– Claro que sí. Un cambio de escenario, un hombre atractivo… no volverás a acordarte de Michael -rió Lucy-. ¿Te acuerdas de la adivinadora, Claudia? ¿Te acuerdas lo que dijo de la arena y las iniciales y lo de cumplir treinta años? Desde luego aquí hay mucha arena y las iniciales de Justin son J y D…
– ¿Y voy a tener treinta años? ¡No me lo recuerdes!
– Piensa un poco, ésta es la oportunidad de conocer tu destino -terminó Lucy dramáticamente. Ambas rieron.
– No pensaré en nada. Después de este último año con Michael, lo que menos me importa es mi destino. Simplemente iré a pasármelo bien.
No fue fácil conseguir dos semanas libres en aquella época del año, pero cuando Claudia tomaba una decisión, conseguía su propósito. Al día siguiente sacó el billete. Desde entonces todo parecía irle mal, pero Claudia apretaba los dientes y se decía a sí misma que merecía la pena el viaje sólo por dar un abrazo a Lucy. Iba a pasárselo bien en Telama'an aunque le costara la vida… ¡Y mientras tanto iba a disfrutar molestando a David Stirling!
– ¿Ha hecho todo el viaje para conocer a un hombre que espera tenga las iniciales correctas?
– ¿Por qué no? -preguntó, con los ojos brillantes.
– Bueno, al verla viajar sola supuse que era inteligente, aunque lo disimulara -dijo cáusticamente David-. ¡Nadie tan desesperado como usted viajaría a Telama'an sin una buena razón!
Claudia pensaba que estar un tiempo al sol y divertirse eran razones suficientes para ir a cualquier lugar, sobre todo después de aquel año horroroso, pero eso no era asunto de David Stirling.
– No lo entiende -añadió dramáticamente-. ¡Estoy en un punto crucial de mi vida! Voy a cumplir treinta años mañana y no puedo seguir con la vida que he llevado hasta ahora. ¡Tengo que darme una oportunidad!
– ¿Qué oportunidad?
– Encontrar a mi media naranja, por supuesto. J.D. está esperándome en el desierto… lo sé. Lo único que tengo que hacer es llegar hasta él.
David hizo una mueca.
– ¿J.D.? Seguramente Lucy ha buscado a alguien con esas iniciales.
– Puede.
– ¿Quién? ¿Jack Davis? Está casado. ¿Jim Denby? No creo. ¡Ah! ¡Justin Darke! -exclamó súbitamente. ¿Cómo no había pensado en él?
– Mis labios están sellados -dijo Claudia, dándose cuenta de repente que en su decisión por molestar a David Stirling corría el riesgo de avergonzar al amigo americano de Lucy.
David notó la vacilación en los ojos de Claudia y sacó sus propias conclusiones. Justin Darke era suficientemente guapo, pero no era el adecuado para una mujer como Claudia Cook, de eso estaba seguro. ¿Sabría lo que Lucy y Claudia había planeado para él? La primera cosa que haría al llegar a Telama'an sería advertir a Justin, aunque había una firmeza en la actitud de Claudia que haría falta más que un consejo de amigo para detenerla.
David hizo un gesto con la cabeza.
– ¡Pobre Justin!
– No sé de qué está hablando -mintió Claudia-. Y, en cualquier caso, si supiera a quién voy a conocer se estropearía todo. Lo único que sé es que voy a una fiesta mañana por la noche, el resto lo dejo en manos del destino.
CAPÍTULO 2
– PARECE que mañana le espera un día muy duro. No sólo tendrá que cumplir treinta años, sino que se habrá de encontrar con su destino -dijo David, con tono sarcástico.
Claudia lo miró con un brillo peligroso en los ojos.
– ¿Pero es que no se da cuenta de que ambas cosas están ligadas? Los treinta años suponen una encrucijada en la vida de cualquier persona. ¿O no es así?
– ¿Lo es?
– ¡Claro que sí! Es el momento de decidir lo que uno quiere eliminar de su vida, es el momento de cambiar de dirección, el momento de dejar de ser joven y afrontar la madurez.
– ¿Sabe usted una cosa? Que lo más difícil de creer es que vaya a cumplir treinta años mañana.
Claudia se quedó sorprendida. Sabía que se conservaba muy bien, pero no se esperaba un cumplido de ese hombre. Quizá debería de haber intentado flirtear con él, después de todo.
– Gracias…
– Porque -la interrumpió David- nunca pensé que nadie que pasara de los cinco años pudiera hablar con tal falta de conocimiento.
