Poco después, los amantes estaban recostados en el sofá cama de la sala. Era tarde y estaban agotados por las emociones del día.

– ¿Cómo está tu dolor de cabeza? -preguntó ella en voz baja.

El príncipe se encogió de hombros.

– Sigue ahí, aunque ya no es tan intenso. En cuanto descanse un poco se me quitará.

Pero Sara sospechaba que Damián no volvería a descansar hasta que quien trataba de herirlos estuviera tras las rejas. De hecho, al llegar a la casa había llamado a Jack en Arizona para que le recomendara a alguien de confianza que pudiera revisar si efectivamente en el coche había una bomba. Supuestamente, lo sabrían por la mañana.

– ¿Por qué simplemente no llamas a la policía e informas de lo ocurrido?

Ante la falta de respuesta, la mujer se volvió para mirarlo a la cara. A pesar de la ceguera, el príncipe tenía la mirada llena de angustia. Sara creyó que conocía el motivo de esa pena.

– Piensas que se trata de Sheridan, ¿no es así?

Él permaneció en silencio por un momento y luego asintió lentamente.

– Desde el principio, ese ha sido mi mayor temor -confesó, mientras la abrazaba-. Sheridan es tan difícil de entender como de explicar. Ha sido mi mejor amigo, un hermano para mí y, a la vez, mi mayor enemigo. Es rápido, inteligente y divertido.

Antes de continuar, Damián suspiró y movió la cabeza en sentido negativo.

– Sin embargo, no siempre es alguien equilibrado. Le he visto hacer cosas sin sentido. De hecho, la familia estuvo a punto de internarlo en un psiquiátrico. Aun así, sigo sin poder creer que quiera lastimarme.

Sara respiró hondo y luego confesó lo que estaba pensando.

– Entiendo que te cueste creerlo, pero si de verdad era él quien estaba en mi piso, probablemente tenga algo que ver con tu accidente. Tienes que decírselo a la policía.

– No puedo.

Ella se incorporó y lo miró con detenimiento.

– Damián, no seas necio. Estás en peligro.

– Es como un hermano para mí. ¿Serías capaz de entregar a tu hermana?

Sara tragó saliva.

– Si creyera que va a lastimar a alguien…

– Pero al único al que realmente quiere herir Sheridan es a mí.

– ¡Pretende asesinarte!

– No -dijo él, con vehemencia-. Yo no creo que sea así.

– Pero…

– No lo entiendes.

– Entonces, explícamelo.

El príncipe volvió la cabeza hacia Sara y, durante una fracción de segundo, creyó que había podido verla. Al menos, su contorno. El corazón comenzó a latirle a toda velocidad. No era la primera vez que le ocurría. En los últimos días, había visto fogonazos de luz en varias oportunidades. Al principio creyó que era producto de su imaginación, una consecuencia de su deseo desesperado por recuperar la visión. Pero cada vez eran más frecuentes y comenzaba a pensar que quizá, por fin, la estaba recuperando. Todavía no sabía en qué condiciones ni por cuánto tiempo; sin embargo, el presentimiento de que volvería a ver lo cambiaba todo.

Había aprendido que podía ocuparse de su vida aunque fuera ciego. Sara se lo había enseñado. No obstante, si pudiera ver se sentiría mucho más seguro frente a la amenaza que lo acechaba. Por eso, la evidencia de que estaba recuperando la vista le permitía confiar en su habilidad para manejar a su amigo.

Más temprano que tarde, Sheridan tendría que vérselas con él. De todo, lo que más le preocupaba a Damián era el momento en que la verdad que tan cuidadosamente había ocultado a su familia saliera a la luz. Sabía que tendría que haberlos advertido desde un primer momento. Al igual que el secreto que estaba a punto de revelarle a Sara.

– Cuando digo que Sheridan y yo somos como hermanos, hablo en serio, Sara. Lo que intento decirte es que tenemos el mismo padre.

Ella lo miró con sorpresa y dio un grito ahogado.

– OH, Damián…

Acto seguido, la mujer apoyó una mano sobre el pecho de su amante y lo acarició como si tratase de consolarlo con el roce de los dedos.

– Mi padre y su madre… -dijo él, con la voz entrecortada-. La madre de Sheridan era hermana de la mía.

– Damián, lo siento tanto.

Sara siempre supo que, por alguna razón, el príncipe despreciaba a su padre. Ahora, comprendía por qué.

– No imaginas cuánto sufrí al descubrir todo esto… -afirmó él -. Por cierto, mis hermanos aún no lo saben.

