La almohada vacía a su lado a la mañana siguiente era el resultado de no haber dispuesto la instalación de esa letrina portátil de Porta Potti. Dean se puso los pantalones cortos y la camiseta. Blue debía de haber ido a hacer café. Tenía intención de tomárselo sentado en el porche con ella mientras hablaban de lo que harían el resto de sus vidas. Pero cuando atravesaba el patio, vio que el Corvette rojo no estaba. Se apresuró a entrar en la casa y rápidamente contestó al teléfono que sonaba en ese momento.
– ¡Vente para acá ahora mismo! -gritó Nita cuando respondió-. Blue piensa marcharse.
– ¿De qué está hablando?
– Nos mintió al decirnos que se iba el lunes. Durante todo este tiempo planeaba marcharse hoy. Chauncey Crole la llevó a recoger el coche de alquiler, y ahora mismo está cargando sus cosas en el coche. Sabía que algo no encajaba. Ella estaba…
Dean no esperó a escuchar el resto.
Quince minutos más tarde, entraba en el callejón detrás de la casa de Nita dando un frenazo que hizo saltar los cubos de basura que estaban delante del garaje. Blue estaba metiendo sus cosas en el maletero de un Corolla último modelo. A pesar del calor, llevaba puesta una camiseta negra sin mangas, unos vaqueros y las botas militares. Dean no se habría sorprendido ni aunque la hubiera visto con un collar de púas en torno al cuello. El único toque femenino que aún conservaba era ese corte de pelo vaporoso. Salió de la camioneta de un salto.
– Gracias por despedirte.
Ella dejó caer una caja con sus utensilios de pintura en el maletero. El asiento trasero ya estaba cargado.
– Me harté de decir adiós cuando era niña -dijo ella con frialdad-. Y me niego hacerlo ahora. Por cierto, te alegrará saber que me ha venido la regla.
Dean jamás había lastimado a una mujer en su vida, pero ahora mismo tenía unas ganas locas de sacudirla hasta que le castañearan los dientes.
– Estás como una cabra, ¿lo sabes, no? -Se cernió sobre ella-. ¡Te quiero!
– Bueno, bueno, yo también te quiero. -Metió la bolsa en el maletero.
– Lo digo en serio, Blue. Estamos hechos el uno para el otro. Debería habértelo dicho anoche, pero estabas tan jodidamente nerviosa que quise preparar el terreno para que no salieras corriendo.
Ella se plantó una mano en la cadera intentando parecer dura, pero sin conseguirlo.
– Di la verdad, Dean. No me amas.
– ¿Tanto te cuesta creerlo?
– Pues sí. Tú eres Dean Robillard, y yo soy Blue Bailey. Tú vistes ropa de marca, y yo soy feliz con cualquier cosa del Wall-Mart, Soy una perdedora, mientras que tú tienes una carrera brillante ¿Necesitas oír más? -Cerró de golpe el maletero.
– Ésas son sólo cosas superficiales y sin sentido.
– Seguro. -Sacó unas gafas de sol baratas del bolso que había dejado sobre el capó y se las puso con rapidez. La bravuconería de Blue flaqueaba y le tembló el labio inferior-. Tu vida ha dado un vuelco este verano, Boo, y yo sólo fui la chica de turno que te ayudó a afrontarlo. No niego que he disfrutado cada minuto de las últimas siete semanas, pero nada de esto ha sido real. Sólo ha sido otra versión de Alicia en el país de las Maravillas.
Dean odiaba sentirse impotente y contraatacó.
– Créeme, conozco la diferencia entre la realidad y la fantasía mejor que tú a juzgar por los murales del comedor. ¡Y encima ni siquiera te has dado cuenta de lo buenos que son!
– Gracias.
– Blue, tú me amas.
Ella apretó la mandíbula.
– Estoy loca por ti, pero no estoy enamorada.
– Sí, lo estás. Pero no tienes agallas para reconocerlo. Blue Bailey perdió el valor hace mucho tiempo.
Él esperó el contraataque de Blue, pero ella inclinó la cabeza y hundió la punta de la bota en la grava del suelo.
– Soy realista. Algún día me lo agradecerás.
Todo el descaro y la desfachatez de Blue habían desaparecido. Todas sus bravatas se habían desvanecido en el aire. En su lugar, mostraba lo que llevaba en el interior: falta de confianza y vulnerabilidad. Él se esforzó por intentar recuperar la calma, pero no lo consiguió.
