– ¿Las ramas no son muy delgadas?

– Podemos poner las más delgadas contra la pared -contestó Holly-. Ese otro de ahí, el grande, iría bien en el cuarto de estar. Y ese pequeño para el estudio. Si no te importa empezar a talar… tenemos que volver a casa.

Estaba enfadada, pero Alex no sabía por qué. ¿Habría entendido mal los mensajes? ¿Tanto tiempo llevaba sin una mujer que no podía ver la diferencia entre deseo y disgusto?

– Eric, ¿por qué no te vas a casa con la señorita Bennett? Parece que… tiene frío.

– Puedo ir sola -replicó ella.

– Ya lo sé. Pero prefiero que Eric te acompañe. El conoce este bosque tan bien como yo.

Los vio alejarse por el camino cubierto de nieve. Por mucho que se lo negara no podía esconder la verdad. No estaría tranquilo hasta que hubiera besado a Holly Bennett… larga y profundamente. Quizá entonces podría olvidar la fascinación que sentía por ella.

Esa era la solución, se dijo. En cuanto tuviera oportunidad, la tomaría en sus brazos y le daría un beso de tornillo. Y así se terminaría el asunto.

O quizá solo sería el principio.

Capítulo 4

Las llamas de la chimenea se estaban convirtiendo en brasas cuando Holly terminó de decorar el árbol del cuarto de estar. Eric se había aburrido de colgar adornos y estaba dormido en el sofá, con la cabeza sobre la tripa de Thurston.

Aunque Alex aparentaba estar leyendo el periódico, Holly sentía la mirada del hombre clavada en su espalda.

¿Cómo había podido ir la cosa tan rápido? Tres noches antes eran unos desconocidos y, de repente, se sentía como una quinceañera saturada de hormonas.

Nunca se había creído una mujer apasionada. Stephan y ella tuvieron una satisfactoria relación en la cama, pero nunca hubo trompetas, ni coros de ángeles…

Sin embargo, sabía que podría tener todo eso… con Alex Marrin. Cada vez que lo miraba, sentía como si se le encogiera el estómago.

Lo sensato sería mantener una simple relación profesional, pero su corazón le decía que había algo más. Después del revolcón en la nieve, solo podía pensar en terminar lo que habían empezado.

Pero, ¿dónde los llevaría un beso? Holly intuía que a un corazón roto, y eso era algo que debía evitar a toda costa.

Después de colocar el último adorno, dio un paso atrás. La idea de decorar un árbol con «bichos» no le hizo mucha gracia, pero debía reconocer que quedaba simpático. Habían encontrado mariposas, mariquitas y gusanitos de colores que, mezclados con ramas de muérdago, le daban un toque infantil muy inocente. Aunque no era un trabajo muy sofisticado, tenía su encanto.

– ¿Qué te parece? -preguntó, mirando el nido de pájaros que coronaba el árbol.

– ¿Perdona?

– ¿Qué te parece el árbol?

Alex miró a Eric.

– Será mejor que lo lleve a la cama.

El pequeño abrió los ojos bostezando, pero cuando vio las mariposas iluminadas por las luces de colores, se emocionó.

– ¡Qué bonito! -exclamó, abrazando a Holly.

– ¿Te gusta?

– Es el árbol de Navidad más precioso del mundo.

– Mañana adornaremos los otros. Buenas noches, cielo.

– Buenas noches.

Los vio salir juntos del cuarto de estar. El cariño que había entre padre e hijo era tan grande, que le calentaba el corazón. Ella había tenido el mismo cariño de sus padres. Y algún día tendría un hijo al que estaría unida por la misma relación de amor incondicional.

Pero cuando se imaginaba a sí misma como madre, la imagen ya no era borrosa. Eric era el niño que aparecía en su mente. Y Alex Marrin se había colado en el papel de marido.

Aunque no quería casarse con él, por supuesto. Qué tontería. Solo quería un hombre dedicado a sus hijos, un hombre de los pies a la cabeza, alguien en quien poder confiar.

Suspirando, apagó la luz del cuarto de estar para comprobar el efecto y se quedó un rato en la oscuridad, observando el árbol, respirando el aroma del abeto recién cortado…

– Una belleza.

Holly se volvió.

– ¿Te gusta?

– No estaba hablando del árbol -murmuró Alex.

Ella se puso colorada. Un simple cumplido podía desarmarla… especialmente si quien se lo hacía era Alex Marrin.

– Creo que lo de los bichos ha funcionado.

– ¿Quieres una copa de vino?

