– Regresaré por el té, entonces -anunció el ama de llaves mientras se dirigia hacía la puerta.
Francesca se dio la vuelta para preguntarle sobre la cena y notó por primera vez que el ama de llaves se encorvaba hacia delante más de lo normal.
– ¿Te está molestando la espalda de nuevo? ¿No me dijiste que estabas mejor?
– Me dolía menos -contestó el ama de llaves, poniendo su mano pesadamente sobre el pomo de la puerta-. Pero lleva doliéndome bastante otra vez desde hace unos dias, casi no puedo inclinarme. Por eso me marcho unas horas… para ir a la clínica.
Francesca pensó cuán terrible sería vivir como la pobre Hedda, con medias arrolladas en los tobillos y una espalda que te doliera siempre que te movías.
– Deja que coja mis llaves -se ofreció impulsivamente-.Te llevaré con el coche al médico de Chloe en la calle Harley, ya nos enviará la cuenta.
– No es necesario, señorita. Puedo ir a la clínica.
Pero Francesca no quería oir más. Odiaba ver a las personas sufriendo y era injusto que Hedda no pudiera tener el mejor médico. Indicó al ama de llaves que la esperara en el coche, y se puso una blusa de seda debajo de un jersey de cachemir, unas pulseras de oro y marfil en las muñecas, hizo una llamada telefónica, se roció con unas gotas de esencia de melocotón de Femme y se marchó… no sin pensar antes en toda la basura de ropas y accesorios que tenía que recoger al volver para que Hedda no se agachara.
El pelo se arremolinaba alrededor de sus hombros cuando llegó al final de la escalera, una cazadora de piel de zorro balanceándose entre sus dedos, y botas de cuero suaves se hundían en el alfombra. Andando hacía el vestíbulo, pasó junto a dos grandes plantas en jardineras de cerámica. La poca luz solar que entraba en el vestíbulo, hacía que las plantas murieran y tuvieran que ser cambiadas constantemente, un despilfarro que ni Chloe ni Francesca se molestaban en preguntar. Los carillones de la puerta sonaron.
– Que molestia -murmuró Francesca, mirando su reloj. Si no se apuraba, no tendría tiempo de llevar a Hedda al médico y tener todavía tiempo de vestirse para la fiesta de Cissy Kavendish. Impacientemente, abrió la puerta principal.
Un policía uniformado estaba al otro lado de la puerta consultando una pequeña libreta que tenía en una de sus manos.
– Busco a Francesca Day -dijo, ruborizándose levemente cuando levantó la cabeza y vió su apariencia conmovedora.
Enseguida pensó que se trataba de las impagadas multas de tráfico que coleccionaba en el cajón de su escritorio, y le dijo con su mejor sonrisa.
– Usted la ha encontrado. ¿Lo sentiré?
El la miró solemnemente.
– Señorita Day, lo siento mucho pero le traigo malas noticias.
Por primera vez ella advirtió que él tenía algo en su otra mano. Un frío miedo repentino cayó sobre ella cuando reconoció el bolso de piel de avestruz Chanel de Chloe.
El tragó saliva incómodamente.
– Parece ser que ha habido un accidente bastante grave dónde su madre está implicada…
Capitulo 5
Dallie y Skeet viajaban por la autopista 49 de Estados Unidos hacia Hattiesburg, Misisipí. Dallie había podido agarrar un par de horas de sueño en el asiento de atrás mientras Skeet conducía, pero ahora estaba detrás del volante otra vez, contento por que no tenía que estar en el club de golf hasta las 8:48 de la mañana, así que tendría tiempo de practicar unas cuantas bolas primero.
Odiaba conducir toda la noche después de un torneo para llegar al siguiente más que cualquier otra cosa. Si los peces gordos de la PGA tuvieran que hacer unos pocos hoyos despues de haberse pasado toda la noche conduciendo por tres estados, se imaginaba que cambiarían las reglas y las fechas bien pronto.
En el campo de golf, Dallie no era demasiado cuidadoso vistiendo… un largo normal de camisas, nada de animales pintados y nada rosa… pero era bastante particular acerca de sus ropas fuera del campo. Prefería llevar Levi's ceñidos y desteñidos, botas de cuero tejanas hechas a mano y camisetas lo suficientemente viejas para tirarlas lejos si estaba de mal humor o utilizarlas para abrillantar el capó de su Buick Riviera sin preocuparse por destrozarlas.
