Le habían apretado el corpiño tanto que apenas podía respirar, y el corsé levantaba tanto sus pechos que en cualquier momento los pezones saldrían por fuera. El vestido la hacía parecer empalagosa y vulgar, en nada comparado a los hermosos vestidos que Marisa Berenson llevaba en Barry Lyndon.
– No me sienta bien en absoluto, y no me lo voy a poner -dijo firmemente-. Tendrás que hacer algo al respecto.
Sally Calaverra cortó un trozo de hilo rosa con más fuerza de lo necesario.
– Este es el vestido que se diseñó para esta toma.
Francesca se reprendió por no prestar más atención al vestido ayer cuándo Sally se lo probaba. Pero estaba tan distraída por su agotamiento y el hecho de que ese Lloyd Byron había demostrado ser tan desrazonablemente terco cuando se había quejado acerca de los horribles cuartos que servían de habitaciones que había visto justo antes de probarse el vestido.
Ahora faltaba menos de una hora para comenzar a filmar la primera de sus tres escenas. Por lo menos los hombres de la compañía habían sido útiles, encontrando un espacio más cómodo para ella con un baño privado, trayéndole una bandeja de comida junto con esa ginebra con tónica maravillosa con la que había soñado.
Aunque el "gallinero de pollos," con sus ventanas pequeñas y muebles amarillos de chapa, era una abominación, había dormido como una muerta y sentía realmente un pequeño gusanillo de felicidad por su aventura cuando despertó esa mañana… por lo menos hasta que vió su vestido por segunda vez.
Después de girarse para ver la espalda del vestido, decidió apelar al sentido de Sally del juego limpio.
– Seguramente tienes algo más. No llevo absolutamente nunca nada rosa.
– Este es el vestido que Lord Byron aprobó, y no hay nada que pueda hacer al respecto -Sally abrochó el último de los corchetes que tenía la espalda, juntando la tela con más fuerza de la necesaria.
Francesca contuvo el aliento ante la incómoda constricción.
– ¿Por qué continuas llamándole así, Lord Byron? Suena ridículo.
– Si tienes que hacerme esa pregunta, no debes conocerlo muy bien.
Francesca se negó a permitir que la encargada del guardarropa o el vestido apagaran su entusiasmo. A fin de cuentas, la pobre Sally tenía que trabajar en ese espantoso remolque todo el día.
Eso volvería a cualquiera amargada. Francesca se recordó que había conseguido un papel en una prestigiosa película. Además, su belleza servía para doblegar a cualquier feo vestido, incluso este. Además, tenía que hacer algo para conseguir un hotel. No tenía intención de pasar otra noche en un lugar que no tenía personal de servicio.
Los tacones franceses de sus zapatos crujieron en el grava cuando cruzó el patio y se dirigió a la casa de la plantación, el cancán de su falda oscilando de lado a lado. Esta vez no cometería el error que había tenido de intentar hablar con subordinados. Esta vez iba directamente al productor con su lista de quejas.
Ayer Lloyd Byron la había dicho que quería a los actores y los trabajadores de la compañía juntos para crear espíritu de equipo, pero ella sospechaba que el asunto era cuestón de ahorrar dinero. En cuanto a ella, el hecho de aparecer en una prestigiosa película no incluía tener que vivir como un salvaje.
Después de varias indagaciones, finalmente localizó a Lew Steiner, el productor de Delta Blood. Estaba parado en el pasillo de la mansión de Wentworth, apenas fuera del salón donde la escena se preparaba para rodar.
Su apariencia sórdida la sacudió. Gordito y sin afeitar, con un cordón de oro colgando dentro del cuello abierto de su camisa hawaiana, tenía el aspecto de un vendedor de relojes robados del Soho. Ella dio un paso sobre los cables eléctricos que serpenteaban a través de la alfombra del pasillo y entró. Cuando él miró por encima de su tablilla con sujetapapeles, ella emprendió su letanía de quejas mientras lograba mantener una sonrisa en su voz.
– … Así que ya ve, Sr. Steiner, yo en absoluto puedo pasar otra noche en ese espantoso lugar; estoy segura que lo entiende. Necesito una habitación de hotel antes del anochecer. Es tan difícil dormir cuando una está preocupada por que no te coman las cucarachas.
El dedicó unos pocos momentos en mirar ávidamente los senos elevados, entonces cogió una silla de tijera apoyada en la pared y se sentó en ella, esparciendo las piernas tan anchas que la tela caqui parecía reventar sobre sus muslos.
