– Cuando estamos juntos -él había explicado a Miranda-. Me hace sentirme como si fuera el más ingenioso, el más brillante, que la mayoría de los hombres en el mundo.
Y entonces agregó secamente:
– A menos que esté de mal humor, por supuesto, si eso ocurre me hace sentir como si fuera una absoluta mierda.
¿Cómo lo hacía ella?Se preguntaba Miranda. ¿Cómo podía alguien tan intelectual y espiritualmente inferior tener tanto poder? En su mayor parte, Miranda no lo podía negar, era por su belleza extraordinaria. Pero además desprendía vitalidad, el ambiente se volvía etéreo a su alrededor.
Una artimaña barata de salón, Miranda pensó con repugnancia, estaba claro que Francesca Day no tenía nada en la cabeza. ¡Mírala apenas! Estaba practicamente sin un penique, y actuaba como si no tuviera problemas en el mundo. Quizás ella no se preocupaba, pensó Miranda inquietamente… porque confiaba que Nicky Gwynwyck y todos sus millónes la esperaban pacientemente con los brazos abiertos.
Aunque Miranda no lo sabía, ella no era la única persona que estaba preocupada en su fiesta esa noche. A pesar de su exposición exterior de alegría, Francesca se sentía miserable. Apenas el día anterior, había ido a ver a Steward Bessett, el prestigioso dueño de una agencia de modelos para pedirle trabajo.
Aunque no quería hacer carrera, ser modelo era una manera aceptable de ganar dinero en su círculo social, y había decidido que algo debería hacer para solventar sus problemas financieros.
Pero para su consternación, Steward le había dicho que ella era demasiado bajita.
– Por muy bella que sea la modelo, al menos debe medir 1,65 cms. si quiere dedicarse a la moda -le había dicho-. Tú apenas mides 1,55. Por supuesto, quizás sea capaz de obtenerle algunas poses… centrándose en tu rostro, ya sabes, pero necesitarás hacer unas pruebas primero.
Ahí fue cuando perdió la paciencia, gritándole que había sido fotografiada para algunas de las revistas más importantes del mundo y que ella jamás se prestaría a hacer antes unas pruebas, como una fétida aficionada. Ahora se daba cuenta que había sido insensato haber perdido así los estribos, pero no había podido controlarse.
Aunque hacía ya un año desde la muerte de Chloe, Francesca todavía encontraba dificil de aceptar la pérdida de su madre. A veces su pena parecía estar viva, un objeto palpable que crecía alrededor de ella.
Al principio sus amigos habían sido simpáticos, pero después de unos pocos meses, parecieron creer que ella debía poner su tristeza aparte, como lo que duraba la longitud del dobladillo ese año. Tenía miedo que dejaran de invitarla si dejaba de ser esa compañera alegre, y odiaba estar sola, así que finalmente había aprendido a guardarse su pena. Cuándo estaba en público, se reía y coqueteaba como si nada la preocupara.
Sorprendentemente, la risa había comenzado a ayudar, y en los últimos meses poco a poco sentía que finalmente se curaba.
A veces experimentaba aún los indicios vagos de cólera contra Chloe. ¿Cómo la pudo haber dejado su madre así, con un ejército de acreedores en la puerta como una peste de cigarras para arrebatarles todo lo que poseían? Pero la cólera nunca duraba mucho. Ahora que era demasiado tarde, Francesca entendía por qué Chloe había parecido tan cansada y distraída en esos meses antes de ser atropellada por el taxi.
Después de unas semanas tras la muerte de Chloe, los hombres en trajes con chaleco habían comenzado a aparecer en la puerta con documentos legales y ojos glotones. Primero las joyas de Chloe habían desaparecido, después el Aston Martin y las pinturas. Finalmente la casa que ella misma había vendido.
Eso había pagado lo último de sus deudas, pero la había dejado con unas míseras cientos de libras, de las cuales había gastado ya gran parte, y se alojaba en el hogar de Cissy Kavendish, una de las antiguas amigas de Chloe.
Desgraciadamente, Francesca y Cissy nunca se habían llevado del todo bien, y desde primeros de septiembre, Cissy había insinuado varias veces que quería que Francesca se mudara. Francesca no estaba segura cuanto tiempo más podía estar haciéndole vagas promesas.
