Sara se despidió del duque afectuosamente y volvió a subir para esperar las novedades. Mientras tanto, sentía que un torbellino de emociones le atravesaba la cabeza y el corazón. La mañana con Damián había sido tan perfecta y maravillosa que habría necesitado un par de días de tranquilidad para poder asimilarlo. Pero eso era imposible, considerando el horrible secuestro de la princesa.

«Concéntrate en Karina», se dijo mentalmente. «Ahora, es lo único que importa».

La tarde parecía eterna. Habían llegado dos policías para aumentar la vigilancia del lugar y asegurarse de que el resto de los Roseanova estuviera a salvo. Damián había llamado para que supiera que habían ido al aeropuerto de Los Ángeles para ver si podían descubrir algo, pero que allí no había rastros de Karina, de modo que volverían a las oficinas del FBI. Marco y Garth habían llegado, no habían dejado de hablar ni un segundo por teléfono y se habían marchado para sumarse a la búsqueda. Sara sólo tuvo un par de minutos para ver que Garth era tan guapo como sus hermanos, aunque con aspecto menos formal. Tanto él como Marco estaban muy deprimidos y Sara comprendió cuan delicada era la situación. Si efectivamente se trataba de los Radicales de Diciembre, a esas horas, su hermana podía estar muerta.

Pero no lo estaba. La llamada con la noticia de que la princesa había sido rescatada los encontró a punto de subir al coche.

– ¿Cómo? ¿Qué? -balbuceó Garth.

Sara vio que mientras hablaba por teléfono el príncipe comenzaba a sonreír de oreja a oreja.

– Era Jack Santini -le dijo a Marco-. Te dije que recurrir a él era lo mejor que podíamos hacer.

Al oír el nombre, la terapeuta frunció el ceño. Jack Santini era un guardia de seguridad del que Karina estaba enamorada.

Rápidamente, Garth relató cómo el tal Santini había tomado por asalto la avioneta de los secuestradores y cómo había rescatado a la princesa de sus garras.

– Ha sido en un aeropuerto de Orange, así que llegar hasta aquí les tomara un par de horas.

Los dos hermanos comenzaron a abrazarse y a saltar de felicidad. Justo entonces llegaron Damián y la duquesa y los pusieron al tanto de las buenas nuevas. Sara observó la escena y se sintió una intrusa. Pero cuando Damián terminó de oír la historia, fue a la primera persona que abrazó y el gesto la llenó de satisfacción.

Toda la familia entró en la sala para esperar el regreso de la princesa. Sara vaciló y pensó que debía ir a su cuarto para no invadir su intimidad. Sin embargo, Damián se volvió preguntando por ella y dejó en claro que quería que se quedase con ellos. Garth la miró con curiosidad un par de veces, pero Marco parecía no aceptar su presencia de buen grado. Y la duquesa estaba tan agotada por las emociones del día que parecía no notar su presencia.

Cuando llegó el médico de la familia, la duquesa pegó un salto de felicidad porque, entre otras cosas, eso le daba la posibilidad de ocuparse de algo para aliviar la espera. Lo acompañó hasta las habitaciones superiores y lo ayudó a prepararse para revisar las posibles heridas de Karina.

Unos minutos después, el conde Boris entró en la sala. No estaba enterado de nada y se quedó estupefacto al escuchar lo sucedido. Alguien llamó al hospital para averiguar cómo seguían Greg y el chofer. Fue un alivio enterarse de que se estaban recuperando.

Finalmente, llegó el gran momento. Todos corrieron afuera para recibir a la princesa, incluidos los empleados de la cocina y el ama de llaves. La terapeuta observó a la pareja mientras salía del auto. El apuesto guardia de seguridad y la delicada princesa iban tomados de la mano.

Estaban tan enamorados que les brillaban los ojos con sólo mirarse. A Sara se le anudo la garganta por la emoción de verlos juntos y a la vista de todo el mundo.

El aspecto de Karina evidenciaba la pésima experiencia que había vivido. Tenía un moretón en la mandíbula y la ropa rasgada y sucia. Con todo, parecía estar bien. Trató de resistirse a la revisión del médico y sólo aceptó cuando Jack le prometió que se quedaría todo el tiempo que ella quisiera.

Sara sonrió y pensó que el amor verdadero era una visión reconfortante.

Marco, Garth y Damián hablaron entre ellos por un momento y luego invitaron a Jack a que los acompañara al despacho.

