Dean oyó el rugido de la sangre en los oídos. Esto era exactamente lo que estaba esperando Blue. Tiró el café al suelo en su prisa por coger el teléfono. Le dejó varios mensajes, pero no obtuvo respuesta. Llamó a Nita. Ella estaba suscrita a todos los periódicos de Chicago, así que Blue vería la foto tarde o temprano, pero Nita tampoco contestó. Tenía que estar en el campo de entrenamiento de los Stars en una hora para la reunión de los lunes. Pero en lugar de ir allí, saltó al coche y enfiló hacia O'Hare, el aeropuerto de Chicago. De camino, tuvo que enfrentarse por fin a la verdad sobre sí mismo.
Blue no era la única que tenía que implicarse personalmente en esa relación. Mientras ella utilizaba su agresividad para mantener a la gente apartada, él usaba su encanto con la misma eficacia. Le había dicho que no confiaba en ella, pero ahora, eso le parecía una tontería. Podía ser muy valiente en un campo de fútbol, pero actuaba como un cobarde cuando se trataba de la vida real. Siempre se contenía, tan asustado de perder, que voluntariamente se sentaba en el banquillo en lugar de jugar el partido hasta el final. Debería haberla llevado con él a Chicago. Hubiera sido mejor arriesgarse a que lo dejara de esa manera. Había llegado el momento de madurar.
Una tormenta de hielo y nieve en Tennessee provocó la cancelación de su vuelo, y para cuando llegó a Nashville ya era media tarde. Hacía frío y llovía. Alquiló un coche y salió disparado hacia Garrison. De camino, vio árboles caídos y varias camionetas del servicio eléctrico reparando los cables de alta tensión que había derribado la tormenta. Al fin, tomó el camino enlodado que conducía a la granja. A pesar de los árboles sin hojas, el pasto mojado, y el estómago revuelto, sintió que había llegado a casa. Cuando vio luz brillando por la ventana de la sala, respiró por primera vez desde que había abierto el periódico por la mañana.
Dejó el coche cerca del granero y corrió bajo la lluvia hacia la puerta lateral. Estaba cerrada y tuvo que abrirla con su propia llave.
– ¿Blue? -Se quitó los zapatos mojados, pero se dejó el abrigo puesto mientras recorría la casa fría.
No había platos sucios en el fregadero, ni cajas de galletas saladas abiertas en las estanterías de la cocina. Todo estaba inmaculado. Un escalofrío lo atravesó. La casa parecía un mausoleo.
– ¡Blue! -Se dirigió hacia la sala, pero la luz que había visto por la ventana provenía de la lámpara de un reloj-. ¡Blue! -Subió las escaleras de dos en dos, pero incluso antes de llegar al dormitorio, supo que lo encontraría vacío.
Blue se había ido. Sus ropas no estaban en el armario. Los cajones del tocador, donde ella había guardado su ropa interior y sus camisetas, estaban vacíos. Había una pastilla de jabón, todavía sin abrir, en la repisa de la ducha sin usar, y los únicos artículos que había allí le pertenecían a él. Sintió las piernas pesadas cuando entró en el dormitorio de Jack. Nita había mencionado que Blue trabajaba allí para aprovechar la luz que entraba por las ventanas de la esquina, pero allí no había ni un tubo de pintura.
Bajó las escaleras. En su prisa, ella se había olvidado una sudadera, y había dejado un libro en la sala, pero incluso los yogures de ciruela que siempre guardaba en la nevera habían desaparecido. Volvió a entrar en la sala, se dejó caer en el sofá, clavando los ojos en la luz parpadeante de la televisión, pero sin ver nada. Había lanzado los dados y había perdido.
Sonó su teléfono. Ni siquiera se había quitado el abrigo, y sacó el móvil del bolsillo. Era April, para preguntarle qué tal le había ido, y cuando él oyó la preocupación en la voz de su madre, apoyó la frente en la mano.
– No está aquí, mamá -dijo entrecortadamente-. Blue se ha ido.
Al final, se quedó dormido en el sofá con un programa de televenta de fondo. Se despertó avanzada la mañana siguiente con el cuello tieso y el estómago revuelto. La casa todavía estaba fría, y la lluvia repiqueteaba en el tejado. Fue a la cocina para hacer café y se le quemó.
No sabía lo que haría el resto de su vida. Temía el viaje de regreso al aeropuerto. Todos esos kilómetros para pensar en los pasos en falso que había dado. Los Stars jugaban contra los Steelers el domingo. Tenía que ver películas de partidos y planear una estrategia, pero ahora todo eso le importaba una mierda.