Se forzó a reírse del chiste de Talmedge Butler y trató de encontrar consuelo en la idea de que estar sin dinero era un aburrimiento, una situación meramente temporal. Siguió con la vista a Nicholas a través de la habitación con su camisa Gieves y chaqueta Hawk de sport, junto con pantalones de pinzas grises.
Si se casaba con él, tendría seguramente todo el dinero que necesitara, pero sólo había considerado la opción seriamente una tarde tras recibir una odiosa llamada de un hombre que le dijo las cosas más desagradables si no pagada pronto el dinero de las tarjetas de crédito.
No, Nicholas Gwynwyck no era una solución a sus problemas. Ella despreciaba a las mujeres que estaban tan desesperadas, e inseguras de si mismas, que se casaban por dinero. Tan sólo tenía veintiún años. Su futuro era demasiado especial, prometía demasiado brillante, para arruinarlo a causa de un contratiempo temporal. Algo sucedería pronto. Todo lo que debía hacer era esperar.
– … Es un pedazo de basura que yo transformaré en arte -cogió al vuelo un trozo de conversación de un hombre elegante vestido de Noel Cowardish con su cigarrillo en la mano, cuya manicura llamó a Francesca la atención.
El se separó de Miranda Gwynwyck para ponerse a su lado.
– Hola, querída mia. Eres increíblemente encantadora, y he estado esperando toda la tarde para presentarme. Miranda dijo que yo te gustaría.
Ella sonrió y puso la mano en la que él la extendía.
– Francesca Day. Espero que valga la pena la espera.
– Lloyd Byron, y lo vales, definitivamente. Nos conocimos hace tiempo, aunque seguramente no me recuerdes.
– Al contrario, te recuerdo muy bien. Eres un amigo de Miranda, un famoso director cinematográfico.
– Es cierto, lo lamento, otro que se ha vendido a los dólares yanquis.
Él inclinó su cabeza atrás dramáticamente y habló al techo, liberando un anillo de humo perfecto.
– Cosa miserable, el dinero. Hace que la gente más extraordinaria haga todo tipo de cosas depravadas.
Los ojos de Francesca se abrieron traviesamente.
– ¿Que cosas depravadas hace esa gente, si te lo puedo preguntar?
– Muchas cosas, demasiadas.
Tomó un sorbo de un vaso generosamente lleno de algo que parecia whisky escocés.
– Todo conectado con Hollywood es depravado. Yo, sin embargo, estoy determinado a poner mi propio sello a pesar que la mayoría de películas son estúpidamente comerciales.
– Que tremendamente valiente eres.
Ella sonrió con lo que esperaba que pasara por admiración, pero era realmente de diversión ante su parodia casi perfecta del director hastiado forzado a vender su arte.
Los ojos de Lloyd Byron le trazaron los pómulos y se demoraron en la boca, su inspección admirativa era lo suficientemente desapasionada para decirla que él prefería la compañía masculina a las mujeres. El embolsó los labios y se inclinó hacía delante como si estuviera confiándole un gran secreto.
– En dos días, querida Francesca, parto para Misisipí un lugar dejado de la mano de Dios para empezar a filmar algo llamado Delta Blood, una guión que he transformado de un trozo de basura en un fuerte reclamo espiritual.
– Me encantan las películas con transfondo espiritual -ronroneó, levantando una copa de champán frío de una bandeja que pasaba mientras cotilleaba secretamente a Sarah Fargate-Smyth tratando de decidir si su vestido de tafetán era de Adolfo o de Valentino.
– Pienso hacer de Delta Blood una alegoría, una declaración de la reverencia tanto para la vida como para la muerte -él hizo un gesto dramático con su vaso sin tirar una gota-. El ciclo duradero del orden natural. ¿Entiendes?
– Los ciclos duraderos son mi particular especialidad.
Por un momento él pareció traspasar su piel con la mirada, y entonces apretó sus ojos cerrándolos dramáticamente.
– Puedo sentir tu fuerza de la vida golpeando tan intensamente el aire que me roba el aliento. Arrojas vibraciones invisibles con apenas el movimiento más pequeño de la cabeza -él apretó la mano en su mejilla-. Estoy absolutamente seguro que nunca me equivoco con las personas. Tócame la piel. Estoy sudando.
Ella sonrió.
– Quizás los langostinos estaban poco frescos.
El asió la mano y besó sus puntas de los dedos.
– Es amor. Me he enamorado. Yo absolutamente te tengo que tener en mi película. En el momento en que te vi, supe que eras perfecta para hacer mi Lucinda.