La terapeuta sonrió de oreja a oreja. Damián ya le había contado lo que pretendían. Iban a ofrecerle un título nobiliario a Jack como muestra de agradecimiento por haber salvado la vida de la princesa. Y en cuanto lo tuviera, reuniría los requisitos necesarios para comprometerse con Karina. Repentinamente, ese matrimonio se había convertido en algo incuestionable.

– Te felicito, Jack -le susurró Sara al oído.

Acto seguido, la terapeuta subió a su habitación. Comprendió que habían tenido que convertirlo en un noble para evitar un conflicto con las tradiciones y permitir que su hermana fuera feliz. Entonces se preguntó si acaso se convertiría en princesa si le salvaba la vida a alguien. Desafortunadamente, Sara no creía que las cosas funcionaran de ese modo.

Aquella noche, en el comedor había un ambiente de festejo. Todos estaban riendo y haciendo bromas durante la cena.

– En una ocasión, el propio rey fue secuestrado – contó la duquesa, dirigiéndose a Sara y a Jack-. Garth era un recién nacido, lo recuerdo perfectamente.

– Lo tuvieron cautivo más de un mes – explicó Garth-. También fueron los Radicales de Diciembre. Creían que de esa manera desestabilizarían el país. Desde entonces, siempre han sido un problema para Nabotavia.

– Esos miserables, maltrataron muchísimo a nuestro padre -afirmó Karina, afligida-. Lo torturaron y lo mantuvieron drogado todo el tiempo. Dicen que fue algo espantoso.

– No sabíamos si estaba vivo o muerto – intervino la duquesa-. La pobre reina…

A la mujer se le llenaron los ojos de lágrimas y ya no pudo seguir. Sara pensó que jamás la había visto tan humana.

– ¿Cómo hicieron para salvarlo? -preguntó la terapeuta.

Karina sonrió y miró a la duquesa.

– Mi tía tenía miedo de que nunca lo preguntaras – dijo, bromeando-. Mi tío, el duque, lo rescató.

– ¡El duque!

Una ligera sonrisa se dibujó en los labios de la anciana. Tenía una expresión soñadora y parecía mucho más bella.

– Tal como lo oyes: mi valiente esposo rescató al rey. De joven, era mucho más que un hombre elegante.

– Cuentan que fue una escena de película – comentó Marco-. Con balas cruzadas y todo salpicado de sangre. Debieras pedirle a mi tío que te cuente esa historia. Créeme, no tiene desperdicio.

– Lo haré -dijo Sara.

La mujer sonrió al pensar en el duque jugando a ser John Wayne y liándose a tiros con unos terroristas. Acto seguido, miró a Damián. El príncipe no parecía estar disfrutando de la anécdota como el resto. Tenía el gesto contraído y los ojos llenos de pena. A Sara se le desdibujó la sonrisa al verlo. Quería poder hacer algo que le devolviera la alegría.

– Por cierto, Damián -dijo Marco de repente-. La duquesa me ha dicho que esta mañana, mientras estabais fuera, llamó un policía local. Estuvieron dragando el lago más a fondo y encontraron todas las piezas que faltaban. Al parecer, tus sospechas eran ciertas. El perito considera que hay evidencias suficientes para creer que alguien atentó contra tu lancha. Iré a verlos por la mañana y te contaré lo que averigüe.

De no haber notado cómo se le hinchaba la vena de la sien, Sara habría pensado que Damián no había oído a su hermano.

Tras el comentario de Marco, todos empezaron a hablar a la vez y a tratar de explicarle a Jack lo que había ocurrido. Existían varias teorías respecto de quién podía haber hecho el sabotaje y la que parecía más consensuada era la que señalaba a los Radicales de Diciembre. Pero Damián no dijo nada aunque Sara sabía que tenía una teoría propia. Incluso cuando Jack se ofreció a hacer un reporte policial del incidente, él se quedó en silencio.

Un poco más tarde, estando solo con Sara en su habitación, él príncipe se permitió mostrar lo que sentía.

– Estoy tan harto de estar todo el tiempo sumergido en la oscuridad -sollozó-. Siento que tengo las manos atadas. No puedo hacer nada. Ni siquiera puedo ocuparme de mi propio accidente, tengo que dejar que los demás lo hagan por mí.

El príncipe parecía estar lleno de rabia.

– ¿Cómo voy a defenderme, Sara? ¿Cómo puedo proteger a las personas que a amo a salvo?