– Lord Byron me dijo que eras verdaderamente guapa, pero yo no lo creí -hizo un desagradable ruido con un lado de la boca-. Sólo los protagonistas tienen habitaciones de hotel,cariño, y eso es porque está en sus contratos. El resto, los "campesinos" tienen lo que hay.
– ¿Campesinos es como lo llamais, no? -ella se incendió, olvidando cualquier esfuerzo conciliador. ¿Eran todas las personas del mundillo cinematográfico tan sórdidas? Sintió un destello de irritación hacía Miranda Gwynwyck. ¿Sabría Miranda cuán desagradables eran las condiciones que se encontraría aquí?
– Tú no quieres el trabajo -dijo Lew Steiner con un encogimiento de hombros-. Puedo conseguir para esta tarde una docena de Tias-buenas-tontas para ocupar tu puesto. Su Señoría fue quién te contrató… no yo.
¡Tías buenas tontas! Francesca podía sentir una neblina roja acumulándose detrás de sus párpados, pero justo cuando abría la boca para estallar, recibió un pequeño toque en el hombro.
– ¡Francesca! -exclamó Lloyd Byron, girándola hacia él y besándole la mejilla, distrayendola de su cólera-. ¡Estás absolutamente fantástica! ¿No es maravillosa, Lew? ¡Esos ojos verdes de gato! ¡Esa boca increíble! Te dije que era perfecta para Lucinda, vale cada centavo que te ha costado traerla aquí.
Francesca empezó a recordar que era ella quien había pagado esos centavos y que quería cada uno de ellos enseguida, pero antes tenía que decir algo, Lloyd Byron siguió.
– El vestido es brillante. Inocentemente pueril, más tremendamente sensual. Adoro el pelo. ¡Esta es Francesca Day, chicos!
Francesca saludó a la gente, y entonces Byron la llevó aparte, sacando un pañuelo amarillo pálido del bolsillo de su camisa hecha a la medida que llevaba con pantalones cortos y suavemente lo apretó contra su frente.
– Estaremos filmando tus escenas hoy y mañana, y mis cámaras estarán en éxtasis absoluto. No tienes que hablar, así que no hay razón para estar nerviosa.
– No estoy para nada nerviosa -declaró. Buen Dios, ¡ella había salido con el Príncipe de Gales!. ¿Cómo podría pensar alguien que algo como esto la pondría nerviosa?-. Lloyd, este vestido…
– ¿No es bonito? -él la llevó hacia el salón, dirigiéndola entre dos cámaras y un bosque de luces a la frente del decorado, que se había proporcionado con sillas Hepplewhite, un sofá de tapizado de damasco, y flores frescas en viejos jarrones de plata-. Tienes que ponerte delante de esas ventanas en la primera escena. Yo te grabaré de fondo, así que todo lo que tienes que hacer es adelantarte cuando te lo diga y dejar que coja esa cara maravillosa tuya lentamente con el zoom.
La referencia a su cara maravillosa alivió parte del resentimiento que sentía sobre su tratamiento, y lo miró más amablemente.
– Piensa en la fuerza de la vida. Has visto las películas de Fellini con personajes silenciosos. Aunque Lucinda no habla una palabra, su presencia debe llegar fuera de la pantalla y agarrar a los espectadores por la garganta. Ella es un símbolo inalcanzable. ¡La vitalidad, el resplandor, la magia!.
Él frunció los labios.
– Dios, espero que esto no sea tan esotérico para que los cretinos de la audiencia lo malinterpreten.
La siguiente hora Francesca la pasó ojeando algunas revistas y ensayando sus poses mientras se hacían los arreglos finales para la grabación. Fue introducida junto al protagonista, Fletcher Hall, un tipo oscuro, bastante siniestro, vestido con chaqué, que era el protagonista principal.
Aunque estaba al corriente de los chismes de las estrellas de cine, nunca había oído de él, y una vez más se encontró asaltada por aprensiones. ¿Por qué no conocía a ninguna de estas personas? Quizá cometió un grave error al no averiguar más acerca de la producción antes de dar el salto tan ciegamente. Quizás debería haber pedido ver un contrato… Pero había mirado su contrato ayer, recordó, y todo parecía en orden.
Sus aprensiones se desvanecieron gradualmente cuando hizo fácilmente la primera toma, parándose delante de la ventana y siguiendo las instrucciones de Lloyd.
