Por fin, se atrevió a tocarlo. Dejó que sus manos se deslizaran por la piel dorada de su amante; le acarició el estómago y la pelvis pero evitó, por vergüenza, rozarle el sexo. Resuelto, Damián le tomó la mano y la llevó hasta su centro. Sara apenas podía respirar. Era fuerte, suave y estaba visiblemente excitado. Le rodeó el pene con los dedos y comenzó a moverlos con delicadeza. El gemido de placer de Damián le causó más ansiedad de la que había sentido nunca y, cuando la besó, se aferró a él con total descaro.

Acto seguido, el hombre se sentó sobre la cama y la abrazó por detrás.

– Necesitamos librarte de esta ropa -le dijo al oído.

Sin esperar, Damián deslizó las manos por debajo del jersey de Sara y las llevó hasta el borde del sostén.

– Yo… de acuerdo -dijo ella, con agitación.

Él se detuvo y la miró con preocupación.

– Sara, no eres virgen, ¿verdad? Ella vaciló.

– Bueno, no realmente.

Damián tuvo que contener la risa antes de poder seguir.

– ¿Qué diablos quieres decir con eso?

La mujer se humedeció los labios y trató de explicarse.

– Hace mucho tiempo, creí que estaba enamorada de un hombre y… Intento decir que si bien no soy técnicamente virgen tampoco podría decirse que poseo una gran experiencia en lo relativo al sexo.

Sin dejar de reír, Damián se acercó, la besó en la boca y dijo:

– Sara, Sara… No te preocupes, iremos despacio.

Después, el príncipe empezó a bajarle los pantalones. Mientras lo hacía, no perdió ocasión de acariciarle el redondeado trasero.

– Voy a tomarme tiempo para desnudarte. Quiero ver cómo es cada centímetro de tu cuerpo y tendré que hacerlo con las manos.

Ella sintió un escalofrío de placer.

– Damián, no sé cómo…

– Relájate, preciosa. Yo sí sé cómo hacerlo.

Luego el hombre le quitó el jersey y acercó la boca hasta los senos. Comenzó a lamerle los pezones y la hizo jadear. Damián rió para sus adentros, disfrutando del modo en que aquel precioso cuerpo respondía a sus juegos. El aire estaba cargado de tensión y deseo y, con cada movimiento, la desesperación de los amantes era mayor.

– Recuéstate un poco, Sara -susurró-. Cuanto más lo hagas, será mejor.

Ella no sabía si sería capaz de hacerlo. Ya estaba temblando de deseo por él y el pubis le latía de un modo tan ardiente que no podía evitar sentirse al borde de la locura.

– Tendrás que tener paciencia -dijo él -. Apenas he comenzado a descubrir tu cuerpo y dada mi ceguera, necesitaré tiempo para recorrerlo todo. Mucho tiempo… La mujer gimió complacida.

– Yo podría ver cada centímetro de tu piel con sólo echar un vistazo, pero eres tan bello que…

A Sara le costaba hablar sin arquearse ante el contacto. Había tanta agitación en su cuerpo que parecía poseída.

– ¿Cómo un hombre puede ser tan sensual? -ronroneó-. No creo que sea capaz de esperar…

– Eso me gusta afirmó -Damián, besándole el estómago-. Ten calma, lo estás haciendo bien.

– No, de verdad te necesito.

Mientras Sara se estremecía, él se deleitaba con la reacción que generaban sus caricias y su boca.

– Por favor… Damián, por favor…

El se rindió a las súplicas desesperadas de su amante y la penetró con feroz determinación. De algún modo, parecía estar dedicado a un acto sagrado, lleno de dulzura y de cálido deseo, pero a la vez, lleno de promesas y reverencias; como una ceremonia milenaria de algún dios de las relaciones íntimas, una ofrenda a la tradición, una honra a las pasiones primitivas.

Rápidamente, ella encontró su propio ritmo y lo mantuvo, gimiendo, mientras se rendía a la marea de sensaciones que la arrastraba al éxtasis. Damián se contuvo sin dejar de mover la cadera frenéticamente, mientras esperaba a que Sara derramara sus últimas lágrimas de pasión. Entonces, se entregó a su propia liberación. El orgasmo fue tan fuerte e intenso que el príncipe sintió que acababa de descubrir el verdadero placer.

Unos segundos más tarde, ambos estaban tumbados boca arriba, con los brazos entrelazados y jadeando. En cuanto recuperó el sentido, Sara comenzó a reír. Él hizo una mueca de desconcierto.

– ¿Mi manera de hacer el amor resulta tan graciosa?