– ¿Y cómo lo supiste?

– Por Sheridan.

– ¿Él te lo dijo? ¿Cómo lo sabía?

– Sheridan tuvo una familia muy particular. Su madre y su padre se odiaban mutuamente. Se arrojaban acusaciones como puñales. En una de esas discusiones, alguno de los dos gritó la verdad y el pobrecito la oyó. Apenas era un niño cuando lo supo. Un día se enfadó conmigo y me lo contó. Desde entonces, siempre sostuvo que era injusto que yo fuese un príncipe y él apenas el hijo de un barón, considerando que teníamos el mismo padre biológico -hizo una mueca de dolor y continuó-. Me trajo pruebas y además, sus padres y me confirmaron que era verdad.

Sara no salía de su asombro.

– ¿Cuántos años tenías entonces?

– Cerca de veinte, creo.

Ella movió la cabeza de lado a lado. La entristecía pensar que Damián hubiera sufrido tamaña desilusión.

– Es una muy mala edad para escuchar algo así sobre tu padre.

– Sí.

– Pero al parecer, tenías la madurez suficiente como para intentar preservar a tus hermanos del dolor.

– No quería que tuvieran que atravesar lo mismo que yo. Quería que siguieran viendo a nuestro padre como un héroe.

Sara frunció el ceño y miró a su amante con ternura.

– Imagino que te sentirías perdido al enterarte de la verdad.

– No imaginas cuánto…

– OH, Damián… -murmuró, mientras le acariciaba el pecho-. Desearía poder aliviar tu pena.

El se acercó tanto como pudo y le susurró al oído.

– Lo haces. Cuando estás conmigo me siento entero y a salvo de cualquier dolor.

Ella sonrió y se hundió en su abrazo.

– ¿Sabes? Sinceramente, lo que me has contado no cambia la admiración que siempre tuve por tu padre. Era un gran hombre.

– Un gran hombre jamás le partiría el corazón a quien lo ama -contestó, con brusquedad.

– Damián, no seas tan severo. Los grandes hombres también tienen debilidades. La perfección es una meta a alcanzar, no una condición inexorable.

Él rió por lo bajo.

– ¿Tienes palabras reconfortantes para cada situación?

– Efectivamente -respondió ella-. Espera y verás.

El hombre la abrazó con fuerza por unos minutos y luego le confesó que se moría de sueño. Sara suspiró y se acurrucó entre los brazos de su amante. Antes de cerrar los ojos, se dijo que debía aprender a disfrutar de lo que tenía sin preocuparse tanto por qué le depararía el destino.

Damián se despertó, se estiró y disfrutó al ver cómo el sol entraba por la ventana de la sala. Le tomó algunos segundos poder reaccionar.

Por un momento creyó que estaba soñando. Entonces, cerró los ojos, contó hasta diez y los abrió de nuevo. No era un sueño, realmente podía ver.

Estaba tan feliz que sintió que el pecho le iba a estallar por la emoción. La oscuridad se había ido y podía ver. Por fin, había logrado escapar de la penumbra permanente. Volvió a cerrar los ojos e hizo una rápida oración para agradecer a los dioses por atender a sus ruegos. Al terminar, los abrió ansioso. Ahora que podía, quería verlo todo.

Sin embargo, no acababa de comprender por qué había ocurrido y se preguntaba qué había hecho y qué debía hacer para asegurarse de no volver a perder la vista. No quería arriesgarse a caer de nuevo en la oscuridad, así que decidió que por un rato se movería con cuidado y disfrutaría del milagro.

En ese momento, Sara se movió a su lado. Damián sonrió y se tomó unos segundos antes de volverse a mirarla. La perspectiva de poder verla realmente era la mejor prueba de que no estaba soñando.

Pero necesitaba ir despacio. Empezó por mirarle los pies, eran delgados y llevaba las uñas pintadas de rosa. Después, recorrió todo el largo de las piernas. Los tobillos delicados, la piel apenas bronceada, cada peca, cada músculo hasta llegar a la imponente belleza de los muslos de su amante. Le bastaba contemplarla para sentirse brutalmente excitado. La deseaba y se moría por hacerle el amor en ese instante. De todas maneras, se contuvo. Aún le quedaba mucho por descubrir.

Acto seguido, levantó un poco la vieja camiseta que Sara se había puesto para dormir. Alcanzó a ver que llevaba unas sensuales bragas de encaje que apenas le cubrían la fascinante curva del trasero. Anhelaba deslizar la mano por debajo de la tela, pero no quería hacer nada que pudiera despertarla.

