– Si viene alguien, dile que estás esperándome.
Lorna sonrió:
– Eso haré.
No fue nadie Mientras pasaban los treinta minutos de espera, leyó un periódico. Cuando reapareció, estaba recién afeitado, vestido con el traje dominguero, un pesado abrigo de lana y el sombrero de hongo negro.
– Vamos.
Formal, sombrío, según la misión que tenía por delante.
En el tren a Saint Paul, se tomaron de la mano sobre el abrigo de Lorna, pero no se les ocurrieron alegres banalidades para decirse. Afuera, caía una nevada que palidecía los campos, como si se vieran tras el velo de una novia. Cruzaron un viaducto sobre el río Mississippi, y el tren aminoré la marcha y se detuvo bajo el techo de madera de la estación.
Desde ahí, viajaron en un elegante coche de alquiler hasta la avenida Summit, aún con las manos enlazadas, los dedos de Lorna rodeando el borde de la palma de Jens apretándole cada vez más, mientras que él los acariciaba con el pulgar como si quisiera disipar el miedo creciente de la muchacha…
En la avenida Summit, cuando se aproximaban a la maciza construcción de piedra gris donde tendrían que enfrentarse a sus padres, Lorna dijo:
– Pase lo que pase aquí, esta noche, te juro que saldré de esta casa contigo.
Jens le dio un beso breve en la boca cuando los cascos cesaron de golpear ante la puerta cochera. Lorna fue a tomar el bolso, pero Jens le puso la mano sobre el brazo:
– Ahora, tú eres mi responsabilidad. Yo pagaré.
Pagó el coche de alquiler mientras el caballo sacudía la cabeza haciendo tintinear los arneses hasta que se alejó, dejándolos ante la puerta, con sus gárgolas de dientes desnudos. Lorna se negó a dejarse intimidar, y prefirió mirar a Jens.
– Es probable que mi madre esté en la sala, y mi padre no vuelva a casa hasta las seis. No quiero abordarlos hasta que estén los dos. ¿Te molestaría mucho esperar en la cocina? Iré a buscarte en cuanto llegue mi padre.
Dentro del imponente recibidor, se les acabó la buena suerte. En el mismo momento que entraban, Theron, creyéndose solo, bajaba resbalando por la barandilla, y el roce de su mano arrancaba chirridos a la madera lustrada. Lorna miró a Jens cariacontecida, y decidió que, en este caso, la mejor defensa era un buen ataque. Cuando el hermano llegó al final de la barandilla y aterrizó con un golpe sordo, lo regañé susurrando:
– ¡Theron Barnett!
Theron giró bruscamente, sorprendido.
– Si mamá te pescara haciendo esto te escaldaría el trasero.
Theron se cubrió el trasero con las manos juntas.
– ¿Se lo dirás?
– Debería decírselo, pero no lo haré… si tú no le cuentas nada de mí.
– ¿Por qué? ¿Qué hiciste?
– Me escapé a ver el barco.
– ¿En serio? -Se le dilataron los ojos-. ¿Qué aspecto tiene?
– Pregúntale al señor Harken.
– Ah, hola, Harken. ¿Está terminado el barco?
– Casi. Sólo faltan la maquinaria y los aparejos. Tenía que venir a hablar con tu padre al respecto.
– No stá.
– No está -lo corrigió Lorna.
– No está -repitió el niño.
– Ya sé -respondió Harken-. Haré una visita a la cocina, ¿qué te parece?
– ¿Puedo ir con usted?
A Jens le costó un gran esfuerzo no lanzar una silenciosa llamada de auxilio a Lorna, pero pensó rápido: si el muchacho estaba con él una hora, no iría a la sala a informar a la señora de la casa de la presencia de Jens Harken.
– Claro, ven -dijo, poniendo la mano en la cabeza del niño y haciéndole abrir la marcha hacia la cocina-. Te contaré del Lorna D.
En la cocina, Hulduh Schmitt alzó la vista y levantó los brazos.
– Mein Goal -exclamó, arrancando con una perorata en alemán mientras cruzaba la cocina y encerraba a Jens en un abrazo apretado contra el pecho-. ¿Qué estás haciendo aquí?
– Le informo al señor Barnett de los progresos del barco.
Todos aceptaron la explicación. Se acercaron a saludarlo las criadas de la cocina, Ruby quedó para el final, y le ofreció una especial sonrisa de bienvenida, que le hizo preguntarse cómo era posible que alguna vez la hubiese considerado lo bastante atractiva para besarla. Estrechó la mano con su sustituto, un sujeto de cara chata llamado Lowell Hugo, con aliento a ajo. Para celebrar la visita de Jens, la señora Schmitt autorizó que abriesen una preciosa botella de la infusión casera del verano pasado, y se sentaron alrededor de la mesa de trabajo, tomándose uno de los raros descansos de quince minutos para atenderlo, haciéndole muchas preguntas sobre el barco, las posibilidades de ganar, los planes de Jens en caso de que así fuera, dónde se hospedaba allá, en White Bear, si había visto a Smythe, cómo estaba el jardinero, y si el viejo inglés estaba tan irascible como siempre.
