– ¿Y no me lo has dicho?-le espetó Isadora.

Drew se encogió de hombros y la estrechó cariñosamente contra sí.

– Se me olvidó.

– Ese fiasco de las esmeraldas le costó a Frank su empresa -comentó acaloradamente la madre de Marcus-. ¿Cómo se te ha podido olvidar decirme cualquiera cosa que tenga que ver con Colette?

– ¿El fiasco de las esmeraldas? -preguntó Marcus-. ¿De qué estás hablando?

– Nunca te lo dijo, ¿verdad? -susurró la mujer, después de contemplar el rostro de su hijo durante unos segundos.

– ¿Decirme qué?

A excepción de Sylvie, los tres estaban de pie. Entonces, Drew acercó una silla e hizo que se sentara Isadora. Luego hizo lo propio él mismo. De mala gana, Marcus tuvo que sentarse.

– Colette contrató al equipo de diseño de papá -añadió-, y poco después, Van Arl fue a la quiebra. Nunca he oído nada de unas esmeraldas.

– Antes de que los empleados empezaran a marcharse -empezó su madre-, hubo un… problema. Carl Colette acusó a tu padre de venderle esmeraldas falsas. Por supuesto, tu padre nunca hubiera hecho nada similar, así que, en silencio, preparó un plan para desenmascarar al verdadero culpable. Por fin, sorprendió a su principal comprador tratando de realizar una transacción similar, pero, para entonces, la reputación de Van Arl se había visto muy afectada. Tuvo que dejar que los empleados se marcharan. Fue entonces cuando el equipo se diseño se marchó a Colette.

Se produjo un gran silencio en la mesa. Finalmente, fue Marcus el primero que habló.

– Bien, gracias por decírmelo, pero eso no va a cambiar en absoluto mis planes. Yo compro empresas y esta es simplemente otra oportunidad que puede reportarme beneficios.

Drew intervino antes de que Isadora pudiera ponerse a discutir con Marcus, aunque resultó evidente que ella no estaba nada contenta mientras se despedían y la pareja se marchaba a su mesa.

Enseguida, vino el camarero con lo que habían pedido para cenar. Marcus estuvo completamente en silencio mientras comían. Sylvie ni siquiera se podía imaginar en qué estaba pensando. ¿Por qué no le habría contado nunca su padre la historia completa? Marcus había crecido pensado que la empresa de Carl Colette había sido la única responsable del fracaso de su padre.

– Tu madre no parece culpar a Carl Colette del fracaso de la empresa de su marido -dijo ella, por fin.

Durante un momento, Marcus se comportó como si no la hubiera escuchado. Después, tras tomar un sorbo de vino, la miró abiertamente a los ojos.

– Tú no lo entiendes -replicó Marcus. La mano que tenía sobre la mesa se había transformado en un puño.

– Entonces, explícamelo. Ayúdame a verlo como lo ves tú -sugirió Sylvie, colocando su mano sobre la de él.

Los ojos de Marcus la miraron fijamente. Bajo su mano, los fuertes músculos se contrajeron. Finalmente, habló.

– ¿Qué sabes de mis padres?

– Bueno, sé que tu madre es una de las Cobham de Chicago, una antigua y prestigiosa familia relacionada con la navegación en los Grandes Lagos. Tu bisabuelo era amigo de Teddy Roosevelt. Se rumorea que tu abuelo desempeñó un importante papel en tapar el romance que Kennedy tuvo con Marilyn Monroe por su amistad con la familia Bouvier. Y tu padre era el dueño de Van Arl. No creo que sepa nada más sobre él.

– Me sorprendería mucho que así fuera. Mi padre era el hijo de un marinero que murió durante una tormenta en el lago Michigan dos meses antes de que él naciera. Mi abuela era demasiado pobre para mantener a cinco hijos, así que terminó por entregarlos a todos en adopción -explicó él. Sylvie parpadeó. Nunca había creído que aquella historia le fuera a resultar tan familiar-. Mi padre fue un buen estudiante y se graduó en el instituto, aunque consiguió su diploma con dos años de retraso porque tuvo que dejar la escuela en varias ocasiones para ponerse a trabajar. Logró una beca para ir a la universidad y allí conoció a mi madre. La familia de mi madre se opuso a su matrimonio, pero mis padres estaban muy enamorados y no hubo manera de hacerlos cambiar de opinión. Después de la boda, mi padre arriesgó todo lo que tenía para comprar Van Arl. Yo nací un año después. El resto de la historia ya la conoces, pero lo que no sabes es lo que eso supuso para mi padre. Necesitaba tener éxito en el mundo de mi madre. El fracaso de Van Arl lo destrozó. Mi padre creyó que había fracasado a los ojos de mi madre, y la familia de ella no le puso las cosas fáciles. Se sintió completamente humillado. Le cambió completamente. Se alejó de ella, de todos. Cuando yo tenía siete años, mis padres se divorciaron. Mi madre estuvo enamorada de él hasta el día en que murió, pero mi padre nunca lo aceptó. Hace unos años, ella renovó su amistad de siempre con Drew, aunque jura que no volverá a casarse.

