David la miró.
– Estoy seguro de que Amil no está interesado en nuestras discusiones, cariño -declaró él, antes de que ella siguiera contando más estupideces.
– ¿Llevan mucho tiempo casados?
– Sí -dijo David, a la vez que Claudia contestaba negativamente.
Hubo un silencio.
– Dice eso porque es como si lleváramos juntos toda la vida -dijo Claudia, con una risita que estaba segura de que molestaría a David-. La verdad es que nos casamos la semana pasada.
– ¡La semana pasada! ¿Entonces esto es su luna de miel?
– No -contestó rápidamente David-. Estoy aquí por motivos de trabajo y Claudia quería ver a una prima que vive en Telama'an.
– ¡Qué mentiroso, cariño! Sabes que no soportarías dejarme en casa.
En ese momento, Amil se concentró en la carretera, llena de arena en ese trayecto y David aprovechó para mirar furiosamente a Claudia, que hizo como si no se enterara de nada.
– ¡Cuidado con mi pie! -exclamó inocentemente.
– ¿Usted también trabaja en televisión, David? – preguntó Amil.
– ¡No! Yo soy ingeniero.
– Entonces, ¿trabaja en la base aérea que están construyendo en Telama'an?
Era evidente que Amil conocía el proyecto y ambos hombres comenzaron a hablar de algunos temas técnicos que pasaron indiferentemente por los oídos de Claudia. Esta los dejó hablar, alegre por estar tan cerca de Lucy, al tiempo que luchaba por no notar el cuerpo duro y esbelto de David, cada vez que la furgoneta pasaba un bache. Intentó concentrarse, en lugar de ello, en lo maravilloso que iba a ser cuando llegara al día siguiente a casa de Lucy. El viaje merecía la pena sólo por ver a su prima de nuevo.
Dejó su mente vagar y se entretuvo en pensar cómo sería Justin Darke. Esperaba que fuera tan encantador como Lucy le había dicho. Hasta ese día incluso había tenido una imagen clara del rostro de Justin, pero en ese momento los rasgos de David se entrometían de manera irritante.
Lo había conocido sólo hacía unas horas y ya podía recordar su rostro con cada mínimo detalle: la línea dura de sus pómulos, los ojos grises observadores, la boca firme… Era curioso recordar que había pensado al principio que era una persona de lo más vulgar. No se le podía llamar guapo, pero desde luego no era vulgar.
Siguieron el viaje. La pista parecía acabar en el horizonte, donde el sol se estaba poniendo con un despliegue de rojos y naranjas. Hechizada por el paisaje sin cambios, la cabeza de Claudia comenzó a seguir el movimiento de la furgoneta.
David se volvió hacia ella, notando que estaba casi dormida. ¿O quizá estaría pensando en Justin Darke? Lo cierto era que no había nada malo en Justin, sólo que no sabía si sería bastante hombre para manejar a Claudia. Ella lo desbordaría, pensó David.
Le resultaba difícil creer que la conocía sólo desde hacía unas pocas horas. Le parecía una persona intensa y exasperantemente familiar a esas alturas. Era como si su olor, el color de su cabello y la forma de su barbilla fueran parte de su vida. Tenía tanta sensualidad y atractivo como Alix, sólo que Alix no tenía ese brillo de malicia en los ojos. Y ella tampoco habría consentido nunca en montar en un vehículo como ése. Y menos aún, habría recorrido medio mundo pensando que podría encontrar un marido. Alix era capaz de encontrar un marido sin salir de casa, recordó con cierta amargura.
Se fijó en que Claudia estaba dando cabezadas. ¿Y si quería dormir, por qué no echaría la cabeza hacia atrás?, se preguntó David, sin darse cuenta de que entonces ella descansaría la cabeza sobre el brazo de él. La furgoneta dio una serie de saltos bruscos, por lo que Claudia se despertó por un momento, para inmediatamente volver a cerrar los ojos.
– ¡Por amor de Dios! -murmuró David y rodeó a la muchacha con su brazo, haciendo que apoyara la cabeza sobre su hombro. Claudia pareció resistirse, pero estaba tan dormida que pronto se adaptó a la comodidad que le ofrecía el fuerte brazo de él.
David se echó un poco más hacia la puerta, para dejarle más sitio. Ella se acomodó contra él y giró el rostro hacia su cuello, con un pequeño murmullo. En la oscuridad, David sentía la respiración de Claudia lenta y suave contra su piel. Sin darse muy bien cuenta de lo que hacía, David apoyó la mejilla contra el cabello de ella.
