– Creí mi deber decirles cómo me siento por haberme robado a mi hijo.

Levinia replicó:

– No hemos robado a tu hijo. Hemos hecho arreglos para la adopción.

– ¿Quién lo adoptará?

– La Iglesia no informa sobre eso.

– Me robaron a mi hijo sin siquiera consultarme.

– Lorna, sé sensata. ¿Qué habrías hecho con él? ¿Cómo crees que podíamos permitirte traerlo aquí… acaso no ves cómo te adoran tus hermanas? ¿Cuánto te admiran y desean ser como tú?

Lorna no hizo caso del repetido discurso. Les dijo a sus padres sin ningún apasionamiento:

– Quiero que los dos sepáis que he perdido todo afecto por ustedes, por lo que me han hecho. Por ahora, seguiré viviendo aquí porque no tengo a dónde ir. Pero me casaré con el primer hombre que me lo pida, con el propósito de alejarme de vosotros. Espero que estéis muy contentos con el resultado de ese acto tan malévolo.

Serena, inspirándose en la hermana Marlene, salió del salón.


A eso de las once de la noche, cuando la tía Agnes se escabulló dentro del cuarto de Lorna, el espíritu que dominaba era muy diferente. Las dos se estrecharon y procuraron calmar los convulsionados y doloridos corazones.

– Era un varón -logró decir Lorna en un murmullo entrecortad Me lo arrebataron contra mis deseos. Nunca lo vi limpio, siquiera… con la carita en… ensangrentada. No sé ni qué color de cabello tiene.

– Oh, mi preciosa chiquilla herida.

Mientras Lorna lloraba sobre su hombro, Agnes preguntó:

– ¿Lo sabe Jens?

– No. Tengo que decírselo. -Lorna se apartó y se secó los ojos un pañuelo de algodón-. ¿Lo viste, tía Agnes?

– No. Pero hablé con Tim, y sé que el negocio está floreciente. Des… de la regata, todos quieren una embarcación de Astilleros Harken. Sabes dónde está, ¿no es así?

Lorna miró por la ventana.

– Sí, pasé muchas semanas imaginándolo allá.


Fue al día siguiente, vestida con la falda de rayas azules y blancas que tenía la primera vez que compartió un picnic con Jens. Con expresión solemne, se puso el alfiler en el sombrero de paja y, al contemplarse en el espejo, vio una mujer agria donde el año anterior había una muchacha despreocupada. Tomó la embarcación pequeña sin pedir permiso, convencida de que Gideon no tendría agallas para prohibirle el "poco femenino deporte de la navegación", después de lo que había pasado. Las pocas lecciones que logró sonsacarle a Mitch Armfield no la dejaron bien preparada para manejar un bote de un tripulante. Si zozobraba y se hundía, no le importaba: esa posibilidad no le daba el menor miedo, al pensar en la reacción que esperaba de Jens. A decir verdad, era preferible ahogarse a que él la rechazara.

No tuvo dificultades para encontrar el lugar. Se veía desde la North Bay, con su madera nueva todavía rubia y clara contra el telón verde de la costa. Mientras se acercaba pensó que era grande, admiró el techo alto y las proporciones grandiosas. Se había propuesto permanecer tan serena como la hermana Marlene, pero al avistar el velero de Tim, el Manitou, amarrado a un muelle asombrosamente largo, el armadero en sí mismo, con las ventanas del desván abiertas arriba, y las amplias puertas que daban al Oeste dejando entrar la luz de finales de la mañana, y los senderos que se extendían desde ahí hasta el agua, Lorna sintió un impulso y echó a correr. La acompañó un agudo anhelo de vivir ahí, con él, en ese lugar que los dos habían soñado. Oh, ver al hijo de ambos sujetarse a la pierna del padre para mantener el equilibrio y aprender a caminar por esos senderos hasta el agua, y a diseñar, construir y navegar veleros como Jens le habría enseñado a hacerlo.

Lorna amarró al muelle y caminó por él, echando un vistazo al Manitou al pasar, sintiendo una oleada de nostalgia porque se parecía mucho al Lorna D. Al acercarse a la playa, alzó la vista y, para su horror, comprendió que había pañales secándose en la cuerda.

¡Dios querido, había encontrado al niño!

Se detuvo como si hubiese echado raíces, con la vista fija en ellos hasta que el sentido común le dictó una posibilidad más creíble, aunque estremecedora: se había casado con alguna viuda.

Con esfuerzo, movió los pies… caminando por el muelle hasta la playa recientemente despejada, caminando por la arena hasta los largueros de madera, entre los largueros cada vez más cerca el sonido del papel de lija frotando, y el golpe leve de un martillo.

