Notó que el brazo de David estaba tenso. A pesar de su mirada inexpresiva, sabía que estaba enfadado. Era evidente que despreciaba el glamur del mundo de la televisión. El prefería que las muchachas fueran inteligentes y sencillas.
¡Pues le iba a enseñar con qué tipo de mujer estaba tratando! Comenzó a contar historias de la productora que hicieron reír a Fiona y a Justin. David no pasó de una sonrisa tensa.
– No vas a dejar tu trabajo, ¿verdad? -preguntó Fiona.
– ¿Dejar mi trabajo? Por supuesto que no. Me ha llevado mucho tiempo llegar tan lejos.
– Me refería a si influiría el hecho de estar casada.
– ¡Oh! -Claudia se había implicado tanto en las historias que había estado contando que casi se había olvidado de lo que estaba haciendo allí-. La verdad es que no he pensado todavía en retirarme. Me volvería loca estando todo el día sin hacer nada, limitándome a esperar que David volviera a casa. Por supuesto, eso cambiará si tenemos hijos.
– ¿Habéis planeado tener hijos?
– Claro que sí -y, entonces, dirigió a David una mirada provocativa.
– ¿Cuántos? -preguntó Fiona.
– A mí me gustaría tener seis, pero David piensa que cuatro son suficientes -respondió Claudia, apoyando la mejilla sobre el hombro de él-. ¿Verdad, cariño?
– Más que suficientes -dijo David, mirando a Claudia con una expresión significativa, que ella acogió con inocencia. ¡Seis niños! Seguramente, eso incluiría los que pensaba tener con Justin también.
– ¡Por favor, atiendan un momento! -Patrick comenzó a golpear su vaso con un cuchillo, mientras todo el mundo se volvía hacia él-. Me han pedido que diga unas palabras de bienvenida para Claudia y David. No soy hombre de grandes discursos, así que para no prolongar vuestra agonía, sólo quiero que sepáis que todos nos alegramos mucho de que estéis aquí esta noche y os deseamos que seáis muy felices juntos.
– Y os perdonamos que no nos invitaseis a la boda -gritó alguien entre risas.
De pronto, ambos se dieron cuenta de que se había formado un hueco a su alrededor y que todo el mundo los miraba con expectación.
– ¡Que hablen! -gritó otra persona.
Claudia respiró aliviada debido a que no se esperaba que la novia tuviera que hablar en ese tipo de ocasiones. David no fue tan afortunado.
– Muchas gracia a todos -comenzó a decir él, mientras la agarraba de la cintura con gesto aparentemente tranquilo-. Nos hubiera gustado invitaros a la boda, pero lo cierto es que todo fue tan rápido que nosotros estamos tan sorprendidos de vernos casados como vosotros.
Todos rieron, pensando que hablaba en broma.
– Quiero que sepáis que os estamos muy agradecidos por esta bienvenida. También me gustaría que os unierais a mí en un brindis por Claudia, que en una sola semana se ha encontrado con que está casada y tiene treinta años.
Levantó su vaso en dirección a Claudia y le sonrió con lo que casi pareció arrepentimiento.
– ¡Por Claudia! -se oyó en toda la habitación, pero ella apenas se dio cuenta, debido a que no podía apartar los ojos de él.
David la acercó más todavía y ella levantó instintivamente la cabeza, de modo que él la besó sin que su cuerpo obedeciese las órdenes de su cerebro.
Incluso cuando ya no tenía remedio, él se intentó convencer de que iba a ser un beso impersonal y breve para satisfacer la expectación que habían levantado, pero el modo en que se juntaron sus labios le hizo darse cuenta de que estaba equivocado. Los labios de ella eran cálidos y lo besaban de una manera natural. El beso fue cobrando vida propia y los envolvió en un mundo dulce repleto de promesas.
Claudia se dio cuenta de que estaba girando lentamente, con una mano sobre la espalda de él y la otra sobre el pecho. Lucy, Patrick y el resto habían desaparecido, dejándolos solos. Claudia ya no quería pensar en lo que David le había dicho o hecho anteriormente, prefería concentrarse en la fuerza con la que la apretaba contra él, en sentir su brazo alrededor de ella, en el sabor de su boca y en que, por unos momentos al menos, él le pertenecía.
Se oyeron varios suspiros sentimentales que hicieron que David tratara de recuperar el control, aunque sin conseguirlo. Tomó aire por un momento, pero en seguida se encontró besándola de nuevo.
Finalmente, se obligó a dejarla marchar y, por unos momentos, se quedó aturdido, mientras la gente silbaba y aplaudía.
