Ella se quedó tan aturdida que no pudo más que clavar los ojos en él. Jack le puso la manta en las manos, la besó suavemente en la mejilla, y la dejó sola.
A las siete de la mañana siguiente, Dean llegó al porche trasero de la casa de Nita. Odiaba saber que había lastimado a Blue el día anterior. La única razón de que la hubiera mantenido al margen era que no quería contestar a las preguntas que sus amigos le harían. ¿Cómo podía explicarles quién era ella cuando ni él mismo se aclaraba? Sabía cómo manejar a las mujeres como amante o como amigo, pero no como ambas cosas a la vez.
Una paloma sobrevoló el tejado de Nita cuando llegó a la puerta trasera. Entró sin llamar. Nita estaba sentada a la mesa de la cocina con una enorme peluca rubia y una bata con flores de muchos colores.
– Voy a llamar a la policía -dijo ella, más molesta que enfadada-. Te arrestarán por allanamiento de morada.
Él se acuclilló para rascar detrás de las orejas a un Tango semidormido.
– ¿Puedo tomar antes un café?
– Son apenas las siete. Deberías haber llamado.
– No estaba de humor para hacerlo. Es lo mismo que cuando usted se presenta en mi casa sin molestarse en llamar.
– Mentiroso. Siempre llamo. Y Blue aún está durmiendo, así que vete y no la molestes.
Él llenó dos tazas con el café cargado de Nita.
– ¿Qué hace en la cama tan tarde?
– Eso no te incumbe. -Finalmente la indignación de Nita burbujeó hacia la superficie, y lo apuntó con el dedo índice como si fuera una pistola.
– Le has roto el corazón. Y ni siquiera te importa.
– Blue está enfadada, no dolida. -Miró a Tango-. Déjenos solos un rato.
La silla chirrió cuando ella se levantó bruscamente de la mesa.
– Un consejo señor Casanova. Si yo fuera tú, le echaría un vistazo a lo que ella oculta bajo el lavabo del baño.
Ignorándola, se dirigió arriba.
A Blue no le sorprendió oír a Dean hablando con Nita en la planta de abajo. Los rayos de sol entraban por las puertas del balcón mientras terminaba de subirse los vaqueros. No hubiera podido soportar que entrara por el balcón la noche anterior, así que había pasado la noche en el dormitorio que había junto al de Nita. Ahora él intentaría engatusarla para congraciarse con ella. Vaya suerte la suya.
Al sentarse en la cama para ponerse las sandalias, él apareció por la puerta. Rubio, macizo e irresistible. Blue tiró con brusquedad de la correa de la sandalia.
– Tengo que hacer un montón de cosas antes de la fiesta de mañana para Nita, y no quiero discutir ahora.
Él dejó la taza de café en la mesilla de noche.
– Sé que estás cabreada.
Estar cabreada sólo era la punta del iceberg, luego estaba ese otro asunto que era un secreto.
– Más tarde, Deanna. Los hombres de pelo en pecho evitan este tipo de discusiones.
– Déjate de tonterías. -Como siempre, la voz del quarterback que llevaba dentro la tomó por sorpresa-. Lo de ayer no fue nada personal. No de la manera que crees.
– Te aseguro que lo sentí como algo muy personal.
– Crees que me avergonzaba presentarte a mis amigos por esas ropas que llevas y tu aspecto descuidado, pero nada más lejos de la verdad.
Ella se puso de pie con rapidez.
– No malgastes saliva. No soy el tipo de mujer con el que tus amigos esperan ver a Malibú Dean, y no querías ponerlos a prueba.
– ¿Realmente piensas que soy así de mezquino?
– No. Creo que te comportaste como un caballero, tratando de no ponerme en evidencia presentándome como si fuera sólo una amiga con derecho a roce.
– Eres más que una amiga, Blue. Eres uno de mis mejores amigos.
– ¿Y eso qué significa? ¿Que soy tu coleguita o… un amiguete?
Él se pasó la mano por el pelo.
– No tenía intención de lastimarte. Sólo quiero que lo que hay entre nosotros siga manteniéndose en privado.
– Como todas las demás cosas de tu vida que quieres mantener en privado. ¿No te pierdes con tanto secretismo?
– No tienes ni idea de lo que significa ser un personaje público -replicó él-. Tengo que ser precavido.
Ella cogió la taza de café y agarró con rapidez el bolso de los pies de la cama.
