– Creo que Claudia es perfectamente capaz de cuidar de sí misma -dijo David, después de una pausa. Estaba intentando no fijarse en cómo la muchacha hablaba provocativamente con Justin en el sofá. Desde luego, no era asunto suyo si Claudia se ponía en evidencia persiguiendo a un pobre hombre. Era sólo que se preguntaba si tenía que nacerlo de aquella manera.

– Ya sé que parece fuerte -estaba diciendo Lucy-, pero en realidad no lo es. Intenta no demostrarlo, pero ha tenido siempre muy mala suerte con los hombres -dijo, mirando a su marido, que estaba tan asombrado como ella al ver el comportamiento de Claudia.

Lucy deseó saber lo que estaba pasando. Y es que allí estaba Claudia, hablando efusivamente con Justin, mientras David la miraba sorprendentemente serio. ¿Cómo podían ella y Patrick distraerlo?

– ¿Te ha hablado Claudia de Michael?

– No.

– Estaba locamente enamorada de él. Iban a casarse en primavera, pero la dejó a mitad de enero, la semana después de que Claudia se hubiera quedado sin trabajo. Este año le ha salido todo mal a la pobre Claudia -relató Lucy, con un suspiro-. Primero el trabajo, luego Michael, luego forzaron su casa y alguien dio un golpe a su coche… Muchas personas se habrían dejado arrastrar, pero Claudia es una luchadora. Consiguió un trabajo mejor y creo que ha superado completamente lo de Michael, aunque necesita estas vacaciones desesperadamente.

Lucy hizo una pausa.

– Te cuento todo esto para que entiendas lo importante que es para Claudia estar aquí. Normalmente no es tan dura como lo está siendo contigo.

Algo pasó en el pecho de David. No era el descubrimiento de saber que Claudia había estado enamorada de alguien llamado Michael. Era la pregunta de con quién pensaría ella que estaba aquella mañana para devolverle sus besos con aquel calor y aquel abandono.

Miró al sofá, a la mujer que miraba con esos ojos enormes a Justin Darke. Llevaba una blusa de seda azul sencilla y unos pantalones de tela brillante. El color de la seda hacía más profundos sus ojos y resaltaba el color claro de su cabello.

David observó cómo se reía con Justin. Parecía vibrante, viva… y al inclinarse hacia la mesa para agarrar su copa, la seda modeló sus senos. En ese momento le asaltó el recuerdo de su piel y no pudo evitar un suspiro. Rápidamente se volvió hacia Lucy y Patrick. No iba a permitir a Claudia que supiera que echaba de menos su cuerpo, o que pensara que le importaba con quién se lucía.

– No hace falta que me expliques nada sobre Claudia. No me interesa. Con tal de que no estropee las negociaciones, puede disfrutar sus vacaciones con quien desee.

Lucy se sorprendió ligeramente por la frialdad de la voz de David. Siempre se había llevado bien con él, pero nunca le había visto tan serio y no sabía cómo actuar.

David notó que Lucy miraba a Patrick y éste se encogía de hombros. Entonces, lamentó haber sido tan seco. No era justo pagar su mal humor con ellos. Lucy y Patrick no habían irrumpido en su vida, ni destrozado sus planes o alterado sus sentimientos. Tampoco estaban en aquel sofá montando un espectáculo.

– Lo siento, ha sido un día muy largo -se disculpó, con una sonrisa-. Tú siempre sabes lo que pasa por aquí, Lucy. Cuéntame si ha pasado algo importante.

Desde el sofá, Claudia lo vio sonreír y se puso nerviosa. A ella nunca le había sonreído de aquella manera. Aunque decidió que no tenía que darle tanta importancia a ese gesto. Era simplemente una sonrisa, a pesar de que le hiciera tan sumamente atractivo. ¡Además, se suponía que al estar recién casados, David tenía que estar pendiente de ella, y no sonriendo a Lucy como si ella no estuviera allí!

Pero Claudia decidió no preocuparse por eso. Le brillaron los ojos y se echó el cabello hacia atrás con un gesto desafiante. Era su cumpleaños e iba a divertirse.

Volvió a concentrarse en Justin, que la había estado preguntando educadamente sobre su viaje.

– Ya he hablado suficiente de ese maldito viaje – dijo en voz alta, para que David la oyera-. Hablame de ti.

Justin le habló de su trabajo, su familia, de que echaba de menos los Estados Unidos, qué tipo de libros leía, qué música le gustaba… Justin estaba claramente sorprendido, no sabía exactamente cómo responder a la aparente fascinación de la señora Stirling por la vida de los empleados de su marido. Cada vez que intentaba hablar de algún tema menos personal, Claudia lo evitaba.

