Dentro, estaba sobrecargado por un revestimiento de madera de color miel, y muebles de caoba de patas tan gruesas como cinturas de personas. Estaban adornados por piezas despojadas de gemas tales como urnas de malaquita, bronces franceses, cabezas de ciervo embalsamadas (trofeos de caza de Gideon), y sombrías alfombras Kirman. Las inmensas lámparas colgaban sobre las cabezas como la ira de Dios, y las chimeneas -ocho en total amenazaban a los habitantes de la casa como enormes fauces abiertas. Por añadidura, las ventanas, demasiado profundas, no dejaban pasar suficiente luz, y creaban un ambiente que contribuía a aumentar la congoja de Lorna.
Ese dolor la acompañaba cotidianamente, desde que abría los ojos en la cama de gruesos postes de caoba hasta que aparecía a cenar en el oscuro comedor empapelado con aspecto de sudario que absorbía la luz de la fea lámpara en forma de indios con arcos y flechas.
Se sentía como si hubiese dejado el corazón en Rose Point Cottage y, en su lugar, tuviese una masa sin vida que cargaba como quien lleva un bolso sin dinero, algo inerte que nadie abría. Pasó una semana, y Lorna siguió apática y callada. Dos semanas, y Levinia empezó a preocuparse. Llegó a tocarle la frente para ver si tenía fiebre.
– Lorna, ¿qué tienes? Desde que volvimos del lago, no eres la misma.
– No es nada. Echo de menos los jardines, la casa luminosa y el aire libre, eso es todo. Esta casa es demasiado imponente y lúgubre.
– Pero no comes nada, y estas amarillenta.
– Madre, ya te dije que no es nada. En serio.
– Por más que digas, estoy afligida. El día que nos íbamos de Rose Point, hice un comentario de que parecías tener la enfermedad de Addison para reanimarle, pero desde entonces estoy observándote, y ayer busqué "Addison" en nuestro libro Salud y Longevidad. Lorna, tienes muchos de los síntomas.
– Oh, madre… -Lorna se alejó hacia el otro extremo del cuarto exhibiendo más energía que en las últimas dos semanas-. ¡Por el amor de Dios!
– Bueno, es verdad. Te encuentras en un estado de prolongada languidez. Tu apetito es caprichoso y muestras una repugnancia especial hacia las carnes. ¿También estuviste vomitando?
– No, madre, no estuve vomitando… Y ahora, por favor…
– Bueno, no te molestes tanto conmigo. Todos los síntomas coinciden, y dice que los vómitos sólo aparecen en una fase más avanzada. De todos modos, creo que tendría que llevarte a ver al doctor Richardson.
– No iré a ver al doctor Richardson. Es que estoy un poco cansada, nada más.
Levinia pensó, y después se irguió totalmente, como si hubiese tomado una decisión.
– Muy bien. Si no estás enferma, es hora de que termines de arrastrarte y te unas otra vez a la raza humana. Dorothea Du Val nos invitó a las dos a almorzar en su casa el jueves que viene, y acepté. Ella y yo creemos que es hora de empezar a hacer los planes para la boda. No falta mucho para junio, ¿sabes?
– Pero Taylor y yo no estamos siquiera comprometidos oficialmente!
– Sí, ya sé. Pero Dorothea dice que pronto lo estaréis.
Ese corazón que Lorna sentía como un bolso vacío, manifestó una amplia gama de objeciones que tintinearon, queriendo desbordarse: exasperación ante el empeño de la madre en no escucharla, enfado contra Levinia y Dorothea por manipularla de ese modo, y un rechazo visceral a que esa boda se celebrara jamás.
Sin embargo, al comprender que si expresaba esas objeciones otra vez le pasarían por alto, sorprendió a Levinia respondiendo con calma:
– Lo que tú digas, madre.
Salió del salón y fue directamente a buscar a su tía Agnes, a la que encontró en el salón de música con las cortinas corridas para dejar pasar más luz. La anciana estaba en una hamaca junto a una mesa Chippendale, haciendo una labor de fantasía.
– Tía Agnes, ¿puedo hablar contigo?
Agnes se quitó las gafas y las dejó sobre la mesa, junto al dedal.
– Desde luego. Esto puedo hacerlo en cualquier momento.
Lorna cerró las puertas dobles y acercó un taburete bajo la silla de su tía.
– Tía Agnes -dijo, encorvando los hombros y apoyando los codos en las rodillas, mientras se miraba en un par de bondadosos ojos azules-. Tengo que confiarte el secreto más importante de toda mi vida.
– Si lo haces, tendré el honor de llevármelo a la tumba.
Lorna tocó el dorso de las manos manchadas de Agnes.
