– Lorna, Lorna… criatura bella… -murmuró-, así es como te imaginé.
En cuanto la caricia cesó, Lorna abrió los ojos. Jens abrió los botones del corpiño y lo apartó, dejando los pechos al descubierto. Ahí la besó, la adoró, la ungió con la lengua y la contorneó con los labios. De nuevo, bajó para acariciarla en el sitio íntimo. Y la muchacha cerró los ojos y cantó con un arrullo ronco, 41 mismo tiempo que se curvaba hacia un lado y formaba con los brazos y una pierna una figura alrededor del hombre.
Llegó un momento en que Jens sintió el impulso de buscar una vez más los ojos de Lorna, con los suyos, que sólo iluminaban unos puntos de luz del fuego que se extinguía junto a ellos.
– Te amo tanto…
– Yo también te amo. Siempre, siempre te amaré, pase lo que pase.
Jens la rozó muy suavemente con los labios abiertos, y susurró:
– También puedes tocarme tú a mí. -La inmovilidad de Lorna le indicó que no sabía bien dónde ni como-. Donde quieras -la alentó.
Cuando le tocó el pecho desnudo, Jens abandonó la boca de Lorna para observar cómo sus ojos acompañaban el recorrido de la mano. Lo exploró con timidez, aprendiendo al mismo tiempo: la textura del vello dorado, la firmeza de las costillas, otra vez el cabello sedoso, evitando los pezones.
– Eres todo dorado… como un vikingo. En ocasiones, pienso en ti como mi vikingo nórdico de cabellos de oro, que llega en un enorme buque para raptarme.
Le atrapo la cabeza y la atrajo hacia sí para besarlo, reanudando luego la exploración del pecho desnudo, deslizando la mano bajo el tirante y corriéndolo hacia el hombro.
– Bájalo -susurró, con la boca pegada a la de ella-. Está bien… bájalo.
Deslizó el tirante por el hombro, y cayó, lacio, sobre el brazo.
– Y ahora, el otro -murmuró, cambiando el peso para facilitárselo.
Cayó el segundo tirante y las manos de Lorna juguetearon sobre Jens: los hombros, el cuello, las costillas, el pecho, hasta que todos los sentidos fluyeron hacia ella y la parte baja del cuerpo ansió entrar en ella. Le atrapo la mano y la llevó hacia abajo, instándola:
– No tengas vergüenza… que no te dé miedo… aquí… así… -haciéndole sentir su calor y su dureza por primera vez, tras una capa de lana áspera. Ahuecó la mano de Lorna bajo la propia, amoldándola a su forma y pronunció ese nombre que tanto amaba-. Lorna… Lorna… -y movió las manos de los dos enseñándole, animándola, hasta que ella tomó la iniciativa.
En un momento dado, abrió cuatro botones y metió la mano de Lorna en el sitio secreto, cálido y oscuro que la esperaba. En ese instante de encuentro íntimo, los dos estaban tendidos de lado, la oreja apoyada en el brazo flexionado y se miraban a los ojos.
Jens los cerró al contacto de Lorna, y el pecho bajó y subió como si estuviera haciendo un trabajo pesado.
– Oh -dijo Lorna, maravillada y asombrada por el calor y la forma-. Oh… no había soñado…
Jens le enseñé lo que el instinto no le dictaba, formando un estuche con la mano de Lorna y puso otra vez su propia mano en el cuerpo de ella, que lo esperaba. Juntos, así unidos, se hundieron gozosos en la llamada de amor de sus cuerpos jóvenes, de su amor joven. En ocasiones, se besaban. En otras, murmuraban sonidos inarticulados, hechos de pasión, promesa y poderío que emergía de sus gargantas a medida que crecía el deseo y clamaba por sus derechos. Al llegar al borde de la culminación, Jens le apartó la mano con rudeza, se volvió, se arrodilló, y la alzó sobre su propio regazo, sosteniéndola desde atrás para que el cuerpo de la muchacha se arqueara como una vela al viento con la cabeza y los hombros casi sin rozar el suelo. A través de la barrera de hilo y lana, fingieron la consumación del amor, hasta que ya no pudieron soportar esos tenues obstáculos.
Jens se puso a cuatro patas y le ordenó entre ráfagas de aliento agitado:
– Lorna, abre los ojos. -Lo hizo, lo miró desde el halo de cabello oscuro esparcido en torno a ella, sobre el piso áspero-. ¿Entiendes, ahora? Yo… dentro de ti… así es como sucede; pero si lo hacemos, podrías quedar embarazada. No quiero que eso suceda.
Lorna le acaricié el rostro junto a la boca.
– Te amo… Oh, Jens, te amo tanto… No sabía que sería así.
– Tenemos dos posibilidades: o nos detenemos, o corremos el riesgo de que no suceda, por esta vez.
