– De acuerdo. -Le cogió la mano, y ella no intentó apartarla-. Te he visto con Dean.

Los ojos de April volvieron a llenarse de lágrimas.

– Me presentó como su madre. Fue algo maravilloso.

Jack sonrió.

– ¿Lo hizo? Me alegro.

– Espero que algún día vosotros dos…

– Estamos en ello. -Le acarició la palma con el pulgar-. He estado pensando sobre tu aversión a los rollos de una noche. Creo que la solución es que tengamos citas como adultos normales.

– ¿Quieres salir conmigo?

– Ya te dije ayer que ahora prefiero las relaciones de verdad. Necesito un lugar permanente donde establecerme ahora que voy a vivir con Riley, y bien puede ser en Los Ángeles. -Jugueteó con sus dedos, llenándola de una dulce y dolorosa tensión-. Espero que esto me dé puntos para nuestra próxima cita.

– Qué poco sutil. -April no debería haber sonreído.

– No podría ser sutil contigo ni aunque me obligaran. -La diversión desapareció de los ojos de Jack-. Te deseo, April. Con cada parte de mi ser. Quiero verte y tocarte. Quiero saborearte. Quiero estar dentro de ti. Lo quiero todo.

Ella finalmente apartó la mano.

– ¿Y después qué?

– Volveremos a empezar desde el principio.

– Para eso hizo Dios a las groupies, Jack. Personalmente, me gustan las cosas un poco más profundas.

– April…

Ella se puso de pie y se fue a buscar a Riley.


Dean logró al fin apartar a Blue de la multitud y conducirla cerca del viejo cementerio de la Iglesia Baptista. La llevó hacia la sombra del monumento más impresionante del cementerio, un monolito de granito negro dedicado a Marshall Garrison. Se dio cuenta de que ella estaba nerviosa y que intentaba ocultarlo.

– ¿Cómo se han enterado de que April es tu madre? -dijo ella-. Todo el mundo habla de ello.

– No vamos a hablar de April. Vamos a hablar de lo que sucedió ayer.

Ella apartó la mirada.

– Sí, qué alivio, ¿verdad? ¿Puedes imaginarme con un bebé?

Por raro que pareciera, sí que podía. Blue sería una madre estupenda, tan ferozmente protectora como cualquiera de sus compañeros de equipo. Apartó la imagen de su mente.

– Hablo de tus estúpidos planes de abandonar el pueblo el lunes.

– ¿Por qué son estúpidos? Nadie considera estúpido que tú te vayas a entrenar el viernes siguiente. ¿Por qué tú sí puedes marcharte y yo no?

Ella estaba siendo demasiado sensata. Él quería recuperar a la pastorcilla.

– Porque no hemos terminado, por eso -dijo él-, y no hay razón alguna para apresurar el final de algo que ambos estamos disfrutando.

– Hemos terminado del todo. Soy una nómada, ¿recuerdas?, y es hora de que me ponga en movimiento.

– Bien. Pues acompáñame cuando regrese en coche a Chicago. Te gustará aquello.

Ella deslizó la mano por el canto del monumento a Marshall.

– Demasiado frío en invierno.

– No es problema. Todas mis casas tienen chimeneas y radiadores que funcionan a la perfección. Puedes instalarte allí.

Él no supo cuál de los dos se había quedado más asombrado por sus palabras. Ella se quedó paralizada y luego sus pendientes púrpuras brillaron contra sus rizos oscuros cuando se volvió hacia él.

– ¿Quieres que viva contigo?

– ¿Por qué no?

– ¿Quieres que vivamos juntos?

Dean jamás había permitido que una mujer viviera con él, pero pensar en compartir el mismo espacio que Blue era una idea maravillosa.

– Claro. ¿Cuál es el problema?

– Hace dos días, ni siquiera querías presentarme a tus amigos. Y, ¿ahora quieres que vivamos juntos? -No parecía tan ruda como de costumbre. Tal vez fuera el vestido, o esos rizos suaves que le enmarcaban la cara. O puede que fuera el pesar que vislumbró en esa mirada de pastorcilla. Le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.

– Hace dos días estaba confundido. Ahora no lo estoy.

Ella se apartó bruscamente.

– Ya entiendo. Al final te parezco lo suficientemente respetable para aparecer en público contigo.

Él se envaró.

– Tu apariencia no tiene nada que ver con esto.