– Yo no puedo hacer esto por ti, Blue. O tienes el valor de arriesgarte o no lo tienes.
– Lo siento.
– Si te vas, no iré detrás de ti.
– Ya supongo, lo entiendo.
Dean no podía creer que ella estuviera haciendo eso. Mientras la observaba subir al coche, esperaba que reuniera el suficiente valor y se quedara, pero Blue no dudó en poner el coche en marcha. Un perro ladró a lo lejos y ella salió del callejón dando marcha atrás. Una abeja zumbó hacia él desde las malvas mientras el coche se alejaba.
Siguió esperando a que se detuviera. A que diera media vuelta en el último momento. Pero no lo hizo.
La puerta trasera de la casa se cerró ruidosamente y Nita bajó las escaleras, haciendo ondear la bata sobre un camisón rojo. El se subió a la camioneta antes de que le diera alcance. Un pensamiento horrible cruzó por su mente. Intentó ignorarlo, pero mientras aceleraba callejón abajo, aquel pensamiento se hizo más persistente. ¿Y si Blue le había dicho la verdad? ¿Y si era el único que se había enamorado?
¿Sería cierto? Se preguntó Blue mientras recorría la calle de la iglesia por última vez. ¿Estaba comportándose como una cobarde? Se quitó las gafas de sol y se enjugó los ojos con el dorso de la mano. Dean creía que la amaba, o jamás se lo habría dicho. Pero muchas personas le habían dicho que la amaban, y ninguna había dudado en abandonarla. Dean no sería la excepción. Los hombres como él no se enamoraban de mujeres como ella.
Blue había sabido desde el principio que estaba jugando con fuego y aunque había puesto el máximo empeño en mantener a raya sus emociones, al final había entregado su corazón. Tal vez algún día sus palabras de amor se convertirían en un dulce recuerdo, pero ahora eran como un cuchillo clavado en el corazón.
Las lágrimas comenzaron a rodar libremente por sus mejillas. Ella no podía olvidar sus palabras dañinas: «Blue Bailey perdió el valor hace mucho tiempo.»
Dean no la entendía. A pesar de lo mucho que Blue se había esforzado, nadie la había amado lo suficiente como para continuar a su lado. Nadie.
Inspiró profundamente mientras sobrepasaba el letrero de salida del pueblo a toda velocidad. Buscó a tientas un pañuelo de papel en el bolso. Mientras se sonaba la nariz, miró fríamente en su interior y vio a una mujer a la que le daba miedo tomar las riendas de su vida.
Aminoró la marcha. No podía abandonar el pueblo. Dean podía ser muchas cosas, pero no tenía un pelo de tonto. Y no le entregaba su corazón a cualquiera así como así. ¿ Le daba miedo aceptar su amor, o estaba siendo demasiado realista?
Se dispuso a dar la vuelta en la carretera cuando oyó la sirena de un coche policía.
Una hora más tarde, miraba sobre el escritorio de acero gris al jefe de policía, Byron Wesley.
– No he robado ese collar de diamantes -dijo ella por centésima vez-. Nita lo metió en mi bolso.
El jefe miró por encima de la cabeza de Blue hacia la televisión, donde se estaba emitiendo la rueda de prensa de los Meets.
– ¿Por qué iba a hacer algo así?
– Para que no me marche de Garrison. Ya se lo he dicho. -Blue golpeó el escritorio con el puño-. Quiero un abogado.
El jefe se sacó el palillo de la boca.
– Hal Cates juega al golf todos los domingos por la mañana, pero puedes dejarle un mensaje.
– Hal Cates es el abogado de Nita.
– Es el único abogado del pueblo.
Por lo que a Blue no le quedaba otra alternativa que llamar por teléfono a April.
Pero April no le cogió el teléfono, y Blue no tenía el número de Jack. Nita era quien la había hecho detener, así que no creía que estuviera dispuesta a pagar la fianza. Sólo quedaba Dean.
– Enciérreme -le dijo al jefe de policía-. Necesito tiempo para pensar.
– ¿Vas a ir hoy a ver a Blue? -le preguntó Jack a Dean la tarde del lunes, un día después del arresto de Blue, mientras estaban subidos a unas escaleras de mano pintando el granero de blanco.
Dean se enjugó el sudor de la frente.
– No.
April lo miró desde el suelo, donde estaba pintando el marco de la ventana. El gran pañuelo rojo que se había atado a la cabeza estaba salpicado de pintura blanca.
