Dallie había intentado escapar de los puños de Jaycee tanto como le fue posible. El aula llegó a ser su refugio más seguro, y a diferencia de sus amigos él nunca odió la escuela… a menos que tuviera un conjunto especialmente feo de magulladuras en su cara, entonces se marchaba a observar a los caddies que trabajaban en el cercano club de golf. Ellos le enseñaron a jugar al golf, y cuando cumplió los doce, había encontrado allí un refugio más seguro y constante que la escuela.

Dallie se sacudió sus viejos pensamientos y le dijo a Skeet que era hora de marcharse. Volvieron al motel, pero aunque estaba cansado, Dallie había estado pensando acerca del pasado y eso presagiaba que no iba a poder dormir mucho esa noche.

Con la ronda de calificación completada y el pro-am finalizado, el verdadero torneo empezaba al dia siguiente. Como todos los grandes torneos de golf profesionales, el Orange Blossom, tenía dos jornadas completas, jueves y viernes. Los jugadores que sobrevivían al corte después del viernes pasaban a los dos dias finales.

– Ahora, tienes que tratar de estar tranquilo hoy, Dallie -le dijo Skeet.

Se echó la bolsa de golf de Daillie al hombro y miró nerviosamente al tablón de los líderes, que tenía el nombre de Dallie con un papel prominente puesto por encima.

– Recuerda que juegas tu propio partido hoy, nadie más. Deja esas camaras de televisión fuera de tu mente y concéntrate en dar un golpe cada vez.

Dallie no dió ni una cabezada de reconocimiento a las palabras de Skeet. En lugar de eso, sonrió a una espectacular morena que estaba cerca de las cuerdas que delimitaba el espacio para los aficionados. Ella sonrió y él marchó a echar unas pocas risas con ella, actuando de la manera más despreocupada posible, como si no fuera de vital importancia ganar este torneo, como si este año no hubiera Halloween.

Dallie quedó para jugar la final de foursome (modalidad de competición) con Johnny Miller, lider en ganancias, y ganador del año anterior. Cuando Dallie se encaminaba al tee, Skeet le entregó una madera-tres y le dio sus últimos consejos.

– Recuerda que eres el mejor golfista joven en el campo hoy, Dallie. Tú lo sabes y yo lo sé. ¿Que te parece si le permitimos al resto de esta gente que lo sepa también?

Dallie asintió, se puso en postura, y empezó a practicar el golpe que haría historia.

Al final de los catorce hoyos, Dallie era todavía lider con dieciseís golpes bajo el par. Con sólo cuatro hoyos por jugar, Johnny Miller le pisaba los talones, pero todavía llevaba cuatro golpes más. Dallie se sacó a Miller del pensamiento y se concentró en su propio juego. Cuando metió un putt (golpe que se da cerca de la bandera, para finalizar los hoyos) de cuatro metros, se dijo que había nacido para jugar al golf.

Algunos defienden que los jugadores se hacen, pero otros creen que nacen. Finalmente viviría de acuerdo con la reputación que las revistas habían creado de él. Viendo su nombre en la cima del tablón de líderes del Orange Blossom, Dallie se sintió como si hubiera salido de la matriz con una pelota de Titleist apretada en la mano

Sus zancadas eran más largas cuando iba andando por la calle (calle es el recorrido desde el tee de salida hasta el green) del hoyo 15. Las cámaras de televisión le seguían a todas partes, y enturbiaban su concentración. Las derrotas en las rondas de los dos últimos años, estaban muy lejos ahora. Fueron casualidades, nada más que casualidades. Este chico de Texas estaba a punto de incendiar el mundo del golf.

El sol caía de lleno sobre su pelo rubio y calentaba su camisa. En la grada, una aficionada le lanzó soplando un beso. Él se rió e hizo como si agarraba el beso y se lo guardaba en el bolsillo.

Skeet sacó un hierro-ocho para un golpe fácil de enfocar al green del hoyo 15. Dallie miró la tarjeta del club, evaluó las notas, y tomó su decisión. Se sentía fuerte y con el control. Su liderato era sólido, su juego también, nada podría arrebatarle esta victoria.

Nadie salvo el Oso.

¿No crees de verdad que puedes ganar este torneo, no es cierto Beaudine?

La voz del Oso empezó a sonar en la cabeza de Dallie tan clara como si Jack Nicklaus estuviera parado a su lado.

