Desgraciadamente, su frustración empezaba apenas. El ruedo de su falda, descubrió rápidamente, no había sido diseñada para entrar en un automóvil moderno.
Se negó a mirar a cualquiera de sus rescatadores para ver cómo ellos reaccionaban ante sus dificultades, finalmente metió el trasero en el asiento y reunió el volumen poco manejable de la falda en su regazo como mejor pudo.
Dallie liberó la palanca de cambios de un derrame de miriñaques.
– ¿Siempre te vistes de esta forma tan cómoda?
Ella le miró, abriendo la boca para darle unas de sus famosas e ingeniosas replicas sólo para descubrir que no tenía nada que decir. Viajaron durante un tiempo en silencio mientras ella miraba fijamente hacía adelante, sus ojos apenas se separaban de la cima de su montaña de faldas, con el permanente corpiño clavado en la cintura.
A pesar de tener que estar agradecida por tener en descanso los pies, su posición hacía la constricción del corsé aún más intolerable. Trató de respirar hondo, pero los senos subieron de modo tan alarmante que se conformó con inspiraciones superficiales en su lugar.
Si estornudara, sería un auténtico espectáculo.
– Soy Dallas Beaudine -dijo el hombre detrás del volante-. La gente me llama Dallie. El de atrás es Skeet Cooper.
– Francesca Day -contestó ella, permitiendo que su voz sonara con un pequeño y leve deshielo. Tenía que recordar que los americanos eran notoriamente informales. Conductas que en Inglaterra se considerarían groseras eran normales en Estados Unidos. Además, no se podía resistir a poner a este pueblerino magnífico por lo menos parcialmente de rodillas. Era algo en lo que era buena, algo que seguramente no le fallaría en este dia que todo se había deshecho.
– Le estoy muy agradecida por rescatarme -dijo, sonriéndole con coqueteria-. Lo siento, pero he estado rodeada de bestias estos ultimos dias.
– ¿Tienes inconveniente en decirnos que te ha ocurrido? -preguntó Dallie-. Skeet y yo hemos estado viajando muchos kilómetros últimamente, y nos cansamos de conversar el uno con el otro.
– Bien, es todo bastante ridículo, realmente. Miranda Gwynwyck, una mujer perfectamente odiosa, su familia es cervecera, sabes, me persuadió para salir de Londres y aceptar un papel en una película que estan rodando en la plantación de Wentworth.
La cabeza de Skeet subió arriba apenas detrás de su hombro izquierdo, y sus ojos se llenaron de curiosidad.
– ¿Eres una estrella de cine? -preguntó-. Hay algo en tí que me resulta familiar, pero no se exactamente dónde te he visto antes.
– No realmente -ella pensó acerca de mencionarle a Vivien Leigh, pero decidió no molestarse.
– ¡Ya lo tengo! -exclamó Skeet-. Sabía que te había visto en algún sitio. Dallie, nunca adivinarías quién es.
Francesca le miró cautelosamente.
– ¡Tenemos aquí a "La Inconsolable Francesca! -declaró Skeet con un ululato de la risa-. Sabía que te conocía. Te acuerdas, Dallie. La que salía con todas esas estrellas de cine.
– No bromees -dijo Dallie.
– Cómo… -empezo Francesca, pero Skeet la interrumpió.
– Oye, siento mucho lo que le pasó a tu mamá y ese taxi.
Francesca lo miró fijamente en silencio.
– Skeet es un lector compulsivo de tabloides -explicó Dallie-. Hasta hace no mucho yo también los leía, pero hacían que pensara demasiado en el poder de las comunicaciones masivas. Cuándo yo era un niño, sólo teníamos para leer un viejo libro azul de geografía, y el primer capítulo se llamaba 'Nuestro Mundo que se Encoge.' ¿Eso casi lo dice todo, no? ¿Tenías tú libros de geografía como ese en Inglaterra?
– Yo… no lo creo -contestó débilmente. Pasó un momento de silencio y ella tuvo la terrible sensación que ellos quizá estaban esperando que les contara detalles de la muerte de Chloe. El hecho de compartir algo tan íntimo con unos extranjeros la horrorizó, así que volvió rápidamente al tema del que hablaban antes como si no la hubieran interrumpido.
– Volé a través del mundo, pasé una noche absolutamente miserable en uno de los alojamientos más horribles que podais imaginar, y fuí obligada a llevar este vestido absolutamente horroroso. Entonces descubrí que había tergiversado el papel para mí.
– ¿Una peli porno? -preguntó Dallie.
