– Volveré -dijo en voz baja.

Con desgana, abrió la puerta y recorrió el camino helado hasta la casa. La cocina estaba a oscuras y…

– Te has levantado muy temprano.

La voz de su padre lo sobresaltó. Jed siempre estaba vestido, como si durmiese con la ropa puesta, pero no se había afeitado.

– Buenos días, papá.

– O a lo mejor no te has ido a la cama todavía. ¿No llevas la misma ropa que anoche?

– ¿Te has convertido en un experto en moda? Nunca te habías fijado en mi ropa.

– Esa no es la ropa de trabajo -sonrió su padre-. Pero claro, hasta ahora nunca había habido una chica guapa en la casa de invitados… Quieres que se quede, ¿verdad?

Alex se pasó una mano por el pelo.

– Sí, creo que sí. Pero me da miedo pedírselo.

– ¿Por qué?

– Porque tengo miedo de que me rechace. O peor, que acepte y volver a estropearlo todo como hice con Renee.

– Hijo, tú no lo estropeaste con Renee. Hiciste todo lo que estuvo en tu mano para que ese matrimonio funcionase. ¿Cuántos hombres aceptarían que su mujer viviese en Nueva York la mitad del año? Ella no era para ti. Quizá ahora has encontrado a tu alma gemela.

– Yo pensé que Renee era la mujer de mi vida.

– No, tú pensabas que Renee era guapísima, elegante y sofisticada. Estabas embobado. Y Renee pensó que eras lo suficientemente rico como para financiar su carrera artística. Era una egoísta. Y si no se hubiera quedado embarazada dos meses después de casaros, seguramente no habríais durado ni un año.

– Eso solo prueba que no sé elegir a las mujeres. Hasta este momento, yo pensaba que Renee se había casado conmigo porque me quería. Gracias por abrirme los ojos, papá.

Jed sonrió, irónico.

– Para eso estamos.

Alex volvió a pasarse una mano por el pelo.

– ¿Cómo voy a saber si me equivoco o no? Solo conozco a Holly desde hace dos semanas. No sé nada de su familia, ni qué perfume usa, ni cuál es su color favorito.

– Pero hay muchas cosas que sí sabes.

– No sé si quiere vivir en una granja. Es una chica de Nueva York… sus amigos están allí, su trabajo, todo. ¿Qué va a hacer en Stony Creek?

– Tú sabes lo que hay en tu corazón, Alex. Eso es lo único importante.

– ¿Y qué hay en el corazón de Holly?

– Eso no lo sabrás hasta que le preguntes. Pero te digo una cosa, hijo, si dejas que se vaya sin decirle lo que sientes, siempre te preguntarás qué habría pasado -murmuró Jed, pasándose una mano por el mentón-. Espera un momento. Tengo algo que podría ayudarte.

Su padre salió de la cocina y Alex se sirvió una taza de café. Si tuviera un poco más de tiempo… un mes o dos. Entonces se libraría de las dudas. Todo parecía tan simple cuando la tenía en sus brazos…

Pero si no se arriesgaba, ¿cuál iba a ser su futuro? Una larga vida de soledad, una cama helada y un corazón vacío. Criar a un hijo sin su madre, no llenar nunca la casa con un montón de niños, como siempre había deseado…

Alex sonrió. Holly y él tendrían unos hijos preciosos. Quizá una niña de ojos verdes como los suyos. Y un hermanito como Eric. Si Holly se quedase, su vida significaría algo.

– Llevo algún tiempo queriendo darte esto -dijo Jed entonces, entrando de nuevo en la cocina con una bolsita de terciopelo negro-. Pero estaba esperando que llegase el momento adecuado.

Alex tomó la bolsita y de ella sacó un anillo de diamantes.

– Era de mamá.

– Era de tu abuela. Y antes, de la madre de esta. Tu mujer debería llevarlo, ¿no crees?

– Renee era mi…

– Ella no se lo merecía -lo interrumpió su padre-. Pero creo que ese anillo quedaría muy bien en el dedo de Holly.

– Casarme… ese es un paso demasiado grande. No estoy preparado, papá. No pienso pedirle a Holly que se case conmigo en solo dos semanas.

Pero miraba el anillo con ternura. Quedaría precioso en el dedo de Holly. Y a ella le encantaría. Le gustaban mucho las tradiciones y las cosas antiguas…

– Eres un Marrin. No debes esperar. Si ella es la mujer de tu vida, tienes que decírselo.

– Yo creo que esa tradición familiar debería terminar conmigo, papá. Tengo que pensar en Eric. ¿Y si las cosas no salen bien? Tú sabes lo que sufrió cuando Renee se marchó… no quiero volver a hacerle daño.

