Tres días antes había descubierto que sus dos cuentas bancarias, una de ahorros y otra corriente-, que sumaban un saldo de ocho mil dólares, estaban vacías. Y para colmo, Monty le había mangado los doscientos dólares que tenía para emergencias. Todo lo que le quedaba en la cartera eran dieciocho dólares. Ni siquiera tenía tarjeta de crédito -una enorme equivocación por su parte-. Se había pasado toda su vida adulta procurando no quedarse nunca en la estacada para acabar así.

– ¿Qué hacías en Rawlins Creek? -preguntó en tono casual, como si le estuviera dando conversación en vez de obteniendo información para saber a qué atenerse con él.

– Buscaba un Taco Bell -dijo-, pero me temo que conocer a tu novio me ha quitado el apetito.

– Ex novio. Muy ex.

– Hay algo que no entiendo. Nada más conocerlo, supe que era un perdedor. ¿Es que no tienes amigos en Seattle que te abrieran los ojos?

– No vivo en un sitio fijo.

– Caramba, cualquier desconocido te lo podría haber dicho.

– Eso se ve en retrospectiva.

La miró.

– No irás a llorar, ¿verdad?

Le llevó un momento entender lo que él quería decir.

– Me estoy conteniendo -contestó con cierto deje sarcástico.

– No tienes por qué disimular conmigo. Venga, desahógate. Es la manera más rápida de curar un corazón roto.

Monty no le había roto el. corazón. La había cabreado. Bueno, no había sido él quien vaciara sus cuentas bancarias, y sabía que se había pasado tres pueblos al atacarlo de esa manera. Monty y ella habían sido amantes sólo dos semanas antes de echarle de una patada de su cama al darse cuenta que no era su tipo. Tenían intereses comunes y, a pesar de que era demasiado egocéntrico, disfrutaba de su compañía. Habían salido juntos, habían ido al cine y a salas de exposiciones, se habían interesado mutuamente por sus trabajos. Y aunque sabía que era demasiado melodramático, sus enardecidas llamadas desde Denver la habían preocupado.

– No estaba enamorada de él -dijo ella-. Yo no me enamoro. Pero éramos amigos y parecía cada vez más frenético cuando hablábamos por teléfono. Llegué a pensar que se iba a suicidar de verdad. Los amigos son importantes para mí. No podía darle la espalda.

– Mis amigos también son importantes para mí, pero si uno de ellos tuviera problemas, tomaría el primer vuelo disponible, en vez de recogerlo todo y mudarme.

Ella sacó una goma elástica del bolsillo y se recogió el pelo en una coleta suelta.

– De todas maneras pensaba marcharme de Seattle. Aunque no era mi intención acabar en Rawlins Creek.

Pasaron junto a un cartel que anunciaba la venta de ovejas. Repasó mentalmente la lista de sus amigos más cercanos, tratando de encontrar a alguno que le pudiera prestar dinero, pero todos tenían dos cosas en común. Un buen corazón y poco dinero. El bebé de Brinia tenía serios problemas médicos, al señor Grey apenas le llegaba con lo de la seguridad social, Mai no se había recobrado aún del fuego que había arrasado su estudio, y Tonya se había ido a recorrer el Nepal con la mochila a cuestas. Lo que la hacía depender totalmente de un desconocido. Era como volver a la infancia una vez, más, y odiaba esa sensación familiar de miedo que la invadía.

– Venga, Castora, cuéntame algo de ti.

– Soy Blue. [1]

– Cariño, si tuviera tu gusto con los hombres, yo también sería Infeliz.

– Blue es mi nombre. Blue Bailey.

– Parece un nombre falso.

– Mi madre estaba algo deprimida el día que rellenó mi certificado de nacimiento. Se suponía que debía llamarme Harmony, por armonía, pero ese día había habido una revuelta en Sudáfrica, y Angola se había sumido en el caos… -se encogió de hombros-, no era un buen día para llamarse Harmony.

– Tu madre debe de ser una persona con conciencia social.

Blue le dirigió una sonrisa de pesar.

– Podría decirse que sí. -La conciencia social de su madre era la causa de que las cuentas de Blue estuvieran vacías.

Él le señaló con la cabeza la parte trasera del coche. Ella percibió un diminuto agujero en el lóbulo de su oreja.

Esas pinturas que hay en el maletero -dijo-, ¿es un hobby o un trabajo?

