Se volvió hacia él y levantó las manos.

– Éste es mi vestido de niña buena. ¿Crees que parezco suficientemente decente para el jeque?

Llevaba un vestido negro sencillo que caía en suaves pliegues hasta debajo de las rodillas. Las mangas eran de tres cuartos y el escote ancho, aunque discreto. A pesar de su severidad, o quizá a causa de ella, era sutilmente provocador. David deseó acercarse y abrazarla. Deseó quitarle el vestido y dejarlo en el suelo para llevarla a la cama y hacerle el amor.

– Estás… muy… propia -consiguió decir, después de aclararse la garganta.

¿Propia? ¿Eso era todo lo que podía decir? Claudia intentó no enfadarse.

– Bien. ¿Vamos entonces?

David la había avisado de que el jeque era un hombre difícil de trato, pero a Claudia le pareció encantador. Por supuesto, la química fue mutua y David observó sorprendido cómo el jeque, normalmente una persona irascible y formal, hasta llegar casi a la rigidez, se comportaba agradablemente y contestaba encantado a las preguntas de Claudia sobre su país.

Ésta, por su parte, se comportó cariñosa pero discreta, encantadora sin ser empalagosa, inteligente sin llegar a ser intimidante.

De modo que David, al ver que Claudia podía tratar con el jeque sin su ayuda, se permitió relajarse. El jeque Saïd estaba claramente impresionado con ella y David se alegró de poder marginarse de la conversación. Se sentó en el lado opuesto a Claudia y la observó detenidamente. Vio sus ojos de largas pestañas vibrar cuando sonreía. Observó las diferentes expresiones que adquiría su rostro al escuchar y vio cómo su cuerpo adquiría vida cuando se animaba con la conversación.

Parecía haber muchas Claudia diferentes. Claudia cortante y sarcástica, Claudia frívola y seductora, Claudia soñadora y deseable, Claudia con fuerte personalidad, Claudia divertida, Claudia amable, y ahora, Claudia la perfecta invitada, comportándose como un modelo de buena conducta.

¿Cuántas Claudia más habría? Desde que había terminado la relación con Alix, David había evitado a las mujeres inteligentes y maduras como ella… Era extraño, pero, por primera vez en años, pensaba en ella sin amargura. Desde la ruptura, había salido con mujeres de naturaleza más dulce. Chicas agradables con las que había mantenido siempre buenas relaciones, pero no hasta el punto de llegar a tentarle el matrimonio. ¿Sería porque eran muy guapas, pero un poco aburridas?

Los ojos de David se concentraron en el rostro vivo de Claudia. Ella podía ser exasperante, molesta, impredecible, inquieta… pero nunca aburrida.

No, nunca aburrida.

De repente, notó una patada en el tobillo.

– El jeque está preguntando si tendrás tiempo de enseñarme algo de Shofrar -dijo Claudia.

– Creo que él está pensando en algo totalmente diferente -contestó el jeque, sin ofenderse por la ausencia de David.

– Me disculpo…

– ¡No, no se disculpe! Tenemos que hacer concesiones a un hombre que está tan enamorado de su esposa.

Por un momento, los ojos de David se encontraron con los de Claudia.

– Le felicito por su encantadora esposa. Había oído hablar mucho de ella a mi sobrino y, por supuesto, a gente que vive aquí -el jeque se volvió hacia Claudia-. He oído que ha comprado una cafetera en el mercado hace pocos días.

Claudia abrió la boca sorprendida. El árabe rió.

– Tengo muchas fuentes de información, señora Stirling y sé todo lo que pasa en mi ciudad.

– Estoy impresionada -dijo, pensando en que él no sabía que ella no era en realidad la señora Stirling.

El jeque hizo un ruido con los dedos y un sirviente apareció con una caja.

– Me gustaría hacerle a su esposa un regalo de boda -dijo el jeque a David-. Espero que esto sea mejor recuerdo de Telama'an que una cafetera -hizo un gesto al sirviente que puso la caja frente a Claudia.

Ella la abrió con cuidado. Dentro había un collar tradicional de la región, elaborado con plata árabe y rubíes que brillaban a la luz de los candelabros.

– ¡Es maravilloso! Estuve buscando collares en el mercado, pero ninguno era tan bonito como éste.

El jeque quedó claramente complacido ante la reacción de Claudia. Señaló un pequeño cilindro, decorado con filigrana, que colgaba entre los abalorios.

– Esto es un hirz. Un amuleto. Ábralo.

