Y lo único que la esperaba en la ciudad era un trabajo que había empezado a odiar y un negocio que apenas se mantenía a flote.

Holly suspiró. Quizá solo necesitaba una excusa, unos días para pensar. Pero Alex era el hombre de su vida, el hombre del que estaba enamorada, el hombre con el que quería pasar el resto de sus días.

Cerrando los ojos, intentó calmar el caos de su cabeza. Había soñado con eso y, cuando era capaz de tocarlo con las manos… no podía creer que fuese real.

Agitada, se dejó caer sobre la cama y pensó en la noche anterior, sintiendo un escalofrío al recordar los sentimientos que habían compartido. Sentimientos profundos. Sentimientos que podrían durar una vida entera si se daba una oportunidad a sí misma.

Pero, ¿podía basar su futuro en una pasión abrumadora, en un amor desesperado? ¿O tenía que haber algo más?


Holly miró la cocina por última vez, un sitio que le resultaba tan familiar como la palma de su mano. Había colocado cada cosa a su gusto y era «su» cocina. Aunque seguramente pronto volvería a ser un caos.

Había terminado de hacer los preparativos para la cena de Nochebuena y la comida de Navidad, ocupando su cabeza con recetas en lugar de lamentos.

– El asado Wellington con patatitas francesas es un poco complicado -le dijo a Jed-. Pero solo tienes que calentarlo en el horno a 125 grados y cortarlo luego rápidamente, antes de que se ponga duro.

El hombre no parecía muy convencido.

– No sé…

– No te preocupes, esto es lo más difícil. El pavo de Navidad será coser y cantar. Solo tienes que rellenarlo… el relleno está guardado en la nevera, en un bol de color verde, y meterlo en el horno.

– Espero poder hacerlo.

– Aquí están las instrucciones -dijo Holly entonces, dándole un papel-. No olvides cambiar las velas. Rojas por la noche, blancas para la comida.

– ¿Eso es importante? -preguntó Jed.

– Mucho. He planchado todos los manteles y las servilletas… el que tiene el estampado con la flor de pascua es para esta noche, el de color crema para mañana. La verdad, podría poner la mesa ahora mismo y así no tendrías que hacerlo tú.

– ¿Y por qué no te quedas? Yo nunca he metido un asado Burlington en el horno y nunca sé si la carne está dura o blanda.

– Wellington -lo corrigió Holly-. Y no puedo quedarme, Jed. Tengo que volver a Nueva York.

– Te ha pedido que te quedes, ¿verdad?

– Prefiero no hablar de ello. Ahora mismo estoy un poco confusa y cuanto más lo pienso, más confusa estoy. Necesito un poco de tiempo… esta es una decisión muy importante.

– Pues él no está mejor. Ha limpiado tan bien los establos, que podríamos celebrar la comida de Navidad en el suelo.

Evidentemente estaba enfadado porque no le había dado una respuesta, pero nada la haría cambiar de opinión. Siempre se había tomado su tiempo para decidir las cosas y no pensaba mudarse a Schuyler Falls por una noche de pasión, por muy maravillosa que hubiera sido.

Tenía que considerar todas las opciones, todos los detalles hasta que supiera que esa unión sería perfecta. Por supuesto, no existía la perfección en las parejas, pero…

– Bueno, mi maleta está en la puerta y el tren sale en media hora. Tengo que irme, Jed -suspiró ella-. No te preocupes, todo saldrá bien. Y el asado Wellington estará riquísimo. Voy a despedirme de Eric. ¿Sabes dónde está?

– Esperando en el porche. Despídete de él mientras yo subo tus cosas a la furgoneta.

Holly encontró a Eric sentado en los escalones del porche, con Thurston a su lado. No la miraba y se dio cuenta de que estaba a punto de llorar.

– Lo hemos pasado bien, ¿verdad? -murmuró, poniéndole un brazo sobre los hombros-. Has conseguido las navidades que querías, ¿no?

– Serían mejores si te quedases. Podrías ser mi mamá… si quisieras -dijo el niño.

– No sé lo que me deparará el futuro, Eric. Quizá algún día sea tu mamá. O quizá tu padre conozca a una mujer maravillosa que te hará muy feliz. Pero eso no significa que yo vaya a dejar de quererte.

– Sí, ya -murmuró él, incrédulo-. Eso es lo que dijo mi madre cuando se fue.

A Holly se le encogió el corazón. ¿Por qué aquel niño tenía que sufrir por sus indecisiones? ¿Por qué no podían ser una familia feliz?

