En ese momento, Sara cerró los ojos y se mordió el labio inferior. Aún no podía creer que estuviera aceptando la invitación a una boda como esa. Tenía dudas acerca de lo que debía hacer, pero Karina le insistió tanto que finalmente decidió viajar a Arizona de cualquier forma.

Antes de despedirse, la princesa dijo:

– No le digamos nada a Damián. Que sea una sorpresa, ¿te parece?

Sara accedió y colgó el teléfono. Cuando comprendió lo que acababa de hacer, se tapó la cara con las manos. Le había prometido a Karina que iría a la boda y ya no podía echarse atrás. Se preguntaba qué cara pondría Damián cuando apareciera en el palacio. Estaba segura de que la expresión de su rostro al verla lo diría todo. Y también sabía que, si se mostraba contrariado o nervioso por tener que encontrar una manera sutil de escaparse, ella sería incapaz de volver a sonreír.

Capítulo Quince

– Lo felicito, señor. Se maneja muy bien a pesar de la ceguera.

Damián sonrió y miró sin mirar a la rolliza mucama que había hecho el comentario. Se sentía un canalla y un mentiroso. Todas las personas con las que se había encontrado en el castillo parecían sentirse obligadas a decirle lo valiente que había sido al llegar hasta allí sin dejarse amedrentar por sus limitaciones. Lo irónico era que probablemente habría viajado aunque siguiera estando ciego. Entonces, a los falsos elogios de los demás, se sumaba su propia hipocresía.

Sin embargo, no podía hacer nada al respecto. Conocía a Sheridan y sabía que aparecería en algún momento. Y lo último que Damián quería era que su hermanastro se enterase de que la situación había cambiado drásticamente.

El palacio Roseanova había sido construido hacía pocos años muy cerca de Flagstaff, Arizona, pero el diseño le otorgaba la apariencia de los típicos castillos de la Edad Media. Por lo general, estaba vacío y sumergido en un ambiente de somnolencia y tranquilidad. No obstante, los preparativos de la boda lo habían transformado en un hervidero de gente corriendo de un lado a otro para resolver en un par de días lo que, en condiciones normales, habría llevado meses. Aunque la mayoría de los invitados eran familiares a los que Damián reconocía de inmediato, estaba condenado a fingir que no sabía de quién se trataba hasta que se presentaban. Le resultaba extraño descubrir el modo en que la gente actuaba al suponer que no podía verlos. Lo más gracioso eran las burlas de los pequeños y lo peor, el atrevimiento de las miradas femeninas. En ocasiones, tenía que esforzarse para contener los ataques de risa. Pensó que esta experiencia le estaba enseñando mucho acerca de la naturaleza humana.

Después, pasó un buen rato discutiendo con Jack los diferentes aspectos del problema con Sheridan. En todo momento, se cuidó de hablar genéricamente y de no mencionar el nombre de su primo como principal sospechoso. Su futuro cuñado estaba feliz de hablar sobre crímenes y delincuentes porque eso le permitía escapar de los arreglos para la boda.

– Karina quería que la ayudase a elegir los colores de las toallas -dijo Jack, con desesperación-. ¡Toallas! Mientras sirvan para secarse, ¿qué diablos importa de qué color sean?

– Mujeres… Salvo honrosas excepciones, se preocupan por los detalles más ridículos.

Damián trató de hablar con Garth, pero su hermano estaba demasiado concentrado en sus problemas. Al parecer, tenía una relación de amor-odio con una hermosa jovencita llamada Tianna que trabajaba como niñera para la familia y que, a la vez, se suponía era una prima lejana con varios títulos de nobleza. Y si bien seguía trabajando, teóricamente estaba esperando un hijo que podía ser de Garth o no. Al menos, eso era lo que Damián había conseguido descifrar por los cotilleos de la servidumbre, aunque no estaba seguro de cuánto tenían de cierto. Intentó que Garth le diera su versión, pero la única respuesta que obtuvo fue un largo gruñido y varias maldiciones.

Marco estaba ocupado con sus hijos, un niño y una niña pequeña. Eran adorables y se lo tan veía orgulloso de ellos que Damián no pudo evitar pensar en qué aspecto tendrían sus hijos con Sara. La ilusión lo empujó hacia un nuevo dilema: ¿se casaría con ella?

