– No me vas a desnudar -farfullo ella, cuando giró su espalda a él-. Lo haces parecer sórdido.

Las manos se detuvieron en los ganchos de la parte posterior de su vestido.

– ¿Exactamente cómo lo llamas tú?

– Realizar una función útil.

– ¿Algo que hace una criada? -la fila de ganchos comenzó a aliviarla al abrirse.

– Algo así, sí -Ella tenía el inquieto sentimiento que había dado un gigantesco paso en falso. Oyó una corta risita malévola que confirmaba lo que ella se temía.

– Eres el tipo de persona que me hace aprender, Francie. No a menudo la vida te da la oportunidad de encontrar la historia viva.

– ¿La historia viva?

– Seguro. La Revolución francesa, la vieja Maria Antoineta. Todo lo que permitió que ellos se comieran el pastel.

– ¿Cómo -preguntó ella, cuando el último de los ganchos se abrió- alguién como tú conoce a Maria Antoineta?

– Hasta hace apenas una hora -contestó él- no mucho.

Recogieron a Skeet cerca de dos kilómetros por delante en la carretera, y como Dallie había predicho, no era feliz. Francesca se encontró desterrada al asiento de atrás, donde se bebió una botella de algo llamado Yahoo, soda de chocolate, que había cojido de la nevera de poliestireno sin esperar invitación.

Bebió y se replegó, quedándose silenciosa, como había pedido él, completamente hasta Nueva Orleans. Ella se preguntó qué diría Dallie si supiera que no tenía para el billete de avión, pero se negó a considerar decirle la verdad. Despegando el rincón de la etiqueta de Yahoo con la uña del pulgar, contempló el hecho que no tenía a su madre, ni dinero, ni un hogar, ni un novio.

Todo lo que le quedaba era un pequeño resto de orgullo, y pidió desesperadamente poder salvarlo por lo menos una vez ese dia. Por alguna razón, el orgullo llegaba a ser cada vez más importante para ella cuando estaba con Dallie Beaudine.

Si solamente él no fuera tan imposiblemente magnífico, y además de que obviamente no estaba impresionado con ella. La enfurecía… Y era irresistible. Nunca se había marchado de un desafío en cuanto a un hombre concernía, y le reventaba tener que marcharse de éste.

El sentido común la dijo que tenía problemas más grandes para preocuparse, pero su lado visceral le decía que si ella no podía lograr atraer la admiración de Dallie Beaudine es que habría perdido un trozo de si misma.

Cuando terminó su soda de chocolate, pensó cómo obtener el dinero que necesitaba para su billete a casa. ¡Por supuesto! La idea era tan absurdamente sencilla que debería haber pensado en ello en seguida. Miró su maleta y frunció el entrecejo al ver el rasguño en el lado.

Esa maleta había costado algo así como ciento dieciocho libras cuando la compró hacía menos de un año. Abrió el neceser, rebuscó para encontrar una sombra de ojos aproximadamente del mismo color que el cuero. Cuándo lo encontró, destornilló la tapa y suavemente tapó ligeramente el rasguño. Era todavía débilmente visible, pero se sentía satisfecha que sólo una inspección cercana revelaría el desperfecto.

Con ese problema resuelto y el aeropuerto a la vista, ella volvió sus pensamientos a Dallie Beaudine, tratando de entender su actitud hacia ella. El verdadero problema, la única razón de que todo iba tan mal entre ellos, era que él era tan guapo. Esto temporalmente lo había puesto en una posición superior.

Ella permitió que los párpados se le cerraran y conjugara en su mente una fantasía en la que ella aparecería bien descansada, el pelo frescamente arreglado en rizos brillantes castaños, vestida impecable, con ropa maravillosa. Ella lo tendría a sus pies en segundos.

La discursión actual, en lo que parecía ser una conversación progresiva entre Dallie y ese compañero horrible suyo, la distrajo de su ensueño.

– Yo no se por que estás tan empeñado en llegar a Baton Rouge esta noche -Skeet se quejó-. Hemos planificado todo el día para llegar mañana a Lake Charles con tiempo para tu ronda el lunes por la mañana. ¿Qué diferencia hace una hora extra?

– La diferencia es que no quiero pasar ningún tiempo más en conducir el domingo.

– Conduciré yo. Es sólo una hora extra, y está ese agradable motel donde permanecimos el año pasado. ¿No tienes ningún perro ni algo que verificar allí?

– ¿Desde cuándo este maldito interés tuyo por mis perros?