– ¿Detenernos? Oh… Yo… por favor… por favor, Jens, no… ¿sucederá?
– No sé. Quizá no. Yo… oh, Dios, Lorna, yo también te amo… No quiero herirte ni causarte problemas.
– El único modo en que me herirías sería si dejaras de amarme. Por favor, Jens, enséñame lo demás.
Flexionando los codos, acercó la cara a la de ella. La besó en la boca con amor, disculpa y deseo, y al fin dijo:
– Espera… -y se sumió en la oscuridad buscando el envoltorio de ropa. Dio un tirón que tumbó las botas con mido sordo en el piso-. Alzate -le ordenó-. Te pondré esto debajo. -Puso la camisa extendida bajo las caderas de Lorna-. Te saldrá sangre, pero no te asustes. Sólo ocurre la primera vez.
– ¿Sangraré? Pero, Jens… tu camisa… Jens, se manchará toda…
Interrumpió la preocupación con un beso.
– Quédate quieta… -susurró, y se colocó en ella, mientras los dos corazones golpeaban de salvaje expectativa y el mundo quedaba en suspenso.
– Jens -murmuré, aferrándose a los hombros de él.
– Quédate quieta.
– Jens… oh.
– Es probable que te duela un poco… Lo siento… -Repitió en un susurro-. Lo siento.
Con un suave impulso, los unió a los dos en cuerpo y alma.
Lorna contuvo el aliento y se arqueé, como si la hubiesen empujado entre los omóplatos. Jens quedó inmóvil, contemplándole el rostro, deseando que no le doliera, hasta que la muchacha se relajó lentamente, abrió los ojos y lo vio ahí, sosteniéndola con los brazos fuertes.
– ¿Estás bien? -le preguntó.
Solté el aliento y asintió.
– Ahora me gustaría tener una hermosa cama de plumas para ti -le dijo el hombre, mientras comenzaba a moverse-, y una almohada blanda en la que pudiésemos recostarnos, y flores… unas espuelas de caballero azules como la que me trajiste aquella vez, y un par de rosas que diesen perfume. Yo te las pondría en el cabello, y vería cómo tu rostro las avergüenza. Ah, Lorna… dulce, querida Lorna… estamos tan próximos como pueden estarlo dos personas, y desde este minuto nuestras vidas quedarán cambiadas.
Lorna intentó dejar los ojos abiertos, pero los párpados le pesaban de placer.
– Yo creo -le faltó el aliento entre una y otra palabra- que tendría que ser… la mujer más orgullosa del mundo… por tener a tu hijo… y que… Oh, Jens… -Jadeé y se arqueé muy alto contra él, con la cabeza hacia atrás en ángulo agudo-. Oh. Jens… oh… ohhhh…
En el instante del grito, Jens se aparté y derramé la simiente sobre su propia camisa, encima de la sangre virginal, y deseé que Lorna nunca tuviese que sufrir una desgracia por culpa de él. Después, se dejé caer, saciado, sobre el pecho agitado de la muchacha. El aliento le golpeó el oído y los corazones tocaron un contrapunto. Se apoyé pesadamente sobre ella, mientras los dedos le acariciaban la cabeza una y otra, y otra vez.
El fuego estaba reducido a brasas.
Encima, se cernía el esqueleto del barco.
Alrededor, la quietud de esa noche de finales del verano les guardaba el secreto. Pensaron en el futuro de los dos, en la separación segura que los aguardaba y, más allá, el difuso mañana, las fuerzas que intentarían mantenerlos separados y la imposibilidad de hacerlo después de lo sucedido.
– Lo haría otra vez -dijo Lorna-. Haría contigo esto tan vergonzoso, maravilloso, increíble, con el conocimiento cabal de lo que podría suceder. ¿Soy mala por eso?
Jens le quitó su propio peso de encima y contemplé los bellos ojos castaños:
– Eres mía por eso, de un modo que no podrían lograrlo ni votos conyugales ni promesas. ¿Cómo haré para decirte adiós cuando te lleven de regreso a la ciudad?
– Shh… -Le tapé la boca con el índice-. No hables de eso. Eso será cuando empiece la helada y haya peligro de que se congelen las cañerías. Hasta entonces, tenemos, por lo menos, cinco semanas. Quizá seis, si somos afortunados.
– Mediados de octubre. ¿Soléis regresar a la ciudad en esa época?
Asintió con aire solemne.
– Pero no quiero hablar de eso. -Lo estrechó contra sí con cierta desesperación-. Por favor, Jens, no hablemos de eso.
– Está bien, no hablaremos. -La sostuvo abrazada, sospechando que tenía lágrimas en los ojos, pero sin poder verlas por la oscuridad que reinaba en el cobertizo.- Quédate donde estás -le dijo, y se zambulló en la oscuridad, encontró unos restos de madera y los tiró a la estufa.