– Ahora me dirás que es una simple coincidencia. -Lo miró directamente a los ojos-. Es algo difícil de creer.

– ¿Por qué clase de imbécil me tomas? -contraatacó él sin darle tiempo a que replicara-. Quiero enseñarte Chicago, eso es todo. Y necesito tiempo para pensar hacia dónde se dirige nuestra relación

– ¡Venga ya! Yo soy aquí el único cerebrito, ¿recuerdas? Tú eres el que recorre las tiendas y se prueba los perfumes.

– Basta ya. Deja de bromear sobre algo tan importante.

– Mira quién habla.

Sus tácticas no estaban dando resultado, y Dean sentía que comenzaba a perder la paciencia, así que intentó aferrarse a un tema neutral.

– También tenemos un asunto pendiente. Te pagué por unos murales, pero aún no he dado el visto bueno.

Ella se frotó la sien.

– Sabía que los odiarías. Te lo advertí.

– ¿Cómo podría odiarlos? Ni siquiera los he visto.

Ella parpadeó.

– Quité el plástico de las puertas hace dos días.

– Pero no he ido a verlos. Se suponía que me los enseñarías tú, ¿recuerdas? Era parte de nuestro trato. Con el dinero que he invertido en esas paredes, merezco verlas por primera vez con la artista que las pintó.

– Estás intentando manipularme.

– Los negocios son los negocios, Blue. Aprende a distinguir la diferencia.

– Bien -le espetó ella-. Iré mañana.

– Esta noche. Ya he esperado suficiente.

– Deberías verlos a la luz del día.

– ¿Por qué? -dijo él-. Lo más seguro es que cene allí todas las noches.

Ella le dio la espalda al monumento, y a él, y se dirigió hacia la entrada.

– Tengo que llevar a Nita a casa. No tengo tiempo para esto.

– Te recogeré a las ocho.

– Iré yo sola. -El dobladillo desigual revoloteó sobre sus rodillas mientras se alejaba del cementerio.

Dean deambuló entre las lápidas un rato, intentando poner sus pensamientos en orden. Le había ofrecido algo que jamás le había ofrecido a otra mujer, y ella se lo había tirado a la cara como si no significara nada. Estaba intentando jugársela a un quarterback, pero no era rival para él. No sólo no sabía hacerse cargo del equipo, ni siquiera sabía ocuparse de sí misma. De alguna manera, tenía que arreglar todo eso, y no tenía demasiado tiempo.


Riley tiró un montón de platos de plástico a la basura y regresó para sentarse con la señora Garrison. La gente empezaba a marcharse, pero había sido una buena fiesta, y la señora Garrison se había comportado bien con todo el mundo. Riley sabía que se alegraba de que hubiera ido tanta gente, y de que hubieran hablado con ella.

– ¿Se ha dado cuenta de lo agradable que ha sido hoy todo el mundo? -dijo, sólo para asegurarse.

– Saben a lo que atenerse.

La señora Garrison tenía lápiz de labios en los dientes, pero Riley tenía algo en mente, y no se lo dijo.

– Blue me contó lo que ocurre en el pueblo. Esto es América, y creo que debería dejar que la gente hiciera lo que quisiera con sus tiendas y todo eso. -Hizo una pausa-. También creo que debería comenzar a dar clases de baile gratuitas para quienes no puedan permitírselas.

– ¿Lecciones de baile? ¿Quién iba a venir? Los chicos de hoy en día sólo bailan hip-hop.

– A algunos también les gustan los bailes de salón. -Ella había conocido ese día a dos chicas de secundaria muy simpáticas que le habían dado la idea.

– Veo que tienes muchas opiniones sobre lo que yo debería hacer, pero ¿qué pasa con lo que yo quiero que tú hagas? Es mi cumpleaños y sólo te he pedido una cosa.

Riley deseó no haber sacado el tema a colación.

– No puedo cantar en público -dijo ella-. No toco la guitarra lo suficientemente bien.

– No digas tonterías. Te he dado un montón de lecciones de baile, y ni siquiera me quieres hacer ese pequeño favor.

– ¡No es pequeño!

– Cantas mejor que cualquiera de esos monos que están subidos al escenario. Jamás he oído una cosa tan espantosa.

– Cantaré para usted en su casa. Sólo nosotras dos.

– ¿ Crees que no estaba asustada la primera vez que bailé en público? Estaba tan asustada que casi me desmayé. Pero no dejé que el miedo me detuviera.