– ¿Un perro callejero pequeño mono con una lunar negro sobre un ojo, no era ese? Creo que tenía una pata mala.

– Ese estaba en Vicksburg.

– ¿Estás seguro?

– Por supuesto que estoy seguro. Escucha, Skeet, si quieres pasar esta noche en Nueva Orleans para pasarte por el Blue Choctaw y ver a esa camarera pelirroja, por qué no lo dices de una vez, y dejas de marear la perdiz, hablando de perros y patas malas como un maldito hipócrita.

– Yo no he dicho nada acerca de una camarera pelirroja ni de querer ir al Blue Choctaw.

– Sí. Bien, yo no voy contigo. Ese lugar es una invitación a la pelea, especialmente el sábado por la noche. Las mujeres se parecen a las luchadoras en el barro y los hombres son peores. No me rompieron una costilla de milagro la última vez que estuve allí, y he tenido suficiente bronca por un día.

– Te dije que la dejaras con el tipo de la gasolinera, pero no me escuchaste. Tú nunca me escuchas. Como el jueves pasado. Te dije que la distancia hasta el green era de ciento treinta y cinco metros; lo había medido bien, y te lo dije, pero me ignoraste y cojiste el hierro-ocho como si no hubieras oído de lo que te decía una palabra.

– ¿Quieres hacer el favor de callarte, si? ¡Ya te dije entonces que me había equivocado, y también te lo repetí el dia siguiente, y me lo recuerdas dos veces al dia desde entonces, así que ya cállate!

– Eso es una artimaña de novato, Dallie, no confiar en tu caddy para el metraje. A veces pienso que pierdes los torneos deliberadamente.

– ¿Francie? -dijo Dallie por encima del hombro-. ¿No te gustaría contarme otra historia fascinante sobre el rimmel en este momento?

– Lo siento -dijo dulcemente-. No me apetece. Además, no se me permite hablar. ¿Recuerdas?

– Supongo que es lo mejor -suspiró Dallie, dirigiéndose a la terminal principal del aeropuerto. Con el motor en marcha todavía, él salió del coche y le abrió su puerta.

– Bien, Francie, no puedo decir que no ha sido interesante-. Después que ella dio un paso fuera, él alcanzó en el asiento de atrás sus maletas y las dejó a su lado en la acera.

– Buena suerte con tu novio, con el príncipe y con todos esos otros derrochones que corren a tu alrededor.

– Gracias -dijo ella tensamente.

El masticó varias veces su chicle y sonrió.

– Buena suerte con esos vampiros, también.

Ella contrarestó su mirada divertida con una de helada dignidad.

– Adiós, Sr. Beaudine.

– Adiós, Señorita Francie Pants. (La traducción literal sería Pantalones de Francie, pero juega con las palabras y con el significado de Fancy Pants, Pantalones de Lujo)

Él había tenido la última palabra. Se paró delante de la terminal y encaró el hecho innegable que el magnífico paleto había ganado el punto final en un juego que ella había inventado.

Un analfabeto, probablemente ilegítimo, pueblerino de campo había aventajado, y ganado más puntuación que la incomparable Francesca Serritella Day.

Notó que su espíritu se rebelaba a tamaño natural, y levantó la mirada hacía él, con ojos que hablaban de los volúmenes en la historia de la literatura prohibida.

– Que pena que no nos hayamos encontrado en una situación diferente, su boca perfecta se curvó en una sonrisa malvada.

– Estoy segurísima que tendríamos toneladas de cosas en común.

Y entonces se alzó de puntillas, se apoyó en el pecho, y levantó sus brazos hasta rodearle el cuello, en ningún momento perdiendo de vista sus ojos. Inclinó hacía arriba su cara perfecta y ofreció su boca suave como un cáliz enjoyado.

Suavemente él bajó la cabeza con las palmas de ella en su pecho, ella colocó los labios sobre los suyos y entonces lentamente los abrió para que Dallie Beaudine pudiera tomar una bebida larga e inolvidable.

El lo hizo sin vacilar. Lo hicieron de una manera tan normal como si lo hicieran continuamente, uniendo la pericia que él había ganado con el paso de los años y con toda su experiencia.

El beso era perfecto, caliente y atractivo, dos profesionales demostrando lo que hacían mejor. Ellos eran demasiado experimentados para golpear dientes, aplastar narices o hacer cualquiera de esas otras cosas difíciles que hombres y mujeres con menos practica son propensos a hacer.