Después de cuarenta y cinco minutos, cuando Jens empezaba a preocuparse por la presencia de Theron, la niñera de este, Ernesta, entró como una exhalación, sin aliento y afligida.
– ¡Con que estabas aquí, molestando otra vez al personal de la cocina! ¡Tu madre subirá a tu cuarto en cualquier momento para revisar tu tarea escolar, y si sabes lo que te conviene, estarás allí!
Theron se fue, con los dedos de Ernesta empujándolo por la nuca.
Poco después de las seis, Lorna apareció con un vestido ajustado de tafetán verde, de puños y cuello color marfil, el cabello recién peinado y las mejillas demasiado sonrosadas.
– Harken -dijo con aire formal-, mi padre quiere hablar con usted.
– Ah… -Se levantó-. Muy bien, señorita Barnett. Lorna le dio la espalda:
– Sígame.
Hizo lo que le ordenaba, tres pasos detrás del tafetán susurrante que parecía resonar en el vestíbulo de granito como si fuera toda la congregación de una iglesia levantándose al entrar el sacerdote. En el salón de música, alguien tocaba el piano. Cuando pasaron por la puerta abierta, Daphne levantó la vista de los pentagramas y las dos tías de las labores de encaje, pero Lorna mantuvo la vista al frente, hacia la puerta de la biblioteca. La suerte quiso que Jenny pasara por el pasillo del piso alto en ese momento, y se detuviese al comienzo de la escalera para observar, sorprendida, a los dos que pasaban debajo.
Con los ojos fijos en la entrada de la biblioteca, Lorna condujo a Jens. Gideon Barnett estaba sentado en una silla alta de cuero castaño, con el cigarro entre los dientes y un periódico sobre las piernas. La habitación olía a cosas ardiendo: el tabaco caro, la leña de abedul en el hogar, el gas de iluminación…, y un poco a tizne. Había cientos de libros encuadernados de cuero que llegaban hasta el techo, con sus molduras ornamentales, el medallón del centro y la lámpara de cuatro globos. Sobre la mesa junto a Gideon, otro globo iluminaba el periódico. En la pared, encima de un canapé oculto, lucía la cabeza de un ciervo con dos pistolas cruzadas entre las astas…
En el instante en que Lorna y Jens se detuvieron en la entrada, Gideon alzó la vista,
– Hola, padre.
Se quitó el cigarro de la boca con un movimiento lento, sin responder. Los ojos del hombre pasaron de Jens a Lorna.
– ¿Dónde está mamá? -preguntó Lorna.
– Arriba, con el niño.
El niño era Theron.
– Pensé que ya habría bajado.
La mirada de Barnett quedó fija en Harken. Lo señaló con el extremo mojado del cigarro.
– ¿Qué hace él aquí?
– Yo lo invité. Necesitamos hablar contigo y con mi madre.
– ¿Tú lo invitaste? -Por fin, Lorna obtuvo la atención de Gideon, al que parecían salírsele los ojos de las órbitas y que comenzó a enrojecer-. ¿Qué quiere decir que lo invitaste?
– Por favor, baja la voz, padre. -Lorna se volvió hacia Jens y le dijo-: Espera aquí. Voy a buscar a mi madre.
En mitad de las escaleras, Lorna se encontró con Levinia que bajaba. La cara de la mujer estaba crispada de preocupación. Bajó sin prisa, apretando las faldas en una mano y sujetándose por la barandilla con la otra.
– ¿Qué pasa? Jenny dijo que el constructor de barcos está abajo, contigo.
– Madre, ¿podemos hablar en la biblioteca?
– ¡Oh, Cristo!
A Levinia le tembló la voz y se le balancearon los pechos cuando corrió tras su hija. Una vez más, Lorna divisó a Jenny en la cima de las escaleras, pero prefirió no hacerle caso.
En la biblioteca, Gideon estaba de pie sirviéndose bourbon de una licorera de cristal. Jens esperaba donde Lorna lo había dejado. Levinia hizo un amplio rodeo alrededor de su ex ayudante de cocina, como si fuera alguien al que sacaron de la calle y todavía no estuviese despiojado.
– Gideon, ¿qué sucede?
– ¡Maldito si lo sé!