– No -respondió ella-. Es sólo que esto es exactamente lo que había jurado que nunca ocurriría. Y ahora que ha sucedido, me muero por hacerlo otra vez.

Él sonrió.

– No te preocupes, sólo necesito un par de minutos para estar nuevamente en condiciones -afirmó, mientras le acariciaba los senos-. Pero tendremos que controlarnos.

– ¿Por qué? -preguntó Sara, con inocencia.

Él le acarició el cabello.

– Porque pienso pasarme toda la noche haciéndote el amor y ahora necesito recuperar las fuerzas.

– ¡Damián! -exclamó, entre risas.

Él era tan amoroso y divertido que Sara deseaba poder quedarse allí con él eternamente, alejados del mundo y sus problemas.

El príncipe la apretó contra él.

– Tenemos que recuperar el tiempo perdido – dijo, con tono grave-. Eres tan especial, Sara. Tenía hambre de ti, de todo lo que eres y representas. Ahora, voy a saborearte tanto como pueda.

Ella suspiró. Siempre había soñado que el amor sería de ese modo. Sólo necesitaba encontrar al hombre correcto. Y, definitivamente, Damián parecía ser perfecto para ella.

Él había vuelto a jugar con los senos de Sara. El gesto serio que había acompañado a su declaración anterior, había sido reemplazado por una sonrisa.

– Planeo conocer cada una de tus partes íntimas -declaró-. Y después de haberlas estudiado detenidamente, voy a dedicarme a ellas con toda la pasión de la que soy capaz.

– Estás loco -bromeó ella.

– Por ejemplo, este seno es tan suave y delicioso -dijo, mientras los acariciaba con la mejilla-. Cuando creo que ya no responde a mi estímulo, vuelve a tensarse y a llenar mi boca de ambrosía. Es algo único.

Sara hizo una mueca de escepticismo.

– Todos los senos son iguales…

– No, no lo son. Este es mucho más que una parte del cuerpo. Tiene personalidad propia -explicó.

Acto seguido, le besó los pezones y los endureció tanto que la propia Sara sintió la tentación de tocarlos.

– Y este otro va a requerir su buen tiempo de estudio hasta que pueda definirlo y conocer sus atributos particulares.

Ella lo miró con mala cara y le alejó la mano del pecho. Los juegos de Damián la estaban excitando y pensó que era mejor poner un freno.

– Esto es una tontería -dijo, negando con la cabeza-. ¿Qué diría el vaquero Sam?

– Sam estaría de mi lado. Nos parecemos mucho.

Antes de continuar, el hombre extendió una mano y comenzó a acariciarle el pubis. Sara jadeó, entremezclando la sorpresa y el placer.

– Sin embargo, si quieres que me ponga serio, preciosa, lo haré. Como te he dicho, sólo necesitaba un par de minutos para recuperarme.

Y para probar que no exageraba, en menos de un segundo, Damián se recostó sobre ella, se deslizó dentro y la atrajo hacia él. Era tanta la pasión que los envolvía que Sara tuvo que morder un cojín para no gritar.

– Detente -suplicó, entre jadeos-. No podemos seguir con esto.

– ¿Por qué no? -preguntó él.

La mujer movió la cabeza como si tratase de encontrar un motivo.

– No lo sé. Pero esto me parece decadente.

– ¿Qué dices? Decadencia es mi estilo de vida. Soy un príncipe, ¿recuerdas? -Dijo Damián, con cierto cinismo en la voz-. La realeza es naturalmente decadente.

Sara le acarició la cabeza. Amaba a ese hombre y eso era lo único que importaba de momento.

– No tiene por qué ser así y lo sabes – observó.

Él se recostó junto a ella y se apoyó en un codo para hablarle de frente.

– Cuando estoy contigo, esa misma decadencia parece transformarse en otra cosa de una manera increíble -expuso, mientras le acariciaba el rostro-. ¿Te he dicho ya cuánto te quiero, Sara Joplin?

La mujer contuvo la respiración. Le costaba creer lo que acababa de oír. Pensó que tal vez era algo que Damián decía comúnmente y que lejos estaba de querer significar lo que ella había entendido.

– ¿Sara?

En aquel momento, ella comprendió que frente a la imposibilidad de ver cuál había sido la reacción ante su declaración romántica, Damián necesitaba una respuesta verbal.

– Damián, creo que no deberías decir cosas así. Soy una persona simple y tiendo a tomar las cosas literalmente.

– Así es como quiero que lo tomes -afirmó y la besó con dulzura-. Te amo. ¿Quieres que te lo certifique por escrito? Te amo.