Se obligó a tomar una ducha, aunque no fue capaz de afeitarse. Sus ojos sin vida le devolvieron la mirada desde el espejo. El verano pasado había encontrado a su familia, pero acababa de perder a su alma gemela. Se envolvió la toalla alrededor de la cintura y se dirigió a ciegas al dormitorio.
Blue estaba sentada con las piernas cruzadas en medio de la cama.
Dean vaciló.
– Hola -dijo ella con suavidad.
Le flaquearon las rodillas. Hacía tanto tiempo que no la veía que al parecer se había olvidado de lo hermosa que era. Algunos rizos negros le caían sobre la frente, rozándole las comisuras de esos ojos violetas. Llevaba puesto un jersey verde ajustado y unos pulcros vaqueros que le ceñían las delgadas caderas. Había un par de mocasines color verde oscuro sobre la alfombra al lado de la cama. En lugar de parecer desolada, parecía alegrarse de verle, y su sonrisa era casi tímida. Fue como si le cayera un rayo encima. ¡Después de toda la agonía por la que le había hecho pasar, ella no había visto la foto! Tal vez la tormenta de nieve había impedido el reparto de los periódicos. Pero entonces, ¿dónde había estado metida todo ese tiempo?
– ¿Por qué no me dijiste que venías? -dijo ella.
– Yo… esto… te dejé un par de mensajes. -Cerca de una docena en realidad.
– Me olvidé el móvil. -Le dirigió una mirada inquisitiva.
Dean quería besarla hasta que los dos se quedaran sin aliento, pero no podía hacerlo. Todavía no. Quizá nunca.
– ¿Dónde están tus cosas?
Ella ladeó la cabeza.
– ¿Qué cosas?
– ¿ Dónde están tus ropas? ¿Tus pinturas? -Alzó la voz sin poder evitarlo-. ¿Dónde está esa crema que usas? ¿Y tus jodidos yogures? ¿Dónde está todo eso?
Ella lo miró como si hubiera perdido la cabeza.
– Pues por todos lados.
– ¡No, no están!
Ella estiró las piernas, como si se sintiera incómoda.
– He estado pintando en la casita de invitados. Ahora estoy trabajando con óleos en vez de acrílicos. Si pinto allí, no tengo que dormir con todos esos olores.
– ¿Y por qué no me lo has dicho? -«Oh, Dios mío», estaba gritando. Intentó tranquilizarse-. ¡Aquí ni siquiera hay comida!
– Como en la casita de invitados, así no tengo que venir hasta aquí cada vez que me entra hambre.
Dean respiró profundamente para intentar controlar el torrente de adrenalina que corría por sus venas.
– ¿Y tu ropa? No está aquí.
– No, no está -contestó ella, pareciendo bastante confusa-. Llevé mis cosas a la habitación de Riley. Odiaba dormir aquí sin ti. Adelante, ríete.
El apoyó las manos en las caderas.
– Créeme. Ahora mismo no tengo ningunas ganas de reírme. -Tenía que asegurarse bien-. ¿También has dejado de utilizar este baño? No has usado la ducha.
Ella pasó las piernas por encima del borde de la cama, frunciendo el ceño.
– El otro baño me queda más cerca. ¿Te sientes bien? Empiezas a asustarme.
No se le había ocurrido mirar en los otros cuartos de baño ni acercarse a la casita de invitados. Había visto sólo lo que había esperado encontrar, una mujer en la que no podía confiar. Pero había sido él quien no merecía esa confianza, no había estado dispuesto a entregar su corazón sin condiciones. Intentó rehacerse.
– ¿Dónde te has metido?
– Fui a Atlanta. Nita no hacía más que darme la lata sobre mis cuadros, y allí hay un buen representante que… -Se interrumpió-. Ya te lo contaré después. ¿Te han mandado al banquillo? Es eso, ¿no? -Una llamarada de indignación brilló en sus ojos-. ¿Cómo han podido? ¿Y qué más da si no estabas en tu mejor momento en septiembre? Has jugado genial desde entonces.
– No me han mandado al banquillo. -Se pasó la mano por el pelo húmedo. El dormitorio estaba condenadamente frío, tenía la piel de gallina, y no había resuelto nada-. Tengo que contarte algo, y tienes que prometerme que me dejarás acabar antes de perder la calma.
Ella dio un grito ahogado.
