Nita carraspeó de nuevo, pero si se trataba de April, sabía cuándo no discutir.

Blue regresó al comedor con la fuerte sensación de que ése no sería el único día que Nita se pasaría por allí.


Más tarde llegó Dean, sucio y sudoroso, de trabajar en el porche. Blue decidió que había una gran diferencia entre un hombre sudoroso que no se duchaba con regularidad y otro que se había duchado esa misma mañana. El primero era repulsivo, el segundo no. No es que quisiera precisamente acurrucarse contra su pecho húmedo, pero tampoco le desagradaba la idea.

– Tu sombra está echándose un sueñecito en la sala -le dijo Dean, ignorante del efecto que él y su camiseta húmeda tenían sobre ella-. Esa mujer tiene más agallas que tú.

– Por eso nos llevamos tan condenadamente bien.

El examinó los bocetos que Blue había pegado en la puerta y en los marcos de las ventanas, luego centró la atención en la enorme pared, donde ella había empezado a trabajar en el cielo.

– Éste es un proyecto muy grande. ¿Cómo sabes por dónde empezar?

– De arriba abajo, de claro a oscuro, desde el fondo al primer plano, de las pinceladas más finas a las más gruesas. -Se bajó de la escalera de mano-. El hecho de que conozca la técnica no quiere decir que no vayas a lamentar haberme forzado a realizar este trabajo. Mis paisajes son…

– Mierda sentimentaloide. Ya lo sé. Me gustaría que dejaras de preocuparte. -Le pasó el rollo de cinta adhesiva que ella había dejado caer y estudió las latas de pintura-. Veo que son pinturas de látex.

– También trabajo con esmalte y óleo porque se secan más rápido, y las utilizo directamente del bote si quiero un color más intenso.

– Y la arena para gatos que saqué del coche…

– Es la mejor manera de eliminar la trementina con que limpio mis pinceles. La absorbe y luego puedo…

Riley entró a tropel en la habitación con la guitarra a cuestas.

– ¡La señora Garrison me acaba de decir que su cumpleaños es dentro de dos semanas! Y nunca ha tenido una fiesta de cumpleaños. Marshall sólo le regalaba joyas. Dean, ¿podríamos hacerle aquí una fiesta sorpresa? Por favor, Blue. Podrías hacer un pastel y algunos perritos calientes y cosas así.

– ¡No!

– ¡No!

Riley frunció el ceño con gesto de disgusto.

– ¿No creéis que os estáis pasando?

– Sí -dijo Dean-. Y no me importa. No voy a organizar una fiesta para ella.

– Hazlo tú, Blue -dijo Riley-. En su casa.

– No creo que me lo agradeciera. El agradecimiento no forma parte de su vocabulario. -Blue cogió la taza de plástico donde había echado la pintura y se subió a la escalera de mano.

– Puede que si todo el mundo dejase de ser tan borde con ella todo el rato, ella dejaría de serlo también. -Riley se fue enfadada.

Blue la siguió con la mirada.

– Nuestra niñita comienza a actuar como una niña normal y corriente.

– Lo sé. ¿A que es genial?

Era más que genial.

Dean finalmente se marchó para mirar algunos caballos. Blue cogió un poco de pintura blanca con el pincel, y Riley volvió a la carga sin soltar la guitarra.

– Apuesto lo que quieras a que nadie le manda siquiera una tarjeta de cumpleaños.

– Yo le mandaré una. Incluso le haré un pastel. Le daré una fiesta a la que sólo asistamos nosotras.

– Sería mejor si viniera más gente.

Cuando Riley regresó con Nita, a Blue se le ocurrió una idea interesante, y como era mucho mejor pensar en ello que en lo que estaba tomando forma en las paredes, consideró la idea un buen rato y, finalmente, llamó a Syl a la tienda de segunda mano.

– ¿ Quieres que el pueblo le dé a Nita una fiesta sorpresa de cumpleaños? -exclamó Syl después de que Blue le explicara su idea-. ¿Y dentro de dos semanas?

– Que sea dentro de dos semanas es el menor de nuestros problemas. Obligar a la gente a que asista es el verdadero reto.

– ¿De veras crees que si le damos una fiesta se ablandará lo suficiente como para apoyar el plan del pueblo?

– Probablemente no -dijo Blue-. Pero a nadie se le ha ocurrido nada mejor, y a veces ocurren milagros, así que creo que debemos intentarlo.

– No sé. Deja que lo consulte con Penny y Mónica.

Media hora después, Syl volvió a llamarla.