Acto seguido, Damián le tomó la cara entre las manos y agregó:

– No lo he dicho a la ligera, Sara. De hecho, jamás le había dicho algo así a otra mujer.

– ¿Nunca?

La mujer estaba temblando. No podía creer lo que acababa de oír y le costaba pensar con claridad.

– Nunca -reiteró él.

– De acuerdo, te creo -aceptó Sara con voz trémula-. Supongo que ya sabías que también te amo, así que…

Él rió, la rodeó con sus brazos y la acunó suavemente.

– Sara, mi amor, ¿qué te hace suponer que lo sabía si nunca me lo habías dicho?

– Creí que lo sabías.

– Pues te has equivocado. Por favor, dime que me amas.

Ella se humedeció los labios, respiró hondo y exclamó:

– Damián, te amo.

De repente, era Sara quien lo abrazaba, con lágrimas en los ojos.

– Te amo, te amo, te amo… -repitió la mujer.

Después, se pasaron media hora más hablando suavemente, riendo y abrazándose como si buscaran eternizar la magia del momento. Pero poco a poco, el mundo exterior comenzó a filtrarse en su conversación.

– Hay algo que no me has dicho -dijo Sara-. ¿Cómo ha tomado tu familia el que hayas roto tu compromiso con la joven Waingarten?

El gruñó y dejó caer la cabeza sobre la almohada.

– Hubo reacciones de todo tipo. A la duquesa le dio un ataque.

Ella asintió. Había visto algo de lo que Damián le contaba antes de escapar de la mansión. La duquesa había estado con el ceño fruncido en la última parte de la fiesta. Evidentemente, había comprendido que no habría ningún anuncio de casamiento.

– Marco parecía algo molesto. Creo que, en parte, se sentía responsable, pero sobre todo estaba irritado porque odia que le cambien los planes. Sin embargo, Garth y Karina me apoyaron absolutamente. Desde luego, Ted Waingarten amenazó con una demanda. Pero no teníamos ningún compromiso legal ni nada firmado, así que sus gritos e insultos no me preocupan.

Sara suspiró.

– Cuando desconectaste el intercomunicador y entraste con ella en esa habitación, yo pensé…

– Eso te ha pasado por chismosa -se burló Damián-. Había decidido decirle a Joannie que terminábamos y no creí que fuera justo permitir que alguien más escuchara esa conversación.

– Por supuesto. Me alegro de que lo hayas hecho en privado. De otro modo la habrías humillado -acordó ella-. Es sólo que hasta hace unos días, vuestra boda parecía tan importante y la inversión de su padre tan segura que me cuesta comprender qué te hizo cambiar de opinión y arriesgarlo todo.

El príncipe se quedó en silencio durante tanto tiempo que Sara creyó que nunca iba a contestarle. Finalmente, él se volvió, le acarició el cabello y comenzó a hablar en voz baja.

– Intentaré explicarte cuanto pueda. Pero mucho de lo ocurrido se debe a emociones, no a hechos tangibles, así que tendrás que tenerme paciencia -hizo una pausa y respiró hondo-. Por diferentes motivos, siempre me he sentido la oveja negra de la familia. En parte, supongo que por haber pasado demasiado tiempo con la gente de Sheridan en lugar de estar en Arizona con mi hermano o aquí, con Karina. A eso, súmale que el ser el más joven en la familia no facilitaba las cosas. Siempre sentí que Marco y Garth ya lo habían hecho todo y que yo apenas era el hermanito menor que los seguía a todas partes.

Se detuvo unos segundos y rezongó: – Por Dios, parezco un viejo protestón… En fin, sólo intento explicarte lo que ha sucedido. Y, en cierta forma, también estoy tratando de entenderlo yo mismo -reconoció-. Cuando el año pasado todos viajamos a Nabotavia para ayudar con la revuelta contra la facción que había asesinado a mis padres, los mismos que habían administrado el país durante veinte años, soñé con vengarme y hacer grandes cosas. Ya sabes, las típicas fantasías del guerrero que vuelve a su tierra para salvar el honor de la familia y esas cosas… Sin embargo, a pesar de haber mantenido cientos de peleas a puñetazos, terminé negociando con los empresarios y haciendo tratos a cambio de financiación. No se puede decir que eso me haya hecho sentir cubierto de gloria. Marco y Garth eran los héroes del regreso. Yo, el tipo del dinero.

Más que resentido, Damián sonaba confuso. Sara se mordió el labio inferior. Deseaba poder reconfortarlo aunque supiera que cualquier intento sería un desatino. Hasta el momento, él había estado describiendo un conflicto relativamente lógico para un hermano menor y ella sabía que el asunto tenía otras aristas de las que aún no había hablado.