– Lo que quiere decir que me he convertido en otro de tus sucios secretitos.
– Ése es un golpe bajo.
Ella no podía continuar con aquella discusión, no cuando tenía su propio secreto que ocultar.
– Te lo voy a poner bien fácil. Hoy es viernes. Mañana es la fiesta de Nita. Tengo que resolver unas cosas el domingo, pero a primera hora del lunes pondré rumbo a lo desconocido.
La expresión de Dean se volvió furiosa.
– No digas gilipolleces.
– ¿Por qué? ¿Por qué lo dejo yo y no tú? -Todas las emociones que ella no quería sentir (tristeza, miedo, dolor), la invadieron de golpe, pero las contuvo a fuerza de voluntad-. La vida es corta, Boo. Ya tengo un coche de alquiler, y compré un mapa de carreteras nuevecito. Ha sido un placer estar contigo, pero ya es hora de que siga mi camino.
Ella se estaba comportando de una manera irracional, y cerró los puños.
– Por lo que se ve, necesitas tiempo para madurar. -Sus palabras fueron tan frías que ella medio esperaba ver una nubecilla de vapor saliendo de su boca-. Hablaremos de esto mañana en la fiesta de Nita. Tal vez entonces puedas pensar como un ser humano racional. -Salió a grandes zancadas de la habitación.
Ella se recostó en la cama, deseando tontamente que él la hubiera tomado entre sus brazos para pedirle perdón. Esperaba como mínimo que le hubiera dicho algo sobre los murales antes de comenzar el asalto. Ya los habría visto a esas alturas. El día anterior, había recibido un sobre en el buzón de Nita con un cheque de April. Eso era todo. Ninguna nota personal. April y Dean tenían un gusto impecable. Estaba claro que odiaban los murales. Había sabido que lo harían. Pero, a pesar de todo, había esperado que no lo hicieran.
Dean recorrió la alfombra rosa del pasillo. Si se concentraba en retorcerle el cuello a Blue, no tendría que pensar en que se había comportado como un imbécil. Odiaba saber que la había lastimado. Blue creía de verdad que a él le avergonzaba presentarla a sus amigos, pero no era vergüenza lo que sentía. Si esos tíos se hubieran molestado en hablar con ella en vez de tratarla como a una criada, se habrían enamorado de Blue al instante. Pero Dean no quería que nadie -en especial sus compañeros de equipo- vieran algo personal en la relación que mantenía con Blue cuando todavía era algo muy reciente. Caramba, ni siquiera hacía dos meses que la conocía.
Y ahora ella pensaba dejarle. Debería haber comprendido desde el principio que no podía contar con ella. Pero después de cómo la había tratado ayer, tampoco podía culparla.
Al bajar las escaleras recordó algo que le había dicho Nita. A la anciana le encantaba meter cizaña, pero también era cierto que se preocupaba por Blue a su retorcida manera. Se dio la vuelta y volvió arriba.
El baño de Blue tenía las paredes rosas, toallas del mismo color y una cortina de ducha estampada con botellas de champán. Una toalla, húmeda de la ducha, colgaba torcida del toallero. Él se inclinó frente al lavabo, abrió la puerta del mueble, y clavó los ojos en la cajita que tenía delante.
Oyó unos pasos apresurados a sus espaldas.
– ¿Qué estás haciendo? -dijo ella sin aliento.
Cuando la mente de Dean registró lo que veía, se le subió la sangre a la cabeza. Cogió la caja y de alguna manera logró ponerse de pie.
– ¡Deja eso! -gritó ella.
– Me dijiste que tomabas la píldora.
– Y la tomo.
Además, también habían usado condones. Con excepción de un par de veces…, la miró. Ella estaba paralizada, con los ojos muy abiertos y la piel pálida. Él sostuvo en alto el kit de la prueba del embarazo.
– Supongo que esto no pertenece a Nita.
Ella intentó dirigirle una mirada obstinada, pero no pudo. Las pestañas le rozaron las mejillas cuando bajó la mirada.
– Hace unas semanas, después de tomar esos camarones en mal estado en Josie's, vomité la píldora. En aquel momento no me di cuenta.
Un tren de alta velocidad se acercaba para arrollarlo.
– ¿Me estás diciendo que vomitar la píldora puede hacer que te quedes embarazada?
