Francesca sintió un alivio agobiante, cuando le vio ir hacía ella, obviamente atento al rescate. Y entonces se dio cuenta que el hombre con el tatuaje en el brazo tenía otras ideas.

– Te quedas fuera de esto! -el del tatuaje le dijo a Pete cuando le arrancó el neceser-. Esto es entre las chicas.

– ¡No! -gritó Francesca-. No es entre las chicas. Realmente, ni conozco a esta persona, y yo…

Ella chilló cuando Cleo la agarró de los pelos y la arrastró de nuevo al servicio. Sus ojos comenzaron a llorarle y el cuello a dolerle al echarlo hacia atrás. ¡Esto era una barbaridad! ¡Dios mío! ¡Ellas la matarian!

En ese instante, sentía como le estaba arrancando el pelo. ¡Su hermoso pelo castaño! Apenas si podía pensar, pero una furia ciega la asaltó. Dando un grito salvaje, se revolvió contra su atacante.

Cleo gruñó cuando el puño de Francesca golpeó con fuerza en un abdomen que había perdido su tono. La presión en la cabellera de Francesca se alivió inmediatamente, pero tuvo sólo un momento para recobrar el aliento antes de ver como Bonni venía hacia ella, y se preparaba para continuar lo que Cleo había dejado de hacer. Una mesa chocó contra el suelo, rompiendo los vasos.

¡Era débilmente consciente que la pelea se había propagado, y que Pete había saltado en su defensa, ese maravilloso y barrigudo Pete, Pete maravilloso, maravilloso y adorable!

– ¡Tú puta! -gritó Bonni, agarrándola por la única cosa que podía asir, que eran los botones de perla de su blusa color chocolate de Francesca Halston. La parte delantera cedió; se rompió la costura del hombro. De nuevo sintió como la agarraban del pelo, y otra vez ella se retorció, poniendo la mano en la cabeza de Bonni y agarrándola del pelo de la misma forma.

De repente pareció como si la pelea la hubiera rodeado… sillas destrozadas sobre el suelo, una botella voló por el aire, alguien gritó. Ella sentía como se le rompían dos uñas de la mano derecha. Las cintas de tela colgaban de la frente de su blusa, enseñando su sostén de encaje beige, pero no tenía tiempo de preocuparse porque en ese momento Bonni le hizo un corte con su anillo en el cuello.

Francesca rechinó los dientes contra el dolor y tiró más fuerte. Al mismo tiempo tuvo la repentina y horrorizaba visión de ella… Francesca Serritella Day, la más querida del panorama social internacional, la favorita de los cronistas de la jet set, casi la Princesa de Gales… estaba en el corazón, en el centro absoluto, de una pendencia de cantina.

A través del cuarto, la puerta del Blue Choctaw se abrió y Skeet entró, seguido por Dallie Beaudine.

Dallie se paró allí por un momento, observó lo que sucedía, vio a las personas implicadas, y sacudió la cabeza con repugnancia.

– Ah, demonios -con un largo suspiro, empezó a adentrarse hacía la pelea.

Nunca jamás en su vida Francesca estuvo tan contenta de ver nadie, aunque al principio no se dio cuenta de quién era. Cuándo él la tocó el hombro, ella liberó a Bonni, se giró, y lo golpeó tan duramente como pudo en el pecho.

– ¡Oye! -gritó él, frotando el lugar donde le había atizado-. Estoy de tu lado… Creo.

– ¡Dallie! -ella se tiró a sus brazos-. ¡Ah, Dallie, Dallie, Dallie! ¡Mi maravilloso Dallie! ¡No puedo creer que estés aquí!

El la retiró un poco.

– Vamos, Francie, todavía no estás fuera de aquí. Por qué demonios…

No terminó la frase. Alguien que se parecía al viejo actor de peliculas Steve Reeves le propinó un correcto gancho, y Francesca miró con horror como Dallie caía redondo al suelo.

Agarrando el neceser que alguién había puesto encima de la máquina de discos, golpeó en el lado de la horrible cabeza del hombre. Para su horror, el cierre cedió, y miró impotentemente como parte de sus coloretes, las sombras maravillosos, las cremas y las lociones volaban por todo el local.

Una caja de sus polvo ompactos especialmente traslúcido mandó hacía arriba una nube olfateada que pronto tuvo a todos tosiendo y moviéndose y apagó rápidamente la pelea.

Dallie se puso tambaleante en pie, tiró un par de puñetazos a sus contrarios, y la asió del brazo.

– Vamos. Salgamos de aquí antes que decidan comerte antes de acostarse.

– ¡Mis cosméticos!