– ¿Recuerdas cuando te conté lo del hombre que amaba? Bueno, no es Taylor Da Val. Es alguien al que mi madre y mi padre se opondrían por completo. Es uno de sus criados, Jens Harken, el que está construyendo el barco para mi padre. Hasta que empezó con el barco, era un ayudante de cocina, pero a mí no me importa nada: lo amo tan profunda y sinceramente como tú amaste al capitán Dearsley. Quiero casarme con él.
Los ojos de la anciana se enternecieron. Con sus manos de dedos torcidos y nudosos, tomó la cara de Lorna como para darle un beso. Pero sólo le habló con cariño:
– Niña querida, eso significa que lo encontraste. Eres una de los pocos afortunados que gozan de semejante bendición.
Lorna sonrió:
– Lo soy.
Agnes bajó las manos.
– Y estás dispuesta a luchar por él… tienes que estarlo, pues Gideon y Levinia gruñirán y gritarán, y dictarán sentencia.
– Ya lo hicieron. Mi madre y Dorothea Du Val se encontrarán a almorzar el jueves, para empezar a planear la boda. Quieren que yo esté presente. Le dije y le repetí a mi madre que no me casaré con Taylor Du Val, pero se niega a escucharme.
– Porque ella y tu padre no han sido bendecidos como tú y yo. No entienden.
– ¿Qué debo hacer?
– Ese joven constructor de barcos, ¿puede mantenerte?
– Todavía no. Dentro de un año, puede ser.
– ¿Rompiste con Taylor?
– No. Estuve evitándolo con la esperanza de que lo advirtiera.
– Mmm, no es una conducta muy honesta por tu parte.
– Lo sé -murmuró Lorna.
– Tampoco es muy eficaz. Si quieres que deje de verte, y de darle ideas a tu madre, díselo. Si es necesario, dile que estás enamorada de otro hombre. Le dolerá, pero, ¿a quién no lastimó el amor? La herida cumple su propósito: intensifica la alegría cuando al fin llega. Entonces, en mi opinión, el primer paso sería cortar el lazo con el joven Taylor de un modo muy claro. Durante siglos, las madres lograron obligar a las hijas a casarse, pero no tuvieron el mismo éxito con los hijos. Si ninguno de los dos quiere casarse, tal vez esas dos entrometidas desistan. Cuanto antes hables con Taylor, mejor.
Esta vez, fue el turno de Lorna de tomar entre las manos la cara de Agnes. La besó en la boca y le dijo con sinceridad:
– Ahora entiendo por qué el capitán Dearsley te amaba tanto. Gracias, querida tía Agnes.
Al día siguiente, Lorna se vistió de acuerdo al clima y tomó el tranvía colina abajo, hacia el distrito comercial de Saint Paul, a las oficinas de la Compañía Molinos Harineros Du Val, que se erguía al pie de una selva de elevadores de granos, en la costa Oeste del río Mississippi. Era un sitio polvoriento en el que dominaba un agradable olor a cereales, y el aire bullía de finas partículas de grano.
Taylor, con cubremangas de cuero, trabajaba ante el escritorio de la oficina cerrada por mamparas de cristal, cuando anunciaron a Lorna. La sorpresa fue evidente: se puso de pie y alzó la vista con mirada ávida, buscándola al otro lado del cristal. Ella lo saludó de manera vaga. Taylor sonrió y, dando la vuelta al escritorio, se quitó los cubremangas y los dejó antes de salir.
– Lorna -dijo, tendiéndole las manos-. ¡Qué sorpresa!
– Hola, Taylor.
– Cuando Ted te anunció, no podía creerlo. Pensé que era una broma. -Así que, aquí es donde te familiarizas con el negocio de tu padre. -Así es. -Hizo un gesto-. Polvoriento, ¿no?
– Pero agradable. -Miró a la derecha-. Y esta es tu oficina.
– Con su ventana muy polvorienta.
– ¿Podríamos entrar un minuto, Taylor?
El tono de Lorna borró la sonrisa del joven y lo puso sombrío.
– Claro.
Tocándole el codo, la siguió y cerró la puerta tras ellos. Quitó una muestra de cereales de una silla de madera, le sacudió el polvo y la puso junto al escritorio.
– Siéntate, por favor.
Lo hizo con agilidad, colocando la espalda alejada del respaldo recto de la silla. Taylor también se sentó en la gastada silla giratoria de madera, cuyos resortes gimieron perceptiblemente.
Se hizo un silencio en la habitación.
Lorna rompió ese incómodo silencio:
– Vine a hablarte de algo muy importante, Taylor. Lamento hacerlo aquí, en mitad de tu jornada de trabajo, pero no sabía qué hacer.