– Es posible, supongo. Tenía que haber tenido la regla la semana pasada, y no sabía por qué no me venía. Luego recordé lo sucedido con la píldora.
Él giró la caja entre las manos. El pitido del tren le taladraba la cabeza.
– No la has abierto.
– Mañana. Después de la fiesta de Nita.
– No. Ni hablar. -La hizo entrar en el cuarto de baño y cerró la puerta con la palma de la mano. Sintió que se le entumecían los dedos-. Lo harás hoy. Ahora mismo. -Desgarró el celofán de la cajita.
Blue lo conocía al dedillo, y sabía que ésa era una pelea que no iba a ganar.
– Espera en el pasillo -dijo ella.
– Ni de coña. -Abrió la cajita de un tirón.
– Acabo de hacer pis.
– Pues vuelve a hacerlo. -Sus manos, normalmente tan ágiles, le temblaron cuando intentó desdoblar el prospecto.
– Date la vuelta -dijo ella.
– Déjalo ya, Blue. Acabemos con esto de una vez.
En silencio, ella tomó la cajita. Él permaneció allí, observándola. Esperando. Al final, Blue consiguió acabar el trabajo.
El prospecto decía que debían esperar tres minutos. El controló el tiempo en el Rolex. Tenía tres esferas, una de ellas era un tacometro, pero a él lo único que le interesaba era el lento recorrido del segundero. Mientras pasaba el tiempo, una docena de pensamientos a los que no podía dar nombre -a los que no quería dar nombre-, cruzaron por su cabeza.
– ¿No ha pasado ya el tiempo? -dijo ella finalmente.
El estaba sudando. Parpadeó y asintió.
– Mira tú -susurró ella.
Él cogió la varilla con las manos húmedas y pegajosas, y la estudió. Al final levantó la mirada y buscó la de ella.
– No estás embarazada.
Ella asintió, indiferente.
– Vale. Ahora vete.
Dean dio vueltas en la camioneta durante un par de horas y acabó en una carretera secundaria. Detuvo el vehículo en el arcén y se bajó. No eran ni las diez y ya se preveía que sería un día abrasador. Oyó el sonido del agua y lo siguió hasta el bosque, donde llegó hasta un riachuelo. En la orilla había una lata de aceite oxidada junto a unas llantas viejas, los muelles de un colchón, unos conos de señalización y más trastos abandonados. No estaba bien que la gente tirara tanta mierda.
Se puso manos a la obra y comenzó a sacar la basura del agua. Poco después tenía las deportivas empapadas y estaba cubierto de lodo y grasa. Resbaló en unas rocas llenas de musgo y se mojó los pantalones cortos, pero el agua fría le sentó bien. Le habría gustado que hubiera más basura que recoger así podría pasarse allí todo el día, pero en poco tiempo el riachuelo estaba limpio.
Su mundo se desmoronaba. Cuando subió a la camioneta, casi no podía respirar. Daría una caminata al llegar a la granja para aclarar las ideas. Pero no fue eso lo que hizo. Sin querer, se encontró recorriendo la estrecha senda que llevaba a la casita de invitados.
El sonido de la guitarra llegó a él cuando salió de la camioneta. Jack estaba sentado en el porche en una silla de la cocina, tenía los tobillos desnudos cruzados sobre la barandilla, y la guitarra contra el pecho. Tenía barba de tres días, una camiseta de Virgin Records, y unos pantalones cortos de deporte de color negro. Los calcetines enlodados de Dean colgaban alrededor de sus tobillos y las deportivas rechinaban cuando se acercó al porche. Una cautela familiar asomó a los ojos de Jack, pero siguió tocando.
– Parece que has perdido un concurso de lucha de cerdos.
– ¿ Hay alguien más por aquí?
Jack rasgueó un par de acordes.
– Riley está montando en bicicleta, April salió a correr. Creo que estarán pronto de vuelta.
Dean no estaba allí por ellas. Se detuvo al pie de los escalones.
– Blue y yo no estamos comprometidos. La recogí en las afueras de Denver hace un par de meses.
– Me lo dijo April. Es una pena. Me gusta esa chica. Me hace reír.
Dean se frotó los pegotes de barro que tenía entre los nudillos.
– Fui a ver a Blue esta mañana. Hace un par de horas. -Ahora notaba el estómago revuelto, e intentó respirar profundamente-. Ella creía que podía estar embarazada.
Jack levantó la cabeza y dejó de tocar.
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