Se detuvo en la entrada. La construcción era tan alta, ancha y venerable como el interior de una iglesia, con la luz moteada que caía por las ventanas y las puertas abiertas, y la madera nueva de la construcción en sí misma, aún tan clara como grano maduro. Olía igual: a cedro aromático, a cola y a serrín.

Tres hombres trabajaban en una nueva embarcación: Jens, Ben Jonsori y un extraño de cuerpo robusto.

El desconocido fue el primero en verla y dejó de lijar.

– Bueno, ¡hola! -dijo, irguiéndose.

– ¡Hola! -respondió Lorna.

Jens y Ben dejaron de trabajar y se enderezaron, también.

– ¿En qué puedo servirla? -preguntó el extraño.

Apartó la vista de él, vio a Jens y Jonson dijo:

– Hola, señorita Barnett.

Jens no dijo nada. La contempló unos segundos)è reanudó el trabajo. Desde arriba, llegó el aroma de la comida y el sonido de voces infantiles que acrecentaron los temores de Lorna.

– Usted es Lorna -dijo el desconocido, acercándose con la mano extendida-. Yo soy Davin, el hermano de Jens.

– Oh, Davin -dijo, aliviada-. Bueno, Dios mío, no sabía que había venido. Me alegro de conocerlo.

– Supongo que habrá venido a ver a Jens.

El aludido siguió lijando, sin hacerle caso.

– Sí… sí, así es.

Davin paseó la mirada ida y vuelta de uno a otro.

– Bueno… escuche… por el olor, creo que Cara tiene la comida lista arriba y en lo que a mí respecta, me vendría bien una pausa. ¿Qué opinas, Ben?:

Ben dejó el martillo y se limpió las manos en los muslos.

– Sí, claro, me parece bien.

Davin le dijo a Lorna:

– Oímos hablar mucho de usted. Estoy seguro de que a Cara le gustaría conocerla antes de que se vaya. Quizá tenga tiempo para subir a tomar: una taza de café con ella.

La muchacha le dirigió su mejor sonrisa estilo hermana Marlene; aunque por dentro se sentía cristalizada y estremecida.

– Es muy amable -dijo, con sinceridad, pues le agradó a primera vista ese individuo que, en circunstancias más felices habría sido su cuñado.

– Bueno, vamos, Ben -dijo, y los dos subieron una escalera de tablas que quedaba a la izquierda de Lorna.

Cuando se fueron, Lorna esperó junto a la puerta a que Jens hiciera algún gesto de reconocimiento, pero él siguió lijando, y dándole la espalda. Contemplar esa espalda tan familiar, tan amplia, que se sacudía mientras trabajaba, le hizo un nudo en la garganta. Se acercó, temerosa, y se detuvo a cinco pasos.

– ¡Hola, Jens! -dijo, en tono plañidero.

Nada.

Las sisas de la camisa de cambray azul estaban húmedas, y los tirantes negros, cubiertos de serrín.

– ¿Nunca me saludarás?

Nada.

Ahí parada, como una escolar recitando unos versos, los pies inmóviles, las manos unidas a la espalda, sintió que la desesperación y la mortificación le dolían y tenía una terrible necesidad de que se diera la vuelta y le hablase con gentileza.

– Es un gran edificio… todo lo que siempre quisiste. Y tu hermano y Ben trabajan para ti. ¡Mi Dios, debes ser feliz!

– Sí, en verdad soy feliz -respondió con amargura.

Lorna tragó para deshacer el nudo que tenía en la garganta y probó de nuevo:

– Me enteré de que ganaste la regata de manera brillante.

Jens se enderezó y se volvió, con los hombros hacia atrás y el pecho ensanchado, golpeó la lija contra el muslo para librarla de polvo.

– Estoy ocupado, Lorna. ¿Qué quieres?

– Oh, Jens… -murmuró, con la voz rota- por favor, no hagas eso… -Se le estrujó el pecho y las lágrimas corrieron por los bordes de los párpados-. Porque creo que no podré… oh, Dios… fueron tan terribles estas últimas semanas. -Cerró los ojos y las lágrimas cayeron. Los abrió y susurró-: Tuve un varón, Jens. -La lija dejó de frotar-. Sólo lo vi una vez, antes de que me lo quitaran. Mis padres se lo llevaron sin preguntarme, y lo dieron.

Desde arriba llegaron voces infantiles y mido de sillas que eran arrastradas.

Jens dijo:

– No te creo. Tú lo entregaste.