Los campeones como yo ganamos torneos de golf, no fracasados como tú.

Vete de mi cerebro, chilló Dallie. ¡No aparezcas ahora! El sudor comenzó a estallar en su frente. El apretó el puño, trató de concentrarse otra vez, trató de no escuchar esa voz.

¿Qué has conseguido demostrar hasta ahora? ¿Que has hecho en la vida salvo joder siempre las cosas?

¡Sál de mi cabeza! Dallie dio un paso lejos de la pelota, reexaminó la línea, y se posicionó otra vez. El retrocedió el palo y golpeó.

La multitud dejó salir un gemido colectivo cuando la pelota fue a la izquierda y calló en una zona de maleza. En la mente de Dallie, el Oso sacudió la gran cabeza rubia.

Eso es exactamente de lo que hablo, Beaudine. No tienes madera para ser un campeón.

Skeet tenía una expresión claramente preocupada, y se acercó a Dallie.

– ¿De donde diablos has sacado ese tiro? Ahora lo vas a pasar muy mal para hacer el par (par es realizar el recorrido del hoyo en el nº de golpes estipulados)

– Acabo de perder el equilibrio -chasqueó Dallie, mirando lejos hacia el green.

Acabas de perder tus agallas, cuchicheó el Oso a su espalda.

El Oso había comenzado a aparecer en la cabeza de Dallie poco tiempo después de entrar en profesionales. Antes, sólo estaba la voz de Jaycee en su cabeza.

Lógicamente, Dallie entendía que él mismo había creado a su propio Oso, y él sabía que había una gran diferencia entre el Jack Nicklaus de hablar suave y correcto de la vida diaria y esta criatura del infierno que hablaba como Nicklaus, y se parecía a Nicklaus, y sabía todos los más profundos secretos de Dallie.

Pero la lógica no tenía mucho que hacer con sus diablos privados, y no era accidental que ese diablo privado de Dallie hubiera tomado la forma de Jack Nicklaus, un hombre que él admiraba más que a nadie… un hombre con una hermosa familia, respetado por sus compañeros, y el jugador más grande de golf que el mundo había visto jamás. El Oso le susurró en el momento de lanzar el put en el hoyo 17. La pelota bordeó el agujero y se alejó varios metros.

Johnny Miller lanzó a Dallie una mirada simpática, entonces preparó su propio put para hacer su golpe. Dos hoyos después cuándo Dallie golpeó su driver (golpe largo) en el dieciocho, su cuarto golpe fue parecido al de Miller.

Tu viejo te dijo que nunca llegarías a nada, dijo el Oso cuando Dallie dejó el golpe muy corto a la derecha. ¿Estás escuchando?

Cuando Dallie peor jugaba, más bromeaba con el público.

– Ahora, ¿de dónde he sacado esa porquería de golpe? -les dijo, moviendo la cabeza con perplejidad simulada.

Y entonces señaló con un ademán exagerado a una señora cincuentona cerca de la cuerda.

– Señora, quizás usted pondría dejar en el suelo el bolso y venir aquí a dar este golpe por mí?

Hizo un bogey (1 golpe más del par) en el hoyo final y Johnny Miller un birdie (1 golpe menos). Después de firmar los dos jugadores sus tarjetas, el presidente del torneo dio a Miller el trofeo de campeón y un cheque por treinta mil dólares.

Dallie le estrechó la mano, le dio a Miller unas cuantas palmaditas de felicitación en el hombro, y continuó bromeando con el publico.

– Esto es lo que obtengo por permitir que Skeet me mantenga toda la noche de juerga en juerga bebiéndome toda la cerveza del Condado. Mi abuela podría haber jugado mejor que yo aquí hoy con un rastrillo del jardín y patines de ruedas.

Dallie Beaudine había pasado su niñez esquivando los puños de su padre, y nunca consintió que permitiera ver cuanto le dolía.

Capitulo 4

Francesca estaba estudiando su reflejo en los espejos de pared del fondo de su dormitorio, con una pila de vestidos desechados al lado. Su dormitorio decorado en tonos pastel, con sillas Louis XV, y un temprano Matisse. Como un arquitecto absorto en un cianotipo, parecia mirar alguna imperfección en su rostro tan concentrada y dura era su mirada.

Se había empolvado la pequeña y recta nariz con unos polvos traslúcidos valorado en doce libras la caja, los párpados cubiertos de escarcha con sombra color humo, y sus cejas, individualmente separadas con un peine diminuto de carey, habían sido revestidas con exactamente cuatro aplicaciones de rímel alemán importado.