– Lo haremos -dijo con una falta total de entusiasmo-. Pero tienes que asegurarte de que ella esté allí. Si Nita se huele algo y se niega a aparecer, habremos perdido el tiempo.

– Estará allí aunque tenga que dispararle y llevarla a rastras.

Tras media docena más de interrupciones, entre ellas varias de Nita, Blue cubrió las dos puertas que daban al comedor con el plástico que habían usado los trabajadores. Cuando lo había asegurado, añadió unos carteles donde se podía leer «NO ENTRAR. PELIGRO DE MUERTE». Ya estaba lo suficientemente nerviosa sin tenerlos a todos mirando por encima del hombro.

Al final del día, había hecho jurar a todos los miembros de la casa por sus iPods, guitarras, Tango, Puffy y cierto par de botas de Dolce & Gabbana que se mantendrían alejados del comedor hasta que los murales estuvieran listos.

Por la noche, se acercó al dormitorio de Nita cuando la anciana estaba quitándose la peluca, revelando su pelo corto y cano.

– Hoy he tenido una interesante llamada telefónica -dijo Blue mientras se sentaba en el borde de la cama-. No iba a decirle nada, pero acabará enterándose de todas formas y luego me echará la bronca por no habérselo contando.

Nita se cepilló el pelo. No se había anudado el kimono y Blue vio que llevaba puesto su camisón favorito de raso rojo.

– ¿Qué tipo de llamada telefónica?

Blue alzó las manos.

– Un montón de idiotas pensaban darle una fiesta sorpresa por su cumpleaños. Pero no se preocupe. Les dije que no se molestaran. -Cogió el ejemplar de la revista Stars que había a los pies de la cama y fingió mirarla-. Supongo que algunos de los jóvenes del pueblo se enteraron de lo mal que la habían tratado en el pasado y querían compensarlo…, como si pudieran hacerlo…, con una fiesta en el parque, un pastel grande, globos y algunos discursos estúpidos de personas que odia. Por supuesto, lo dejé bien claro. Nada de fiestas.

Por una vez, Nita pareció quedarse muda. Blue siguió ojeando las páginas con fingida inocencia. Nita dejó el cepillo sobre el tocador y se ató con rudeza la faja del kimono.

– Podría ser interesante.

Blue ocultó una sonrisa.

– Sería un rollo. No se preocupe, ya me encargaré de que no la hagan. -Fingió que leía la revista-. Sólo porque al fin se hayan dado cuenta de lo mal que se portaron con usted no quiere decir que no pueda seguir ignorándolos.

– Creía que tú estabas de su lado -replicó Nita-. Siempre me andas recriminando sobre lo mucho que perjudico a la gente. Se supone que debería dejarlos abrir esas tiendas en las que nadie comprará nada. O poner un Bed & Breadfast que jamás hospedará a nadie.

– No son malos negocios, pero está claro que, usted es demasiado vieja para comprender la economía moderna.

Nita chasqueó la lengua y luego cargó contra Blue.

– Vuelve a llamarles ahora mismo para decirles que hagan la fiesta. ¡Cuánto más grande mejor! Me la merezco, y ya es hora de que se hayan dado cuenta.

– No puedo hacer eso ahora. Se supone que es una fiesta sorpresa.

– ¿Crees que no puedo fingir que estoy sorprendida?

Blue se pasó un buen rato discutiendo, y cuanto más discutía, más se obcecaba Nita. Eso sí que podía considerarse un trabajo bien hecho.

Los murales, sin embargo, eran otra historia. Cada día que pasaba, Blue se desviaba más de lo que había dibujado en los bocetos hasta que finalmente los arrancó de las paredes.

A Dean se le ocurrió celebrar el Cuatro de Julio haciendo una excursión a pie por las Smokies con Blue. Con sus largas piernas y su ritmo incansable, tuvo que detenerse en varias ocasiones para esperarla, pero no intentó apresurarla en ningún momento. Incluso le aseguró que le gustaba ir a paso lento porque así no sudaba y no se le estropeaba la gomina. Blue no veía ni una sola gota de gomina en ese pelo dorado, pero él estaba siendo demasiado amable con ella para señalárselo. Odiaba cuando se hacía el simpático, así que cuando pararon a almorzar, intentó buscar bronca. Dean la empujó sin motivo aparente hacia un área sombreada cerca de una cascada y la besó hasta que ella estuvo demasiado jadeante para pensar con coherencia. A partir de ahí, él tomó ventaja.

– Tú -dijo él con brusquedad-. Contra el árbol.