Intentó coger una caja de sombra de ojos melocotón que se había quedado encima de una mesa, aunque supiera que estaba ridícula con su blusa destrozada, un rasguño sangriento en el cuello, dos uñas rotas, y su vida en peligro. Pero recuperar la sombra de ojos llegó a ser de repente más importante para ella que cualquier otra cosa en el mundo, y estaba dispuesta a luchar contra todos para recuperarla.

Dallie la agarró con su brazo por la cintura y la levantó del suelo.

– ¡Al infierno con tus cosméticos!

– ¡No! ¡Dejame en el suelo!

Tenía que recuperar la sombra de ojos. Poco a poco, tenía que recuperar todos y cada uno de los artículos que poseía, si permitía que más cosas suyas desaparecieran, si tenía un nuevo tropiezo en su vida, ella quizás desaparecería también, desvaneciéndose como el gato de Cheshire hasta que no quedara nada, ni los dientes.

– ¡Vamos, Francie!

– ¡No! -luchó con Dallie como había luchado con los demás, desgranando las piernas en el aire, pateando sus pantorrillas, gritando a pleno pulmón-. Lo quiero! Lo tengo que recuperar.

– ¡Vamos a irnos, bien!

– Complaceme, Dallie -mendigó ella-. ¡Por favor!

Esa palabra mágica nunca la había fallado antes, y no lo hizo ahora. Murmurando para sí, él se inclinó hacía adelante con el brazo todavía alrededor de ella y cogió la sombra de ojos.

Cuando se puso derecho, con ella aún agarrada a él, se dirigió hacía la puerta, logrando apenas agarrar la tapa abierta de su neceser antes que la arrastrara fuera. Cuando cerró la tapa, perdió una botella de loción hidratante de almendras y se rompió la tercera uña, pero por lo menos no había perdido su cartera de piel de becerro junto con sus trescientos cincuenta dólares. Y tenia su preciosa caja de sombra de ojos color melocotón.

Skeet sostuvo la puerta abierta y Dallie la sacó. Cuando la puso en el suelo, ella oyó sirenas. El volvió a cogerla en brazos e inmediatamente la llevo al Riviera.

– ¿Es que no puede andar ella sola? -preguntó Skeet, agarrando las llaves que Dallie le tiraba.

– Ella quiere discutir -Dallie miró hacia las luces intermitentes que no estaba ya demasiado lejos-. El miembro de la comisión Deane Beman y el PGA ya han aguantado demasiado de mí este año, así que vayámonos cuanto antes de aquí. Empujándola sin ninguna suavidad al asiento de atrás, saltó detrás de ella y cerró la puerta.

Ellos viajaron en silencio durante varios minutos. Los dientes le comenzaron a castañetear por las consecuencias de la pelea mientras intentaba unir los trozos de su blusa para que taparan lo mejor posible el sostén.

No le llevó mucho tiempo darse cuenta que era inutil. Con un nudo en la garganta, se abrazó a si misma, y añoró alguna expresión de simpatía, alguna preocupación por su estado, un signo pequeño que alguien tenía interés en ella.

Dallie alcanzó bajo el asiento delante de él y sacó una botella sin abrir de whisky escocés. Después de romper el sello con la uña de su pulgar, desenroscó el tapón, tomó un largo trago, y entonces pareció pensar un momento.

Francesca se preparó para las preguntas que vendrían y compuso su mente para contestarlas con tanta dignidad como fuera posible. Se mordió el labio inferior para dejar que le temblara.

Dailie se inclinó hacia Skeet.

– Yo no vi para nada a esa camarera pelirroja. ¿Tuviste ocasión de preguntar por ella?

– Sí. El camarero me dijo que ella se fue a Bogalusa con un tipo que trabaja para una compañía poderosa.

– Que mal.

Skeet miró por el espejo retrovisor.

– Parece que el tipo sólo tenía un brazo.

– ¿Bomeas? ¿Le dijo al camarero como lo perdió?

– Accidente laboral de alguna clase. Hace algunos años trabajando para una compañía de Shreveport, se pilló el brazo con una prensa. Se lo dejaron más aplastado que una tortita.

– Supongo que no hizo ninguna diferencia para llevarse el amor de esa camarera tuya -Dailie tomó otro trago-. La mujeres son graciosas para pelear. Recuerda esa dama del año pasado en San Diego detrás de Andy William…

– ¡Para ya! gritó Francesca, incapaz de refrenar su protesta-. ¿Eres tan insensible que no tienes ni la decencia de preguntarme si estoy bien? ¡Eso era una horrible pelea de cantina! ¿No te das cuenta que me podían haber matado?