Amil les echó una mirada, fijándose en que Claudia estaba dormida. Así que bajó la voz para no despertarla.
– Es usted muy afortunado por tener una mujer como ésa. Ésta es una de las peores carreteras del país y, aunque se haya cansado, no se ha quejado ni una sola vez.
– Así es -admitió David, mientras sentía el calor que desprendía Claudia.
– Además, es muy bonita.
A David se le tensó el brazo que la rodeaba de un modo inconsciente, como si estuviera celoso.
– Sí, supongo que lo es.
Amil se sintió defraudado por esa respuesta tan escueta.
– No queda mucho para llegar al oasis. Sólo espero que haya alguna habitación libre en la casa de huéspedes. Desgraciadamente, esta zona del país no tiene hoteles, ya que no es una zona turística.
– No -sonrió David-. Nosotros vamos a hacer un hotel en Telama'an, pero me temo que no estará listo para esta noche.
– ¿Dónde va usted a dormir? Sé que se han construido unas casa para los ingenieros. ¿Va a usted a quedarse con sus colegas?
– Hasta ahora, siempre me he quedado con ellos, pero esta vez el jeque Saïd ha tenido la amabilidad de invitarme a su palacio.
Amil pareció sorprendido.
– ¿Va a quedarse con mi tío?
– ¿Su tío?
– ¿No se lo he dicho? Sí, por lo que parece nos dirigimos al mismo sitio. Si mi tío los ha invitado, entonces son huéspedes de honor -añadió Amil con gran solemnidad.
David hizo una mueca en la oscuridad. Si Amil iba al mismo sitio que ellos, Claudia no podría separarse de él. En caso contrario, le iba a ser difícil explicar qué había hecho con su esposa.
El cerebro de David se puso a trabajar.
– Lo que sucede es que el jeque no sabe que viajo con mi esposa, ya que nos hemos casado hace muy poco. Por lo que me parece descortés aparecer con otro invitado sin haber avisado antes. Creo que lo mejor será que nos quedemos con una prima de Claudia.
– Eso no será necesario -dijo Amil cariñosamente-. Estoy seguro de que mi tío estará encantado de hospedar también a su nueva mujer.
– No me gustaría abusar de… -comenzó a excusarse David, pero el otro hombre hizo un gesto con la mano para quitarle importancia.
– Eso no es un abuso. En mi país la hospitalidad es una tradición. Además, mi tío se enfadará si se entera de que su mujer no quiere ir a su palacio.
David hizo un último intento.
– No era mi intención ofenderlo. Pero me imagino que el jeque podrá entender que Claudia no podrá verse con su prima tanto como querría si duerme en el palacio. Ya sabe usted que los ingenieros viven algo alejados de la ciudad y sin coche…
– Ese problema es fácil de resolver -insistió Amil-. Mi tío tiene muchos coches. Estoy seguro de que pondrá uno a su disposición para que usted y su esposa puedan entrar o salir de palacio cuando gusten.
David no pudo hacer otra cosa que poner la mejor cara que pudo.
– Es usted muy amable -dijo, esperando que su voz no sonase tan desanimada como él se sentía.
Siguieron el camino en silencio. David se puso a pensar en todo lo que le diría a Claudia cuando se despertase. Al fin y al cabo, ella había sido la que le había dicho a Amil que eran marido y mujer.
Claudia no se despertó hasta que la furgoneta se detuvo frente a una casa baja. Se estiró y bostezó, mientras Amil bajaba a preguntar si había habitaciones libres. Luego, intentó recordar dónde se encontraba y qué estaba haciendo allí.
– Despierta, Claudia -la voz de David hizo que se terminara de centrar y se levantó de un salto como si le hubieran echado un cubo de agua fría por la cabeza.
¿Qué estaba haciendo ella apoyada en David Stirling?
– Lo siento. No me di cuenta… parece que me he quedado dormida sobre ti.
– Al menos no tuve que aguantarte todo el rato llamándome cariño -dijo David, intentando ocultar la pérdida que sentía al ver que ella se había levantado.
Amil, mientras tanto, había estado manteniendo una conversación en árabe con alguien a través de la puerta, y en ese momento se giró y volvió a la furgoneta.
– Tienen dos habitaciones, pero me temo que son demasiado sencillas.
Sencillas era la palabra correcta. A Claudia y David les enseñaron un cuarto pintado de blanco con mobiliario rústico. La mirada de Claudia recorrió las paredes desnudas hasta llegar a la cama. Nunca se le hubiera ocurrido que tendrían que compartirla.