– ¿Estás seguro de que sabes lo que haces?
– Segurísimo. Y no quiero hablar de ello. -Porque no estaba seguro en absoluto. Sólo sabía que Blue no había tenido valor para quedarse. Si Nita no la hubiera detenido, a esas horas ya habría recorrido medio país. Cuando Dean se levantó esa mañana había tenido que decidir entre emborracharse hasta perder el conocimiento, o pintar ese condenado granero hasta estar tan cansando que no pudiera moverse.
– La echo de menos -dijo Jack.
Dean se cargó una telaraña con la brocha. A pesar de todo lo que él le había dicho, ella se había marchado.
Riley metió baza desde el suelo.
– Pero Dean y Blue no son los únicos que han tenido una pelea. April y tú también habéis discutido, papá.
Jack siguió pintando y sin apartar la mirada dijo:
– April y yo no hemos discutido.
– Yo creo que sí-dijo Riley-. Apenas os habéis dirigido la palabra desde ayer, y nadie quiere bailar.
– Estamos pintando -dijo April-. No se puede estar bailando todo el rato.
Riley fue directa al grano.
– Creo que deberíais casaros.
– ¡Riley! -April, que jamás se avergonzaba por nada, se puso colorada como un tomate. Sin embargo la expresión de Jack era ilegible.
Riley continuó.
– Si os casarais, Dean no sería un… ya sabéis… -susurró- un bastardo.
– Tu padre sí que es un bastardo -explotó April-. No Dean.
– Eso no ha sonado muy bien. -Riley recogió a Puffy.
– April está loca por mí-dijo Jack, sumergiendo el rodillo en la lata de pintura que había junto a la escalera-. Está enfadada porque le pedí una cita.
Dean se obligó a dejar su sufrimiento a un lado y miró a Riley.
– Vete.
– No quiero.
– Tengo que hablar con ellos -dijo él-. Cosas de adultos. Te lo contaré todo más tarde. Te lo prometo.
Riley se lo pensó un momento, y luego se fue con Puffy hacia la casa.
– No quiero salir con él -siseó April cuando Riley desapareció-. No es más que otro burdo intento para llevarme a la cama… ¿De verdad parezco tan irresistible?
– Por favor. No delante del niño -dijo Dean haciendo una mueca.
April apuntó a Jack con la brocha, y un chorrito de pintura le cayó por el brazo.
– A ti te gustan los retos, y eso es lo que yo soy para ti. Un reto.
A pesar de lo chocante que resultaba oír hablar de la vida sexual de sus padres -o la falta de ella-, Dean tenía un papel en esa conversación y se obligó a no moverse de allí.
– El verdadero reto -dijo Jack-, sería lograr que te olvidaras del pasado.
Aquello dio pie a toda clase de improperios, los dos estaban tan preocupados por defenderse que no percibían el daño que le hacían al otro, pero Dean sí se daba cuenta. Se bajó de la escalera de mano. El que su vida estuviera del revés no quería decir que no supiera lo que era mejor para otras personas.
– Significaría mucho para mí que en realidad os gustarais -dijo-, pero supongo que eso es problema mío. Sé que no queréis hacer que me sienta como un error, aunque será algo que tendré que asumir con el tiempo.
Era una treta pésima y Blue no habría picado, pero ella estaba encerrada en la cárcel municipal por robar un collar que la propia Nita le había metido en el bolso, y estas dos personas que tenía delante rezumaban culpabilidad por todos los poros.
– ¿Un error? -exclamó April, dejando la brocha a un lado-. No puedo permitir que te sientas como un error.
Jack se bajó de la escalera y se colocó a su lado; de repente, los dos estaban del mismo bando.
– Tú has sido un milagro, no un error.
Dean se frotó la pintura de la mano.
– No sé, Jack. Cuando los padres de uno se odian…
– Nosotros no nos odiamos -gritó Jack-. Ni siquiera llegamos a odiarnos en nuestros peores momentos.
– Eso era entonces, y esto es ahora. -Dean se quitó más pintura de la mano-. Tal y como yo lo veo… No importa. No sé ni para qué me molesto. Me conformaré con lo que tengo. Cuando vayáis a mis partidos, os conseguiré los asientos más separados que haya.
Blue ya habría puesto los ojos en blanco, pero April se llevó una mano al pecho, dejando una mancha de pintura.
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