– ¿Lo está?
Un pájaro cantó en el tejado de cinc. Dean negó con la cabeza.
– No.
– Felicidades.
Dean se metió las manos en los bolsillos húmedos y pegajosos y luego las sacó otra vez.
– Esas pruebas de embarazo que se compran en las farmacias, tienes que… quizá ya lo sabes. Tienes que esperar tres minutos para conocer el resultado.
– Ya.
– La cosa es… que tuve que esperar esos tres minutos y… y un montón de pensamientos cruzaron por mi cabeza.
– Supongo que es normal.
Los escalones rechinaron cuando Dean subió al porche.
– Pensaba en que tendría que pagarle a Blue un seguro médico y me preguntaba si debía confiar a mi abogado la manutención del niño o dejar que lo hiciera mi agente. O cómo lograría mantenerlo al margen de la prensa. Ya conoces el percal.
Jack se levantó y dejó la guitarra en la silla.
– Una reacción motivada por el pánico. Recuerdo los síntomas.
– Sí, bueno, cuando tuviste esa reacción de pánico ¿tenías qué… veinticuatro años? Yo tengo treinta y uno.
– Tenía veintitrés, pero para el caso es lo mismo. Si no pensabas casarte con Blue, al menos tenías que dejar arregladas algunas cosas.
– No es lo mismo. April estaba como una cabra. Blue no. Es una de las personas más cuerdas que conozco. -Tenía intención de detenerse en ese momento, pero no pudo-. Me dijo que la he convertido en uno de mis sucios secretitos.
– Las personas que no han padecido la fama no lo entienden.
– Eso es lo que le dije a ella. -Se frotó el estómago revuelto-. Pero en esos tres minutos y… lo que estuve pensando. Con tantos planes que hacer: el abogado, la manutención del crío…
– Es normal que toda esa clase de mierda te cruce por la cabeza de vez en cuando. Olvídalo.
– ¿Cómo se supone que debo hacerlo? De tal padre, tal hijo, ¿no?
Dean se sentía como si le estuviera abriendo su corazón, pero Jack se burló.
– No te pongas a mi nivel. Te he visto con Riley. Si Blue hubiera estado embarazada, no le habrías vuelto la espalda a ese niño. Habrías estado a su lado mientras crecía.
Dean debería poner punto y final a la conversación, pero se le doblaron las rodillas y se encontró sentado en el escalón.
– ¿Por qué hiciste las cosas de esa manera, Jack?
– ¿Por qué demonios crees que lo hice? -replicó Jack sarcástico-. Podría endulzarlo para ti, pero el meollo del asunto es que no sabía cómo tratar a April, y no quería preocuparme por ti. Era una estrella del rock, nene. Un icono americano. Estaba demasiado ocupado concediendo entrevistas y dejando que todos me besaran el culo. De haber cedido, habría tenido que comportarme como un padre, y ¿dónde estaría la diversión entonces?
Dean dejó caer las manos entre las rodillas y jugueteó con la pintura descascarillada del escalón.
– Pero cambiaste, ¿no?
– Nunca.
Dean se puso de pie.
– No digas gilipolleces. Recuerdo esas reuniones padre-hijo cuando tenía catorce y quince años. Intentabas compensar todos esos años perdidos mientras yo te escupía a la cara,
Jack agarró la guitarra.
– Mira, estoy trabajando en una canción. Justo porque ahora quieras escarbar en esa vieja mierda no quiere decir que yo también tenga que coger una pala.
– Sólo dime una cosa. Si tuvieses que volver a hacerlo desde el principio…
– No puedo hacerlo, así que déjalo.
– Pero si pudieras…
– ¡Si pudiera hacerlo de nuevo, te habría arrancado de su lado! -dijo ferozmente-. ¿Y sabes qué? En cuanto te hubiera tenido conmigo, habría aprendido a ser un padre. Por fortuna para ti, eso no ocurrió porque, como bien sabes, has sabido encontrar tu propio camino y te ha ido estupendamente. Cualquier hombre se enorgullecería de tener un hijo como tú. Ahora, ¿estás satisfecho ya o tenemos que darnos un jodido abrazo?
El nudo del estomago de Dean se aligeró por fin. Ahora podía respirar con alivio.
Jack dejó la guitarra a un lado.
– No puedes hacer las paces conmigo hasta que no las hagas con tu madre. Se lo merece.