– Imagina que soy un ángel de verdad y que estaré mirándote desde Nueva York.

Eric sacó entonces una caja del bolsillo.

– Es mi regalo de Navidad. Te había comprado sales de baño, pero luego pensé que esto te gustaría más.

Holly abrió la cajita de plástico. Dentro había una cadena de la que colgaba un penique aplastado, tan fino como el papel.

– Es precioso. Muchísimas gracias.

– Es mi penique de la suerte. Yo y Kenny y Raymond los ponemos sobre las vías del tren para que los aplasten las ruedas. Tenía este penique en el bolsillo cuando fui a ver a Santa Claus, cuando le pedí que vinieras. Pero quiero que te lo quedes tú. Para que te dé suerte.

Ella se puso el colgante con el corazón encogido.

– Gracias, cariño. Es el regalo más bonito que me han hecho nunca.

Eric le echó los brazos al cuello.

– Es para el mejor ángel de Navidad del mundo.

Por fin la soltó y se metió corriendo en la casa.

Conteniendo las lágrimas, Holly acarició el penique aplastado. Jed la esperaba en la furgoneta y, mientras iba hacia ella, esperó que Alex apareciese milagrosamente y la tomase en sus brazos para no dejarla ir. Eso era lo que quería, ¿no? No estaba preparada para tomar una decisión, pero no quería marcharse. Con doscientos kilómetros entre ellos, temía que la atracción se enfriase, que la pasión que habían compartido desapareciera. Temía no volver nunca a Stony Creek.

Cuando abría la puerta de la furgoneta, se volvió y… vio a Alex en el porche, con el pelo despeinado por el viento. Y casi tuvo que llevarse una mano al corazón, como la primera vez que lo vio.

– Supongo que esto es un adiós.

– Supongo que sí, por el momento.

– ¿Vas a volver con él?

– No -contestó Holly-. No estoy enamorada de él y voy a decírselo.

– ¿Y después? ¿Volverás para darme una respuesta? -preguntó Alex.

– Te prometo que lo haré.

Después, sin pensar, por instinto, corrió hacia el porche y le dio un beso en los labios.

– Feliz Navidad, Alex.

– Feliz Navidad, Holly.

Lo observó por la ventanilla de la furgoneta mientras se alejaba por el camino. Antes de que la casa desapareciera de su vista, él levantó una mano para decirle adiós.

– Volveré -murmuró con un nudo en la garganta-. Te lo prometo.

Pero no estaba segura del todo. Aquello había sido un encargo profesional, un trabajo para no terminar en números rojos como todos los años. No debería haberse enamorado.

Capítulo 9

El viaje de vuelta a Nueva York le pareció eterno. Intentaba entusiasmarse por volver a Manhattan, a su vida normal. Pero no podía hacerlo. Cada kilómetro que pasaba era un puñal en su corazón.

Durante dos semanas había vivido otra vida, rodeada de cariño, de afecto, de sueños de futuro… ¿Qué la esperaba en la ciudad sino caros adornos navideños? Una chica no puede meterse en la cama con un adorno de Navidad, por muy clásico o elegante que sea.

Mirando el paisaje, recordó su noche con Alex, recordó la carita de Eric, las bromas de Jed…

Después de vivir en Stony Creek, su vida en la ciudad le parecía banal, vacía, sin sentido. ¿De verdad le importaba el muérdago más fresco, el adorno más exclusivo? ¿Le importaba que estuvieran hechos de maderas nobles o de plástico? Y si tenía que convencer a otro cliente de que el espumillón estaba pasado de moda… se pondría a gritar.

Angustiada, dejó escapar un suspiro.

– Las navidades son difíciles para todos, querida.

Holly miró a la anciana que iba sentada a su lado. Había subido en Schenectady y olía a uno de esos perfumes antiguos, típicos de las abuelas.

– Estoy bien, solo un poco cansada.

– ¿Vas a visitar a tus parientes? Yo voy a ver a mi hija. Vive en Brooklyn. A lo mejor la conoces, se llama Selma Godwin.

Ella negó con la cabeza.

– No, no la conozco.

– Lleva una vida muy emocionante en Nueva York. Siempre trabajando y cuidando de su familia. A veces creo que no tiene tiempo de vivir de verdad. ¿Y tú?

– ¿Si tengo una familia?

– Si vives de verdad.

– No -contestó Holly-. No lo creo. De hecho, por eso viajo en este tren. Si viviese de verdad estaría cenando con la familia Marrin, no tomando una cena fría en Manhattan. Y si pasar la Nochebuena sola no fuera suficientemente patético, mañana tengo el premio doble: Navidad y mi cumpleaños.