Claudia lo abrió y sacó un trozo de papel que había dentro.

– Está en árabe. ¿Qué dice?

– Les desea felicidad y descendencia en su matrimonio.

Claudia estuvo a punto de estallar en lágrimas. El jeque no sabía que no había matrimonio, ni felicidad ni proyecto de hijos.

– Gracias -dijo, incapaz de decir nada más.

– Es muy amable -dijo David, mientras Claudia se ponía el collar en el cuello-. Es un collar precioso.

– Un collar precioso para una mujer preciosa.

– Sí -contestó David, tan bajito que ella no lo oyó.

– Tendrás que devolverlo cuando me haya ido – estalló Claudia nada más llegar al dormitorio-. Sabía que no podía rechazarlo, pero me parece horrible aceptar un regalo así cuando lo único que nosotros hemos hecho ha sido engañarle.

– No es muy apropiado, lo admito -dijo David, aflojándose la corbata-. Pero se ofendería más si se lo devolvemos.

– Me lo imagino -respondió ella, acercándose al espejo para quitarse el collar-. ¿Te lo quedarás tú entonces?

– Creo que es mejor que te lo quedes tú. Te lo dio a ti.

– Sólo porque pensaba que era tu mujer.

– Porque pensó que eras encantadora -corrigió David, acercándose y poniendo las manos sobre sus hombros-. Has estado maravillosa esta noche, Claudia. Un collar es lo menos que mereces.

– No hice nada -musitó ella tímidamente.

– Creo que sí. Al jeque le gustaste y eso puede hacer que consigamos el contrato -dijo, comenzando a acariciar, sin darse cuenta, la clavícula de Claudia. Al darse cuenta, se metió las manos en los bolsillos. Luego se apartó de ella y se aclaró la garganta-. Puede que no parezca muy apropiado, pero… gracias.

– No tienes que agradecerme nada -dijo Claudia, sintiendo todavía en su piel las manos de él. Jugando nerviosa con las cuentas del collar-. Era el trato, ¿no?

– Sí -dijo David despacio, maravillándose de que en tan pocos días se hubiera acostumbrado tanto a ella, de que ella se hubiera hecho casi parte de su vida.

Claudia, consciente de los ojos que la miraban, pero incapaz de mirar a su vez, seguía concentrada en el collar, imposible de abrir con el temblor de sus manos.

– ¿Te ayudo?

– No puedo desabrochar el cierre -dijo, aterrorizada de que pudiera pensar que era un intento de que se acercara a ella.

– Déjame a mí.

Claudia se quedó inmóvil, mientras él apartaba a un lado el cabello dorado y agarraba el cierre.

Un estremecimiento recorrió la espalda de Claudia.

– Me lo he pasado muy bien esta noche, de todas maneras -dijo, en un intento de aligerar la tensión.

– ¿Crees que sabía lo de los seis niños que quieres tener? -preguntó David bromeando, a pesar de que sus manos gemían por agarrar a Claudia de los hombros y besarla por toda la espalda.

– No estoy segura de si seis niños significan una bendición.

– Quizá puedes conformarte sólo con la felicidad -sugirió David, mirándola en el espejo.

¿Qué felicidad podía ella esperar sin estar a su lado? El corazón de Claudia dio un vuelco y sus ojos se oscurecieron angustiados.

– Quizá -susurró. Y cuando David consiguió finalmente desabrochar el cierre, salió corriendo hacia el baño antes de que él pudiera ver las lágrimas que amenazaban con salir de sus ojos.


– Más reuniones -dijo Lucy con un suspiro al día siguiente, cuando a la hora del almuerzo no hubo señales de David ni Patrick-. Desearía que el jeque se decidiera de una vez.

Los hombres no aparecieron hasta las seis y media. Para entonces, Lucy había empezado a inquietarse.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó, levantándose, al ver las caras serias.

Entonces, David y Patrick esbozaron una sonrisa triunfal.

– ¡Lo hemos conseguido! -gritó Patrick, abrazando a su esposa-. ¡El jeque ha firmado por fin el contrato esta tarde!

– ¡Eso es maravilloso! -exclamó Claudia alegremente, al mismo tiempo que David, en un impulso, la tomaba en sus brazos y la alzaba en vilo. Ella, riendo, le devolvió el abrazo.

Se sentía tan bien en los brazos de él, que no notó cuando él la apretaba más y, en un impulso, la besaba en el cuello. El roce de los labios de él hizo estremecerse de placer a Claudia. David sintió su estremecimiento y, de repente, temeroso de herirla, se apartó.