Dean se frotó la puntera enlodada de la deportiva contra el escalón inferior.
– No es fácil.
– Es mejor que seguir sufriendo.
Dean se dio la vuelta y enfiló hacia la camioneta.
Dean dejó los calcetines y las deportivas enlodadas en el porche. Como siempre, nadie se había acordado de cerrar la puerta principal. Dentro, la casa estaba fresca y tranquila. Había gorras suyas colgadas en el perchero. Al lado de la bandeja metálica donde dejaba las monedas y las llaves había una foto de él de cuando tenía ocho o nueve años. Tenía el pecho desnudo y huesudo, las rodillas nudosas bajo los pantalones cortos, y un casco de fútbol americano sobre su pequeña cabeza. April se la había tomado un verano cuando estaban viviendo en Venice Beach. Las fotos de su infancia estaban por toda la casa, incluso las que ni siquiera recordaba.
La noche anterior, Riley había intentado forzarle a ver los murales, pero él había querido verlos con Blue por primera vez, y se había negado. Ahora, pasó por delante del comedor sin asomarse y llegó a la sala. Los sofás, muy largos, eran perfectos para su estatura, y el televisor había sido colocado de manera que él pudiera ver los partidos sin que la luz se reflejara en la pantalla. El vidrio tallado que protegía la mesita de madera de café hacía que fueran innecesarios los posavasos. Los cajones tenían todo lo que podía necesitar: libros, los mandos a distancia, cortaúñas. En el piso superior, ninguna de las camas tenía pies, y las encimeras de los baños estaban más altas de lo normal. Las duchas eran espaciosas y de los toalleros colgaban toallas enormes, sus preferidas. Y era April quien lo había hecho todo.
Oyó el eco de sus sollozos de borrachera.
«No te enfades conmigo, cariño. Todo mejorará. Te lo prometo. Dime que me quieres, cariño. Si me dices que me quieres te prometo que no beberé más.»
La mujer que lo había asfixiado con su amor tortuoso y errático no podría haber creado ese oasis en el que se había convertido su casa.
Ya había tenido suficiente por ese día. Necesitaba tiempo para analizar todos esos sentimientos confusos con calma, salvo que ya había tenido años, y, ¿para qué habían servido? A través de la puerta corredera, vio que April subía al porche cubierto. Jack y él habían construido ese porche, pero ella lo había creado: techos altos, ventanas paladianas, suelos de color pizarra que se mantenían frescos incluso en los días más cálidos.
Ella se llevó las manos a los lumbares mientras se recuperaba de la carrera. Su cuerpo brillaba de sudor. Llevaba pantalones cortos de ciclista de color negro, un top en azul eléctrico, y se había recogido el pelo en una coleta torcida mucho más elegante que el peinado descuidado de Blue.
Dean necesitaba una ducha. Necesitaba estar a solas. Necesitaba hablar con Blue, que lo comprendía todo. Pero lo que hizo fue agarrar la manilla de la puerta corredera y salir en silencio al porche.
La temperatura ya había alcanzado los treinta grados centígrados, pero el suelo estaba frío contra sus pies desnudos. April le daba la espalda. Él había movido las sillas la noche anterior cuando había regado el porche con la manguera, y ella las estaba colocando de nuevo. Dean se dirigió hacia el reproductor de CD's que había en cima de una estantería de hierro Forjado. No se molestó en mirar qué CD estaba puesto. Si era de su madre, serviría. Le dio al botón.
April se giró de golpe cuando la música salió con estrépito de los pequeños altavoces. Abrió la boca, sorprendida. Observó que estaba cubierto de barro y comenzó a decir algo, pero él habló primero.
– ¿Bailas?
Ella lo miró fijamente. Pasaron unos agonizantes segundos sin que dijera nada. No podía pensar en nada para animarla, así que comenzó a llevar el ritmo. Con los pies, las caderas, los hombros. Ella estaba paralizada. Él le tendió la mano, pero su madre -esa mujer que vivía para bailar cuando el resto de los mortales andaban- había olvidado cómo moverse.
– Puedes hacerlo -susurró él.
Ella soltó un sollozo ahogado, un sonido entre el llanto y la risa. Luego arqueó la espalda, levantó los brazos y se abandonó a la música.