– No tengo aquí la guitarra.

– Ellos tienen guitarras. -Señaló hacia la banda de rock.

– Son eléctricas.

– Excepto una.

A Riley le costaba creer que Nita se hubiera dado cuenta de que el guitarrista había cambiado la guitarra eléctrica por una acústica cuando cantaron «Time of your life» de Green Day.

– No puedo pedirles la guitarra. No me la dejarían.

– Ya nos ocuparemos de eso.

Para horror de Riley, Nita se levantó de la silla y se acercó arrastrando los pies hasta la banda. Quedaba menos de la mitad de la gente, sobretodo familias con niños y adolescentes. Dean llegó por una entrada lateral y ella atravesó el césped con rapidez para alcanzarlo.

– La señora Garrison quiere que cante como regalo de cumpleaños.

A Dean no le gustaba la señora Garrison y esperaba que Riley le plantara cara, pero él parecía estar pensando en otra. cosa.

– ¿Vas a hacerlo?

– ¡No! Sabes que no puedo. Todavía hay mucha gente.

Él miró a la multitud por encima de la cabeza de Riley como si estuviera buscando a alguien.

– No tanta.

– No puedo cantar delante de la gente.

– Cantaste para mí y para la señora Garrison.

– Eso fue diferente. Era en privado. No puedo cantar delante de desconocidos.

Por fin, pareció que él centraba su atención en ella…

– ¿ No puedes cantar delante de desconocidos o no quieres cantar delante de Jack?

Cuando le había explicado cómo se sentía ella respecto a eso le había hecho prometer que nunca se lo mencionaría a nadie. Ahora lo estaba utilizando en su contra.

– No lo entiendes.

– Lo entiendo. -Le pasó el brazo alrededor de los hombros -Lo siento, Riley. Tendrás que resolverlo tú.

– Tú nunca hubieras subido ahí para cantar cuando tenías mi edad.

– Yo no canto como tú.

– Cantas bastante bien.

– Jack lo está intentando -dijo él-. El que cantes no cambiará lo que siente por ti.

– Eso no lo sabes.

– Ni tú. Quizá sea el momento de averiguarlo.

– Ya lo sé seguro.

La sonrisa de Dean pareció un poco forzada, y ella pensó que quizás estaba un poco decepcionado con ella.

– Está bien -dijo él-. Deja que vea si puedo entretener al viejo murciélago para que no te dé la lata.

Mientras él se dirigía hacia la señora Garrison, Riley comenzó a sentirse mareada. Antes de llegar a la granja, siempre había tenido que buscarse la vida ella sola, pero ahora, Dean daba la cara por ella, igual que lo había hecho cuando su padre quería llevarla de regreso a Nashville. Y no era el único. April y Blue la defendían delante de la señora Garrison, aunque ella no las necesitara para nada. Y su padre la había defendido aquella noche cuando pensó que Dean le estaba haciendo daño de verdad.

La señora Garrison estaba hablando con el guitarrista cuando Dean se acercó a ella. Riley se mordisqueó una uña. Su padre permanecía oculto al lado de la cerca, pero ella había observando que más de una persona lo miraba fijamente. April estaba ayudando a recoger, y Blue estaba envolviendo la tarta sobrante para que la señora Garrison se la llevara a casa. La señora Garrison decía que la gente que se infravaloraba, acababa apagándose como la luz de una vela, y Riley no quería acabar así. Tenía que empezar a ser realmente ella misma.

Estaba sudando y a punto de vomitar. ¿Y si cuando comenzara a cantar, desafinaba? Miró fijamente a su padre. O peor todavía, ¿y si lo que cantaba era una mierda?

Jack se incorporó al ver a su hija caminar hacia el micrófono del escenario con una guitarra en los brazos. Incluso desde el otro extremo del parque, podía ver lo asustada que estaba. ¿Iría a tocar de verdad?

– Me llamo Riley -susurró ella al micrófono.

Se la veía muy pequeña e indefensa. No sabía por qué estaba haciendo eso, sólo que no iba a permitir que sufriera. Echó a andar, pero ella ya había empezado a tocar. Nadie se había molestado en conectar el micro de la guitarra y, al principio, la gente la ignoró. Pero Jack sí escuchaba, y si bien el sonido apenas era audible, reconoció los acordes de «¿Por qué no sonreír?» Se le puso un nudo en el estómago cuando Riley comenzó a cantar.