Fue lo que pensaron los tres hombres. Echaron hacia atrás las sillas y se levantaron. John dio un golpecito en el hombro de su esposa, Patrick acarició el cabello de Lucy y Justin esbozó una triste sonrisa a Fiona y Claudia, aunque ésta última no se dio cuenta. Ella estaba concentrada en David, que hacía ademán de marcharse con un adiós general.
– ¿No te vas a despedir de mí, cariño? -preguntó provocativamente, levantándose y acercando su cara para ser besada.
David se quedó inmóvil.
– Por supuesto. Te veré después -se despidió con un breve beso en los labios.
Claudia se prometió a sí misma no responder. Había querido provocarlo simplemente para demostrarle que para ella era un juego divertido, pero el roce de los labios de él produjo en ella una excitación inesperada. No pudo evitar un suspiro al tiempo que él se separaba.
Los ojos de ambos se encontraron y Claudia no supo interpretar la expresión de él, pero deseó desesperadamente que no se diera cuenta del temblor de ella. No podía quejarse, ella lo había provocado. Si no le gustaba el resultado, era culpa suya.
¿O le gustaba?
Claudia fue la primera que bajó los ojos.
– Adiós -murmuró con voz ronca.
Tendría cuidado de no provocarlo de nuevo.
Cuando se vieron por la tarde, después de que David terminara de trabajar, ninguno de los dos habló de aquel beso. Ella no sabía si disculparse o fingir que no había ocurrido nada y sintió alivio cuando él no mencionó nada.
Mientras pasaban los días, ambos hacían el máximo esfuerzo por tocarse lo menos posible, por verse lo mínimo. Casi toda las noches, el grupo de ingleses residentes organizaba una barbacoa o una simple cena. El estar rodeados de gente los ayudaba a aliviar las tensiones entre ellos. Cuando estaba solos, sin embargo, se trataban con una educación meticulosa que sólo servía para enfatizar aún más el silencio incómodo entre ellos. Cada noche yacían separados en la gran cama, tratando de no pensar en lo cerca que estaban del otro y lo fácil que sería eliminar la distancia.
Sin embargo, los días pasaban rápidamente. David ocupado con sus reuniones, mientras que Claudia era feliz holgazaneando en la piscina con Lucy. Un día fueron a visitar el mercado de la población, con sus tiendas oscuras a un lado y otro de estrechos pasadizos llenos de olores. Estuvieron bastante tiempo admirando la joyería árabe, pero Claudia al final se decidió por una cafetera de bronce típica de la región.
– Frótala a ver si aparece tu genio -dijo Lucy, cuando salieron a la calle-. ¿Qué deseo pedirías?
Lo primero que le llegó a la mente fue el rostro de David. Así que, aturdida, se quedó mirando a la cafetera que llevaba en las manos.
– Pediría a Justin -dijo con desafío.
– ¿De verdad?
Claudia comenzó a caminar, pero al notar la incredulidad en la voz de su prima se detuvo.
– Sí, de verdad. ¿Qué pasa? Creí que te gustaba Justin.
– Me gusta. Pero no estoy segura de que a ti te guste tanto como pretendes.
– ¿Qué quieres decir?
– Simplemente que me parece más creíble que te enamores de David que de Justin -explicó finalmente Lucy.
El suelo pareció abrirse a los pies de Claudia.
– ¿Enamorarme de David? -estalló-. ¡Debes de estar loca! No hay peligro de que me enamore de él. ¡Ni siquiera me gusta como hombre!
– ¡De acuerdo! -aceptó Lucy, levantando las manos con gesto de rendición-. Era sólo una idea por algo que me dijo Patrick la otra noche.
– ¿Qué sabe Patrick?
– Simplemente me dijo que hay una especie de conexión entre tú y David, y entiendo lo que dice.
– ¿Conexión? ¡No seas ridícula!
– Puede que conexión no sea la mejor palabra para describirlo -dijo Lucy, tratando de tranquilizarla-. Lo que ocurre es que, aunque David y tú estéis cada uno en un extremo de una habitación, de alguna manera estáis juntos, o por lo menos parecéis estar pendientes uno del otro. Como si hubiera entre vosotros una corriente eléctrica.
– ¡Eso es una idiotez! No me había dado cuenta de que Patrick y tú tuvierais tanta imaginación, Lucy. No hay nada entre David y yo y nunca lo va a haber -aseguró, en voz demasiado alta-. Tengo que fingir que soy su esposa porque no quiero que Patrick pueda tener problemas con su jefe, pero si no fuera por eso, no tendría ningún interés en conocerlo.