Bailaron hasta que el sudor resbaló por sus cuerpos. De rock a rap, se esmeraron en sus movimientos, cada uno intentando superar al otro. A April se le pegaban los mechones de cabellos al cuello, y las gotas de lodo caían de las piernas desnudas de Dean al suelo de pizarra. Mientras bailaban, él se acordó de que ésa no era la primera vez. Había bailado con él cuando era niño. Lo arrancaba de los videojuegos o la tele, algunas veces incluso de su desayuno si ella llegaba tarde a casa. Al parecer, se había olvidado de los buenos ratos.
En medio de una canción, la música se interrumpió de repente. Se oyó el graznido de un cuervo rompiendo el silencio. Vieron que una Riley enfadada había apagado el reproductor de CD's y los miraba con las manos en las caderas.
– ¡Está demasiado alto!
– Oye, vuelve a ponerlo -dijo April.
– ¿ Qué estáis haciendo? Es hora de almorzar, no de bailar.
– Cualquier momento es bueno para bailar-dijo Dean-. ¿Tú que opinas April? ¿Deberíamos dejar que mi hermanita bailara con nosotros?
April alzó la nariz.
– Dudo que pueda llevar nuestro ritmo.
– Claro que puedo llevarlo -dijo Riley-. Pero tengo hambre. Y vosotros oléis fatal.
Dean se encogió de hombros mirando a April.
– No puede llevar nuestro ritmo. Riley arrugó el ceño ante la afrenta. -¿Quién lo dice?
April y Dean la miraron fijamente. Riley les devolvió la mirada con cólera. Luego puso de nuevo la música, y bailaron todos juntos.
23
Blue se aplicó un poco de colorete en los pómulos. El suave tono rosa se complementaba a la perfección con el nuevo lápiz de labios brillante y el rímel negro. Además se había pintado los ojos con lápiz negro y lo remató con un poco de sombra gris. Estaba guapísima.
Vaya cosa. Esto era una cuestión de orgullo, no de belleza. Tenía que probarle algo a Dean antes de largarse de Garrison.
Cuando salía del cuarto de baño, vio la caja vacía de la prueba del embarazo que había tirado a la papelera el día anterior por la mañana, justo después de que Dean se fuera. No estaba embarazada. Genial. Más que genial. No podía hacerse cargo de un niño, no con su estilo de vida nómada. Lo más probable es que jamás tuviera un hijo, y eso también estaba bien. Al menos nunca haría que un niño pasara por todo lo que ella había pasado. Simplemente era algo más que tendría que superar.
Se dirigió a la habitación de Nita. El dobladillo del vestido veraniego que se había comprado para la fiesta le rozó las rodillas. Tenía el mismo amarillo del sol con el borde desigual y un bustier que resaltaba la línea del busto. Llevaba unas sandalias nuevas de color púrpura brillante atadas a los tobillos con unas delicadas cintas. El color púrpura hacía juego con los pendientes que Dean le había regalado y le confería al vestido un toque vibrante y muy femenino.
Nita se estaba echando un último vistazo delante del espejo. Con su enorme peluca rubia platino, los pendientes de araña de diamantes y un caftán color pastel, parecía salida de un desfile de carrozas patrocinado por los jubilados de un burdel, pero de alguna manera lo llevaba con estilo.
– Vamos, Rayo de sol -dijo Blue desde la puerta-. Y recuerde, debe parecer sorprendida.
– Todo lo que tengo que hacer es mirarte a ti -dijo Nita recorriéndola con los ojos de pies a cabeza.
– Es lo más adecuado, eso es todo.
– Demasiado tarde. -Cuando Blue se acercó más, Nita extendió la mano y ahuecó el pelo de Blue-. Si me hubieras escuchado, habrías permitido que Gary te hiciera un corte así hace mucho tiempo.
– Si la hubiera escuchado, ahora sería rubia platino.
Nita resopló por la nariz.
– Era sólo una idea.
Gary había estado deseando poner las manos en el pelo de Blue desde la noche que la había conocido en el Barn Grill. Una vez que la tuvo sentada en la silla de la peluquería, le había cortado el pelo en pequeñas capas, justo por debajo de las orejas, y le había dejado un flequillo desfilado que le resaltaba los ojos. El corte era demasiado bonito para que Blue se sintiera cómoda, pero había sido necesario.
– Deberías haberte arreglado así para ese jugador de fútbol americano desde el principio -dijo Nita-. Quizá entonces te habría tomado en serio.
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