– ¡Ciertamente no! -exclamó ella.
¿No se tomaban estos americanos rurales el más breve momento para pensar antes de abrir la boca?.
– Realmente, era uno de esas películas horribles acerca de…-se sentía enferma sólo de decir la palabra-. Vampiros.
– ¡Estás de broma! -la admiración de Skeet era evidente-. ¿Conoces a Vincent Price?
Francesca apretó sus ojos cerrados un momento y entonces los volvió a abrir.
– No he tenido el placer.
Skeet golpeó a Dallie en el hombro.
– ¿Recuerdas al viejo Vincent cuando hizo Hollywood Square's? A veces su esposa trabajaba con él. ¿Cual era su nombre? Era una de esas actrices inglesas extravagantes, también. Quizá Francie lo sepa.
– Francesca -chasqueó ella-. Detesto que me llamen de otra manera.
Skeet se echó hacía atrás en el asiento y ella se dio cuenta de que lo había ofendido, pero no le importó. Su nombre era su nombre, y nadie tenía el derecho a alterarlo, especialmente no hoy cuando su asidero en el mundo parecía tan precario.
– ¿Entonces, que planes tienes ahora? -preguntó Dallie.
– Volver a Londres tan pronto como me sea posible -pensó en Miranda Gwynwyck, en Nicky, en la imposibilidad de continuar como ella era-. Y me casaré.
Sin darse cuenta de ello, había tomado su decisión, lo hizo porque no podía ver otra alternativa. Después de lo que había aguantado durante las pasadas veinticuatro horas, verse casada con un cervecero rico no le parecía un destino tan terrible. Pero ahora que las palabras se habían dicho, se sentía deprimida en lugar de aliviada.
Otra horquilla se le cayó; ésta se quedó atascada en un rizo. Eso la distrajo de sus pensamientos sombríos pidiéndole a Skeet su bolso cosmético. El se lo pasó hacía adelante sin una palabra. Ella lo acomodó en los dobleces de su falda y abrió la tapa.
– Dios mio… -casi lloró cuando vio su cara.
¡Su maquillaje de ojos parecía grotesco en la luz natural, su lapiz de labios era inexistente, el pelo le caía de cualquier manera, y estaba sucia!
¡Nunca en todos sus veintiun años la había visto con ese aspecto un hombre que no fuera su peluquero, tenía que intentar recomponerse, hasta parecerse a la persona que era!
Asiendo una botella de loción limpiadora, se puso a trabajar para reparar el lío. Cuando el maquillaje pesado salió, sentía una necesidad de distanciarse de los dos hombres, para hacerlos entender que ella pertenecía a un mundo diferente.
– Honestamente, estoy horrible. Este viaje entero ha sido una pesadilla absoluta.
Se quitó las pestañas postizas, humedeció los párpados, y aplicó un marcador para quitar el polvo, junto con sombra gris y un toque suave de rímel.
– Normalmente utilizo un rímel alemán maravilloso llamado Ecarte, pero la criada de Cissy Kavendish, una mujer realmente imposible de las Antillas, se olvidó de empacarlo, así que me las arreglo con una marca inglesa.
Ella sabía que hablaba demasiado, pero no parecía ser capaz de parar. Cojió una brocha de Kent sobre un colorete color café y dio sombra el área tenuamente bajo sus pómulos.
– Daría todo por una buena limpieza facial en este momento. Hay un lugar maravilloso en Mayfair que utiliza calor térmico y todo tipo de cosas increíblemente milagrosas que combinan con el masaje. Lizzy Arden hace la misma cosa.
Perfiló rápidamente los labios con un lápiz, los llenó de brillo beige rosáceo, y verificó el efecto general. No era tremendo, pero por lo menos casi se parecía a ella misma otra vez.
El silencio creciente en el coche la hacía sentirse inquieta, así que se propuso hablar para llenarlo.
– Es siempre difícil cuando estás en Nueva York tratar de decidir entre Arden y Janet Sartin. Naturalmente, hablo acerca de Janet Sartin de la Avenida Madison. Pienso, que puedes ir a su salón en el Parque, pero no es exactamente lo mismo, ¿entendeis?
Todo era silencio.
Finalmente, Skeet habló.
– ¿Dallie?
– ¿Uh-huh?
– ¿Piensas que ya está hecha?
Dallie se quitó sus gafas de sol y las puso dobladas en el salpicadero.
– Tengo el presentimiento que le falta aún un hervor.
