro, estaba muy orgullosa de lo bien que había captado la imagen que tenía Nita de sí misma: la mirada de gatita sexy en los ojos, la provocativa sonrisa de los labios rosados, y el toque perfecto de platino del peinado. Más de una vez había pillado a Nita estudiando el retrato en el pasillo, con una expresión de nostalgia en sus viejos ojos.
Ahora que Blue disponía de efectivo en la cartera no había ninguna razón para quedarse. Podía marcharse de Garrison cuando quisiera.
Nita apareció a sus espaldas y juntas partieron hacia la granja para la cena de los domingos. Dean y Riley hicieron hamburguesas en la parrilla y Blue se encargó del acompañamiento: frijoles con ensalada de sandía condimentada con menta y zumo de lima. No le había dado el primer bocado a la hamburguesa, cuando Dean empezó a incordiarla para que le hiciera los murales, acusándola de ingratitud, de cobardía artística, y alta traición; cosas fáciles de ignorar. Hasta que April metió baza.
– Sé lo mucho que amas esta casa, Blue. Me sorprende que no quieras dejar tu impronta en ella.
A Blue se le puso la piel de gallina, y mientras todos se dedicaban a tomar otra ración, ella supo que tenía que pintar los murales. No sólo para dejar su impronta en la casa como había dicho April, sino que también quería dejar su huella en Dean. Los murales durarían años. Cada vez que Dean entrara en esa habitación, él se vería forzado a recordarla. Podía olvidar el color de sus ojos, incluso su nombre, pero mientras esos murales estuvieran en las paredes, no podría olvidarla a ella. Blue empujó la comida a un lado del plato, se había quedado sin apetito.
– Vale, los haré.
A April se le cayó un trozo de sandía del tenedor.
– ¿De verdad? ¿No cambiarás de idea?
– No, pero recuerda que te lo advertí. Mis paisajes son…
– Mierdas sentimentaloides. -Apuntó Dean con una sonrisa-. Lo sabemos. Enhorabuena, campanilla.
Nita levantó la vista de sus frijoles. Para sorpresa de Blue no protestó.
– Con tal de que me hagas el desayuno, y vuelvas a tiempo de hacerme la cena, no me importa lo que hagas.
– Blue se quedará ahora en la caravana -dijo Dean sin tapujos-. Será lo más conveniente para ella.
– ¿No querrás decir que es más conveniente para ti? -replicó Nita-. Blue es tonta, pero no estúpida.
Blue podría habérselo rebatido. Pero no sólo era tonta, era completamente estúpida. Cuanto más tiempo permaneciera allí, mucho más le costaría luego marcharse. Lo sabía por experiencia, Bueno, tenía los ojos bien abiertos. Echaría muchísimo de menos a Dean cuando se fuera, pero se había pasado toda una vida diciéndole adiós a la gente que le importaba, así que ya debería estar acostumbrada.
– No hay motivos para que sigas viviendo en ese mausoleo -dijo Dean la noche siguiente cuando cenaban en el Barn Grill-. No cuando vas a trabajar todos los días en la granja. Sé cuánto te gusta dormir en la caravana. Incluso te instalaré un retrete portátil de Porta Potti para ti sola.
Ella quería quedarse en la granja. Quería escuchar el débil repiqueteo de la lluvia de verano sobre el techo de la caravana mientras se quedaba dormida, hundir los pies descalzos en la hierba mojada cuando saliera por la mañana, dormir toda la noche acurrucada junto a Dean. Quería todo aquello que sabía que la torturaría cuando se marchara de allí.
Blue dejó la jarra de cerveza sobre la mesa sin haber bebido ni un solo sorbo.
– De ninguna manera pienso renunciar a que mi Romeo trepe por el balcón todas las noches en busca de su golosina preferida.
– Cualquier día me partiré la cabeza por catar esa golosina.
Eso no ocurriría. Sin que Romeo lo supiera, Julieta había contratado a Chauncey Crole, que era el hombre para todo del pueblo, para reforzar la barandilla de hierro.
Syl apareció de pronto en la mesa. Una vez más quería conocer los progresos de Blue para convencer a Nita de que accediera al plan de mejora del pueblo. Por enésima vez, Blue intentó convencerla de lo inútil de esa tarea.
– Si yo digo blanco, ella dice negro. Cada vez que intento hablar con ella del tema, empeoro las cosas.
Syl le birló a Blue una patata frita y comenzó a mover el pie al ritmo de la canción «Honky Tonk Badonkadonk» de Trace Adkins.
– Tienes que adoptar una actitud más positiva, Blue. Díselo, Dean. Dile que nadie consigue nada sin una actitud positiva.
Dean le dirigió a Blue una mirada larga y penetrante.
– Syl tiene razón, Blue. Una actitud positiva es la clave del éxito.
Blue pensó en los murales. Pintarlos sería como mudar de piel, pero no de una manera natural como cuando uno se quema por el sol, sino de una manera dolorosa, como si la piel estuviera en carne viva.
– No puedes darte por vencida -dijo Syl-. No cuando todo el pueblo depende de ti. Eres nuestra última esperanza.
Cuando Syl se marchó, Dean pasó un trozo de perca asada al plato de Blue.