– Tengo que colgar la guirnalda en el estudio. Y también tengo que…

De repente, Alex tomó su cara entre las manos. Era algo tan inesperado, que Holly no supo qué hacer. Pero no estaba indignada, ni avergonzada, ni se sentía culpable. Todo lo contrario.

Al ver que no protestaba, él se inclinó para besarla, ahogando un gemido ronco. Al principio era un beso suave, apenas un roce, pero pronto se convirtió en una caricia llena de pasión.

– Llevo queriendo hacer esto desde la primera noche -murmuró, besando su cuello-. Dime que tú también lo deseabas.

– Yo… no estoy segura -musitó Holly, inclinando la cabeza a un lado para disfrutar de la caricia.

Quería mantener las distancias con Alex… pero deseaba demasiado sus besos.

– ¿Por qué lo niegas? Nos sentimos atraídos el uno por el otro. Es muy sencillo.

– Pero no lo es. Estoy aquí para trabajar y tengo que volver a Nueva York. Tengo un negocio y…

– No te estoy pidiendo que te quedes -la interrumpió él-. Esto no es una proposición de matrimonio.

Holly se apartó de golpe.

– Por eso no deberíamos besarnos.

– ¿Necesitas un anillo de compromiso para besar a un hombre?

– No seas ridículo.

– ¿Entonces?

Ella buscó una buena razón para no besar a Alex Marrin, pero no encontró ninguna. ¿Por qué no? Al fin y al cabo, ya no estaba prometida con Stephan. Era una mujer libre y podía besar a quien le diese la gana.

– Hay otro hombre -dijo entonces, agarrándose a la primera excusa que se le ocurrió.

– No lo habrá después de esta noche -murmuró Alex, acariciando su cuello.

– Lo digo en serio.

– ¿Estás comprometida? -preguntó él entonces, mirándola como si le hubieran salido cuernos.

– No… quiero decir, sí. Hace unos meses, Stephan me pidió que me casara con él.

No era una mentira… del todo.

– No veo ningún anillo de compromiso.

– No necesito un anillo para saber lo que siento.

– ¿Y qué sientes cuando estás con él, Holly? ¿Te hace sentir lo mismo que yo? ¿Te deja sin respiración, sin aliento? -preguntó Alex, tomándola por la cintura.

– Estáte quieto.

– Oblígame.

Y entonces se inclinó para besarla de nuevo. La besaba con ternura y, a la vez, con un deseo tan fiero que Holly podía sentirlo atravesando su cuerpo. Y cuando se apartó, dejándola sin aire, no supo cómo reaccionar.

– No puedes cambiar el pasado castigándome a mí. Yo no soy tu ex mujer, Alex. Y cuando me marche, no podrás echarme la culpa. No te abandonaré, sencillamente volveré a mi mundo.

Él dio un paso atrás, perplejo.

– Acabas de contestar a todas mis preguntas. ¿Necesitas ayuda para algo? Si no, tengo mucho trabajo en el establo.

– ¿Eso es todo? -preguntó Holly.

– No se preocupe, señorita Bennett. No pienso volver a besarla. A menos que me lo suplique, claro.

Después, tomó su chaqueta y salió de la casa.

Ella se llevó una mano al corazón, que latía con violencia.

– Me alegro de haberlo aclarado -murmuró para sí misma.

Se dispuso a guardar las cajas, pero le temblaban tanto las manos que tuvo que sentarse.

Alex no volvería a besarla, no volvería a mirarla con deseo…

Si pudiera convencerse a sí misma de que eso era lo que quería. Si pudiera concentrarse en el trabajo y no en la increíble atracción que sentía por Alex Marrin…


– Haz las maletas y vente para acá -dijo Holly, intentando contener la histeria-. Hay un tren que sale de Nueva York a las nueve y llega a Schuyler Falls alrededor de mediodía.

– ¿Mamá?

– ¡Soy Holly!

Al otro lado del hilo hubo un silencio. Y después, un largo bostezo.

– ¿Holly? Son las cinco de la madrugada.

– Sé qué hora es y quiero que estés aquí mañana. A partir de ahora, tú te encargas de esto.

La exclamación de Meg no la turbó lo más mínimo. Llevaba horas dándole vueltas a la cabeza y había decidido que no podía seguir en casa de los Marrin. Alex había dicho que no volvería a tocarla, pero estaba segura de que, tarde o temprano, ella le acabaría suplicando. Y entonces no querría solo besos. No, querría mucho más.

Pero no podía ser. Apenas lo conocía.