Claudia apenas pudo oír el aplauso. Sentía las piernas débiles, como si necesitara que la sujetase David de nuevo para poder mantenerse en pie.
Lucy se acercó a ellos sonriendo de oreja a oreja.
– Habéis estado fantásticos. Después de esa actuación, creo que deberíais dedicaros al teatro.
Esas palabras fueron como un cubo de agua fría que terminó de devolverlos a la realidad. Se separaron el uno del otro y se miraron de un modo ridículamente incómodo. David tenía todavía el vaso en la mano y miró al suelo preguntándose cómo había podido pasar aquello.
Los labios de Claudia temblaban, su sangre hervía y no sabía qué hacer con las manos. Las sentía vacías después de haberlas tenido alrededor de David. Cuando alguien le dio una copa de champán, la tomó de un trago en un intento de calmar sus nervios agitados.
– Lo siento, David -murmuró Patrick, acercándose a ellos-. Intenté convencerlos de que vosotros no queríais que os dijeran nada de la boda, pero no se lo creyeron.
– No te preocupes -contestó David, aclarándose la garganta.
– ¿No lo han hecho estupendamente, en cualquier caso? -dijo Lucy.
– Estupendamente, sí -respondió Patrick, mirando a ambos.
Claudia no podía mirar a David, que parecía perfectamente capaz de seguir una conversación normal con Patrick, mientras ella sólo quería esconderse en sus brazos. Horrorizada, se apartó e intentó conversar con otro grupo.
Todo el mundo quería felicitarla. Claudia intentaba en todo momento decir lo adecuado, pero le era muy difícil concentrarse. Todavía sentía el beso de David en sus labios.
Llegó un momento en que pensó que no podía controlar por más tiempo lo que estaba pasando a su alrededor, así que tuvo que salir a la terraza. Justin, que estaba solo, sonrió al verla y se acercó a ella.
– Parece que necesita un descanso. ¿Le cansan las reuniones con mucha gente?
– Algo así -admitió-. ¿Qué está haciendo aquí solo? -preguntó, tras una pausa.
– También a mí me cansan las reuniones -dijo, con una sonrisa-. Quería pensar un poco.
– Lo siento. No tenía que haberle interrumpido.
– No, me alegra que haya venido. Para decirle la verdad, estaba pensando en usted y David. Es maravilloso verlos juntos -el hombre miró a la lejanía unos segundos-. Mis padres se separaron cuando yo era un niño, y siempre he jurado no cometer el mismo error. Lo que ocurre es que, cuando conoces a alguien que te parece especial, piensas si no merece la pena arriesgarte. Usted y David decidieron arriesgarse.
– No llevamos mucho tiempo casados -contestó incómoda.
Justin movió la cabeza.
– Hay un lazo fuerte entre ambos, todos nos damos cuenta. No están juntos todo el tiempo, como hacen otras parejas, pero se nota que continuamente están atentos uno del otro. Es una especie de electricidad, creo. Lo noté nada más conocerlos.
– ¿De verdad?
– Seguro. ¿Cree que el matrimonio es más estable cuanto se establece en la madurez? -el hombre hizo una mueca, arrepintiéndose de lo dicho-. Lo siento, no he querido ser grosero.
– No pasa nada -dijo Claudia, riéndose-. Tener treinta años no es ser un anciano, pero entiendo lo que ha querido decir. Cuanto mayor eres, más posibilidades tienes de saber elegir.
– Exactamente. Eso lo hace menos arriesgado, ¿no es así? Mucho menos que si uno se casa mucho más joven… por ejemplo, a los veinte.
Su tono intentaba ser ligero, pero a Claudia no la engañaba. Parecía como si Justin pensara en algo determinado.
– De todas maneras, no creo que haya una edad ideal para casarse. Siempre existirá un riesgo. Nunca se sabe cómo van a funcionar las cosas. Lo importante es que sientas que te estás casando con la persona con la que quieres pasar el resto de tu vida. Y no creo que importe si tienes veinte, cuarenta o sesenta.
– Hay diez años de diferencia entre David y usted, ¿no? ¿Cree usted que habría sido lo mismo si se hubieran conocido hace diez años, cuando usted tenía veinte y él treinta?
Claudia pensó en sí misma cuando tenía veinte años. No tenía arrugas alrededor de los ojos y su piel era más suave, pero era insegura y trataba de disimularlo bajo una fachada un poco arrogante que podría engañar a más de uno. De todos modos, no pensaba que entre ellos pudiera haber mejor relación que la que tenían en ese momento.