No era que Justin no fuera encantador… lo era. Pero Claudia no conseguía concentrarse en lo que estaba diciéndole, estando David en la misma habitación. Hablaba tranquilamente con Lucy y Patrick y se reían juntos, según notó Claudia con envidia… Y si recordaba que ella estaba allí también, lo disimulaba muy bien.

Llegó un momento en que Claudia se sintió agotada. No sólo por el efecto del viaje, sino también debido a las tensiones acumuladas y al hecho de darse cuenta de lo irracional de su comportamiento en ese momento.

– ¿Qué le parece el palacio del jeque, señora Stirling? -preguntó Justin, aprovechando la momentánea distracción-. No he estado nunca allí, pero he oído decir que es un sitio fabuloso.

– Por favor, llámame Claudia. Señora Stirling me hace sentirme tan…

– ¿Casada? -preguntó David, apareciendo de repente a su lado-. No hace mucho tiempo que estamos casados y ya empieza a olvidarse, ¿verdad, cariño?

– ¿Cómo me iba a olvidar?

– Es hora de que nos vayamos, ¿no te parece? Estás agotada.

– Estoy bien -protestó automáticamente, pero fue casi un alivio cuando David tiró de ella y la levantó del sofá.

– ¿De verdad tenemos que marcharnos ya?

– Yo también debo irme -dijo rápidamente Justin.

Lucy y Patrick acompañaron a David y Claudia al coche.

– ¿Qué te ha parecido Justin? -preguntó Lucy al oído de Claudia.

Ésta notó que David lo había oído y se ponía tenso.

– ¡Oh, creo que es guapísimo! Tenías razón, es todo lo que siempre he querido en un hombre. Es cariñoso, encantador e inteligente -David estaba abriendo la puerta del coche y la miraba irritado. Claudia dio un suspiro-. Y tan atento… Estoy impaciente por verlo de nuevo. Le invitarás otra vez, ¿verdad?

– Sí, claro -dijo Lucy, sorprendida de la reacción exagerada de Claudia.

– ¿Por qué no hacemos la fiesta de Claudia mañana por la noche? Podemos invitar a todos, incluido Justin.

– Si viene él… -dijo Claudia, mirando de reojo a David.

Éste se había sentado en el asiento del conductor y estaba esperando con gesto irritado, con la mano lista para arrancar.

– Justin es un cielo y me alegra que te guste, claro -comenzó Lucy, que también miraba a David-. Pero es todo un poco difícil, ¿no crees?

– ¿A qué te refieres?

– Lo que Lucy quiere decir es que Justin cree que estás casada conmigo -interrumpió David, con sequedad-. Y Justin no es el tipo de nombre que sea capaz de implicarse en una relación con la esposa de otro hombre. No creo que llegues muy lejos con él.

– Ya veremos, ¿no? -contestó Claudia, metiéndose en el coche y abriendo la ventanilla para despedir a Lucy-. Tú asegúrate de que Justin viene a la fiesta mañana. Tengo la certeza de que es el hombre ideal para mí. Y si acierto, no importarán en absoluto ni David, ni este estúpido matrimonio. El destino encontrará la manera de unirnos.

– ¡El destino encontrará el camino! -exclamó David, imitándola-. ¡Justin es guapísimo!

– Sí que lo es. Y después de haber pasado dos días contigo, no tengo palabras para expresar el placer que ha sido conocer a un hombre tan guapo y encantador.

– Se te ha olvidado decir humanitario. Lucy y Patrick podrían habernos dado bolsas. Verte esta noche encima de él era vomitivo. Sé que estás desesperada, pero así no conseguirás nada. El pobre hombre parecía aterrorizado.

– Gracias por el consejo, pero hasta ahora no me pareces ningún experto en seducción.

– No hace falta ser un experto. Sólo hace falta ser un hombre para ver que, todas esas atenciones, esas miraditas, ese hablame de ti, son la garantía para que cualquiera se dé la vuelta y salga corriendo. A nadie le gusta sentirse perseguido, y Justin parecía hoy acorralado.

– ¿Y a ti que te importa?

– No me importa, pero se supone que tienes que comportarte como mi esposa y no lo hacías demasiado bien. Lo único que has conseguido es dejarme en evidencia.

– ¿Y qué se supone que tenía que haber estado haciendo? ¿Tirándote besos?