Mientras esperaba que encendieran, se subió los pantalones y los abotoné, pero dejó los tirantes colgando a los lados. Cuando se elevaron las llamas, volvió junto a Lorna y la hizo levantarse tomándola de una mano. A la luz anaranjada, se sentó junto a ella y le tocó la cara.
– Estoy seguro de que no sabes…
Eran cosas difíciles de decir, a pesar de la intimidad que acababan de compartir: los hechos menos románticos de la vida.
– ¿No sé?
Exhalé una larga bocanada de aliento, y decidió enfrentarse a lo que era necesario enfrentarse:
– Si no tienes tu menstruación, tienes que avisarme enseguida. Promételo.
– ¿Mi menstruación?
También Lorna se sintió incómoda y metiendo los brazos en los breteles, se cubrió con la camisa.
Jens dijo:
– Si se atrasara, podría significar que ibas a tener un niño y, en ese caso, tienes que venir a decírmelo de inmediato y buscaremos una solución. Promételo.
– Lo prometo -dijo, con la vista baja.
Quedaron sentados en silencio, imaginándolo, esperando que nunca sucediera así. Sin prisa, Lorna se abotoné la camisa. Cuando llegó al botón de arriba, Jens le aparté con suavidad los dedos y le enlazó el moño azul, con dedos gruesos y torpes sobre la fina seda. Después, se sentaron enfrentados, cada uno sumido en la tristeza que sobrevenía.
Jens tomó las manos de Lorna, sin apretarlas.
– Te amo -le dijo-. Quiero casarme contigo pero tardaré un tiempo. Si se lo pidiéramos ahora a tu padre, me echaría. El año que viene, si las cosas salen como lo planeo, tendré mi propio astillero y podré hacerme cargo de ti. Lorna, ¿eres capaz de ser feliz con las ganancias de un constructor de veleros?
Lo miró, estupefacta:
– Sí -dijo, saliendo del estupor-. ¡Oh, sí! -exclamó, rodeándolo con los brazos-. Oh, Jens, tenía tanto miedo de que no me lo pidieras. Pensé que, tal vez… tal vez, después de lo que hicimos… No sé qué pensé.
La tomó de los brazos y la apartó un poco, para poder verle el rostro.
– ¿Pensaste, que tal vez te hiciera esto y luego me comportara como si nada hubiese sucedido?
– No lo sé. Me di cuenta después, cuando estábamos acostados juntos, quietos… No querré hacerlo con ningún otro hombre. Después de hacerlo contigo, no podría, pero, ¿y si no me lo pedías?
– Te lo pido. Lorna Barnett, ¿te casarás conmigo en cuanto mi barco gane la carrera y yo tenga mi propio armadero, y muchos clientes que nos proporcionen un medio de vida decente?
Lorna adquirió una expresión radiante.
– Dije que sí. Nada podrá impedírmelo. Ni mi padre, ni mi madre, ni el señor Taylor Du Val ni todas las expectativas sociales que tienen para mí pues, entre tú y yo, tiene que ser. En especial, después de esta noche.
– Oh, Lorna. -La estrechó contra sí-. Trabajaré tan duro para ti, que quizá me haga más rico que tu padre, y verás cómo te daré una buena vida.
– Sé que lo harás, Jens.
– Y tendremos hijos, y les enseñaremos a navegar, y los llevaremos de picnic; y cuando sean grandes, les enseñaré a fabricar barcos conmigo.
– Sí -suspiré Lorna -, sí.
Se sentaron otra vez, y se sonrieron, tomados de la mano.
– Y ahora, será mejor que te vistas para volver a tu casa antes que tus padres.
– ¿Cuándo te veré de nuevo?
– No lo sé.
– Mañana. Traeré a Phoebe a ver el barco.
– El molde. Todavía no es un barco.
– Sí, el molde. Traeré a Phoebe, ¿de acuerdo?
– De acuerdo. Pero no prometo impedir que se perciba la verdad. Puede suceder que te agarre donde estés y te bese, esté Phoebe o no.
Le dio una palmada juguetona en el pecho.
– No harás semejante cosa. Serás un perfecto caballero, como hoy. -Sin embargo, me costará.
– Me alegro -bromeó, tocándole el labio inferior con el índice.
Unos momentos después, bajó la mano y la apoyó sobre el pecho de Jens, y luego atrapó la mano de él. El tiempo pasaba: sabían que tenían que separarse, pero robaban un minuto más, agarrados de la mano como niños inocentes, adorándose, saciándose en previsión de la separación que los aguardaba.
"Otoño en el corazón" отзывы
Отзывы читателей о книге "Otoño en el corazón". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Otoño en el corazón" друзьям в соцсетях.