Claudia se dio cuenta de que su reacción estaba siendo exagerada y Lucy, en vez de convencerse, parecía cada vez más intrigada.
– Lo siento. No tenía que haberme puesto así, pero el amor me parece un asunto un poco delicado en este momento. No quería decir nada porque sé que empezó todo como una broma, y de todas maneras creo que es inútil, pero… bueno, estoy locamente enamorada de Justin. Me enfado porque es evidente que no voy a tener la oportunidad de estar a solas con él, porque volveré a casa sin saber lo que hubiera pasado si las cosas hubieran sido diferentes.
– Lo siento muchísimo -dijo Lucy con humildad, abrazando a su prima-. No sabía que te gustara tanto Justin, pero siempre puedes volver cuando David no esté. Estoy segura de que Justin y tú podíais llevaros bien si él supiera que no estás casada.
– Puede que sí -admitió Claudia, que no estaba en ese momento pensando en Justin, sino en la horrible posibilidad de que David no estuviera.
¿Cómo habría sucedido todo si ella hubiera tomado un avión diferente y hubiera conocido a Justin como Lucy había planeado? Desde luego era amable, atento y un buen compañero, pero no creía que pudiera enamorarse de él. No hacía palpitar a su corazón cada vez que entraba en una habitación donde estaba ella, ni encendía todo su cuerpo con una simple sonrisa.
Como hacía David.
¡Oh, no! No era posible que fuera tan estúpida como para haberse enamorado de David Stirling, pensó, deteniéndose de repente. No podía enamorarse de alguien a quien disgustaba tanto.
¿O sí?
Reflexionó sobre ello con amargura. Desde luego no había sido así como se había enamorado de Michael. Con él había sido una fantasía romántica que la había dejado ciega para ver los defectos, las mentiras.
Con David no había romanticismo. Él era frío e irritable y lo único que le importaba era aquel maldito contrato. Ella no le importaba lo más mínimo, es más, la despreciaba, le disgustaba tocarla, incluso cuando ocurría por accidente.
Con la cafetera en las manos, Claudia siguió caminando. No había ninguna razón para que se enamorara de David, excepto que se encontraba a salvo cuando estaba a su lado. Excepto que no podría soportar vivir sin él.
Además, ya estaba enamorada.
CAPÍTULO 9
OTRA NOCHE, otra fiesta. Una barbacoa en casa de Phillips. David dio un suspiro cuando Claudia se lo recordó. Estaba harto de fiestas donde se pasaba las horas observando a Claudia rodeada de gente.
– Me gustaría estar una noche sin ver a nadie -aventuró. Ella parecía tranquila aquella noche. Con suerte no querría ir tampoco-. ¿No podríamos decir que te duele la cabeza o algo parecido?
Claudia vaciló, dividida entre el deseo de estar cerca de él y el terror a traicionarse a sí misma. Nunca habían pasado una noche a solas y él notaría algo extraño. ¿Y qué podía decirle ella? ¿Que se había enamorado perdidamente de él? Se imaginaba perfectamente la cara de horror de él.
– Quédate tú -sugirió-. No me importa ir sola.
David pensó que era una oportunidad única para que hablara a solas con Justin.
– Si te apetece tanto, iremos los dos.
Fue una velada horrible para ambos. David se sentía a disgusto y, aunque hizo un esfuerzo hercúleo en la fiesta, sabía que no era una buena compañía. No como Claudia, cuya tranquilidad anterior se había convertido una, vez más en una desbordante alegría.
David no tenía ni idea de lo mucho que le estaba costando a Claudia mantener el buen humor. Lo único que quería era abrazarse a David y suplicarle que no la abandonara nunca. Como siempre, él permaneció lo más alejado posible de ella, pero ella era completamente consciente de su presencia.
Lo observó detenidamente. Estaba sombrío y más guapo que de costumbre, a pesar de ciertas marcas de tensión alrededor de los ojos. Estaba cansado, pensó, recordando con culpabilidad cómo ella había insistido en salir. Podían estar en ese momento solos, escuchando el agua de la fuente del patio, disfrutando de la tranquilidad. David podría estar tumbado en el sofá con la cabeza sobre su regazo y ella podría ayudar a calmar la tensión de su rostro.
David se dio cuenta de que estaba siendo observado y frunció el ceño. Claudia se comportaba de manera extraña esa noche, pensó.