De no haber sido un príncipe, jamás habría dudado de la respuesta. La amaba y quería pasar el resto de sus días con ella. Sin embargo, tenía compromisos con la realeza y un país en el que pensar. Deseaba poder hablarlo con alguien, pero ninguno de sus hermanos estaba en condiciones de escucharlo. Karina estaba liada con su propia boda. Garth no dejaba de perseguir a la niñera real mientras insistía en negar que estuviera perdidamente enamorado de ella, algo que para entonces todos habían notado. Marco parecía enajenado por una discusión con su suegra, la madre de su difunta esposa, fallecida hacía dos años. Con la duquesa era imposible discutir algo así. Boris había desaparecido. Ante semejante panorama, sólo podía recurrir al duque.

Su viejo y querido tío lo había estado buscando desde su llegada a Arizona, pero él había hecho lo imposible por eludirlo. Sabía que quería hablar de su padre y no deseaba oírlo. El príncipe quería charlar de otra cosa. Necesitaba un consejo sobre cómo afrontar las reacciones de los demás al enterarse de cuánto amaba a Sara.

Así que cuando encontró al anciano sentado en uno de los bancos del jardín, decidió hablar con él. Avanzó hacia él dando golpecitos en el suelo con su bastón blanco, buscó una silla y se sentó a su lado.

– Buenas tardes -dijo. Espero que no te moleste que te acompañe.

– Por supuesto que no.

El duque lo miró con una tierna sonrisa y, al parecer, no se cuestionó cómo había hecho Damián para reconocerlo tan fácilmente.

– Justo estaba pensando en ti -agregó-. Tenemos que hablar, sobrino.

El príncipe estuvo a punto de protestar pero se contuvo. Después de todo, si pretendía algo del duque, tal vez era mejor darle el gusto.

– Imagino que sabes cuál es el tema de esta conversación -insinuó el tío.

– Mi padre, supongo.

– Efectivamente. Quiero que entiendas lo que sucedió. Dudo que conozcas toda la historia.

Damián se estremeció.

– No quiero conocer toda la historia.

– Pues tendrás que hacerlo. Créeme: es por tu bien.

El príncipe no pudo ocultar su malestar, pero accedió finalmente.

– De acuerdo, cuéntame lo que quieras y acabemos con esto de una vez.

El duque asintió y miró a su sobrino a la cara.

– Por algunos comentarios que has hecho, me he dado cuenta de que sabes cuál es el verdadero parentesco con tu primo. Creo que eres el único de los de tu generación que lo sabe.

– Además de Sheridan…

– Cierto, él también conoce la verdad – reflexionó el viejo-. Comprendí que lo sabías al ver el resentimiento que tenías hacia tu difunto padre. Pero como no pasamos mucho tiempo juntos, no tuve oportunidad de explicarte cómo había ocurrido. Es una historia oscura y complicada que preferiría quedara entre nosotros.

Damián miró a su tío con una mezcla de orgullo e indignación. Era un anciano pícaro y adorable aunque terco como una muía.

– De acuerdo -dijo, con resignación -. Dejemos los prólogos y vayamos al grano.

– Intentaré ser tan directo como pueda – hizo una pausa y respiró hondo-. Sabes que tu madre, la reina Marie, y la madre de Sheridan, lady Julienne, eran gemelas.

– Sí, como todo el mundo.

– Cuando eran adolescentes, ambas estaban enamoradas de tu padre.

– Dime algo que no sepa.

El duque frunció el ceño ante el tono de su sobrino.

– No me faltes el respeto, muchachito – dijo, con brusquedad-. Y, por favor, deja que te cuente la historia sin interrumpirme a cada palabra.

Aunque se le hacía difícil, Damián trató de mantener la calma. Forzó una sonrisa y se disculpó.

– Perdón, tío, no volverá a pasar.

El anciano suspiró.

– Marie y Julienne eran dos jóvenes inteligentes y bellísimas. Pero aunque físicamente fueran iguales, eran muy diferentes. La clásica situación de chica buena contra chica mala.

– ¿Quieres decir que una de las dos era una gemela diabólica?

El duque lo miró con mala cara.

– No, nada de eso. Julienne era vivaz y traviesa. La clase de chica que busca tener siempre la razón y pelea pero lo que quiere es a toda costa. Tu madre era una santa, más buena que el pan… pero una mosquita muerta -evocó, con ojos llorosos -. Las dos coqueteaban con el rey de un modo descarado. Julienne incluso recurrió a algunas tretas que preferiría no recordar. Con todo, durante mucho tiempo nadie podía apostar a quién elegiría. Entonces, Julienne cometió el error de su vida: quedó embarazada.