– Drew me ha parecido un hombre muy agradable -murmuró Sylvie, sin saber qué decir.

Aquella triste historia le hizo comprender a Marcus mucho mejor. No era de extrañar que estuviera tan decidido a construir su propio imperio. No iba a permitir que nadie le quitara nada, no solo algo tan tangible como la fortuna, sino sentimientos como el amor y la seguridad. Si se aseguraba de no tenerlos, no sufriría si le faltaban.

– Sí -dijo él, con cierto cinismo-, y lo mejor es que viene del mundo de mi madre. Tiene dinero, clase, distinción social, generaciones de ilustres antepasados… Nada a lo que se puedan oponer los Cobham.

– Ahora entiendo lo que sientes por Colette -susurró ella, pensando que nunca lo había visto derrotado, como estaba en aquellos instantes-. Sin embargo, después de lo que tu madre te ha dicho, debes haberte dado cuenta de que Colette no tiene responsabilidad alguna en lo que le ocurrió a tu padre.

Inesperadamente, Marcus golpeó con fuerza la mesa, haciendo que los platos saltaran sobre la misma. Sylvie se sobresaltó e, inconscientemente, se echó hacia atrás.

– Pareces un maldito disco rayado -afirmó, con la voz llena de odio y furia-. En lo único que piensas es en esa preciosa empresa. No lo entiendo. No es tuya. Ni siquiera eres una de las ejecutivas. Sin embargo, si te despidieran mañana, tu vida se quedaría vacía.

– Gracias por tu opinión -susurró ella, atónita por aquellas palabras, antes de ponerse de pie. Entonces, agarró el bolso y salió del comedor.

– ¡Sylvie! ¡Regresa aquí!

– Ni hablar -musitó ella. Al llegar al vestíbulo, se dio cuenta de que su abrigo estaba en el ropero y de que Marcus tenía el resguardo. Tendría frío sin el abrigo, pero sobreviviría. No tenía intención de volver a hablar a Marcus Grey.

Salió rápidamente por la puerta para detenerse al borde de la acera, donde sabía que podría encontrar un taxi. Hacía mucho frío y soplaba un fuerte viento que provenía del lago. A pesar de todo, no estaba dispuesta a volver al interior.

– ¡Sylvie, espera! -exclamó Marcus, tras salir también a la calle-. Ni siquiera tienes tu abrigo. Siento lo que te he dicho…

– Aléjate de mí -le espetó ella-. No te necesito en mi vida.

Entonces, empezó a andar a toda prisa antes de que él pudiera detenerla. De repente, el mundo pareció desaparecerle bajo los pies cuando los altos tacones de sus zapatos pisaron un poco de hielo. Sabía que se caía, pero, antes de que pudiera detener su caída con las manos, la cabeza le golpeó contra el suelo. Sintió un fuerte dolor y luego… Nada.

Seis

– ¡Sylvie!

Marcus sintió más pánico de lo que había experimentado a lo largo de toda su vida. Fue corriendo al lugar donde Sylvie había caído sobre la resbaladiza acera. Al ver que ella estaba completamente inmóvil, sintió que el terror se apoderaba de él.

– ¡Llamen a una ambulancia! -gritó, mirando a un grupo de peatones que se habían vuelto cuando él había pasado corriendo a su lado.

Se arrodilló al lado de Sylvie y, tras quitarse la chaqueta, la cubrió con ella. Un fuerte sentimiento de culpa se apoderó de él. ¿Por qué había tenido que hablarle de aquella manera? Siempre se enorgullecía de no perder nunca el control. Sus empleados y rivales le habían apodado «nervios de acero», porque nunca mostraba ira ni frustración, aun cuando le salían las cosas mal.

Le tomó el pulso y notó que palpitaba. Su alivio duró poco. Cuando vio que un líquido oscuro manaba del lado que tenía sobre el suelo, sintió que le daba un vuelco el corazón. Al tocarlo, cálido y viscoso, supo que era la sangre de Sylvie.

Tuvo que contener el impulso de tomarla en brazos y llevarla a un lugar más cálido. Era mejor no moverla.

