¿Por qué no ir directamente a hablar con él? Por lo menos, de esa manera, lo vería cara a cara. Cualquier cosa sería mejor que estar sentada allí, deseando que las cosas hubieran sido diferentes.
Claudia entró por las enormes puertas y llegó a un vestíbulo amplio e iluminado. La decoración moderna y de líneas simples estaba suavizada por algunas plantas y varios estanques escalonados, conectados entre sí. Claudia se detuvo al oír el agua, sobrecogida por el recuerdo repentino del patio del palacio de Telama'an. Si cerraba los ojos, le parecía que todavía podía estar allí con David…
– He venido a ver a David Stirling, por favor – dijo a la señorita de recepción.
– ¿Tiene cita?
– No.
– Un momento, por favor -el recepcionista se giró y habló por un interfono, mientras Claudia miraba los nombres de los despachos en un panel al lado de los ascensores. A los pocos segundos fijó la vista en el de arriba del todo: D.J. Stirling, Director ejecutivo.
– ¿D.J.? Repitió emocionada, recordando a la adivinadora: “Veo que las iniciales J y D serán muy importantes para ti”. No había dicho nada del orden en que tenían que aparecer.
“No significa nada, claro,” se dijo Claudia. Era una coincidencia, nada más.
La recepcionista estaba intentando llamar su atención.
– Lo siento, el señor Stirling no puede ver a nadie en este momento. Va a salir.
– ¿Podría hablar con su secretaria?
En el duodécimo piso, David estaba en ese momento poniéndose la chaqueta y diciendo a su secretaria Jan que podía marcharse pronto a casa. El teléfono sonó en ese instante.
– Hay una tal Claudia Cook en recepción -le informó, cubriendo el auricular con la mano-. Dice que es importante. ¿Quiere que le dé una cita?
– No, diga que suba.
Como en un sueño, David se dirigió hacia los ascensores. Observó los números que iban iluminándose uno detrás de otro, acercando a Claudia cada vez más, pero en el momento en que se abrieron las puertas, no se atrevió a mirar por si acaso no estaba allí.
El corazón de Claudia parecía dispuesto a estallarle dentro del pecho. Había ido respirando cuidadosamente: fuera, dentro, fuera, dentro… pero, cuando las puertas se abrieron y se encontró cara a cara con David, todo pareció detenerse.
David la miraba a su vez como si temiera que pudiera desaparecer. Había soñado con ver esos enormes ojos azules de nuevo, había soñado cada curva de sus pómulos, la línea del cuello y su piel luminosa… y de repente, allí estaba y no se le ocurría nada que decir.
Claudia nunca supo el tiempo que permanecieron de pie mirándose.
– Tu secretaria dijo que ibas a salir. Siento si estás ocupado… no quiero molestarte.
– No importa. ¿Quieres entrar a mi despacho?
“Allí estarían bien”, se dijo David a sí mismo. En un lugar más impersonal, más tranquilo, donde no podría abrazarla y apretarla con todas sus fuerzas para que no se fuera nunca más.
Caminaron en silencio a lo largo del corredor. Jan estaba poniéndose el abrigo y miró con curiosidad a David y a la guapa muchacha que lo acompañaba.
– ¿Hay alguna novedad? ¿Puedo irme?
– Sí, no pasa nada -contestó David, apartándose para dejar entrar a Claudia.
El despacho de David era grande y con enormes ventanales en dos de las paredes. Claudia se acercó a una de ellas y se quedó mirando la silueta gris de la ciudad de Londres. Había practicado una y otra vez qué iba a decirle, pero tenía la mente completamente en blanco y lo único que se le ocurría era abrazarse a David y suplicarle que la estrechara entre sus brazos.
– No esperaba verte -dijo David, un poco incómodo.
– He pensado mucho desde que salí de Shofrar.
– ¿Sobre qué?
– Sobre el destino -dijo Claudia, con una media sonrisa. David la miró, a su vez, aterrorizado por si le hablaba de Justin.
– ¿Sobre el destino? Creí que no creías en ello.
– No creía -admitió-. Sigo sin creer que nadie pueda predecir tu futuro. El futuro es algo que tú vas modelando y no cosa del destino. No encontré mi futuro cuando cumplí los treinta años, pero te conocí a ti – añadió dulcemente, y por vez primera lo miró directamente a los ojos-. No creo que el destino haya decretado que tú y yo estemos juntos, David -continuó, cada vez con más fuerzas-. No sé lo que la vida tiene preparado, pero sé que mi única posibilidad de ser feliz está a tu lado. No puedo dejarlo al destino, tengo que venir a decírtelo yo misma.
Hubo un silencio largo y emocionado. David estaba junto a la mesa con una expresión tan enigmática que Claudia pensó que él estaba buscando la manera de decirle que estaba perdiendo el tiempo.
– No hace falta que digas nada -añadió-. Probablemente he sido una estúpida por venir. Yo… no quería avergonzarte. Sólo quería que supieras que te amo.
David siguió inmóvil.
– No ha sido una buena idea -continuó Claudia, dirigiéndose hacia la puerta-. Me doy cuenta ahora. Ibas a salir, así que no quiero entretenerte más. Adiós.
Estaba agarrando el pomo de la puerta cuando David habló despacio.
– ¿No quieres saber dónde iba a ir?
David sacó un trozo de papel del bolsillo de la chaqueta y se acercó a Claudia, que estaba al lado de la puerta, rígida, con un aspecto de lo más triste.