Había tardado casi un año en decidirse sobre Stephan y, a pesar de que le había salido el tiro por la culata, esa era su forma de proceder. Holly Bennett nunca tomaba decisiones precipitadas. Siempre había considerado sus opciones cuidadosamente.

Aunque una aventura con Alex Marrin sería muy excitante, también sería muy peligrosa. Sabía que no era el tipo de hombre que entrega su corazón a cualquiera. El divorcio le dejó cicatrices y había dejado bien claro cuáles eran sus sentimientos. Se sentía atraído por ella, pero no habría proposición de matrimonio ni final feliz. Solo sería… un revolcón.

– ¿Qué pasa? -preguntó Meg, medio dormida.

– Creo que es mejor que tú te encargues de este trabajo.

– ¿Por qué?

– Porque tú eres… eres más fuerte que yo.

– Si hay que levantar cosas pesadas, ¿por qué no contratas a alguien?

– No me refiero a eso -suspiró Holly.

– Entonces, ¿a qué te refieres? ¿Y qué te ocurre? Pareces muy alterada.

– Estoy bien.

– Estás mintiendo. Siempre sé cuando mientes, incluso por teléfono. ¿Qué ocurre?

– Es que hay un hombre… el padre de Eric Marrin, Alex. Y hay algo entre nosotros.

– ¿Hay algo? No te habrás puesto toda puritana y toda boba, ¿no? ¿Cuántas veces te he dicho que debes ser un poco más flexible?

– ¡No me he puesto boba! -exclamó Holly, sentándose sobre la cama-. Todo lo contrario. Hemos acabado besándonos.

– ¿Has besado a un hombre? -preguntó Meg, incrédula-. ¡Has besado a un hombre! ¿En los labios?

– Sí.

– Qué alegría.

– Pero tengo una reputación que proteger…

– Ya te estás poniendo boba.

– No puedo tener una aventura con un cliente -protestó Holly.

Esperaba que Meg no le recordase que, en realidad, Alex no era un cliente. Podría hacerle un striptease en la cocina si le daba la gana.

– Tienes que vivir un poco, mujer.

– Por favor, Meg, tienes que ayudarme. Si me quedo, no sé qué va a pasar.

– Ah, claro, podrías volverte loca y hacer el amor con ese hombre, qué susto. ¡Pero eso es precisamente lo que necesitas! Holly, tú tienes la vida planeada al detalle y creo que deberías hacer algo espontáneo por una vez.

– ¡No estamos hablando de mis defectos! ¡Estamos hablando de sexo! Sexo con un hombre que, seguramente, lo hace muy bien además. Y yo no. Y si quieres seguir colgando adornos de Navidad conmigo el año que viene, haz las maletas y toma el tren de las nueve.

– Pero es que tengo trabajo aquí -protestó su ayudante-. No puedo tomar un tren a las nueve de la mañana…

Holly no pensaba seguir discutiendo. Porque entonces tendría que convencer a Meg de que su reputación era más importante que un par de noches de tórrido sexo con Alex Marrin. Y, en aquel momento, no sería capaz.

Después de darle una serie de instrucciones, aceptó que tomase el tren de la tarde y colgó, ocultando la cara entre las manos. ¿Cómo se había metido en aquel lío? Si se hubiera apartado cuando la besó…

Pero se sentía atraída por Alex desde que lo vio en el establo la primera noche. En ese momento sintió algo extraño, un magnetismo salvaje. Se sentía dominada por el instinto, no por el sentido común.

Y ella no era así.

Nerviosa, tomó la guía y buscó el número de la empresa de taxis de Schuyler Falls. Aunque el tren no salía hasta las once, cuanto antes escapase de allí, mejor.

Un nombre contestó, medio dormido, pero aceptó ir a buscarla media hora después. Así tendría tiempo de hacer la maleta y dejar una nota para Eric.

Cuando salía de la casa apenas había amanecido y las luces de los establos iluminaban el camino cubierto de nieve. Pero en cuanto bajó los escalones del porche, se chocó contra alguien.

Con los nervios, se le cayó la maleta en el pie y lanzó un grito de dolor.

– ¿Dónde vas? -preguntó Alex.

Apretando los dientes, Holly tomó de nuevo la maleta y pasó a su lado, sin mirarlo.

– A Nueva York.

– ¿Ahora mismo?

– Solo querías que me quedase tres días y ya han pasado, ¿no?

– Pero te dije que…

– Da igual. Es mejor que me marche. He llamado a mi ayudante, Meghan O'Malley. Llegará mañana.

– Pero Eric te quiere a ti -dijo Alex, tomándola del brazo-. Tú eres su ángel de Navidad… ¿Es por el beso de anoche?