Jed puso las manos sobre los hombros de su hijo.

– No pierdas el tiempo, Alex. Si dejas que Holly se vaya, puede que no vuelva nunca.

Su padre tomó el chaquetón y salió de la casa, dejándolo pensativo. Pero, por mucho que pensara, no se le ocurría un plan lógico.

Quizá el amor no era lógico. Quizá era algo loco e irracional. Resultaba mucho más fácil cuando se era joven, la decisión clara, las consecuencias todavía desconocidas.

Alex volvió a guardar el anillo en la bolsita de terciopelo y subió a su dormitorio. Cuando se miró al espejo de la cómoda, comprobó que tenía cara de sueño y el pelo aún revuelto por los dedos de Holly. Pero también vio algo que no había visto antes: una paz y una calma nuevas, como si finalmente hubiera encontrado lo que buscaba.

Si pudiera hacer que durase para siempre…


– ¡Holly, Holly! ¿Estás ahí?

Ella abrió los ojos y alargó la mano para tocar el sitio donde había dormido Alex. Pero estaba vacío. Se había marchado al amanecer…

Holly sonrió, recordando. Se sentía relajada, saciada… miró entonces por debajo de la sábana. Y muy perversa. Nunca antes había dormido desnuda.

– Holly, soy yo, Eric. ¿Puedo entrar?

Ella se sentó en la cama al recordar que Alex no podría haber cerrado la puerta por fuera.

– ¡Espera un momento! -gritó, buscando su ropa.

A toda prisa, se puso el jersey del día anterior y los pantalones del pijama. Había juguetes tirados por el suelo y, con la precisión de un jugador de fútbol, los pateó debajo de la cama.

El picaporte empezó a girar.

– ¿Estás despierta? ¿Puedo entrar?

Holly corrió para tomar un robot y esconderlo debajo del jersey. Un segundo después, Eric entraba en la habitación como una tromba. En la mano llevaba un ramo de flores.

– ¡Mira, te han mandado flores! ¡Acaban de llegar! Y no son de plástico, son de verdad. Creo que son rosas.

– Alex -murmuró ella.

Qué maravillosa forma de empezar el día… Entonces oyó un pitido saliendo por debajo de su jersey… el robot, el robot se había encendido.

– ¿Qué es eso? -preguntó Eric.

– Nada, mi estómago. Es que tengo hambre.

El niño hizo una mueca.

– Mi estómago no hace ese ruido.

– ¡Buenos días!

Ambos levantaron la mirada al oír la voz de Alex en la puerta. Llevaba la ropa de trabajo y tenía nieve en el pelo.

– ¡Papá, mira, a Holly le han mandado flores!

Sus ojos se encontraron y, al hacerlo, renacieron los recuerdos de la noche anterior. El deseo, la necesidad de tocarse, la rendición final por parte de los dos. Holly se puso colorada. Y se preguntó cuándo volverían a compartir cama. ¿Dormiría con ella por la noche o robarían algunas horas durante el día?

– Gracias -murmuró, sonriendo.

– Yo no te he enviado las flores -dijo Alex.

Ella parpadeó, sorprendida.

– ¿No has sido tú? Entonces… ¿quién me ha enviado dos docenas de rosas?

– A lo mejor hay una tarjeta -sugirió él.

Eric miró entre las flores y sacó un sobrecito.

– ¡Mira, aquí está! ¿Quieres que la lea?

– Si sabes hacerlo.

– Claro que sé. Soy el mejor de mi clase -murmuró el niño, ofendido-. Aquí dice… Feliz Navidad. Llámame. Te quiero, Step… Step… hand. ¿Quién es Stephan?

Holly le quitó la tarjeta de las manos.

– ¿Stephan? -repitió-. Pero no lo entiendo…

¿Habría cambiado de opinión? ¿Habría dejado a su prometida, la hija del millonario?

– ¿Quién es Stephan?

– Eric, ve a ayudar a tu abuelo en el establo. Está en el box de Jade.

– Pero…

– Haz lo que digo -lo interrumpió su padre, muy serio.

El niño salió de la habitación, suspirando. Alex no se movió y no dijo una palabra, como si esperase una explicación.

Pero Holly no podía dársela. No sabía por qué Stephan le enviaba flores… especialmente en aquel momento. A menos que quisiera volver con ella.

– Esto no tiene sentido -murmuró.

– Flores de tu prometido. Qué raro, ¿no?

– No estoy prometida, Alex -suspiró ella-. Stephan me pidió que me casara con él y le dije que lo pensaría. Estuve casi un año pensándolo y hace poco me enteré de que se había prometido con otra mujer.

– Entonces, cuando me dijiste que estabas prometida…

– Era una pequeña exageración -sonrió Holly-. Bueno, una mentira. Pero tenía mis razones.