La Amante de la Seducción había encontrado al Maestro, y a Francesca sintió la experiencia más perfecta que había sentido jamás, completándose con la carne de gallina y una debilidad encantadora en las rodillas, un beso espectacularmente perfecto hecho aún más perfecto por el conocimiento que ella no pensaba un momento en las difíciles repercusiones de prometer implícitamente algo que luego no tenía intención de entregar.

La presión del beso se acabó, y ella deslizó la punta de la lengua por el labio inferior. Entonces lentamente se empezó a alejar.

– Adiós, Dallie -dijo suavemente, sus ojos de gato brillando traviesamente mientras le miraba-. Llámame la próxima vez que vayas a Cap Ferret (en la costa francesa, NdeT.).

Justo un momento antes de marcharse, ella tuvo el placer de ver una expresión levemente desconcertada en su magnífica cara.

– Debería estar ya acostumbrado -decía Skeet cuando Dallie se puso detrás del volante-. Debería estar acostumbrado, pero no lo estoy. Ellas caen continuamente encima de tí. Las ricas, las pobres, las feas, las extravagantes. Es igual. Están tras de tí como las palomas buscadoras que vuelan para posarse y dormir. Tienes lápiz de labios en la boca.

Dallie se pasó la mano sobre la boca y miró hacia abajo la pálida mancha.

– Definitivamente, importada -murmuró.

Apenas dentro de la puerta de la terminal, Francesca miró como el Buick se alejaba y suprimió una punzada absurda de pena. Tan pronto como el coche quedó fuera de su vista, recogió su maleta y comenzó a andar hacía una parada de taxis con un sólo coche amarillo.

El conductor salió y metió su maleta en el maletero, mientras ella se sentaba atrás. Cuando se puso detrás del volante, se volvió hacía ella.

– ¿Donde va, Señora?

– Sé que es tarde -dijo ella -¿pero usted cree que podría encontrar una tienda de segunda mano que esté todavía abierta?

– ¿Una tienda de segunda mano?

– Sí. Alguna dónde se revendan cosas elegantes…Y maletas realmente extraordinarias.

Capitulo 9

Nueva Orleans, la ciudad de "Stella, Stella, Stella para la estrellas… hierro y encaje para el Old Man River, jazmín Confederado y aceitunas dulces, noches ardientes, jazz caliente, mujeres calientes, en el fondo del Misisipí como un pedazo deslustrado de joyería. En una ciudad famosa por su originalidad, el Blue Choctaw lograba parecer común.

Gris y sórdido, con el nombre de una marca de cerveza en un neón parpadeante colocado en una ventana y lleno de humo, el Blue Choctaw se podría haber localizado cerca de la parte más sórdida de cualquier ciudad americana… cerca de las dársenas, los molinos, el río, ladeando el ghetto.

Estaba en el peor luagar, sobre todo de noche, las aceras sucias, las farolas rotas, no permitida para las chicas buenas de la ciudad.

El Blue Choctaw tenía una aversión particular por las chicas buenas. Aún las mujeres que los hombres habían dejado en casa no eran del todo buenas, y los hombres que se sentaban en los taburetes rojos de vinilo querían chicas de dudosa moral proximás a ellos.

Ellos querían encontrar chicas como Bonni y Cleo, las semi prostitutas que llevaban perfume fuerte y lápiz de labios rojo, que se expresaban sin rodeos y pensaban mal y ayudaba a un hombre a olvidarse de ese Jimmy Carter que era casi seguro sería elegido y ¿cual sería su politica de trabajo para los negros?.

Bonni giró la espada plástica amarilla en su mai-tai y miró por entre la multitud ruidosa a su amiga y rival Cleo Reznyak, que empujaba sus tetas contra Tony Grasso cuando él metía un cuarto de dólar en la máquina de discos y daba un puñetazo en el C-24. Había un humor malo en el aire lleno de humo del Blue Choctaw esa noche, más malo que usual, aunque Bonni no tratara de encontrar el porqué.

Quizá era el calor pegajoso que no se iba; quizá era el hecho que Bonni había cumplido treinta la semana antes y sus últimas ilusiones iban poco a poco desapareciendo. Ella sabía que no era lista, sabía que ahora no estaba en su mejor momento físico, y no tenía la energía para mejorarse. Vivía en una caravana averiada instalada en un parque, contestaba el teléfono en la peluqueria Beautiful Gloria, y no podría obtener algo mejor.