Lorna cerró las puertas dobles que daban al pasillo. A la derecha, otro par de puertas cerradas, llevaban a la sala de música, donde el piano había cesado. Experimentó una seria duda: pronto, el padre estaría gritando y el resto de la familia, sin duda, agolpado tras las puertas, escuchando.
Se detuvo junto a Jens.
– Madre, padre, ¿quieren sentarse, por favor?
– Por todos los diablos, no -refunfuñó Gideon-. Siento aproximarse el desastre, y siempre enfrento los desastres de pie. Y ahora, sea lo que sea, adelante.
Lorna enlazó la mano en el brazo de Jens.
– A Jens y a mí nos gustaría mucho…
Jens le apretó los dedos para callarla, y tomó la palabra.
– Señor y señora Barnett, sé que esto será una sorpresa para ustedes, pero vine aquí a decirles que me enamoré profundamente de la hija de ustedes y les pido, con todo respeto, permiso para casarme con ella.
Levinia quedó con la boca abierta.
La expresión de Gideon se volvió amenazadora.
– ¿Que usted qué? -vociferó.
– Su hija y yo… -Pedazo de impertinente, cachorro imberbe…!
– Padre, no sólo lo pide Jens sino yo también.
– ¡Tú, cierra la boca, jovencita! ¡Después hablaré contigo!
– Lo amo, padre, y él a mí.
– ¡El criado de la cocina! ¡Jesucristo!, ¿acaso perdiste el juicio?
En el salón de música, Agnes arrancó con La jarana de las brujas en fortissimo: Lorna la reconoció por las notas equivocadas y la deplorable técnica.
– Oh, Lorna -gimió Levinia-. ¿Por eso rechazaste a Taylor?
– Ya sé todos los argumentos que me darán ustedes dos, pero no me importan. Amo a Jens y quiero casarme con él.
– ¿Y vivir de qué? ¿Dónde? -replicó Gideon-. ¿Del salario de un criado, en su habitación del tercer piso? ¿No sería lindo? ¿Ahí podrás recibir a todos nuestros amigos, cuando vengan a tomar el té?
– Viviremos en White Bear Lake, y Jens piensa abrir allí un astillero.
– ¡No me menciones la palabra barco! -rugió Gideon, con el rostro enrojecido y tembloroso-. Todo esto empezó por culpa del barco, y usted… -pinchó con un dedo a Jens-. ¡Soberbio hijo de perra! ¡Seduciendo a mi hija mientras yo le daba ventajas que ni habría imaginado darle a ningún otro! ¡No lo dejaría casarse con ella aunque fuese el mismísimo Cristóbal Colón!
Levinia se llevó un dedo a los labios y gimió.
– Oh, sabía que pasaba algo. Lo sabía. Tantas veces te busqué y no te encontraba… estabas en ese cobertizo con él, ¿no es cieno?
– Sí -contestó Lorna, sin soltar la manga de Jens-. Pasé mucho tiempo con Jens este verano. Lo he conocido tanto como a cualquiera de mis amigos… incluso mejor. Es honesto y brillante, trabajador, amable, y me ama…
– Oh, basta… -Gideon puso expresión de disgusto-. Me revuelves el estómago.
– Lo lamento, padre. Pensé que te importaría que el hombre con el que tu hija quiere casarse la ama mucho, y ella también lo ama.
– ¡Bueno, no me importa! ¡Lo que me importa es que no te casarás con ningún criado de cocina, y esto es definitivo!
Jens se colocó detrás de Lorna y le apoyó las manos en los hombros:
– ¿Ni en el caso de que vaya a tener un hijo, señor?
Gideon reaccionó como si le hubiesen clavado un hacha. Levinia se tapó la boca y exhaló un grito. Detrás del muro, seguía martilleando La jarana de las brujas.
– ¡Mi Dios de los cielos! -explotó al fin, Gideon, y el color de su cara comenzó a disminuir. Luego, se dirigió a Lorna-: ¿Es verdad?
– Sí, padre: voy a tener a tu nieto.
Por un momento, Gideon pareció derrotado. Perdió el empaque, y dejó caer los hombros. Se pasó una mano por el cabello y comenzó a pasearse.
– ¡Nunca, ni en mis peores pesadillas, imaginé que una de mis hijas nos avergonzaría de esta manera! ¡Pecar con un hombre… acostarse con él y admitirlo con toda desfachatez! ¡No vuelvas a llamar nieto mío al fruto del pecado! ¡Dios querido, seremos unos descastados!
A Levinia se le aflojaron las rodillas y se derrumbó en una silla de respaldo alto.
– ¡Que Dios tenga piedad, qué desgracia! ¿Qué les diré a mis amigas? ¿Cómo podré mantener la cabeza en alto, en público? Y tú… ¿no comprendes que la gente decente te evitará, después de esto? Evitarán a toda la familia.
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