Le pareció que pasaban horas antes de que la ambulancia apareciera. Se puso de pie de un salto y movió los brazos para indicarles dónde estaban.

– ¡Está aquí! -gritó.

Cuando los enfermeros llegaron a su lado, les explicó cómo se había caído, que no la había movido y que ella no había recuperado la consciencia.

Mientras colocaban su cuerpo sobre una camilla, Marcus se dio cuenta de que le temblaban las manos. Alguien le volvió a colocar la chaqueta sobre los hombros. Entonces, un médico le preguntó:

– ¿Es usted su marido?

– No, pero…

«¿Qué soy yo? ¿El hombre que ha hecho que se caiga? ¿El que sabe que nunca será el mismo si le ocurre algo?»

– La llevamos a Mercy. ¿Tiene medios para llegar allí?

Marcus asintió. Fue a recoger su abrigo y sintió que el cerebro empezaba de nuevo a funcionarle. Cuando le llevaron su coche, sintió que una mano le tocaba el codo. Se volvió y comprobó que era su madre. Drew estaba tras ella.

– Sylvie se ha caído por el hielo -dijo-. Tengo que irme…

– Ya nos hemos enterado. ¿Quieres que vayamos contigo, hijo?

– No, pero te llamaré en cuanto sepa algo sobre su estado.

– Rezaré por ella.

– Gracias.

Tras darle una propina al aparcacoches, se metió en su vehículo y se marchó rápidamente. Mercy era el hospital más cercano. Era privado, bien equipado y con una buena reputación.

Al llegar a Urgencias, preguntó a la recepcionista por Sylvie.

– Le están haciendo unas radiografías. Siéntese.

Un médico saldrá para hablar con usted en cuando le sea posible.

– Gracias.

Tomó asiento en una incómoda silla de plástico y revivió una y otra vez el terrible momento en el que había visto cómo Sylvie se caía al suelo sin que él hubiera podido hacer nada para impedirlo. Pensó en lo quieta y callada que se había quedado. Había mostrado un aspecto tan desvalido y pequeño sobre aquella camilla. En realidad, era muy menuda, aunque tenía una personalidad tan vibrante que solía olvidar lo frágil que era. Al recordarlo, sintió que se le hacía un nudo en la garganta y hundió la cabeza entre las manos.

Casi una hora más tarde, un hombre con un uniforme azul y una mascarilla colgándole del cuello salió por la puerta. Marcus se puso inmediatamente de pie.

– ¿Cómo está Sylvie?

– Soy el doctor Calter. ¿Es usted el pariente más cercano a la señorita Bennett?.

– No tiene familia, pero yo soy todo lo cercano a ella que se puede ser. ¿Cómo está?

– Recobró la consciencia en la ambulancia y parece hablar coherentemente. Le hemos tenido que dar siete puntos a lo largo de la línea del pelo, pero no hay daño interno ni fractura de cráneo. Por supuesto, tendremos que vigilarla muy estrechamente. Si se produce algún cambio, tráigala inmediatamente. ¿Alguna pregunta?

– ¿Eso es todo? ¿No tiene más lesiones?

– No que podamos ver -respondió el hombre, con una sonrisa en los labios.

– ¿Puedo ir a verla?

– Todavía la están atendiendo, pero deberían terminar en breve. Haré que la enfermera venga a buscarlo cuando esté lista para marcharse.

Entonces, Marcus recordó lo que le había pedido su madre y la llamó para decirle que estaba bien. Cuando colgó el teléfono, recordó la amistad de Sylvie con Rose Carson. Sylvie no querría que Rose se preocupara porque no regresaba a casa, así que decidió llamar a la mujer. Justo cuando volvía a colgar el teléfono, oyó la voz de la enfermera.

– ¿Algún familiar de Sylvie Bennett?

Rápidamente siguió a la enfermera a través de los pasillos de urgencias. Cuando llegó a la sala en la que se encontraba Sylvie, se detuvo y respiró profundamente. ¿Qué le iba a decir? Una disculpa no era adecuada. Lentamente, soltó el aire y abrió la puerta. Aunque ella lo odiara, tenía que verla y saber que estaba bien.

Al ver lo oscura que estaba la habitación, se dio cuenta de que casi era medianoche. Una pequeña luz iluminaba débilmente el cabecero de la cama.

– ¿Sylvie? -preguntó Marcus, al llegar a su lado.

Ella tenía los ojos cerrados. Con mucho esfuerzo, logró abrir los párpados. Cuando lo miró, Marcus sintió un rechazo total. Como para enfatizar aquella sensación, Sylvie giró la cabeza hacia la pared.

– Vete.