David se dio cuenta de lo que estaba pensando. Luego se volvió hacia el propietario de la casa para asegurarle que la habitación estaba bien. Finalmente, cerró la puerta tras de él.
– Espero que estés satisfecha.
– ¿Qué vamos a hacer? -Claudia se sentó en una silla y miró hacia la cama con desmayo.
– No se tú, pero yo voy a lavarme y luego me iré a dormir -dijo David, que estaba cansado e irritado y no tenía ninguna gana de discutir con ella.
– Me refería a la cama- dijo ella.
– Fue idea tuya lo de hacernos pasar por un matrimonio. ¿Que esperabas, una habitación para ti sola?
– Lo que no me esperaba es que acabásemos compartiendo la cama -dijo Claudia-. Además, la cama es tan pequeña que no cabrían ni dos insectos. Así que imagínate dos personas…
– ¿Y qué quieres que haga?
– ¿No podríamos preguntar si tienen otra cama?
– Si la hubiese, Amil la tendrá para él. Si quieres llamar a su puerta y pedirle que te deje dormir en su cama porque no te apetece dormir con tu marido, adelante, pero no me pidas que vaya contigo. Yo creo que ya ha hecho suficiente por nosotros hoy.
Claudia se levantó y comenzó a caminar nerviosa, con las manos entrelazadas.
– Habrá algo que podamos hacer. ¿No habrá un colchón de sobra en algún sitio? Se podría poner en el suelo.
– En este lugar no creo que tengan muchas cosas de sobra- dijo David con gesto de impaciencia-. Y no creo que aguantaras ni cinco minutos en el suelo, notando cómo te pasan las cucarachas por encima.
En ese momento una cucaracha salió de detrás del lavabo.
– ¡Ahí! -exclamó Claudia horrorizada, mirando a David-. Sin embargo, tú no pareces temer a ningún bicho de esos. ¿Por qué no duermes tú en el suelo?
– ¿Y por qué iba yo a dormir en el suelo? -preguntó, frunciendo el ceño-. ¡Yo no he estado las dos últimas horas durmiendo como un bebé! No siento el brazo que ha servido de almohada tuya, así que, si te molesta compartir la cama, puedes pasar la noche en una silla. Yo necesito dormir.
David, al hablar, se iba quitando la camisa sin ninguna vergüenza, la metió en la maleta y probó el grifo. Sonó un ruido y a los pocos segundos salió un chorro de agua sucia. Para sorpresa de David, incluso había un tapón. Lo puso y observó cómo se llenaba el lavabo.
Claudia se fijó inmediatamente en su torso desnudo. Deseó en ese momento ser tan despreocupada como él, pero no estaba acostumbrada a compartir habitación con un hombre al que había conocido ese mismo día. Y desde luego no estaba acostumbrada a hombres como David Stirling, que desde el principio la había hecho sentirse incómoda y torpe como una colegiala en su primera cita. ¡Cómo desearía ser una de esas mujeres de treinta años, seguras de sí mismas, sabiendo en cada momento cómo comportarse! Le faltaba poco para cumplir los treinta, pero por su comportamiento, Claudia parecía ir a cumplir veinte, o menos.
¿Qué era lo que tenía ese hombre que la hacía ponerse tan nerviosa? Se cruzó de brazos y trató de concentrarse en las paredes desconchadas, pero sus ojos traidores volvían a donde David estaba de pie refrescándose la cara y el cuello, totalmente ajeno a su presencia.
Tenía un cuerpo bonito, lo admitía: hombros impresionantes, caderas estrechas, espalda lisa. Entonces recordó la fuerza y seguridad que ese cuerpo le había dado poco antes de que se quedara dormida sobre él en la furgoneta. No lo entendía muy bien, porque aunque sí era cierto que David la había ayudado a tranquilizarse cuando el motor del avión había fallado, el resto del tiempo había sido grosero y desagradable.
¿Entonces, por qué le preocupaba tanto dormir cerca de él?
– Podría dormir en el coche -se ofreció, con poca firmeza-. Puedo decirle a Amil que nos hemos peleado.
– Creo que ya has inventado demasiadas historias – contestó David suspirando, dándose agua en el pecho y en la cara-. Ya has creado suficientes problemas.
– ¿Qué quieres decir?
– Tuve una conversación bastante interesante con Amil mientras dormías. Parece que es el sobrino del jeque Saïd.
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