– ¿Pasa algo malo? -preguntó Francesca de nuevo, comenzando a sentirse alarmada.

Dallie se levantó la gorra con el dedo pulgar.

– Para empezar, Gulfport está a dos horas hacía el otro lado. Ahora estamos en Louisiana, a medio camino de Nueva Orleans. ¿Si querías ir a Gulfport, por qué ibas hacía el oeste en vez de hacía el este?

– ¿Cómo debía suponer cual era el oeste? -contestó ella indignadamente.

Dallie golpeó las palmas de las manos contra el volante.

– ¡Porque el maldito sol estaba delante de tus ojos, por eso!

– Ah -Ella pensó por un momento. No había razón para asustarse; llegaría simplemente sin ayuda-. ¿No tiene Nueva Orleans un aeropuerto? Puedo volar desde allí.

– ¿Cómo piensas llegar hasta allí? ¡Y si vuelves a menciona un taxi otra vez, juro por Dios que desparramaré esas maletas de "Louie Vee-tawn" sobre ese pinar! ¿Estás en medio de ningún parte, lady, no entiendes eso? ¡No hay ningún taxi fuera de aquí! ¡Esto es el campo de Louisiana, no París, Francia!

Ella se incorporó más derecha y se mordió el labio inferior.

– Ya veo -dijo lentamente-. Bien, quizás te podría pagar por llevarme el resto del camino. Echó un vistazo en su bolso, frunciendo la frente con preocupación. ¿Cuánto dinero efectivo tenía? Llamaría mejor a Nicholas en seguida para que pudiera tener el dinero preparado en Nueva Orleans.

Skeet abrió la puerta y dio un paso fuera.

– Voy dentro a comprar una botella de Dr.Pepper mientras solucionas esto, Dallie. Pero te digo una cosa… si ella está todavía en este coche cuando vuelva, puedes empezar a buscar a alguien que te lleve tus Spauldings el lunes por la mañana.

Cerró la puerta con fuerza.

– Es un hombre imposible -dijo Francesca con un suspiro.

Miró a Dallie. Él realmente no la dejaría, o sí lo hacía, ¿sería porque ese amigo suyo horrible no la quería? Se volvió hacia él, su tono comedido.

– Permíteme apenas hacer una llamada telefónica. Me llevará un minuto.

Salió del coche tan elegantemente como pudo y, el ruedo del vestido oscilando, entrando dentro del edificio desvencijado. Abrió su bolso, sacó su cartera y contó rápidamente el dinero.

No le tomó mucho tiempo. Algo incómodo resbalaba por la base de su espina dorsal. Sólo tenía dieciocho dólares…Dieciocho dólares entre ella y el hambre.

El teléfono estaba pegajoso con tierra, pero no prestó atención cuando lo cogió y marcó el 0. Cuándo finalmente fue conectada con un operario para el extranjero, dio el número de Nicholas y solicitó cobro revertido.

Mientras esperaba la llamada, trató de distraerse de su intranquilidad creciente mirando a Dallie salir del coche y dirigirse al dueño del lugar, que cargaba algunas llantas viejas en la parte de atrás de una camioneta ruinosa y miraba a todos ellos con interés. Qué desperdicio, pensó, desviándo sus ojos por la espalda de Dallie… que un rústico ignorante tenga ese aspecto.

Finalmente le dieron noticias en casa de Nicholas, pero sus esperanzas de rescate fueron efímeras cuando no se puso él, anunciando la criada que su señor estaba de viaje por varias semanas.

Miró fijamente al aparato y entonces colocó otra llamada, ésta a Cissy Kavendish. Pero corrió la misma suerte que en casa de Nicholas. ¡Esa ramera atroz! Francesca gimió cuando la línea se cortó.

Comenzando a sentirse genuinamente asustada, corrió mentalmente por su lista de conocidos para darse cuenta de que no había acabado en el mejor de los términos con la mayoría de sus leales admiradores en los últimos meses.

La única persona que quizás le prestara dinero era David Graves, y estaba lejos, en Africa rodando en algún lugar una película. Rechinando los dientes, colocó una tercera llamada a cobro revertido, ésta a Miranda Gwynwyck. Para su sorpresa, la llamada se aceptó.

– Francesca, cuán agradable es oirte, aunque sea después de medianoche y estuviera profundamente dormida. ¿Cómo va tu carrera cinematográfica? ¿Te trata Lloyd bien?

Francesca casi podría oír su ronronear, y apretó el receptor más fuerte.

– Todo va super, Miranda; No puedo darte suficientemente las gracias… pero parezco tener una pequeña emergencia, y necesito ponerme en contacto con Nicky. ¿Me das su número, de acuerdo?