– ¡Hermosa! -él no escatimaba piropos-. ¡Maravillosa! Tienes un don natural, Francesca. Los cumplidos la apaciguaron, y a pesar de la constricción cada vez más incómoda del vestido, fue capaz de relajarse entre las cámaras y coquetear con parte de los miembros del equipo masculinos que estaban tan atentos a ella como la noche anterior.
Lloyd siguió filmando a través de la habitación, haciendo una reverencia profunda a Fletcher Hall, y reaccionando a su diálogo mirando nostálgicamente en su cara. Para la hora de comer, cuando le quitaron el vestido una hora, descubrió que se divertía realmente.
Después de la interrupción, Lloyd la posicionó en varios puntos en el salón donde rodó los primeros planos de cada ángulo concebible.
– ¡Que hermosa eres, querida! -seguía-. Dios, esa cara en forma de corazón y esos ojos maravillosos son totalmente perfectos. ¡Mueve el pelo! ¡Hermosa! ¡Hermosa!
Cuándo anunció una interrupción, Francesca se estiró, más bien como un gato que acaba de tener su espalda bien rasguñada.
Por la tarde su sentimiento de bienestar había sucumbido al calor asfixiante del tiempo y de los focos de la iluminación. Los ventiladores dispersados alrededor del decorado hacían poco para refrescar el ambiente, especialmente porque los alejaban cuando las cámaras estaban filmando.
El corsé apretado y las múltiples capas de enaguas debajo de su vestido atrapaban el calor junto a su piel hasta que ella pensó que se desmayaría.
– Yo absolutamente no puedo hacer más hoy -finalmente declaró, mientras el hombre de maquillaje secaba ligeramente las perlas diminutas de sudor que se había comenzado a formar cerca del límite de su pelo de la manera más repugnante-. Simplemente, moriré del calor, Lloyd.
– Sólo una escena más, querida. Sólo un más. Mira el ángulo de la luz por la ventana. Tu piel resplandecerá positivamente. Por favor, Francesca, has sido una princesa. ¡Mi princesa exquisita y perfecta!
¿Dicho así, cómo podía negarse?
Lloyd la llevó hacia una marca que se había colocado en el piso no lejos de la chimenea. El principio de la película, ella había reunido, se había cifrado en la llegada de una colegiala inglesa a una plantación de Misisipí donde debía llegar a ser la novia de su solitario dueño, un hombre que Francesca pensaba que se parecia al Sr. Rochester de Jane Eyre, aunque el hombre llamado Fletcher Hall parecía un poco demasiado grasiento para ser un héroe romántico.
Desgraciadamente para la colegiala, pero afortunadamente para Francesca, Lucinda debía morir de muerte violenta el mismo día. Francesca podía imaginar una escena espléndida de su muerte, que pensaba dar una cantidad apropiada de pasión refrenada. Ella tenía que descubrir exactamente qué tenían que hacer Lucinda y el dueño de plantación en el cuerpo principal de la historia, que se suponía en el tiempo presente y parecía implicar a otras muchas actrices de la pelicula, pero como ella ya no participaría en esa parte, ya no le importaba.
Lloyd enjugó su frente con un pañuelo fresco y dio órdenas a Fletcher Hall.
– Quiero que subas detrás de Francesca, le pongas las manos en los hombros, y le subas el pelo de manera que puedas besarle el cuello. Francesca, recuerda que has estado recluida toda tu vida. Su toque te estremece, pero también te gusta. ¿Comprendes?
Ella sentía un reguero resbaladizo de sudor bajando entre sus pechos.
– Claro que lo entiendo -contestó malhumoradamente.
Un hombre de maquillaje se acercó y secó su sudor del cuello. Ella le hizo enseñarle un espejo para poder verificar su trabajo.
– Recuerda, Fletcher -dijo Lloyd-. No quiero que le beses realmente el cuello… insinúa apenas el beso. Bueno, entonces; empezamos de nuevo.
Francesca se puso en su lugar, sólo para sufrir otra demora interminable mientras seguían haciéndose más ajustes.
Entonces alguien advirtió una mancha de humedad en la espalda del chaqué de Fletcher donde éstaba sudando profusamente, y Sally tuvo que traer una chaqueta suplente del remolque de vestuario.
Francesca dio un golpe con el pie.
– ¿Cuánto tiempo más esperas mantenerme quieta aquí? ¡ No lo aguantaré! ¡ Te doy exactamente cinco minutos más, Lloyd, o si no me voy!
El le dedicó una sonrisa deslumbrante.
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