'Trabajo. Hago retratos de niños y mascotas. Y murales. -¿ No es difícil captar clientes yendo de aquí para allá?

– No demasiado. Por lo general, busco un barrio de clase alta y dejo propaganda de mi trabajo en los buzones. Normalmente funciona, aunque no en una ciudad como Rawlins Creek donde los barrios exclusivos ni siquiera existen.

– Lo que explica el disfraz de castor. ¿Y cuántos años tienes, si no te importa decirlo?

– Treinta. Y no, no miento. No puedo evitar parecer más joven.

– SafeNet.

Blue se sobresaltó cuando una incorpórea voz femenina invadió el interior del vehículo.

– Comprobación de rutina -ronroneó la mujer.

Dean adelantó a un tractor que iba a paso de tortuga.

– ¿Elaine?

– Soy Claire. Elaine libra hoy.

La voz provenía de los altavoces del coche.

– Hola Claire. Hace tiempo que no hablo contigo.

– -Fui a visitar a mi madre. ¿Cómo te trata la carretera?

– No hay queja.

– Cuando vuelvas a Chicago, ¿por qué no te pasas por San Luis? Tengo un par de filetes en el congelador que llevan tu nombre.

Dean ajustó la visera del sol.

– Eres demasiado buena conmigo, cariño.

– Nada es demasiado bueno para el cliente favorito de SafeNet.

Cuando finalmente cortó la comunicación, Blue puso los ojos en blanco.

– Seguro que las tienes haciendo cola, ¿no? Qué desperdicio.

Él se negó a entrar en el juego.

– ¿Nunca has sentido el deseo de establecerte en algún lugar? ¿O la razón por la que te mudas con tanta frecuencia tiene que ver con algún programa de protección de testigos?

– Me queda demasiado mundo por ver para establecerme. Quizá comience a planteármelo cuando cumpla los cuarenta. Tu amiga habló de Chicago. Creía que ibas a Tennessee.

– Y voy. Pero vivo en Chicago.

Ahora lo recordaba. Jugaba en los Chicago Stars. Miró con envidia el impresionante salpicadero del coche y el cambio de marchas manual.

– No me importaría conducir un rato.

– Creo que sería demasiado para ti conducir un coche que no echa humo. -Subió el volumen de la radio donde emitían una mezcla de viejos temas de rock y otras melodías más actuales.

Durante los siguientes cincuenta kilómetros, Blue escuchó la música e intentó apreciar el paisaje, pero estaba demasiado preocupada. Necesitaba distraerse y consideró provocarlo preguntándole qué encontraba más atractivo en un hombre, pero si quería jugar con ventaja debía mantener la farsa de que él era gay, y no quería presionarle demasiado. Si bien, al final ya no pudo reprimirse más y le preguntó si no preferiría escuchar una emisora que emitiera canciones de Bárbara Streisand.

– No pretendo ser grosero -replicó él con altivez-, pero algunos de nosotros, los gays, estamos un poco hartos de esos viejos clichés.

Ella se esforzó en parecer contrita.

– Perdón.

– Disculpa aceptada.

Sonó U2 y luego Nirvana. Blue se obligó a llevar el ritmo con la cabeza, no quería que él sospechara lo desesperada que estaba. Él tarareó con Nickelback con una impresionante voz de barítono y luego con Coldplay «Speed of Sounds», pero cuando Jack Patriot comenzó a cantar «¿Por qué no sonreír?» Dean cambió de emisora.

– Vuelve a ponerlo -dijo ella-. «¿Por qué no sonreír?» era mi canción favorita en el último año de secundaria. Me encanta Jack Patriot .

– A mí no.

– Eso es como si no te gustara… Dios.

– Cada cual tiene sus gustos. -El encanto nato había desaparecido. Ahora parecía distante y serio. No la estrella de fútbol amable ydespreocupada que se hacía pasar por modelo gay con aspiraciones a estrella de cine. Sospechó que veía por primera vez al hombre que había de verdad detrás de la brillante fachada, y no le gustó. Prefería pensar que era estúpido y vanidoso, pero al parecer sólo lo último era cierto.

– Tengo hambre. -Él volvió a adoptar su rol ocultando esa faceta que no quería que ella viera-. Espero que no te importe ir a un autoservicio. Así no tendré que contratar a nadie para que me vigile el coche.