– ¡No seas ridícula! Lo único que tienes que hacer es comportarte como cualquiera que habla con alguien por primera vez. ¡En vez de acorralar a mis empleados en un rincón del sofá y ofrecerte en bandeja!

– No he hecho nada de eso. Simplemente he estado conversando educadamente con Justin. Además, tú tampoco eres exactamente el modelo de marido cariñoso, ¿no crees? No te has acercado a mí en toda la noche.

– Dejaste claro que querías a Justin para ti sola. ¿Crees que podía haberme sentado en el sofá con vosotros?

– Podías haber hecho algo, pero no quisiste. Te estabas divirtiendo con Lucy y Patrick.

– Nos habríamos divertido si no hubiéramos estado escuchando la conversación necia que tenías con Justin. No escuché a ninguno de los dos decir nada interesante o inteligente en toda la noche, así que quizá forméis la pareja perfecta.

– Pues sí -respondió, levantando la barbilla. Si David pensaba que estaba interesada en Justin, tanto mejor-. Vamos a estar muy bien juntos.

CAPÍTULO 6

DAVID condujo fuera de sí. No sabía por qué se sentía tan enfadado, pero cuando una voz interna le sugirió que estaba celoso de Justin Darke, apartó la idea inmediatamente. ¡No podía ser! Era más probable que sintiera pena por el americano.

Al llegar al edificio del palacio donde iba a dormir, vieron que alguien había encendido las lámparas. Ya en la habitación, la tensión se apoderó de ellos.

La cama era mucho más ancha que la de aquella mañana. Tanto, que no hacía falta que se tocasen si no querían.

Claudia se lavó los dientes en silencio, mientras intentaba tranquilizarse pensando que todo era muy diferente a lo que había en la habitación donde se habían despertado.

David había dejado claro que no se sentía atraído por ella. ¿Por qué estaba tan nerviosa entonces? Claudia sabía que se debía a que no podía olvidar el modo en que él la había besado. Claudia podía sentir todavía la dulzura de los labios de David y la sensación maravillosa de abrazarse a él. Sus manos eran tan fuertes y seguras, tan excitantes al moldear cada una de sus curvas…

Horrorizada por el rumbo que tomaban sus pensamientos, Claudia comenzó a darse crema nutritiva en el rostro y cuello. Era mejor que pensase en la cara de disgusto de David cuando Amil había llamado a la puerta, devolviéndolos a la realidad. Estaba segura de que David no iba a cometer la misma tontería de nuevo.

– Bien -dijo en alto la muchacha-. Estupendo.

David estaba en el patio cuando ella salió del baño. Tenía las manos metidas en los bolsillos y el rostro sombrío.

– El baño es todo tuyo -dijo Claudia con frialdad.

Cuando David desapareció, ella se puso la misma camiseta de la noche anterior y se metió en la cama, tapándose con la sábana hasta la barbilla.

David salió del baño y comenzó a desabrocharse los pantalones.

Ella se puso tensa. ¿Es que iba a meterse en la cama desnudo?

– Me dejaré el calzón, así que no tienes que ponerte histérica -dijo, como si le hubiera leído la mente-. No voy a acostarme con pantalones sólo para tranquilizar tus escrúpulos. La noche anterior ya fue suficientemente incómoda.

– No me importa cómo te acuestes.

– Bien, entonces, puedes dejar de comportarte como una víctima que espera ser sacrificada. Esta cama es lo suficientemente ancha como para dormir cómodamente sin rozarnos el uno al otro.

– No estaba preocupada por eso -mintió.

– Entonces, ¿por qué estás preocupada?

– Por nada -dijo, mientras David apagaba la luz y se metía bajo la sábana.

– Vamos, Claudia, estás temblando. ¿Qué pasa? ¿Tienes miedo de que me aproveche de ti?

– No, pero después de lo que pasó esta mañana, tengo derecho a estar un poco nerviosa, ¿no crees?

– También yo puedo temer que te aproveches de mí.

– ¿Yo aprovecharme de ti? Eso no es muy probable, ¿no crees?

– ¿Por qué no? Si mal no recuerdo, fuiste tú quién empezó esta mañana.

– Sólo porque tú… -Claudia se detuvo, no quería demostrar que recordaba todo perfectamente-. Creo que convinimos que ninguno de los dos sabía lo que hacía. Si hubiera sabido que eras tú, evidentemente no te habría tocado.

– ¿Por qué evidentemente? Después de ver cómo te comportas con un hombre al que acabas de conocer, creo que no puedes decir que nada sea evidente respecto a tu actitud con los hombres, excepto quizá, que estás preparada para hacer cualquier cosa por conseguir lo que quieres.