– Las buenas noticias son que la gente está tan ocupada dándote la lata que han dejado de prestarme atención a mí -dijo él-. Ahora ya puedo comer tranquilo.
No mucho después, Karen Ann arrinconó a Blue en el aseo de señoras. En el Barn Grill ya no le servían alcohol, pero eso no había mejorado su carácter.
– No sé si lo sabes Blue, pero Mister Perfecto se está tirando a todo el pueblo a tus espaldas.
– Ya lo sabía. De lo que no estoy tan segura es de si sabes que yo también me estoy tirando a Ronnie a tus espaldas.
– Gilipollas.
– Deberías intentar centrarte, Karen Ann. -Blue arrancó una toalla de papel del dispensador-. Tu hermana fue quien te robó el Trans Am., no yo. Yo soy la que te pateó el culo, ¿recuerdas?
– Sólo porque estaba borracha. -Se apoyó una mano en la cadera huesuda-. ¿Obligarás a esa vieja bruja a abrir el pueblo, sí o no? Ronnie y yo queremos poner una tienda de cebos.
– No puedo hacer nada. ¡Nita me odia!
– ¿Y qué más da? Yo también te odio. Pero eso no quiere decir que debas hundirte en la miseria y dejarnos en la estacada.
Blue soltó la toalla de papel mojada en las manos de Karen Ann y regresó a la mesa.
El último día de junio, Blue cargó sus utensilios de pintura en el asiento de atrás del Vanquish de Dean, lo sacó del garaje de Nita, y enfiló hacia la granja. En lugar de abandonar Garrison, iba a comenzar a trabajar en los murales del comedor. Se había puesto tan nerviosa que no pudo desayunar y llevó todas las cosas adentro con el estómago revuelto. Simplemente con mirar las paredes en blanco, sentía que las manos se le ponían húmedas y pegajosas.
Todos excepto Dean asomaron la cabeza por allí mientras hacía los preparativos. Incluso apareció Jack. Blue lo había visto media docena de veces en las últimas semanas, pero aún se tropezaba con la escalera de mano cuando él andaba cerca.
– Lo siento -dijo él-. Creí que me habías oído llegar.
Ella suspiró.
– No habría servido de nada. Nunca dejaré de ponerme en ridículo en tu presencia.
Él sonrió ampliamente y la abrazó.
– Genial -masculló Blue-. Ahora no podré lavar esta camiseta en lo que me queda de vida, y era mi favorita.
Cuando él se marchó, ella pegó algunos bocetos en las paredes para poder mirarlos mientras trabajaba. Con un carboncillo, comenzó a esbozar los contornos por las paredes: las colinas y el bosque, el estanque, un pasto recién segado. Cuando estaba delineando la cerca, oyó que se detenía un coche en el camino de entrada y echó un vistazo por la puerta.
– Dios Bendito.
Salió al porche y observó cómo Nita salía del Corvette rojo. April había debido de oír también el coche, porque apareció por detrás de Blue y soltó un taco.
– ¿Qué está haciendo? -le gritó Blue-. Creía que usted no podía conducir.
– Por supuesto que puedo conducir -le espetó Nita-. ¿Para qué querría un coche si no puedo conducirlo? -Señaló con el bastón hacia el sendero adoquinado-. ¿Qué tiene de malo el cemento? Cualquiera puede partirse la cabeza. ¿Dónde está Riley? Debería estar aquí ayudándome.
– Aquí estoy, señora Garrison. -Riley se acercó corriendo. Por una vez no llevaba la guitarra a cuestas-. Blue no me dijo que iba a venir.
– Blue no lo sabe todo. Sólo cree que lo sabe.
– Estoy maldita-masculló Blue-. ¿Qué he hecho para merecer esto?
Riley ayudó a Nita a entrar en la casa y la condujo directamente a la mesa de la cocina.
– Me he traído el almuerzo. -Nita sacó el sandwich que Blue le había metido en una bolsa antes de salir-. No quiero ser una molestia.
– Usted no es una molestia -dijo Riley-. Cuando acabe de comer, le leeré el horóscopo y le tocaré la guitarra.
– Necesitas practicar ballet.
– Lo haré. Después de tocar la guitarra.
Nita soltó un carraspeo.
Blue apretó los dientes.
– ¿Qué está haciendo aquí?
– Riley, ¿podrías mirar si tenéis mayonesa de Miracle Whip? Como a Blue no le gusta esa marca, se cree que no le gusta a nadie más. Así es Blue. -Riley fue a la nevera a por un bote. Nita se lo quitó de las manos y le pidió a April un té helado-. Nada de esas cosas instantáneas. Y con mucho azúcar. -Le ofreció a Riley la mitad de su sandwich.
– No gracias. A mí tampoco me gusta esa mayonesa.
– Tienes que acostumbrarte a comer de todo.
– April dice que no se deben comer cosas que no te gustan.
– Eso valdrá para ella, pero no para ti. Sólo porque estuvieras algo gorda no significa que debas convertirte en una anoréxica.
– Olvídelo, señora Garrison -dijo April con firmeza-. Riley no se está convirtiendo en una anoréxica. Sólo presta más atención a lo que come.
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