– Lo siento, querida, pero está actualmente ilocalizable con una vieja amiga… una matemática rubia gloriosa que lo adora.

– No te creo.

– Francesca, Nicky tiene sus límites, y yo creo que tú finalmente los sobrepasaste. Pero dáme tu número y le diré que te llame cuando vuelva dentro de dos semanas, y así él te podrá decir lo mismo.

– ¡Dentro de dos semanas no me sirve! Tengo que hablar con él ahora.

– ¿Por qué?

– Es privado.

– Lo siento, pero no te puedo ayudar.

– ¡No hagas esto, Miranda! Debo absolutamente…

La línea telefónica se cortó, y en ese momentó entró el dueño de la gasolinera por la puerta y encendió una radio de plástico, blanca y grasienta. La voz de Diana Ross llenó de repente los oidos de Francesca, preguntándose si sabía donde iba.

– Ay, Dios.

Y entonces vió como Dallie daba la vuelta al coche y se disponía a entrar en el lado del conductor.

– ¡Espera! -dejó caer el teléfono y corrió hacía la puerta, el corazón le golpeaba contra las costillas, aterrorizada que él se fuera y la dejara.

El se paró donde estaba y se recostó contra el coche, cruzando los brazos sobre el pecho.

– No me digas -dijo-. No había nadie en casa.

– Bien, sí… no. Pues verás, Nicky, mi novio…

– No hace falta que me cuentes nada -se quitó la gorra y se pasó la mano por el pelo-. Te llevaré hasta el aeropuerto. Sólo me tienes que prometer que no hablarás durante el trayecto.

Ella se indignó, pero antes de tener tiempo de contestar, él abrió la puerta del pasajero.

– Entra. Skeet quería estirar las piernas, así que le recogeremos más abajo en la carretera.

Tenía que utilizar el lavabo antes de ir a ningún sitio, y moriría si no lograba quitarse ese repugnante vestido.

– Necesito unos pocos minutos -dijo ella-. Estoy segura que no tienes inconveniente en esperar. Como no estaba segura para nada de semejante cosa, le miró con la fuerza completa de su arsenal…ojos verdes de gato, boca suave, una mano pequeña e impotente en su brazo.

La mano fue un error. El miró hacia abajo como si hubieran puesto una serpiente allí.

– Tengo que decirte, Franci…que esto que estás intentado conmigo, no te llevará a ninguna parte.

Ella quitó rápidamente la mano.

– ¡No me llames eso! Mi nombre es Francesca. Y ni por un momento pienses que me he enamorado de ti.

– Yo no me imagino que estés enamorada de nadie, excepto de tí misma -él sacó un trozo de chicle del bolsillo de su camisa-. Y del Sr. Vee-tawn, por supuesto.

Le dirigió una mirada furibunda y fue a la puerta trasera para sacar su maleta, porque absolutamente nada…ni la mayor miseria, ni la traición de Miranda, ni la insolencia de Dallie Beaudine…la harían permanecer en el vestido-tortura rosa ni un minuto más.

El desenvolvió lentamente el trozo de chicle mientras la miraba luchar con la maleta. -Si la mueves un poco, Francie, pienso que será más fácil de sacar.

Ella cerró los dientes con fuerza para mantenerlos unidos y no llamarle por los peores epítetos que saldrían de su boca, dándo un fuerte tirón a la maleta, haciéndole un largo rasguño en el cuero cuando golpeó en el asidero de la puerta.

Lo mataré, pensó, arrastrando la maleta hacia una señal oxidada, azul y blanca del baño. Lo mataré y pisaré con fuerza su cadáver.

Agarrando un pomo de porcelana astillado que colgaba flojo, empujó la puerta, pero se negó a moverse. Empujó más fuerte antes de que la puerta se abriera poco a poco, chirriando sus bisagras. Y entonces entró.

El cuarto era horrible. Manchas de cal por la caída del agua en el lavabo, baldosas rotas en el suelo, y la débil luz de una bombilla unida al techo con una cuerda. El water con una increible suciedad incrustada, sin tapa superior, y lo que quedaba estaba roto por la mitad.

Cuando se puso a mirar ese espacio repugnante, las lágrimas que habían estado amenazando todo el día finalmente se soltaron. Tenía muchísima hambre y estaba sedienta, tenía que utilizar el water, no tenía dinero y quería irse a casa.

Salió y dejando caer la maleta al suelo, se sentó encima y empezó a llorar. ¿Cómo podía estar sucediéndole esto a ella? ¡Ella era una de las diez mujeres más hermosas de Gran Bretaña!