– No, Jens, no… No lo hice. -El rostro de Lorna se contrajo-. Mi madre fue a verme y, cuando se fue, las monjas me dijeron que se había llevado al niño pero nadie me dijo a dónde.

– ¡Te gustaría que creyese eso! -Estaba tan furioso que le apareció una línea blanca alrededor de los labios. Giró el torso hacia ella y, por un instante, Lorna pensó que le iba a pegar-. Bueno, pues no te creo. Cuando fui a verte, ya habías tomado la decisión. Estaba tan claro como el agua que te convencieron, y te diste cuenta de que tu vida sería mucho más simple si no tuvieras que explicar la existencia de un bastardo que habrías tenido que llevara tu casa, de modo que te precipitaste a darlo, ¿no? ¡Bastó con que… que te descartaras de él, lo dieras a cualquiera, y el problema estaba solucionado! ¡Bueno, escucha bien esto! -Le aferró el antebrazo izquierdo y se lo dobló con fuerza contra el pecho-: El día en que te conocí, fue el más desdichado de mi vida. Desde entonces, no tuve más que desgracias. Pequeña perra rica que olfatea por la cocina, por el cobertizo y por mi dormitorio, buscando a algún condenado estúpido para curar la comezón. Bueno, no cabe duda de que te la curé, ¿verdad? Pero tienes suficiente dinero hasta para arreglar eso, ¿no es cierto? -Tenía el rostro pegado a ella, con expresión de disgusto. Aaah… -Le dio un súbito empujón-. Sal de aquí. No tengo nada que decirte.

Se golpeó con la cadera contra una pila de madera. Le corrió por la pierna un ramalazo de dolor y se quedó mirando la espalda de Jens a través de las lágrimas. El hombre se alejó y reanudó el lijado con movimientos feroces y vehementes.

Lorna se frotó el brazo dolorido, repitió para sí misma muchas negativas, aunque sabía que no estaba dispuesto a escuchar ninguna. Lo único que hacía era lijar…, y lijar…, y lijar, intentando borrar la ira, el dolor, a ella. Cada impulso parecía arrancar una capa fina del corazón de Lorna, hasta que sintió que le iba a estallar. Cuando ya no pudo soportar tanta enemistad, se rehizo, se apartó de la pila de madera y susurró:

– Estás equivocado -y huyó.

Cuando se fue, Jens dejó de lijar y enderezó la espalda, vértebra por vértebra. Oyó los pasos que corrían por el muelle, vio la pequeña vela que la llevaba hacia el Oeste, alejándola de él. Tras varios minutos, dejó caer los hombros y se apoyó contra el molde del barco, doblando el cuerpo sobre sí mismo mientras se deslizaba al suelo. Allí, agarrándose la cabeza con el papel de lija atrapado en el cabello, Jens Harken lloró.

17

Oh, ese verano tan amargo, tan lúgubre en el que Jens vivía al otro lado del lago, y a Lorna le parecía imposible vivir… Hacía poco más que existir. Ponía un pie delante del otro y se movía cuando era necesario; se ponía comida en la boca cuando el cuerpo le enviaba señales de advertencia; pasaba horas insomnes contemplando desde la cama las sombras que proyectaba la luna, y los amaneceres desde el asiento junto a la ventana; escribiendo páginas innumerables en su diario; empezó casi cien poemas, pero no terminó ninguno. Rechazó todas las invitaciones.

Sólo una actividad le daba cierto grado de paz.

Navegar.

No pedía permiso ni recibía regañinas por usar el falucho y Gideon se acostumbró a no encontrarlo a todas horas del día. Los residentes del lago se habituaron a verla en la neblina rosada de la mañana, con la vela izada antes de que se percibiera viento; y bajo el duro sol blanco del mediodía, veían la pequeña embarcación con la quilla hacia arriba y la muchacha colgada de un lateral; en la brisa más suave de la noche… a la deriva, con la vela recogida, tendida de espaldas contemplando el cielo, que era cuando el barco parecía abandonado.

Levinia le decía:

– Estás delgada como un junco, y bronceada que es un honor. Por favor, mantente fuera del sol.

Theron decía:

– Nunca permites que nadie vaya contigo. ¿No podría acompañarte una sola vez, pooor faaavoor?

Phoebe Armfield decía.

– Lorna, echo de menos hacer cosas contigo.

Jenny decía:

– ¿Es por Taylor por lo que estás tan triste? ¿Todavía sientes algo por él? Si aún lo amas, dímelo.

Gideon decía:

– Ningún hombre querrá casarse con esta muchacha. Piensan que no es normal que navegue por el lago soñando despierta día tras día.