Le enseñó el papel y ella lo miró, sin poder verlo apenas, ya que tenía los ojos húmedos. Hasta que vio una dirección.
– Ésas son mis señas -dijo, sin entender.
– Llamé a Patrick para que me dijera dónde vivías -explicó-. Iba a verte.
– ¿Por qué? -preguntó, sin atreverse a tener demasiadas esperanzas.
– Quería decirte que no podría soportar vivir sin ti.
– Yo…
Claudia levantó la vista y él se acercó un poco más.
– David -exclamó ella-. ¡Oh, David!
Y entonces, las manos de él la abrazaron con desesperación.
– Te amo -afirmó, besándola apasionadamente. En el pelo, en las sienes, en los ojos-. Te amo. Te amo. Te amo.
Finalmente, encontró los labios de la muchacha y los besó. Claudia sintió un estallido de felicidad por todas sus venas. Puso sus manos alrededor del cuello de David y se colgó a él, besándolo entre risas y lágrimas. Notando que los besos no eran suficiente y las palabras de amor tampoco.
– Te he echado tanto de menos… -murmuró David finalmente-. No vuelvas a dejarme así.
Estaba sentado detrás del escritorio y Claudia, acurrucada en su regazo, le daba pequeños besos en el cuello.
– No dejes que me marche -dijo, abrazándolo más.
– No lo volveré a permitir.
– ¿Por qué no lo dijiste antes de que me fuera? – quiso saber Claudia.
– Lucy me dijo que querías ir con Justin. No la creí al principio, pero ella lo decía con tanta seguridad que… no sé, de repente, me pareció que aquella noche no había significado nada para ti. Recordé que me habías hablado de volver a la realidad y pensé que estabas buscando un modo delicado de decirme que aquella noche era suficiente para ti.
– Pero, David, tú sabes lo que sucedió aquella noche. Debías de haber sabido que te amaba.
– Eso creía, pero no estaba seguro. Me temo que es culpa de Alix.
– ¿Alix? -preguntó, con un gesto de alarma tal que David no pudo evitar una sonrisa.
– Alix era mi novia cuando tenía veinticuatro años. Ella era muy guapa y ambiciosa, pero yo era muy joven y no me daba cuenta de hasta dónde era capaz de llegar ella con tal de conseguir lo que quería. Lo supe cuando descubrí que se acostaba con mi jefe. Cuando me enfrenté a ella, Alix se sorprendió de que me enfadara tanto. Me acusó de no vivir en el mundo real, donde tenías que hacer cualquier cosa para conseguir tus fines. Me dijo que no significaba nada.
– ¡Oh, David! -exclamó conmovida.
– No te preocupes. Me recuperé, pero esa relación me dejó una desconfianza hacia las mujeres guapas y hacia el mundo real.
– ¿Por eso te disgusté tanto cuando nos conocimos?
– No me disgustaste -dijo él, acariciando su cabello dorado-. ¡Lo intentaba! Pero sí, me recordaste al principio a Alix.
– Ahora no creo que pienses que me parezco a ella, ¿no?
– Tú no eres como Alix, Claudia. Nunca lo fuiste. Simplemente que, como comenzaste a hablarme del mundo real y luego aprovechabas la primera oportunidad para escaparte con Justin, yo estaba tan celoso y triste que no podía pensar con claridad. No he vuelto a pensar con claridad hasta que decidí que tenía que verte, hace un rato.
Tomó el rostro de ella entre las manos y la besó con ansia.
– No puedo creer que pensaras que tenía interés por Justin -comentó Claudia, cuando pudo escapar de aquellos labios.
– Lucy parecía no tener ninguna duda. Y me dijo que parecías desesperada cuando Justin apareció con Fiona.
– Estaba desesperada porque había estado toda la noche pensando en ti. Cuando Lucy sugirió la idea del viaje a Justin, él aceptó inmediatamente porque sabía que los padres de Fiona dejarían ir también a ésta. Yo fui sólo de acompañante y tampoco hice bien mi papel, porque cuando llegamos a Menesset ya estaban comprometidos.
David soltó una carcajada y la abrazó.
– ¿Sabes qué día es hoy, Claudia?
– ¿Diecisiete? Sí, diecisiete de septiembre. ¡Es tu cumpleaños!
– Cumplo cuarenta -admitió él.
– Feliz cumpleaños -dijo ella, con un dulce beso.
– Ahora sí lo será.
– ¿Y qué se siente?
– ¡Que es maravilloso! Tienes que probarlo algún día.
Claudia apoyó la mejilla contra la de él.
– Quizá dentro de diez años. Hasta entonces, soy feliz de tener treinta. Creo que es el mejor momento de mi vida.
– Habrá momentos mejores -musitó David, con otro beso.
– No tengo ningún regalo para ti -murmuró Claudia alegremente.
– Di que te casarás conmigo. Es lo único que quiero -acarició las mejillas y tomó a Claudia por la barbilla-. Te casarás conmigo, ¿verdad?
– Creo que es lo que debería hacer -afirmó, haciendo una pausa como para pensar-. Puede que necesites otro contrato con el jeque, ¿y qué ibas a hacer sin mí?
– Hablando del jeque -David sacó una cajita del bolsillo-. Éste fue tu primer regalo de boda. Ahora podrás llevarlo con la conciencia tranquila.
– Parece que la cajita con el amuleto ha funcionado. ¡Ahora tendremos que tener seis hijos!
David esbozó una sonrisa y enredó sus dedos en el cabello sedoso de la mujer.
– Podemos empezar a practicar ahora mismo.
Jessica Hart
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