Un par de botas de cowboy aparecieron en el polvo a su lado. Ella empezó llorar más fuerte, enterrando su cara entre las manos y sollozando de tal manera que parecía estremecerse hasta la punta de los pies. Las botas dieron unos pocos pasos, y golpearon impacientemente la tierra.

– ¿Este jueguecito que te traes te va a llevar más tiempo, Francie? Quiero recoger a Skeet antes de que se lo coman los caimanes.

– Salí con el Príncipe de Gales -dijo ella con un sollozo, mirándole finalmente-. ¡Él se enamoró de mí!

– Uh-huh. Bien, dicen que hay mucha endogamia…

– ¡Podía haber sido reina! -La palabra era un gemido mientras las lágrimas goteaban por las mejillas y los senos-. Él me adoraba, todos lo sabían. Fuimos al ballet y a la ópera…

El bizqueó contra el sol deslumbrante.

– ¿Te puedes saltar esta parte e ir al grano?

– Tengo que ir al retrete! -lloró, señalando con dedo inestable hacia la mohosa señal, azul y blanca.

El se marchó un momento y reapareció poco después.

– Creo que se lo que quieres decir. Sacó dos kleenex del bolsillo y los dejó caer en su regazo-. Pienso que será mejor que te vayas detrás del edificio.

Ella miró hacia abajo a los kleenex y de nuevo a él y empezó sollozar otra vez.

El estuvo un momento mascando su chicle.

– Ese rímel doméstico tuyo es cierto que no da la talla.

Se levantó de la maleta, dejando los kleenex caer al suelo, se puso a gritarle:

– Piensas que todo esto es divertido, no es verdad? Encuentras histéricamente chistoso que esté atrapada en este vestido atroz y que no me pueda ir a casa y Nicky se haya ido con una matemática espantosa, Miranda dice que es gloriosa…

– Uh-huh.

Su maleta cayó hacia adelante bajo la presión de la punta de la bota de Dallie. Antes de que Francesca tuviera oportunidad de protestar, él se había arrodillado y había abierto la maleta.

– Esto es un lío horrible -dijo cuando vio el caos adentro-. ¿Tienes unos pantalones vaqueros aquí dentro?

– Debajo del Zandra Rhodes.

– ¿Qué es un zanderoads? Qué más da, ya encontré los vaqueros. ¿Que tal una camiseta? ¿Llevas camisetas, Francie?

– Hay una blusa -ella hipó-. Color chocolate ajustada…de Halston. Y un cinturón de Hermes con una hebilla de art decó. Y mis sandalias de Bottega Veneta.

El puso un brazo en su rodilla y la miró desde abajo.

– ¿Empiezas a provocarme otra vez, no es cierto, cariño?

Con la mano intentando llegar a la espalda para inrtentar desabrocharse el vestido, ella se le quedó mirando, no teniendo la más remota idea acerca de lo que él hablaba. El suspiró y se puso de pie.

– Quizá encontrarás mejor tu sóla lo que quieres. Me marcho al coche y te espero allí. Y no te tomes demasiado tiempo. El viejo Skeet estará más caliente que un tamal deTexas.

Cuando él giró para marcharse, ella hipó y se mordió el labio.

– ¿Sr. Beaudine?

Él se volvió. Ella se clavó las uñas en la palma.

– ¡Sería posible… -Dios, que humillación!-. Esto, quizás podrías… Realmente, necesitaría…

¿Qué le estaba pasando?¿Cómo había logrado un rústico ignorante intimidarla hasta tal punto que parecía ser incapaz de formar una frase sencilla?

– Escúpelo, dulzura. Tal vez termines de contármelo para cuando se encuentre una curación para el cancer, o para cuando ya esté retirado sentado con una cerveza fria y un perrito con chile viendo a juniors de hoy golpeando pelotas sobre cesped artificial.

– ¡Para! -ella estampó el pie en la tierra-. ¡Paras ahora mismo! ¡ No tengo ninguna idea de lo que hablas, e incluso un idiota ciego podría ver que no puedo salir de este vestido por mi misma, y si me lo preguntas, la persona que habla demasiado por aquí eres tú!

El sonrió, y ella se olvidó de repente de su miseria bajo la fuerza devastadora de esa sonrisa, arrugando los rincones de la boca y los ojos. Su diversión parecía venir de un lugar profundo adentro, y cuando lo miró ella tuvo el sentimiento absurdo de que un mundo entero de diversión había logrado de algún modo esquivarla.

La idea la hizo sentirse más desarreglada que nunca.

– ¿Puedes desabrocharme la parte de arriba? -pidió-. Apenas puedo respirar.

– Date la vuelta, Francie. Desnudar mujeres es uno de mis mayores talentos. Aún mejor que mi golpe de salida de bunker.