¡Se acabaron los cumplidos! Claudia lo miró fijamente, tratando de controlarse.
– Supongo que usted no tuvo ninguna crisis a los treinta… ¿O quizá es que ese día está tan lejano que no puede acordarse? -añadió con rencor.
– Estaba demasiado ocupado para tener ninguna crisis.
– Bueno, espere a tener cincuenta. Entonces se dará cuenta de que siempre ha estado tan ocupado trabajando que nunca se ha parado a pensar por qué lo hace. Y quizá ese día también descubra que ya es demasiado tarde para hacer nada al respecto. ¡Entonces estará en crisis!
– Es posible -dijo David, disgustado con lo que ella le acababa de decir-, pero no tengo intención de preocuparme ahora por eso. Además, todavía no he cumplido ni los cuarenta. Me queda un mes para vérmelas con esa crisis.
– ¿De verdad? -preguntó Claudia con un tono insultante-. ¿Cuándo es su cumpleaños?
– El diecisiete de septiembre -dijo, a sabiendas de lo que ella iba a replicar.
– Entonces, es Virgo -asintió Claudia, aunque no estaba segura de qué día los Virgo se convertían en Capricornio. ¿O era en Libra?
David pensó que ésa era la mujer más idiota y exasperante que había conocido jamás. Decidió que no iba a aguantarla más, a pesar de que fuera la prima Lucy.
– Eso es. Ahora, si me perdona, tengo trabajo.
– ¡Por supuesto! -dijo Claudia con un tono de arrepentimiento exagerado-. Siento mucho haberlo molestado. Me limitaré a leer esta revista en silencio y no se enterará de que estoy aquí.
David pensó que eso sería casi imposible. Ella era la típica chica que podía estar en una habitación a oscuras y en completo silencio y aún así molestarlo a uno.
Bajó la vista de nuevo hacia el informe que estaba leyendo, tratando de volver a concentrarse. Claudia comenzó a echarle miradas de soslayo, maravillada de su capacidad de trabajo. También se fijó en la configuración enérgica de su mandíbula.
No era un hombre guapo. Tenía la boca fina y su cara delataba inteligencia, pero había una aire de reserva en él, como si se presentara a sí mismo, de un modo deliberado, bajo llave. No cabía duda de que bajo esa imagen, latía una fuerte personalidad.
Se había quitado la chaqueta y llevaba arremangadas las mangas de su camisa blanca. Claudia notó el vello negro que cubría sus antebrazos y para evitar el contacto con ellos colocó los brazos sobre el regazo. Luego trató de no mirar tan descaradamente, pero pudo ver por el rabillo del ojo cómo le latía el pulso del cuello.
Al mismo tiempo pudo notar que su propio pulso en la garganta, estaba algo acelerado. Debía de estar algo tensa.
¿Estaría David Stirling alguna vez algo tenso? ¿Qué podría hacer que ese hombre perdiera el autocontrol y que su pulso latiese desenfrenadamente?
Al mismo tiempo que pensaba en eso, pasó una página de la revista y vio que había un artículo sobre sexo. No podía leerlo con ese hombre sentado a su lado. El artículo hablaba sobre los placeres sexuales según las diferente edades. Ya no tenía sentido leer lo que decía acerca de los veinte años. Mejor centrarse en lo que decía de las mujeres de treinta años:
Las mujeres de treinta han dejado atrás todas las inseguridades de las veinteañeras. Tienen más aplomo y se sienten más a gusto consigo mismas.
Han aprendido lo que les gusta y lo que les disgusta, y tienen la madurez, suficiente para dirigir sus vidas.
– Me encantan las mujeres de treinta -dice un hombre de la calle-. Son más interesante que las jovencitas porque tienen algo que decir por sí mismas. Saben lo que quieren y van a por ello. Creo que es con mucho la edad más sensual. Son muchas las mujeres que mejoran de aspecto a los treinta. Conocen mejor sus cuerpo y eso les ofrece un mayor atractivo y seguridad que cuando tenían veinte.
Claudia no se podía creer ese cúmulo de tonterías. Realmente ella sabía exactamente lo que quería aunque aún no tuviese los treinta. Quería llegar a Telama'an y beberse un gin-tonic helado. Objetivos poco ambiciosos para comenzar una nueva década de su vida.
Claudia cerró la revista con un suspiro. David seguía leyendo el informe. Realmente algo no debía de marchar muy bien en un hombre que podía concentrarse de esa forma, pero no se atrevió a interrumpirlo. Seguramente debía de ser porque todavía no tenía la confianza que otorgaba pasar de los treinta. El día siguiente sería diferente.