El hombre esperó, apoyando los antebrazos en un libro de contabilidad grande como una bandeja de té. Estaba vestido con un traje gris de rayas, camisa blanca de cuello alto redondo, y corbata negra. Por enésima vez, la muchacha se preguntó por qué no fue capaz de enamorarse perdidamente de este hombre: era perfecto.
– Últimamente, ¿tu madre te habló… de nosotros? -preguntó.
– Sí, anoche, para no ir más lejos.
– Taylor, debes saber que tengo muy buena opinión de ti. Te admiro y… y me divertí mucho contigo. Este verano, cuando me diste el reloj, dijiste que significaba tu intención de casarte conmigo. Taylor… -se interrumpió y se miró los guantes-, esto es tan difícil de decir… -Levantó la vista hacia él-. Eres un hombre magnífico, honesto, trabajador, y estoy segura de que serías un marido maravilloso, pero la verdad es que… Lo siento muchísimo, Taylor… no te amo. Al menos, no del modo en que creo que una mujer debería amar al hombre con el que va a casarse.
El bigote de Taylor cayó un poco del lado izquierdo, como si se hubiese mordido el labio superior. Permaneció inmóvil, las manos sobre la página del libro mayor, separadas por unos centímetros de papel con rayas azules. La calma del joven estremeció a Lorna, y siguió parloteando para disimular su desasosiego.
– Nuestras madres estuvieron hablando y quieren que me reúna con ellas mañana, para planificar nuestra boda. Taylor, te lo ruego… por favor, ayúdame a convencerlas de que no es algo bueno, porque de lo contrario seguirán adelante y planearán una boda que no debe realizarse.
Por fin, Taylor se movió. Echó la silla atrás, exhaló una gran bocanada de aire y se pasó una mano por la cara. Se cubrió la boca y la barbilla mientras la observaba con ojos inquietos. Finalmente, quitó la mano y admitió:
– Creo que lo adiviné. -Colocó el libro con suma precisión… necesitaba algo en qué ocupar la mirada-. Estuviste evitándome este verano, y yo no entendía por qué. Luego advertí que no usabas el reloj. Creo que fue entonces cuando lo supe. Pero seguí esperando que cambiaras… que un día volvieras a ser como esas primeras noches que estuvimos solos. ¿Qué pasó, Lorna?
Parecía tan herido, que la muchacha se sintió cruel y apartó la vista.
Taylor inclinó la silla hacia adelante, unió las manos sobre el libro y habló con sinceridad:
– ¿Hice algo malo? ¿Cambié en algún aspecto?
– No.
– ¿Te ofendí con mis avances?
Con la vista baja, susurró:
– No.
– Entonces, ¿de qué se trata? Merezco saberlo. ¿Qué te hizo cambiar?
En los ojos de Lorna apareció un tenue brillo de lágrimas, pero aun así lo miró de frente:
– Me enamoré de otro.
Pareció que Taylor se quedaba mudo de asombro. La miró fijo, mientras en la antesala cuatro trabajadores cosían sacos de harina y un gato perseguía ratones. A través del suelo llegaba la tenue vibración de las muelas del molino.
Lorna le dijo:
– Intento ser honesta contigo. Taylor, porque me siento culpable de herirte, es verdad, pero quiero que sepas que nunca quise hacerlo.
Finalmente, Taylor se animó e hizo un amplio ademán.
– ¡A quién puedes haber estado viendo que yo no sepa…!
Bajo la barba, se le enrojecieron las mejillas.
– No puedo decirlo, pues, silo hiciera, estaría traicionando una confidencia.
– No será ese cachorro de Mitchell Armfield, ¿verdad?
– No, no es Mitch. -¿Quién, entonces? -Por favor, Taylor, no puedo decírtelo. Vio cómo crecía la ira del hombre, por mucho que intentaba contenerla.
– Es obvio que tus padres no lo saben. -Como no hallé respuesta, siguió especulando-. Eso significa que es alguien al que no aprueban, ¿cierto?
– Taylor, fui sincera contigo, pero en estricta confianza, tengo que pedirte que no reveles lo que hemos hablado hoy.
Taylor Du Val se levantó de la silla y se detuvo ante el cristal polvoriento, con los nudillos en las caderas, mirando hacia el taller donde empleados y costureros se atareaban en las labores cotidianas, todos haciendo dinero para él, dinero que esta mujer podría haber compartido… una vida de lujo que podría compartir. ¡Y habría sido bueno con ella! ¡Generoso hasta la exageración! Le había dado un regalo de compromiso mientras ella lo engañaba. ¡Engañarlo a él, por el amor de Dios! No era tan mal partido. Como la misma Lorna dijo, era honesto, trabajador y leal… ¡por Dios, fue escrupulosamente leal! Y si íbamos al caso, en un hombre apuesto. De modo que, al diablo con ella. ¡Si todo eso no era suficiente para esta mujer, no la necesitaba!
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