Francesca levantó una ceja.
– Yo no soy una actriz. ¿Quién te dió esa idea?
El frunció el entrecejo.
– Nunca pongo etiquetas a las personas. Tú eres lo que yo percibo que seas. Le diré a mi productor que simplemente me niego a hacer la película sin tí.
– ¿No piensas que eso sería algo muy extraño? -dijo con una sonrisa-. Practicamente lo has decidido en menos de cinco minutos.
– Lo he sabido toda mi vida, y siempre confío en mis instintos; eso es lo que me diferencia de los otros -los labios formaron un óvalo perfecto y emitieron un segundo anillo del humo-. El papel es pequeño pero memorable. Experimento con el concepto del viaje físico así como espiritual en el tiempo… una plantación meridional en la cima de su prosperidad en el siglo XIX y luego la misma plantación hoy, abandonada y decadente. Quiero utilizarte al principio en varias escenas cortas pero infinitamente memorables, mostrándote como una joven virgen inglesa que viene a la plantación. No tiene guión, pero su presencia consume absolutamente la pantalla. Esto podría ser un gran escaparate si estás interesada en hacer una carrera.
Por una fracción de segundo, Francesca sintió realmente una tierra virgen, teniendo una loca e irracional tentación. Una carrera cinematográfica sería la respuesta perfecta a todas sus dificultades financieras, y la actuación y el drama siempre han sido parte de ella.
Pensó en su amiga Marisa Berenson, que le iba fenomenalmente bien en su carrera cinematográfica, y entonces casi se rió en voz alta ante su propia candidez. Los verdaderos directores no abordaban a mujeres extrañas en cócteles y les ofrecían papeles cinematográficos.
Byron había sacado un pequeño cuaderno con pastas de cuero del bolsillo del pecho y garabateaba algo adentro con una pluma de oro.
– Tengo que salir de Londres mañana para los Estados Unidos, así que me llamas a mi hotel antes del mediodía. Aquí podrás localizarme. No me desilusiones, Francesca. Mi futuro entero depende de tu decisión. No puedes rechazar esta oportunidad de aparecer en una pelicula americana de alto nivel.
Cuando tomó el papel y lo deslizó en su bolsillo, ella se refrenó de comentarle que esa Delta Blood no sonaba precisamente como una pelicula americana de alto nivel.
– He estado encantada de hablar contigo, Lloyd, pero comprende que no soy una actriz.
El presionó ambas manos, una conteniendo su bebida y la otra su boquilla, sobre sus orejas de modo que parecía una criatura espacial echando humo.
– ¡Nada de pensamientos negativos! Tú eres lo que te propongas ser. Una mente creadora rechaza absolutamente los pensamientos negativos. Llámame antes de mediodía, querida. ¡Simplemente te tengo que tener!
Con eso, él se dirigió hacia Miranda. Mientras lo miraba, Francesca sintió una mano pasarle por los hombros, y una voz cuchicheando en su oído:
– Él no es el único que te tiene que tener.
– Nicky Gwynwyck, eres un horrible maníaco sexual -dijo Francesca, girando para plantar un beso fugaz en la mandíbula lisamente afeitada-. Acabo de encontrar al hombrecito más divertido. ¿Lo conoces?
Nicholas sacudió la cabeza.
– Es uno de los amigos de Miranda. Ven conmigo al comedor, querida. Quiero mostrarle lo nuevo de Kooning.
Francesca inspeccionó obedientemente la pintura, y siguió charlado con varios amigos de Nicky. Se olvidó por completo de Lloyd Byron hasta que Miranda Gwynwyck la abordó cuando ella y Nicholas se preparaban para salir.
– Felicidades, Francesca -dijo Miranda-. He oído la maravillosa noticia. Pareces tener un talento especial para aterrizar de pie. Igual que un gato…
Francesca sentía una seria aversión por hermana de Nicholas. Encontraba a Miranda seca y estirada como la ramita marrón flaca a la que se parecía, así como ridículo su afán sobreprotector hacía un hermano suficientemente mayor para cuidar de si mismo. Las dos mujeres habían renunciado hacía bastante tiempo a mantener algo más que una superficial cortesía.
– Hablando de gatos -dijo agradablemente-. Estás verdaderamente divina, Miranda. Cómo sabes combinar y jugar con las rayas. ¿Pero acerca de qué noticias maravillosas hablas?
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