– ¿De mi padre? -preguntó Damián, impresionado.

– Por supuesto que no. De hecho, en aquel tiempo se pensó que era de uno de los chóferes. En cualquier caso, se trataba de alguien inapropiado para ser su esposo. Lo que quedaba claro era que Julienne debía casarse, y que bajo ningún concepto podía hacerlo con el rey -afirmó-. Ahí fue cuando apareció el barón Ludfrond y le ofreció un refugio seguro. En ese momento, lo aceptó agradecida. Pero el bebé nació muerto y el barón era estéril. Así, Julienne quedó atrapada en un matrimonio sin amor y sin hijos mientras que su hermana se había casado con el rey y tenía un niño tras otro.

– La vida te da sorpresas…

El príncipe consideraba que su tía Julienne era una arpía, de modo que apenas sentía pena por ella. Pero el duque lo reprendió por el comentario.

– Tienes que entender que la tristeza la resintió.

– ¡Qué novedad!

Damián había vivido con la familia el tiempo suficiente como para padecer el resentimiento de su tía en carne propia.

– Disculpa, tío, pero si vamos a seguir discutiendo obviedades, prefiero dedicarme a otros asuntos.

El duque frunció el ceño y suspiró resignado:

– La impaciencia de la juventud… ¿Qué estaba diciendo? Ah, sí, hablaba de tu tía y su rencor. Bueno, con el correr de los años, ella y tu madre se fueron alejando cada vez más, fundamentalmente, porque Julienne dificultaba las cosas. Después, los Radicales de diciembre secuestraron a tu padre y lo tuvieron encerrado en un calabozo durante un mes.

Damián asintió.

– Conozco la historia. Es una leyenda entre nosotros.

Inmediatamente recordó que el duque había sido uno de los que habían rescatado a su padre y se lamentó por lo dicho. Aun así, siguió preguntándose si aquella charla le aportaría alguna información nueva.

– Sabes que los radicales querían que tu padre les diera detalles de la alianza secreta que nuestro gobierno tenía con el de Alovitia. Creían que existía un depósito de oro oculto en alguna parte y no recuerdo qué otra sarta de tonterías. Al ver que no conseguían sacarle información mediante la tortura física, lo narcotizaron para ver si de ese modo obtenían algún dato.

– Sí.

– Todo eso lo sabes. Lo que desconoces es que Julienne, motivada por su espíritu rebelde, tenía cierta simpatía por los radicales. Supongo que jugar con fuego la hacía sentir joven y excitante – argumentó el duque-. Se rumoreaba que tenían reuniones secretas en su mansión, que los financiaba y cosas así. Al parecer, llegó un momento en que los radicales consideraron que estaba muy comprometida con su causa y le pidieron que los ayudara con tu padre.

Damián se enderezó, pero no dijo ni una sola palabra. Efectivamente, no conocía esa parte de la historia.

– Julienne se encerró en el calabozo con tu padre y se hizo pasar por tu madre. Como él estaba en un estado de semi delirio por culpa de las drogas, creyó que se trataba de Marie. Así es como tu primo fue concebido.

El príncipe estaba paralizado por la impresión.

– ¿Cómo pudo hacer algo así? -susurró.

El viejo se encogió de hombros y dijo:

– Tal vez porqué seguía enamorada de él.

– No te equivoques, tío. Julienne no amaba a nadie salvo a su hijo y a ella misma. He vivido con ellos y sé por qué lo digo.

De pequeño, Damián había querido aferrarse a su tía. Fantaseaba con ella como una imagen materna. Después de todo, era la hermana gemela de su madre y al estar alejado de ella, había intentado transferir sus sentimientos hacia Julienne. Sin embargo, la madre de Sheridan siempre lo trató como un bulto que se veía obligada a cargar y, rápidamente, se ocupó de amedrentarlo, dejando en claro que su hijo era lo único que le importaba, no había vuelto a pensar en esos días durante años, pero en aquel momento recordó cuánto lo había lastimado ese rechazo.

– Lo hizo por rencor -afirmó -. Es una traidora y debería ser enjuiciada.

El duque le apoyó una mano en el hombro.

– Eso pasó hace mucho tiempo, Damián. Todos se han perdonado.

El príncipe miró al anciano con detenimiento.