– Lo siento, no quería hacerlo. Ha sido la alegría… estoy un poco desbordado -explicó, sintiéndose tan torpe como un colegial.

Claudia estuvo a punto de llorar al verse bruscamente devuelta a la realidad.

– No te preocupes -dijo, con una amplia sonrisa-. Tenías que compartir tu alegría con alguien y yo estaba cerca.

Fue una noche alegre. La noticia del contrato se extendió como el fuego y hubo una fiesta improvisada en el club que duró hasta la madrugada. Claudia, a pesar del ambiente festivo que la rodeaba, no se olvidó de que el futuro de GKS Engineering no significaba nada para ella, excepto que afectaba a Lucy y Patrick. Cuando ella volviera a Londres, saldría de la vida de David para siempre.

La idea era tan desoladora, que Claudia intentó olvidarse. Sería realista al día siguiente, se dijo. De momento era suficiente con ver el rostro de David relajado y entender la importancia que tenía aquel contrato para todos. Además, ella tenía la sensación de haber aportado algo.

– Debes de estar muy contento -le dijo a David, cuando finalmente volvieron al palacio aquella noche.

– Lo estoy -admitió David, sentándose en una silla y dando un suspiro-. El contrato lo era todo para la empresa. Habíamos intentado tantas veces conseguir hablar con el jeque sin conseguirlo, que había perdido todas las esperanzas. Estoy seguro de que se decidió después de conocerte. Patrick ha sugerido que deberíamos darte un puesto permanente en el equipo negociador.

Claudia sonrió para demostrar que sabía que estaba bromeando, a pesar de que deseaba la idea de tener un lugar permanente cerca de él.

– ¿Volverás a Londres ahora que has firmado el contrato? -preguntó, quitándose los pendientes y mirando a cualquier lugar menos al rostro de David.

– No -David también estaba en las mismas dificultades que ella-. La firma del contrato es sólo el comienzo. Me quedaré otros diez días. Probablemente más.

– ¿No te vas a tomar un descanso? Pareces agotado.

La nota maternal pareció pasar inadvertida a David, que apoyó la cabeza en el respaldo de la silla y miró al techo con el ceño fruncido. Por primera vez en su vida era consciente de un sentimiento que se asemejaba a la soledad.

– Podría seguir con estas fiestas continuas, pero la verdad es que había pensado salir mañana para el desierto y pasar allí una noche tranquila. ¿Quieres venir conmigo?

Había intentado decirlo de manera tranquila, sin darle la menor importancia, pero le salió atropelladamente.

Claudia tragó saliva.

– ¿No preferirías estar solo? -tuvo que decir ella, a pesar de que quería aceptar con todas sus fuerzas antes de que él cambiara de opinión.

– No quiero ninguna fiesta más, es todo. Habías dicho que querías ver el desierto y puede ser tu última oportunidad antes de que te vayas.

“Antes de que te vayas”, repitió la mente de Claudia. Era absurdo enamorarse de él. ¿No sería más inteligente irse a casa de Lucy y aceptar el hecho de que tendría que pasar el resto de sus días sin él? Tendría que acostumbrarse antes o después.

David vio la duda en la muchacha y notó que la rabia le invadía. Trató de no enfadarse demasiado con ella. Después de todo, Claudia no le debía nada. Además, si él se iba al desierto, ella podría tener la oportunidad de conocer mejor a Justin Darke sin que él estuviera entrometiéndose.

– Por supuesto, entiendo perfectamente que prefieras quedarte con Justin Darke -dijo, con una voz indiferente.

– ¡No! -exclamó, aterrorizada de que, finalmente, quisiera dejarla en Telama'an-. Quiero decir que sería un poco extraño para todos que te fueras tú solo.

– Me imagino que sí. Bueno, si no te importa…

– No, no me importa. Me gustaría ir.


Claudia no estaba preparada para un viaje al desierto. No sabía qué esperar y era demasiado excitante para pensar ni siquiera en ello.

Cuando David fue a recogerla estaba tan nerviosa y excitada como una colegiala que va a su primera cita. David había preparado todo lo necesario: dos colchonetas, dos sacos de dormir y algo de comida que le prepararon los cocineros del jeque para hacer una cena ligera por la noche.

Viajaron todo el día hasta llegar al límite del wadi, a la hora del crepúsculo. Un riachuelo aparecía y desaparecía en un suelo de cantos rodados y piedras erosionadas por la arena, el viento y los años, en formas maravillosamente extrañas.