Bajó su mirada crítica hacia abajo sobre su marco diminuto a la curva elegante de sus pechos, inspeccionó su estrecha cintura antes de seguir hacia sus piernas, maravillosamente vestidas con unos pantalones de ante verde suave complementados con una blusa de seda color marfil de Piero De Monzi.

La acababan de nominar como una de las diez mujeres más hermosas de Gran Bretaña en 1975. Aunque nunca hubiera sido tan tonta como para decirlo en voz alta, secretamente se preguntaba por qué la revista se había molestado con las otras nueve. Las facciones delicadas de Francesca estaban más acordes con la belleza clásica que con las de su madre o su abuela, y mucho más cambiable.

Sus ojos verdes rasgados podían convertirse en frios y lejanos cuando estaba enfadada, o tan descarados como una Madame del Soho cuando su humor cambiaba. Cuándo comprendió cuanta atención atraía, comenzó a acentuar su semejanza con Vivien Leigh y se dejó crecer su pelo castaño rizado, una nube suave hasta los hombros, ocasionalmente separado de su pequeña cara con pasadores para hacer la semejanza más pronunciada.

Cuando contempló su reflejo, no se veía superficial y vana, y por eso no comprendía como muchas de las personas que ella consideraba sus amigos apenas la podían tolerar. Los hombres la adoraban, y eso era todo lo que le importaba.

Ella era tan extravagantemente hermosa, tan encantadora cuando ponía empeño en ello, que sólo el hombre más frio podía resistírse a ella. Los hombres encontraban a Francesca como una droga totalmente adictiva, y aún después de que la relación hubiera acabado, muchos se descubrían volviendo a por un segundo golpe.

Como su madre, hablaba con hipérboles y con una invisible cursiva, haciendo de la ocurrencia más normal una gran aventura. Se murmuraba de ella que era una bruja en la cama, aunque los datos concretos de quién había penetrado la hermosa vagina de la encantadora Francesca se habían vuelto difusos con el tiempo.

Besaba maravillosamente, eso con toda seguridad, inclinándose sobre el pecho del hombre, enroscaba sus brazos como un gatito sensual, lamiendo a veces en la boca con la punta de la pequeña y rosada lengua.

Francesca nunca se paró a considerar que los hombres la adoraban porque no era ella realmente quien estaba con ellos. No tenian que sufrir sus irreflexivos ataques, su perpetúa impuntualidad, o sus resentimientos cuando no tenía lo que deseaba. Los hombres la hacían perfecta. Al menos un ratito… hasta que se aburría mortalmente. Entonces se volvía imposible.

Mientras se aplicaba brillo color coral en los labios, no pudo impedir reirse recordando su conquista más espectacular, aunque todavía estaba algo turbada por lo mal que se había tomado él el fin de la relación.

¿De todos modos, que podía hacer? Varios meses de desempeñar un papel secundario en todas sus responsabilidades oficiales había traído a la fria luz de la realidad esas visiones exquisitamente tibias de la inmortalidad que veía en los cristales de los coches, en las puertas entreabiertas de la catedral, anunciaba esas visiones de juegos totalmente inconcebibles para una chica que hasta hace poco dormía en un dormitorio de princesa.

Cuándo se dió cuenta que no quería llevar una relación con un hombre a disposición del gobierno inglés, intentó cortar lo más limpiamente posible. Pero él se lo había tomado más mal que bien. Pudo ver en ese momento su expresión al mirarla esa noche… inmaculadamente vestido, exquisitamente afeitado, con zapatos exclusivos.

¿Cómo demonios podía haber sabido que un hombre que no llevaba ni una sóla arruga en el exterior podía tener tantas inseguridades en el interior? Siguió recordando la tarde de hacía unos meses cuando dió por acabada su relación con el soltero más codiciado de Gran Bretaña.

Acababan de cenar en la intimidad de su apartamento, y su cara había parecido jóven y curiosamente vulnerable cuando la luz de una vela ablandó sus aristocráticas orejas. Ella lo miró por encima del conjunto de mantel de damasco con esterlina de doscientos años de antiguedad riveteado con hilos de oro de cuatro quilates, tratando de hacerle entender por la seriedad de su expresión que esto era todo mucho más difícil para ella de lo que podría ser posiblemente para él.