Algunas de sus seguidoras le enviaban sombreros de cowboy, pero nunca se los ponía, favoreciendo el uso de las gorras, como la que llevaba ahora. Siempre decía que al Stetson lo habían arruinado los agentes de seguros gordinflones que los llevaban de poliester. No es que Dallie tuviera nada contra el poliéster… al fin y al cabo era invento americano.
– Aquí hay una historia para tí -dijo Skeet.
Dallie bostezó y se preguntó si sería capaz de hacer bien un golpe con el maldito hierro-dos. Había fallado ese golpe el dia anterior, y no comprendía por qué. Después del desastre del Orange Blossom, había mejorado su juego, pero todavía no había podido terminar arriba ningún torneo grande esta temporada.
Skeet puso el tabloide más cerca a la luz de la guantera.
– ¿Recuerdas que te enseñé una foto de esa pequeña chica inglesa, la que estaba en la fiesta con ese príncipe y las estrellas de cine?
Quizá cambiaba su peso demasiado rápido, pensó Dallie. Por eso tenía el problema con su hierro-dos. O podía ser su backswing.
Skeet siguió.
– Recuerdo que dijiste de ella que parecía una de esas mujeres que no sacudirían la mano a menos que le llevaras un anillo de diamantes. ¿Recuerdas ahora?
Dallie gruñó.
– De todos modos, parece que su madre murió atropeyada por un taxi la semana pasada. Ponen una foto de ella aquí, saliendo del funeral y lo que sigue es terrible. "La inconsolable Francesca Day de la alta sociedad llora a su madre", eso dicen. ¿Como crees que alguien puede escribir algo como eso?
– ¿Como qué?
– Inconsolable. Escribir eso.
Dallie cambió su peso en una cadera y buscó en el bolsillo trasero de su vaqueros.
– Ella es rica. Si fuera pobre dirían solo que está "triste". ¿Tienes algún chicle más?
– Un paquete de Juicy Fruit.
Dallie negó con la cabeza.
– Hay una parada para camioneros a unos pocos kilómetros. Estiraremos las piernas.
Pararon y tomaron café, antes de volver de nuevo al coche. Llegaron a Hattiesburg con el tiempo de sobra para que Dallie fuera al tee descansado, y se calificó fácilmente para el torneo.
Antes de llegar al motel esa tarde, pararon en la oficina de correos de la ciudad para verificar su apartado de correos. Encontraron un montón de facturas esperándolos, junto con unas pocas cartas… una de ellas comenzó una discursión que los siguió al motel.
– Yo no me vendo, y no quiero oír más acerca de ello.
Dallie chasqueó la lengua cuando tiró su gorra lejos y se sentó de golpe en la cama del motel, quitándose la camiseta por encima de la cabeza.
Skeet ya llegaba tarde a una cita que se había conseguido con una camarera de pelo rizado, pero miró por encima de la carta que él tenía en la mano y estudió el pecho de Dallie con sus hombros anchos y músculos bien definidos.
– Eres la persona más terca que he conocido a lo largo de mi vida. Esa cara bonita tuya junto con esos músculos desarrollados en exceso en el pecho nos podría hacer con más dinero en este momento que el que tú y tu oxidado hierro-cinco podaís ganar en toda la temporada.
– No poso para ningún calendario de pacotilla.
– O. J. Simpson ha aceptado hacerlo, junto con Joe Namath y un esquiador francés. Diablos, Dallie, tú eres el único golfista que puede aparecer.
– ¡No pienso hacerlo! -gritó Dallie-. No me vendo.
– Hiciste esos anuncios para Foot-Joy.
– Eso es diferente y lo sabes.
Dallie entró como un relámpago al cuarto de baño y cerró la puerta, gritando desde dentro.
– ¡Foot-Joy hace unos malditos y elegantes zapatos de golf!
El chaparrón pasó y Skeet sacudió la cabeza. Murmurando entre sí, cruzó el pasillo hasta su propia habitación. Durante mucho tiempo había sido obvio para todos que la belleza de Dallie atraería a Hollywood, pero el muy tonto no tomaría ventaja de ello. Los buscadores de talentos le habían estado llamando de forma regular con llamadas de larga distancia desde el primer año de profesionales, pero lo único que Dallie pensaba de ellos era que eran sanguijuelas y terminaba haciendo comentarios despectivos referentes a sus madres, que hubiera sido más terrible si lo hubiera dicho en la cara.