Los cristales plateados del último y carísimo par de gafas de sol de Dean le devolvieron su imagen, pero la deliciosa amenaza que veía en su boca la hizo temblar.

– ¿Qué quieres decir?

– Me ha presionado demasiado, señora. Es hora de jugar al juego pervertido de Prison Break.

Ella se humedeció los labios.

– Eso… eh… suena aterrador.

– Oh, y lo es. Por lo menos para ti. Si intentas huir lo lamentarás. Ahora date la vuelta y ponte de cara al árbol.

Blue sintió la tentación de huir para ponerlo a prueba, pero la idea del árbol era demasiado excitante. Desde el principio habían estado jugando a distintos juegos de dominación y sumisión. Mantenía la perspectiva de las cosas, justo como ella quería.

– ¿Qué árbol?

– Elige la prisionera. Será tu última elección antes de que yo tome el mando.

Ella se demoró demasiado admirando los músculos que se marcaban bajo la camiseta de Dean. Él se cruzó de brazos.

– No me hagas tener que repetírtelo.

– Quiero llamar a mi abogado.

– Aquí no existe más ley que la mía.

Él aún podía sorprenderla. Estaba sola con más de ochenta kilos de macho dominante, y jamás se había sentido más segura o más excitada.

– No me hagas daño.

Dean se quitó las gafas de sol y las cerró lentamente.

– Eso dependerá de lo buena que seas cumpliendo órdenes.

Con las rodillas temblorosas por la excitación, Blue se acercó hacia un arce rojo rodeado por una alfombra de musgo. Ni siquiera las salpicaduras de agua de la cascada cercana apagaban su ardor. Cuando acabaran, tendría que recompensarlo del mismo modo, pero por ahora, simplemente se limitaría a disfrutar.

Él lanzó a un lado las gafas de sol y la agarró por el codo para dejarla de cara al árbol.

– Pon las manos en el tronco y no las muevas a menos que yo te lo diga.

Blue extendió los brazos sobre su cabeza con lentitud. El áspero roce de la corteza contra su piel aumentó la sensación erótica de peligro.

– Eh… ¿de qué va todo esto, señor?

– De la reciente fuga en la prisión de máxima seguridad de mujeres al otro lado de las montañas.

– Ah, eso. -¿Cómo podía un famoso deportista tener tanta imaginación?-. Pero yo no soy más que una excursionista inocente.

– Entonces no le importará si la registro.

– Bueno, pero sólo para probar mi inocencia.

– Una chica sensata. Ahora separe las piernas.

Ella abrió lentamente sus piernas desnudas. Él se arrodilló detrás de ella y se las acabó de separar con brusquedad. La barba de tres días de Dean rozó el interior del muslo de Blue mientras le bajaba los calcetines y le rodeaba los tobillos con los dedos. Le masajeó con el pulgar el hueco justo debajo del hueso del tobillo, despertando una zona erógena que ella ni siquiera sabía que existía. Él se tomó su tiempo para recorrerle las piernas desnudas con las manos. A Blue se le puso la piel de gallina. Esperaba que llegara al dobladillo de los pantalones cortos, pero se sintió frustrada cuando lo bordeó para levantar la parte trasera de la camiseta.

– Un tatuaje de prisión -gruñó él-. Tal como sospechaba.

– Bebí demasiado en una excursión del colegio, y cuando me desperté…

Los dedos de Dean se detuvieron en la suave curva de la espalda, justo encima de la cinturilla de los pantalones cortos.

– Ahórrese saliva. Sabe qué significa esto, ¿no?

– ¿Que no podré ir a más excursiones del colegio?

– No. Tengo que cachearla sin ropa.

– Oh, por favor, eso no.

– No se resista o tendré que ponerme duro. -Le deslizó las manos debajo de la camiseta, le levantó el sujetador, y arrastró los pulgares por los pezones de Blue. Ella gimió y dejó caer los brazos.

Dean le pellizcó los pezones.

– ¿Acaso he dicho que pueda moverse?

– Lo siento. -Si continuaba así iba a morir de éxtasis. De alguna manera consiguió levantar los brazos, que parecían de goma, hasta la posición anterior. Él le abrió la cremallera y le bajó los pantalones cortos y las bragas hasta los tobillos. El aire fresco le rozó la piel desnuda. Apretó la cara contra el duro tronco del árbol mientras le tocaba el trasero, amasándolo, rozando la hendidura de sus nalgas con los pulgares, como probando hasta dónde le dejaría ella llevar ese juego taimado.