– Pues evidentemente tu «casi» prometido ha cambiado de opinión.

– No puede ser. Se supone que va a casarse en junio. No he hablado con él en nueve meses. ¡Ni siquiera sabe que estoy aquí!

– ¿Estás enamorada de él?

– ¡No! -exclamó Holly-. ¿Tú crees que habría hecho el amor contigo si estuviese enamorada de otro hombre?

– No te conozco lo suficiente como para saber lo que harías o dejarías de hacer -replicó Alex.

– Stephan no puede creer que voy a casarme con él. Aunque, en realidad, nunca le di una respuesta… ¿Podría haber interpretado eso como un sí?

– Yo lo interpretaría como un clarísimo no, desde luego. ¿Sabes una cosa? Cuando me dijiste que estabas prometida, pensé que no era verdad. Que solo lo decías para preservar tu virtud.

Holly miró la tarjeta, perpleja.

– Pues ya sabemos lo que me ha durado la virtud contigo.

Alex tiró las flores al suelo y tomó su cara entre las manos.

– Olvida a ese hombre. Lleva un año fuera de tu vida. Lo que hay entre nosotros es real, es auténtico… Holly, quiero que te quedes aquí. No solo para las navidades, sino para siempre.

– ¿Qué dices?

– Yo te necesito, Eric te necesita. Y quiero que te quedes.

– ¿Quieres que me quede? Pero… pensé que…

– Sé que no he dejado muy claro cuáles eran mis sentimientos, pero te quiero, Holly. Y quiero que seas parte de mi vida.

Ella no sabía qué decir. Aunque había soñado con oír aquella frase, nunca pensó que sería algo más que un sueño. En realidad, se había convencido a sí misma de que era imposible. Pero Alex no le había pedido que se casara con él. Solo le había dicho que se quedase en Stony Creek.

Se habían conocido solo dos semanas antes, era lógico que no hablase de matrimonio. Pero, ¿podía abandonar su vida y su trabajo en Nueva York por la mera posibilidad de vivir con él? ¿Podría ser su amante y la madre de Eric sin saber qué sería de su futuro?

Aunque se llevaba muy bien con el niño, la responsabilidad de ser su madre… ¿Y si no sabía hacerlo? ¿Y si cometía errores y le destrozaba la vida? Su padre nunca se lo perdonaría.

Y Alex… Aunque estaba enamorada de él, apenas lo conocía. ¿Y si sus sentimientos se enfriaban? ¿Y si se daba cuenta de que había cometido un error y le pedía que se marchase? ¿Podría soportar el dolor de dejar a Alex y Eric después de ser parte de la familia?

– ¿No vas a responder?

– Esta no es una proposición de matrimonio, ¿verdad?

Él apretó los labios.

– Ya sabes que lo del matrimonio no se me da bien.

Holly arrugó el ceño.

– Yo… tendré que pensarlo.

– ¿Igual que pensaste la proposición de ese otro hombre? ¿Vas a hacerme esperar durante un año? Yo no pienso cruzarme de brazos, Holly. Quiero una respuesta ahora mismo.

Ella respiró profundamente.

– No puedo darte una respuesta ahora mismo. Hay que tomar en cuenta muchas cosas.

– ¿Lo de anoche no significó nada para ti?

– Claro que sí. Lo de anoche fue maravilloso, Alex. Nunca había sentido una pasión así, pero no puedo cambiar toda mi vida por una sola noche de pasión. Soy una persona muy práctica. Si me conocieras, lo entenderías -suspiró Holly, tomando una rosa del suelo-. Además, aunque quisiera aceptar ahora mismo, no puedo hacerlo. Tengo que volver a Nueva York para hablar con Stephan. Hasta que lo haga, no podré darte una respuesta.

Alex la miró enfadado.

– Debería haberlo sabido. Debería haber confiado en mi instinto -murmuró, abriendo la puerta-. Cuando tengas una respuesta, házmelo saber. No quiero estar un año esperando.

Holly se levantó de la cama, pero él ya había salido de la habitación. Entonces miró las rosas. ¿Cómo podía haberle hecho eso Stephan? Por fin se enamoraba de un hombre, un hombre que le había pedido que formase parte de su vida y, de repente…

Pero tenía que volver a Nueva York para decirle lo que debería haberle dicho un año antes. No se casaría con Stephan. Si se casaba con alguien, sería con Alex Marrin. El único problema era que él no se lo había pedido.

Pero, ¿por qué quería volver a Nueva York? No tenía por qué darle una respuesta. Había pasado un año y, según Meg, él había encontrado a otra mujer. La hija de un millonario, ni más ni menos.