– ¿Qué tal con David, Claudia?
– ¿Qué tal qué?
David estaba dejando su copa y parecía acercarse a ellos. El corazón de ella comenzó a palpitar.
– ¡Está a miles de kilómetros de aquí! -exclamó Justin, riéndose.
En ese momento, Joan Phillips distrajo a David. Claudia se mordió el labio y se volvió hacia Justin.
– Lo siento, ¿qué me decía?
– Estaba diciendo que ahora me toca a mí devolver la hospitalidad y he pensado organizar una fiesta en el desierto. No ha estado en el desierto, ¿verdad, Claudia?
– No, nunca.
En ese momento, David terminó de hablar con Joan. Claudia se estremeció.
– ¿Qué no has hecho nunca? -preguntó la voz de David, acercándose por detrás.
– Claudia no ha estado en el desierto. Estaba sugiriendo una cena para mañana. Podemos ir al atardecer y ver la puesta de sol -continuó con entusiasmo-. Les gustaría, ¿no, Claudia?
Claudia notó la mirada de David sobre ella. En ese momento quiso que se fuera. No podía concentrarse con él allí a su lado. Esbozó una sonrisa y miró a Justin.
– Me encantaría. Estoy deseando ver algo del desierto verdadero. Hasta ahora sólo he visto la carretera de aquí a Telama'an y me imagino que el desierto es más que una carretera llena de polvo.
– Délo por seguro. Entonces, ¿vendrán mañana por la noche?
– Sería maravilloso -dijo Claudia.
– Me temo que Claudia y yo no podremos ir mañana. Tenemos una invitación especial para cenar con el jeque y es, evidentemente, más importante.
– Entonces, lo haremos otro día -dijo Justin.
– No, id mañana -dijo David, con amabilidad y a la vez con firmeza para que el joven no siguiera insistiendo-. Claudia tendrá otras oportunidades de ver el desierto.
– ¿Es verdad que mañana vamos a cenar con el jeque? -preguntó Claudia, cuando volvían al palacio.
– Por supuesto. ¿Creías que era una excusa para estar contigo a solas?
– No -dijo con tristeza, deseando que fuera cierto.
Claudia se acercó al espejo de la cómoda y sacó una barra de labios. Detrás de ella, David acababa de salir del cuarto de baño medio desnudo y buscaba una camisa limpia en el armario. Ella se quedó inmóvil, viendo el reflejo en el espejo. El cuerpo de David era delgado y fuerte y encendió una llama de deseo en su piel.
Satisfecho, encontró una camisa a su gusto y se la puso. Luego se sentó en la cama, con ella todavía desabrochada, y comenzó a ponerse los zapatos, pensativo. El jeque había sido bastante evasivo hasta ese momento y David esperaba que la cena fuera una buena oportunidad para que firmara finalmente el contrato.
Claudia observó cómo se abrochaba la camisa, ignorando aquellos ojos que lo observaban. Claudia se daba cuenta con desesperación del paso de los días. En cinco días regresaría a Londres y no volvería a verlo nunca más. En ese momento lo observaba casi con rabia, como para tratar de grabar sus rasgos en la memoria.
David estaba maldiciendo y refunfuñando porque no podía abrocharse un gemelo. Esperaba que Claudia no tardara demasiado en prepararse. No debían llegar tarde. Alzó la vista para preguntarle cuánto tiempo le quedaba y se dio cuenta que lo estaba mirando con sus ojos de color humo. Entonces enmudeció y el aire pareció evaporarse entre ellos.
Se olvidó del tiempo, del jeque, de la importancia de la cena para su empresa. Nada importaba, sólo la sensación que sentía en el pecho y los ojos de Claudia en los suyos. Aquellos ojos que podían brillar, expresar alegría o la suavidad de los sueños o, como en ese momento, llegar a lo más profundo de su ser y hacer palpitar a su corazón hasta hechizarlo de deseo.
Sin saber cómo, David consiguió apartar la vista.
– ¿Estás ya preparada? -dijo. Su voz sonó como si acabara de correr una maratón.
– Casi -contestó Claudia, guardando la barra de labios. Su mano temblaba y el resultado final fue desastroso, pero se limpió con un pañuelo de papel y confió en que David no lo notara.
¿Y por qué iba a hacerlo? Él se estaba colocando la corbata y su rostro era impasible. Su mente estaría pensando en la cena y, si la miraba a ella, era probablemente por la desesperación que sentía de tener que llevarla a una cena tan importante.
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