– ¿Tienes que contratar a gente para que te vigile el coche?

– La llave de contacto está codificada, así que no lo pueden robar, pero llama mucho la atención, lo que lo convierte en el blanco perfecto de los gamberros.

– ¿No crees que la vida ya es demasiado complicada sin tener que contratar una niñera para el coche?

– Es duro llevar un estilo de vida elegante. -Pulsó un botón en el salpicadero y alguien llamado Missy le dio una lista de lugares donde comer en esa zona.

– ¿Cómo te ha llamado? -preguntó Blue cuando terminó de hablar.

– Boo. Es el diminutivo de Malibú. Crecí en el sur de California, y pasé mucho tiempo en la playa. Mis amigos me pusieron ese mote.

Boo era uno de esos apodos del fútbol americano. Eso también explicaba por qué los de People lo habían fotografiado caminando descalzo por la playa. Blue señaló con el pulgar el altavoz del coche.

– Tienes a todas esas mujeres a tus pies, ¿no te remuerde la conciencia al engañarlas?

– Intento compensarlo siendo un buen amigo.

Él no cedía. Ella giró la cabeza y fingió contemplar el paisaje. Aunque aún no le había dicho que se bajara del coche, tarde o temprano lo haría. A menos que consiguiera que le interesara tenerla a su lado.


Dean pagó la comida rápida con un par de billetes de veinte dólares y le dijo al chico de la ventanilla que se quedara con el cambio. Blue contuvo las ganas de saltar y quitarle el dinero. Había trabajado en sitios como ése bastantes veces, y las propinas eran bienvenidas, pero ésa era demasiado.

Unos kilómetros más adelante encontraron un merendero al lado de la carretera, con varias mesas dispuestas bajo la sombra de los álamos. El aire se había vuelto frío y ella cogió una sudadera de la bolsa mientras Dean se encargaba de sacar la comida. Blue no había comido desde la noche anterior y el olor de las patatas fritas le hizo la boca agua.

– Aquí tienes el perrito caliente -le dijo él cuando se acercó.

Había pedido lo más barato del menú, así que supuso que con dos dólares y treinta y cinco centavos debería llegar.

– Esto debería cubrir mi parte.

Él observó con manifiesta aversión el montón de monedas.

– Invito yo.

– Siempre pago mi parte -insistió ella con terquedad.

– No esta vez -le devolvió el dinero-. Sin embargo, puedes hacerme un retrato.

– Mis bocetos valen mucho más que dos dólares con treinta y cinco centavos.

– No te olvides que la gasolina va a medias.

Quizá no era un mal trato después de todo. Mientras los coches volaban por la carretera, ella saboreó otro mordisco del grasiento perrito. Él dejó a un lado su hamburguesa y sacó una BlackBerry. Miró frunciendo el ceño a la pequeña pantalla mientras comprobaba su correo electrónico.

– ¿Algún antiguo novio te está dando la lata? -preguntó ella.

Por un momento se la quedó mirando con una expresión vaga, luego negó con la cabeza.

– Es el ama de llaves de mi casa de Tennessee. Me tiene al corriente de todo a través de correos electrónicos, no importa las veces que la llame, sólo consigo comunicarme con ella por e-mails. Llevamos así dos meses, y aún no he hablado con ella en persona. Es muy raro.

Blue no podía ni imaginarse lo que sería ser dueña de una casa, y mucho menos tener contratada a un ama de llaves.

– Mi administradora me ha asegurado que la señora O'Hara es estupenda, pero estoy hasta las narices de comunicarme por ínternet. Me gustaría que, aunque sólo fuera por una vez, esa mujer cogiera el maldito teléfono. -Siguió revisando sus mensajes.

Blue quería saber más cosas de él.

– Si vives en Chicago, ¿cómo has terminado comprando una casa en Tennessee?

Pasé por allí con algunos amigos el verano pasado. Había estado buscando algo en la costa oeste, pero vi la granja y la compré.

– Colocó la BlackBerry encima de la mesa-. Está en medio del valle más hermoso que he visto nunca. Es un lugar muy privado. Tiene un estanque y un granero con establos, lo que me viene muy bien pues siempre he querido tener caballos. La casa necesita algunas reformas, así que la administradora buscó a un contratista y contrató a la señora O'Hara para supervisarlo todo.