– Tómate una copa de coñac, querida. No te sentirás tan sola. En mis tiempos no usábamos antidepresivos cuando estábamos tristes. Sencillamente, tomábamos una copita de coñac -rió la mujer-. ¿Por qué no me cuentas qué te pasa? A lo mejor te ayuda.

De repente, Holly sintió la necesidad de contarle su vida. Además, quizá un punto de vista objetivo la ayudaría, ya que ella era incapaz de tomar una decisión.

– Todo empezó cuando me ofrecieron un trabajo como… bueno, algo así como un ángel de Navidad.

Le contó la historia mientras el tren recorría los kilómetros que la separaban de Nueva York, con la anciana asintiendo sin hacer comentarios.

– Al principio no nos llevábamos bien, pero luego todo cambió. ¿Usted cree en el amor a primera vista?

La mujer se encogió de hombros.

– Si es amor, es amor. Sea a primera vista o no. Lo que sé del amor es que debes escuchar a tu corazón, cariño. Cuando yo conocí a Harold me volví loca, pero él ni siquiera se había fijado en mí. Cuando por fin se molestó en mirar… se enamoró. Más tarde me enteré de que me ignoraba porque me tenía miedo. ¿Te lo puedes creer? Miedo de mí. Pero yo siempre supe que me quería.

– ¿Y de qué tenía miedo?

– Supongo que de no tener lo que hacía falta para hacerme feliz. Pero estar con él me daba toda la felicidad que necesitaba -suspiró la anciana-. ¿Estás enamorada de ese hombre?

– Sí. Y él también de mí. Pero, ¿eso es suficiente? ¿Cómo voy a saber si el amor durará? Tengo tantas preguntas… y ninguna respuesta.

El tren se detuvo entonces y Holly se dio cuenta de que habían llegado a Nueva York.

– Solo tú sabes cómo hacer realidad tus sueños -sonrió su acompañante, levantándose-. Si escuchas a tu corazón, no te equivocarás. Bueno, querida, ha sido un placer conocerte. Que tengas unas felices fiestas.

– Espere -dijo Holly. Después de una conversación tan íntima, no podía marcharse así como así-. Ni siquiera me he presentado. Me llamo Holly Bennett. ¿Y usted? Podríamos tomar un café…

No quería ir a su solitario y frío apartamento. Ni siquiera había puesto un árbol de Navidad.

La anciana le guiñó un ojo.

– Me llamo Louise, pero puedes llamarme… tu ángel de Navidad.

La enigmática Louise bajó del tren y, antes de que Holly pudiera reaccionar, se había perdido entre los pasajeros que llenaban el andén.

– Solo tú sabes cómo hacer tus sueños realidad -repitió en voz baja-. Podría hacer mis sueños realidad ahora mismo si no fuera tan cobarde… Podría escuchar a mi corazón y cambiar el curso de mi vida.

De repente, su corazón se inundó de alegría. Era como si hubiesen encendido todas las luces de Nueva York. Holly bajó al andén y corrió hacia la taquilla. Si no había billete de vuelta a Schuyler Falls, alquilaría un coche… iría andando si hiciera falta. Aquellas podrían ser las mejores navidades de su vida, sin preguntas, sin presiones, sencillamente haciendo lo que le dictaba el corazón.

– ¡Holly!

– ¡Meg! ¿Qué haces aquí?

– He llamado a la granja y Alex Marrin me ha dicho que habías tomado el tren -contestó su ayudante, metiéndose las manos en los bolsillos del abrigo.

– ¿Qué ocurre? ¿Ha pasado algo?

– No, es que… he hecho algo que no debería haber hecho, pero ha sido con la mejor intención. La verdad, no esperaba que volvieses. Pensé que te darías cuenta de que estás enamorada de él y te quedarías en la granja, pero me ha salido mal.

– Meg, ¿qué has hecho?

– Yo envié las rosas -contestó su ayudante, mirando al suelo-. Soy una mala amiga y entiendo que quieras despedirme inmediatamente. Pero pensé que si te veías obligada a elegir…

Holly soltó una carcajada.

– ¿Tú enviaste las flores? Gracias a Dios… ¿Sabes lo que eso significa?

– ¿Que estoy sin trabajo?

– No, tonta. Significa que no tengo que ver a Stephan para decirle que nunca he querido casarme con él.

– Entonces, ¿sigo teniendo trabajo?

– No podría despedirte. Además, a partir de ahora te asciendo a la categoría de directora general…

– ¿Cómo?