– Probablemente no -dijo Dailie-. Seguramente alguien lo hubiera parado antes.

Ella retrocedió la mano y le golpeó el brazo tan duramente como pudo.

– Ay -él se frotó el lugar que ella había golpeado.

– ¿Te acaba de pegar? -preguntó Skeet indignadamente.

– Sí.

– ¿Por qué no le das unos buenos azotes?

– Puede.

– Si fuese tú, se los daría.

– Sé que se los darías -él la miró y sus ojos se oscurecieron-. Y yo lo haría, también, si pensara que ella formaría parte de mi vida por más tiempo que unos pocos minutos.

Ella le miró fijamente, deseando poder darle otro golpe más fuerte, incapaz de creer lo que había oído.

– ¿Exactamente qué es lo que dices? -preguntó ella.

Skeet se apresuró por un semáforo en ambar.

– ¿Cuán lejos está el aeropuerto de aquí?

– Acorta a través de la ciudad -Dallie se inclinó hacía adelante y puso la mano sobre la espalda del asiento-. En caso de que no prestaras atención, el motel está pasando el siguiente semáforo pasando ese edificio.

Skeet apretó el acelerador y el Riviera salió disparado, tirando a Francesca de espaldas contra el asiento. Ella miró airadamente a Dallie, tratando de avergonzarlo para que le ofreciera una disculpa y ella magnánimamente pudiera perdonarle. Ella esperó el resto del camino al motel.

Ellos se detuvieron en el parking, y Skeet aparcó a un lado, parando delante de una línea de puertas brillantemente pintadas de metal estampadas con números negros.

Apagó el motor, y entonces él y Dallie salieron. Ella miró con incredulidad como primero una puerta de coche se cerraba y después la otra.

– Hasta mañana, Dallie.

– Nos vemos, Skeet.

Ella salió fuera después que ellos, con su neceser en una mano, tratando sin éxito de cerrarse la blusa.

– ¡Dallie!

El sacó una llave del bolsillo de sus vaqueros y se volvió. La seda de la blusa le resbalaba por los dedos cuando cerró la puerta del coche. ¿No podía ver él cuán impotente era ella? ¿Cuánto lo necesitaba?

– Me tienes que ayudar -dijo ella, mirándole fijamente con ojos tan lastimosamente grandes que parecían comerse su pequeña cara-. Puse mi vida en riesgo en ese bar por ir a buscarte.

El miró los senos y el sostén de seda beige. Entonces se quitó su camiseta desteñida azul por la cabeza y se la tiró.

– Aquí tienes mi camiseta, cariño. No me pidas nada más.

¡Ella miró con incredulidad como él echaba a nadar hacía su habitación del motel y cerraba la puerta… le había cerrado la puerta en sus narices! El pánico que se había estado desarrollando dentro de ella en el trascurso del dia, inundó cada parte de su cuerpo.

Nunca había experimentado tal temor, no sabía como afrontarlo, así que lo convertiría en algo que si entendía…una cólera candente. ¡Nadie jamás la había tratado de esa manera! ¡Nadie! ¡Le haría rectificar! ¡Le haría pagar!

Se encaminó a su puerta y golpeó el neceser contra ella, dándole una vez, dos veces, deseando que fuera su cara horrible y fea. Le dió patadas, lo maldijo, permitió que su cólera estallara, dejó que la brillante llama prendiera la mecha del olvidado genio que la había hecho una leyenda.

La puerta se abrió de repente y él se paró en el otro lado, el pecho desnudo y su cara afeada con el ceño. ¡Ella le mostraría un ceño! ¡Ella le mostraría lo que era un ceño de verdad!

– ¡Eres un bastardo! -dijo entrando en tromba en el cuarto y lanzando el neceser contra la televisión, haciendo explotar la pantalla con una agradable explosión de cristales-. ¡Depravado, bastardo, idiota!

Dió una patada a una silla.

– ¡Hijo de puta!

Ella puso al revés su maleta.

Y entonces se dejó ir.

Gritando insultos y acusaciones, tiró ceniceros y almohadas, lámparas, y los cajones del escritorio. Cada desprecio que ella había sufrido en las pasadas veinticuatro horas, cada ultraje, llegó a la superficie… el vestido rosa, el Blue Choctaw, la sombra de ojos melocotón…

Ella castigó a Chloe por morir, a Nicky por abandonarla, a Lew Steiner, atacó a Lloyd Byron, mutiló a Miranda Gwynwyck, y más que nada, aniquiló a Dallie Beaudine.

Dallie, el hombre más guapo que ella había visto jamás, el único hombre que no se había impresionado con ella, el único hombre que había cerrado una puerta en sus narices.