Le dolía el cuerpo de desearla tanto. Con todo, prefería esperar y seguir estudiándola parte por parte. Por ejemplo, podía continuar con el ombligo. Era pequeño y sobresalía levemente. La mujer tenía un estómago precioso, enmarcado por unas caderas generosas, perfectas para aferrarse a ellas al hacer el amor. Él quería besarle el ombligo, rodearlo con la lengua y explorarlo.

– Ten paciencia -se dijo mentalmente-. Todavía no has terminado.

A continuación, levantó un poco más el borde de la camiseta. La visión de los senos, con los pezones tersos y rozados, lo dejó sin aliento. El deseo se estaba convirtiendo en necesidad desesperada. Comenzó a acariciarle un brazo y fue subiendo hasta la clavícula. Mientras se deleitaba con la imagen podía sentir el pulso y la respiración de Sara.

Después, Damián cerró los ojos e intentó mantener la calma. Había llegado el momento de mirar la cara de la mujer que amaba. Sabía cómo era porque la había estudiado decenas de veces con los dedos. Pero esto sería algo especial. La primera visión real de Sara Joplin.

Se humedeció los labios, abrió los ojos y la miró.

Como nunca antes, ahora podía afirmar que lo suyo era amor a primera vista. Sara tenía la piel rozada y suave como un melocotón. Los labios eran carnosos y exuberantes, la nariz pequeña y respingona, unas pestañas largas y doradas bordeándole los ojos y el cabello rubio platino cayendo sobre una mejilla. Por donde la mirase, le parecía la mujer más hermosa del mundo y sentía que su amor por ella le desbordaba el alma.

El príncipe se quedó contemplándola durante un largo rato. Mientras se llenaba los ojos y el corazón con la imagen, pensaba en lo afortunado que era por tener a Sara en su vida y por haber recuperado la vista para poder disfrutarla completamente. Casi sin darse cuenta, comenzó a besarla en el cuello.

– Mmm… -murmuró ella, adormilada-. Buenos días.

– No imaginas cuánto -afirmó-. Pero tendrás que descubrir por qué lo digo.

Las caricias matinales fueron tornándose cada vez más ardientes hasta convertirse en una nueva sesión de sexo desenfrenado. La energía y la entrega que mostraba Sara sólo servían para intensificar la pasión de Damián. Jamás había estado con una mujer tan receptiva y agresiva a la vez. Era maravillosa y cada vez estaba más convencido de que eran el uno para el otro.

– Sara, Sara -susurró, entre besos -. Nunca había conocido a alguien como tú.

Aunque conservaba la sensación del orgasmo impregnada en la piel, la mujer se divirtió tomándole el pelo a su amante.

– Tanta mujer para ti solo asusta, ¿verdad?

Él rió a carcajadas y mientras le mordisqueaba el lóbulo de la oreja, comentó:

– Maldita sea, ¿siempre tienes que tener razón?

– Pues estamos empatados -aseguró ella-. Porque tú también me asustas.

Al hablar, Sara miró al príncipe con los ojos llenos de amor. Él sonrió con picardía.

– Creo que te temo desde el primer día, cuando apareciste en la entrada principal – dijo él, acariciándole una mejilla-. Tenía la certeza de que harías cosas que cambiarían mi vida para siempre.

– Quiero creer que para mejor, porque… Damián la interrumpió con un beso largo e intenso en la boca.

– Para mejor, por supuesto -acordó.

Después, la envolvió con los brazos. Sara era tan suave y tersa que le parecía de terciopelo. Todo en ella era absolutamente adorable. Por un segundo, Damián evaluó la posibilidad de decirle que había recuperado la vista. Pero no lo hizo.

De pronto, Sara se volvió hacia él con el ceño fruncido.

– Puedes ver, ¿no es así?

El hombre vaciló unos segundos y luego asintió con una sonrisa avergonzada. Poder compartir su recuperación con Sara lo llenaba de felicidad.

– ¿Cómo te has dado cuenta?

Ella movió la cabeza en sentido negativo y se acomodó sobre un codo para mirarlo a los ojos. Estaba visiblemente emocionada.

– No lo sé. Sentí que algo había cambiado y de algún modo supe qué era -explicó, entre risas-. ¡Puedes ver! Es maravilloso.

– ¿Te das cuenta de lo que significa?

Sara parecía confundida con la pregunta.