– Es difícil decirlo, pero creo que sería lo mismo -contestó, un poco triste.
Justin dio un suspiro, como si se hubiera quitado un peso de encima.
– Me alegra mucho haber hablado con usted, Claudia. Es usted maravillosa… -se interrumpió al ver aparecer a alguien-. ¡Oh, David!
Claudia se dio la vuelta y vio en la entrada a David. Su cuerpo alto y sólido destacaba a contraluz. Era imposible ver la expresión de su cara.
Justin se levantó.
– ¿Estaba buscando a su esposa? -preguntó, de buen humor, Justin.
– Así es -dijo David-. Pero parece muy contenta aquí.
– Es una gran señora. Me ha estado dando algunos consejos sobre el matrimonio.
– ¿De veras? -preguntó David, con una sonrisa de la que no participaban ni sus ojos ni sus puños cerrados.
– Se está haciendo tarde. ¿Te apetecería que nos retiráramos?
– Sí -respondió Claudia, con un ataque repentino de timidez. Herida por la lejanía de su voz, que sugería que no le había importado nada que ella estuviera sentada allí con Justin.
Se levantó y se dirigió con David a despedirse de Lucy y Patrick. Seguidamente se despidieron de otros invitados.
Finalmente, salieron por la puerta. Cuando estuvieron a solas, David soltó a Claudia y caminaron en silencio hacia el coche.
Cuando David encendió las luces, Claudia vio su perfil iluminado. Observó la poderosa línea de su nariz y su barbilla y, por primera vez, tuvo conciencia de la atracción que sentía hacia él. No hacia el ingeniero y director de empresa, no hacia el irritable y molesto compañero de los últimos tres días, sino hacia su carne y su sangre, hacia el David con un corazón y una piel que la excitaban maravillosamente.
La mujer sintió escapar todo el aire de sus pulmones y un deseo profundo y excitante la invadió.
¿Cómo sería estar de verdad casada con él?
Claudia dio un suspiro profundo. ¿Qué le estaba pasando esa noche? No estaban casados y no querían estar a solas y, a juzgar por la indiferencia del rostro de David al encontrarla a solas con Justin, no tenía intención de hacerle el amor al llegar al palacio.
Tampoco es que ella lo quisiera, se dijo a sí misma inmediatamente. Sólo estaba pensando… eso era todo.
CAPÍTULO 8
CUANDO ENTRARON al dormitorio, Claudia se quedó inmóvil, como desorientada. David la miró y ella contuvo el aliento. El hombre dejó las llaves sobre una estantería y también pareció dubitativo.
– Creo que todo ha salido bien, ¿no te parece? – dijo Claudia, incapaz de soportar el silencio.
– Sí.
– Nadie pareció sospechar que no estábamos casados -continuó, quitándose los pendientes con manos temblorosas.
– No.
– Todo el mundo fue muy simpático, ¿verdad?
– Sí.
Hubo otra pausa horrible y David se acercó a abrir la puerta de cristal que conducía al patio interior, como si necesitara aire. Se quedó en la entrada y se metió las manos en los bolsillos de los pantalones.
– Siento lo del beso -murmuró.
– No… no te preocupes -dijo Claudia, tras unos segundos de vacilación.
– Hablaba en serio cuando te prometí que no te besaría más. No era necesario, pero…
Habría bastado un beso en la mejilla o un simple abrazo, pero ¿cómo explicarle que su perfume lo había hechizado? La tenía a su lado, el rostro de ella se levantó hacia el suyo y besarla fue lo más natural.
– No importa -insistió Claudia con dificultad-. Todo el mundo estaba esperando que me besaras.
– Sí. Simplemente no quería que pensaras que he olvidado el trato -continuó, sin saber muy bien por qué había empezado a hablarle de ello.
Las mejillas de Claudia estaban encendidas. ¿Intentaba decirle que ella tenía la culpa de que el beso hubiera sido mucho más?
– De verdad no importa -le interrumpió desesperada.
David la miró.
– No volverá a ocurrir, ni en público ni en privado.
– Bien -contestó, sin saber por qué sentía unas tremendas ganas de llorar.
David miró a Claudia incómodo. Ella parecía enfadada y sus mejillas tenían un color sospechosamente brillante. Deseó no haber empezado a hablar de ello, pero ella merecía cierto agradecimiento por la velada. Nadie dudó de que fuera su esposa debido a que ella interpretó su papel con firmeza. Al final de la noche, estaba harto de que todos le hablaran de que hacían una pareja estupenda.
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