Con la última palabra, se le quebró la voz. Sara no intentó responder a las preguntas. Sabía que él no quería oír perogrulladas. De modo que se sentó tranquila y dejó que Damián liberara su furia. En determinado momento, le tomó las manos y permaneció en silencio. Él se aferró con fuerza y desahogó toda la rabia que había estado reprimiendo durante semanas. Cuando Sara vio que estaba agotado de tanto sollozar, se puso de pie y se inclinó para besarlo dulcemente en los labios y darle las buenas noches. Él se levantó, la empujó hacia atrás y la beso apasionadamente. Pero ella se apartó y lo dejó con lágrimas en los ojos. Ahora no estaban jugando a ser Sam y Daisy. Y Sara sabía que quedarse era jugar con fuego.

Llegó el día de la fiesta de la fundación y Sara no conseguía quitarse la sensación de tener el corazón en la boca, latiendo aceleradamente. Ya no tenía escapatoria, aquella noche comprobaría si su trabajo había valido la pena. La coordinación estaba saliendo bien y Damián parecía tranquilo y confiado. Sin embargo, ella sabía que todo el ardid podía fallar en el último minuto.

La policía estaba investigando el accidente del lago y Damián parecía estar más calmado que nunca. Aparentemente, la diatriba de la otra noche había servido para aliviarlo y para permitirle disfrutar de las cosas en paz. Habían pasado los últimos días entrenándose arduamente en el uso del transmisor y preparándose para librar todas las contingencias que pudieran surgir. Marco había tenido que volver a Arizona, pero llamaba a Sara cada noche para que lo informara de los avances y para asegurarse de que ella entendiera la importancia de ese acontecimiento para su gobierno.

Por suerte, Damián había pensado en que Jack Santini se ocupara de organizar la seguridad de la fiesta y el policía había tenido algunas ideas brillantes. Había llevado un pequeño micrófono que el príncipe podría utilizar discretamente y que le permitiría estar comunicado con Sara en todo momento, lo cual convertía a la operación en un éxito casi asegurado. Todo lo que tenían que hacer era llegar temprano para montar el sistema de intercomunicación en la cabina de proyección. Eso era todo. Aún así, Sara estaba muy nerviosa.

Tal vez, era porque el plan seguía teniendo algunos puntos débiles o porque sentía que era una responsabilidad que excedía a sus posibilidades. Lo cierto era que a pesar de la lógica excitación que le causaba la fiesta, Sara estaba inquieta por algo más. Había comprendido que después del baile, tenía que marcharse. La decisión no había sido fácil. A pesar de que sus temores por la integridad física de Damián casi habían desaparecido al enterarse de que Sheridan estaba en Europa, el secuestro de Karina había probado que podía pasar cualquier cosa en el momento menos esperado. Y Sara odiaba dejarlo en una situación tan vulnerable. Pero tampoco podía pasarse el resto de su vida cuidándole la espalda porque, ni siquiera así, estaría completamente a salvo. Debía marcharse, no tenía más alternativa. Se había quedado mucho más tiempo que el que se suponía y había dejado que Damián se acercara demasiado. Tenía que irse antes de que ocurriera algo peor.

Y además, estaba el fantasma de la pedida de mano de Joannie Waingarten. Si bien era uno de los temas centrales de la fiesta, nadie hablaba demasiado de eso. La idea era hacer el anuncio durante la cena de medianoche. Sara se preguntaba si iba a ser capaz de mantener la compostura una vez que el pacto estuviese sellado. No podía saberlo porque nunca había estado en una situación semejante.

No obstante, se estaba alistando y armándose emocionalmente para afrontar lo que surgiera. El vestido azul metalizado que Karina había encargado para ella le quedaba perfecto e incluso la costurera se había dado el gusto de improvisar algunos detalles que le realzaban la figura. Apenas después de comer, la princesa le pidió a Sara que se reuniera con ella. La terapeuta fue a su encuentro sin saber qué era lo que Karina escondía bajo la manga. Al llegar, descubrió que había un peluquero contratado especialmente para ella. Trató de protestar argumentando que solía ocuparse sola de esas cosas, pero Karina sonrió y le indicó que se sentara a su lado.

– Vamos a hacer esto juntas -dijo con alegría-. Acostúmbrate a eso.

Justamente, lo que Sara quería evitar era acostumbrase a esa clase de lujos. Aunque tratándose de la princesa, sólo cabía suspirar y dejar que la mimaran. Al rato, estaba encantada de haber aceptado. La manicura le estaba arreglando las uñas, el asistente del peluquero le había lavado la cabeza y hasta había llegado un maquillador para hacer una lista con lo que ella creía que podía llegar a necesitar. Después, llegó Donna, la gran amiga de Karina. La princesa no permitía que otra persona se ocupara de su cabello y quería que hiciera lo mismo con Sara. La muchacha no dejó de hablar ni un solo segundo, pero en todo momento las hizo reír.