Ella le miró, avergonzada de su propia conducta y enojada con ellos. ¿No podían ver que tenía el día más miserable de su vida, y no podían intentar hacer las cosas un poco más fácil para ella?
Odiaba el hecho de que él no pareciera impresionado con ella, odiaba el hecho que él no tratara de impresionarla él mismo. De alguna manera extraña que ella no podía definir exactamente, su falta del interés parecía desorientarla más que todo lo demás que le había sucedido.
Ella volvió su atención al espejo y empezó a quitarse los alfileres del pelo, amonestándose silenciosamente por preocuparse de la opinión de Dallas Beaudine. En cualquier momento llegarían a la civilización.
Llamaría a un taxi para llevarla al aeropuerto de Gulfport y haría una reserva para el próximo vuelo a Londres. De repente recordó su avergonzante problema financiero y entonces, rápidamente, encontró la solución. Llamaría simplemente a Nicholas y que le envíe el dinero para su billete de avión.
Sentía la garganta abrasiva y seca, y tosió.
– ¿Podrías cerrar las ventanillas? Este polvo es espantoso. Y querría realmente algo de beber -miró una pequeña nevera de espuma de poliestireno detrás-. ¿Hay alguna posibilidad que lleve en esa bolsa una botella de Perrier de lima, bien fresca?
Un momento de embarazoso silencio llenó el interior del Riviera.
– Lo sentimos, Señora, nosotros estamos frescos ya -dijo Dallie finalmente-. Creo que el viejo Skeet terminó la última botella después que hicimos ese atraco en la tienda de licores de Meridian…
Capitulo 8
Dallie era el primero en admitir que no siempre trataba bien a las mujeres. A veces era culpa de él, pero otras veces era de ellas. Le gustaban las mujeres del sur, mujeres alegres, mujeres viles. Le gustaban las mujeres con las que podía beber, las mujeres que podían decir chistes sucios sin bajar sus voces, que se beberían sin ningún problema una jarra de cerveza, que se pusiese la servilleta arriba y pusiera a Waylon Jennings en la máquina de discos…
Le gustaban las mujeres que no se movían a su alrededor con lágrimas y argumentos porque él pasaba todo su tiempo golpeando cien pelotas con su madera-tres en el campo de practicas en lugar de llevarla a un restaurante que sirviera caracoles. Le gustaban las mujeres, de hecho, que tuvieran gustos similares a los hombres. Sólo que hermosas. Porque, más que nada, Dailie amaba a las mujeres hermosas. Las modelos falsamente hermosas, con toda esa constitución y esos cuerpos huesudos de chicos, pero atractivamente hermosas.
Le gustaban los pechos y las caderas, los ojos chispeantes y los labios sonrientes. Le gustaban las mujeres que él podía adorar y dejarlas marchar. Así es como él era, y era raro que no consiguiera a la mujer por la que tenía interés. Pero Francesca Day sería la excepción. Ella hacía que la mirara simplemente porque estába allí.
– ¿Ves esa gasolinera? -preguntó Skeet, sonando feliz por primera vez en kilómetros.
Francesca miró hacia adelante y rezó una silenciosa oración de acción de gracias cuando Dallie aminoró la velocidad. No es que hubiera creído realmente ese cuento acerca del atraco a la tienda de licores, pero tenía que ir con cuidado.
Se pararon delante de un edificio de madera desvencijado pelado de pintura y con un letreo escrito a mano "Live Bate" con un signo inclinado contra un surtidor oxidado. Una nube de polvo entró por la ventanilla del coche cuando las llantas hicieron crujir la grava. Francesca sentía como si hubiera viajado por siglos; tenía una tremenda sed, se estaba muriendo de hambre, y tenía que utilizar el retrete.
– Fin de trayecto -dijo Dallie, apagando el motor-. Habrá un teléfono dentro. Puedes llamar a uno de tus amigos desde aquí.
– Ah, no llamaré a un amigo -contestó ella, extrayendo un bolso pequeño de piel de becerro de su bolso cosmético-. Llamaré a un taxi para que me lleve al aeropuerto de Gulfport.
Un gemido fuerte llegó desde atrás. Dallie se desplomó hacia abajo en su asiento e inclinó su gorra sobre sus ojos.
– ¿Pasa algo malo? -preguntó ella.
– No sé ni por donde empezar -murmuró Dallie.
– No digas ni una palabra -dijo Skeet-. Apenas se baje, pon en marcha el motor del Riviera, y vámonos. El tipo de la gasolinera puede encargarse. Te lo advierto, Dallie. Sólo un tonto embarcaría dos veces a un duende a propósito.
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