– ¡Oh, Dios mío! ¡Tienes un tumor cerebral! Y todo este tiempo, yo he estado aquí perdiendo el tiempo…
– ¡No tengo un tumor! -Fue directo al grano-. Ayer salió una foto mía en el periódico. Una que tomaron en una cena benéfica a favor de la lucha contra el cáncer a la que fui la semana pasada.
Ella asintió.
– Nita me la enseñó cuando fui a verla.
– ¿Ya la has visto?
– Sí. -Blue seguía mirándolo como si estuviera chiflado.
Dean se acercó más.
– ¿Has visto la foto que publicó ayer el Sun Times? ¿Esa donde aparezco besando a otra mujer?
La expresión de Blue cambió al fin.
– Sí, ¿y qué? Debería darle una patada en el trasero.
Tal vez Dean había sufrido una conmoción cerebral porque comenzaba a marearse y tuvo que sentarse en el borde de la cama.
– Nita estaba que echaba fuego, créeme. -Blue agitó la mano y comenzó a pasear de arriba abajo por la habitación-. A pesar de lo bien que le caes, todavía cree que todos los hombres son escoria.
– ¿Y tú no?
– No todos los hombres, pero no me hables de Monty, el perdedor. ¿Sabes que tuvo el descaro de llamarme y…?
– ¡Monty me importa una mierda! -Se levantó de golpe-. ¡Quiero hablar de esa foto!
Ella se sintió algo molesta. -Pues adelante. Continúa.
Dean no entendía nada. ¿No era Blue la mujer que se despertaba todas las mañanas pensando que todos la habían abandonado? Se apretó el nudo de la toalla que estaba a punto de caérsele.
– Estaba de pie en la barra cuando esa chica se acercó a mí. Salimos un par de veces el año pasado, pero no llegamos a nada. Estaba borracha como una cuba y se me echó encima. Literalmente. La sujeté para que no se cayera.
– Deberías haberla dejado caer. Hay gente que no siente respeto por nadie.
Ahora la actitud de Blue comenzaba a molestarle.
– Dejé que me besara. No la aparté.
– Lo entiendo. No querías que ella se sintiera avergonzada. Había gente por todos lados y…
– Exacto. Sus amigos, mis amigos, un montón de desconocidos y ese jodido fotógrafo. Pero tan pronto como me liberé de sus labios, la aparté a un lado. Estuvimos charlando un rato de nuestras relaciones o la falta de ellas. No volví a pensar en eso hasta que vi el periódico de ayer. Intenté llamarte, pero…
Ella lo miró con suspicacia, y luego su expresión se volvió fría.
– No habrás volado hasta aquí sólo porque pensaste que había huido o algo parecido, ¿verdad?
– ¡Besé a otra mujer!
– ¡Pensaste que había huido! ¡Lo hiciste! Por una estúpida foto. ¡Después de todo lo que he hecho para probarte que puedes confiar en mí! -Sus ojos lanzaron chispas de color violeta-. ¡Eres idiota! -Salió del dormitorio dando un portazo.
Dean no se lo podía creer. Si él hubiera visto una foto de Blue besando a otro hombre, se le habría caído el mundo encima. Se apresuró por el pasillo tras ella, con la toalla húmeda y resbaladiza que se enfriaba por momentos.
– ¿Me estás diciendo que no pensaste, ni por un instante, que yo podría haberte abandonado?
– ¡No! -Blue empezó a bajar las escaleras, y luego se volvió de golpe-. ¿Esperas que me dé un ataque cada vez que otra mujer se te echa encima? Porque, si así fuera, acabaría con una crisis nerviosa antes de finalizar la luna de miel. Ahora bien, si esas tías se atreven hacerlo delante de mí…
Dean sintió un atisbo de esperanza.
– ¿Te estás declarando?
Ella se envaró.
– ¿Tienes algún problema con eso?
El marcador se iluminó, y le mostró al mundo un pleno.
– Dios mío, te quiero.
– ¿Y crees que eso me impresiona? -Blue se dio la vuelta y siguió bajando las escaleras-. Yo confié ciegamente en ti, pero… después de todo lo que he hecho… de haber cambiado toda mi vida por ti… ¡Ni siquiera confiaste en mí!
La prudencia le indicó que ése no era el mejor momento para sacar a colación el pasado de Blue. Además, ella tenía razón. Mucha razón, y él tenía que confesarle todo eso que había averiguado sobre sí mismo, aunque no en ese momento. Salió disparado tras ella.
– Es que… soy un imbécil insensible demasiado guapo para su bien.
– Exacto. -Ella se detuvo junto al perchero-. Te he dado demasiado poder en esta relación. Es obvio que ha llegado el momento de que yo tome el control.
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