¿Qué era tan terrible, se preguntaba Skeet, acerca de ganar algún dinero abundante a bajo tipo de interés un tiempo? Hasta que Dallie empezara a ganar algún grande, no verían contratos comerciales de seis cifras, algo que Trevino ya lograba, por no hablar de los increibles contratos de Nickaus y Palmer.
Skeet se peinó y cambió una camisa de franela por otra. No comprendía dónde estaba el condenado problema de posar para un calendario, a pesar de tener que compartir espacio con niños bonitos como J. W. Namath. Dallie tenía lo que los buscadores de talento llamaban magnetismo sexual.
Demonios, aún estando medio ciego podías ver eso. Por muy mala racha que tuviera en su juego, siempre tenía las gradas repletas, y el ochenta por ciento de ese público usaba lápiz de labios. Un minuto después de haber finalizado su partido, esas mujeres le rodeaban como las moscas a la miel.
Holly Grace dijo que a las mujeres les gustaba Dallie porque sabían que él no llevaba ninguna ropa interior de colores coordinados o boxers como Wayne Newton. Lo que tenemos con Dallas Beaudine, Holly Grace había insistido más de una vez, es el Último Macho Americano 100% Genuino de el Estado de la Estrella Solitaria.
Skeet cogió la llave del cuarto y rió entre dientes para si mismo. La última vez que habló con Holly Grace por teléfono, dijo que si Dallie no ganaba un gran torneo pronto, le agarrara de las orejas y lo llevara al lugar dónde le sacarían de esa miseria.
La fiesta anual de Miranda Gwynwyck, se celebraba la última semana de septiembre y estaba en plena actividad, la anfitriona inspeccionaba las fuentes de langostinos, de corazones de alcachofas, y de langostas rojas del Mediterráneo con gran satisfacción. Miranda, autora del exitoso libro feminista "La Mujer es Guerrera", adoraba hacer de anfitriona, para demostrar al mundo que ser feminista y vivir bien no estaba peleado.
Su política personal no le permitía llevar vestidos ni faldas, pero ser anfitriona le daba derecho a ejercer lo que llamaba en su libro la faceta "doméstica"… la más civilizada forma de la naturaleza humana, sin masculino o femenino.
Sus ojos barrieron sobre el grupo selecto de huéspedes que había reunido entre las paredes punteadas de su sala de recibir, decorado de nuevo en agosto como un regalo de cumpleaños del hermano de Miranda.
Los músicos y los intelectuales, varios miembros de la nobleza, un racimo de escritores y actores muy conocidos, unos pocos charlatanes para poner picante… exactamente la clase de personas estimulantes que ella adoraba tener juntos.
Y entonces frunció el ceño cuando su mirada cayó en el inconveniente proverbial de su satisfacción… la diminuta Francesca Serritella Day, espectacularmente vestida como siempre y, como siempre, el centro de la atención masculina.
Ella miró el revoloteo de Francesca de una conversación a otra, viéndose increiblemente hermosa en un mono turquesa de seda. Ella movió su nube de brillante pelo castaño como si el mundo fuera su ostra de perla personal cuando todos en Londres sabían que estaba realmente sin blanca. Que sorpresa se debió llevar al comprobar las numerosas deudas de Chloe.
Sobre el ruido cortés de la fiesta, Miranda oyó la risa generosa de Francesca y escuchó como ella saludaba a varios hombres de forma seductora, la voz de espera-que-te-cuente-esto, acentuando descuidadamente las palabras menos importantes de una manera que a Miranda la ponía furiosa. Pero, ¿que provocaba que los estúpidos bastardos la rodearan en pequeños charcos fundidos a sus pies?. Desgraciadamente, uno de esos bastardos estúpidos era su amado propio hermano Nicky.
Miranda frunció el entrecejo y recogió una nuez de macadamia de un tazón opalescente de Lalique impreso con libélulas. Nicholas era la persona más importante en el mundo para ella, un hombre maravillosamente sensible con un alma culta. Nicky la había alentado a escribir La Mujer es Guerrera. Él la había ayudado a refinar sus pensamientos, le traía su café de noche, y lo más importante, la había protegido de la crítica de su madre sobre por qué su hija, con unos ingresos anuales de cientos de miles de libras, tenía que meterse con tales tonterías.
Miranda no podía soportar la idea de estarse quieta mientras Francesca Day le rompía el corazón. Durante meses había visto revolotear a Francesca de un hombre a otro, dando la espalda a Nicky siempre que ella se encontraba entre admiradores. Cada vez él esperaba su regreso, un poco más harto, quizás, con menos entusiasmo… pero volvía a ella de cualquier forma.
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