Miró alrededor en busca de nuevas diversiones. Al otro lado del pasillo iba sentado un musulmán que la miró fijamente con sus ojos oscuros. Claudia le sonrió.
– Disculpe si la he mirado con demasiada fijeza, pero es que no es habitual encontrarse un mujer tan guapa en el viaje hacia Telama'an.
A Claudia le encantó el cumplido. El hombre se presentó a sí mismo como Amil y pronto estuvieron enfrascados en un discreto flirteo.
– ¿Estará usted mucho tiempo en Telama'an?
– Sólo un par de semanas. Después tendré que regresar al trabajo.
– ¿Y el trabajo no puede esperar algo más?
– Me temo que no. Trabajo para una productora de televisión y estamos muy ocupados en estos momentos.
David no pudo evitar escuchar la conversación. ¡Tendría que haberse imaginado que esa mujer trabajaba para la televisión! Intentó concentrarse de nuevo en el informe, pero no pudo.
Claudia se dio cuenta del enfado del hombre y redobló sus esfuerzos de coquetear con Amil. Le iba a enseñar a David que algunos hombres la encontraban atractiva. Se volvió hacia Amil y le sonrió.
– Pero ya hemos hablado bastante de mi trabajo. Estoy segura de que su vida es mucho más interesante que la mía.
¡Dios, qué mujer más irritante! David corrigió una palabra del informe con más vigor del necesario. Finalmente, la conversación entre los otros dos cesó, aunque su alivio le duró poco.
Claudia no paraba de moverse. Se retocó el maquillaje, se dio crema de manos, se limó las uñas y se perfumó. El caro y sutil perfume que ya había asociado con ella, lo invadió por completo, aunque se concentró en ignorarlo, mientras hacía que consultaba el índice.
Por supuesto, ya sólo le quedaba retocarse el peinado. David trató de no mirar cómo le brillaba el cabello con la luz del sol que pasaba a través de la ventanilla, mientras ella sacaba el peine del bolso y se lo comenzaba a cepillar.
Claudia se comenzó a aburrir. David la estaba ignorando y eso hizo que perdiera la gracia el intentar provocarlo. Miró el reloj. Todavía faltaba hora y media para llegar. Amil iba charlando con su vecino y la revista parecía expresamente diseñada para hacerla parecer una vieja. Dio un suspiro y se puso a tamborilear con los dedos sobre el brazo de su asiento.
Eso terminó de exasperar a David, que arrojó el bolígrafo enfadado.
– ¿Es que no puede estarse quieta ni dos segundos? -preguntó con los dientes apretados.
– ¡Si estoy quieta! -se defendió ella, ofendida.
– No lo está. Está moviéndose todo el tiempo y encima se pone a hacer ese irritante ruido con los dedos…
– ¿Y qué quiere que haga?
– No quiero que haga nada. Sólo que se esté quieta.
– No puedo estarme quieta. Tengo que estar haciendo algo.
– ¿Por qué no prueba usted a pensar? Esa podría ser una nueva experiencia para usted. El esfuerzo de utilizar el cerebro debería de entretenerla durante cinco minutos al menos.
– Ya he estado pensando -se defendió Claudia, herida en su orgullo.
– Me sorprende. ¿Y en qué ha estado pensando?
– Pues he estado pensando en por qué Patrick le habrá ofrecido trabajo a alguien tan arrogante y maleducado como usted.
David se quedó mirándola durante un momento.
– ¿Qué le hace pensar que Patrick me dio trabajo?
– Sé que es el ingeniero que se encarga del proyecto, así que usted debe depender de él. Y sé que no le gustaría que le hablase de su comportamiento conmigo.
– ¿Cree usted que me despediría?
A Claudia no le gustó la mirada de David, así que apartó la cabeza.
– Eso depende de lo amable que sea usted durante el resto del trayecto.
– ¿Y cree usted que me dejará seguir con el proyecto si me porto como es debido?
Antes de que Claudia pudiera responder, un ruido extraño proveniente del ala del avión que se podía ver a través de la ventanilla llamó su atención.
– Estoy segura de que algo no marcha bien -dijo preocupada-. Ese motor está haciendo ruidos extraños.
– No sea ridícula. ¿Qué podría no marchar bien?
– No lo sé. No entiendo nada de motores.
– Entonces, ¿por qué cree que tiene capacidad para pensar que hace ruidos extraños? -David se puso una mano en la oreja con gesto de burla-. Yo creo que suena bien.
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