– Si no quieres ayudarme -gritó ella -no deberías haberte ofrecido a llevarme. Me podías haber dejado tirada, como todos los demás.
– Quizá mejor deberias empezar a pensar por que todos te dan de lado.
– ¿La culpa no es mía, no lo ves? Son las circunstancias -comenzó a contarle su vida, empezando con la muerte de Chloe, hablando a borbotones para decirte todo antes que decidiera marcharse.
Le contó cómo había vendido todo para pagar su billete, sólo para darse cuenta que incluso si ella tuviera un billete, no podría volver posiblemente a Londres sin dinero, sin ropas, con las noticias de su humillación en esa terrible película de boca en boca y siendo el hazmerreir de todos.
Le dijo que tenía que permanecer en Estados Unidos, donde nadie la conocía, hasta que Nicky volviera de su sórdida aventura con la matemática rubia y tuviera una oportunidad para hablar con él.
– Y por eso fuí a buscarte al Blue Choctaw. ¿Acaso no lo ves? No puedo volver a Londres hasta que sepa que Nicky estará en el aeropuerto esperándome.
– ¿No me dijiste que era tu novio?
– Y lo es.
– ¿Entonces por qué tiene él una aventura con una matemática rubia?
– Estámos enfadados.
– Jesús, Francie…
Ella se apresuró a arrodillarse al lado de su silla y miró hacia arriba con el corazón en sus ojos.
– La culpa no es mía, Dallie. De verdad. La última vez que lo vi, tuvimos una espantosa riña simplemente porque rechacé su propuesta de matrimonio -una gran alarma vino sobre la cara de Dallie y ella se dio cuenta de que había interpretado mal lo que ella había dicho-. ¡ No, no es lo que piensas! ¡El se casará conmigo! Nosotros nos hemos peleado centenares de veces y siempre me lo propone otra vez. Es apenas un asunto de hablar con él por teléfono y decirle que lo perdono.
Dallie sacudió la cabeza.
– Pobre hijo de puta.
Ella trató de fulminarle con la mirada, pero sus ojos estaban demasiado confusos, así que se puso de pie y le dió la espalda, luchando por controlarse.
– Lo que necesito, Dallie, es alguna forma de aguantar aquí unas pocas semanas hasta que pueda hablar con Nicky. Pensaba que podrías ayudarme, pero anoche no me escuchaste y me hiciste enfadarme, y ahora me has quitado el dinero.
Ella se volvió hacía él, su voz apenas un sollozo.
– ¿No lo ves, Dallie? Si hubieras sido apenas razonable, nada de esto habría sucedido.
– Maldita sea -las botas de Dallie golpearon el suelo-. ¿Estás tratando de decirme que la culpa es mía, no? Jesús, odio a las personas como tú. De cualquier cosa que les sucede, intentan hacer parecer que la culpa es de los demás.
Ella saltó.
– ¡No tengo que escuchar esto! Todo lo que quería era un poco de ayuda.
– Y llevarte un pellizco de dinero en metálico.
– Puedo devolverte cada centavo en unas pocas semanas.
– Si Nicky te acoje de nuevo -él extendió las piernas otra vez, cruzando los tobillos-. Francie, no pareces darte cuenta de que soy un extranjero con ninguna obligación hacía tí. Ya tengo suficiente trabajo cuidando de mi mismo, y estoy seguro que sería un infierno tenerte cerca, aún unas pocas semanas. Para decirte la verdad, ni siquiera me gustas.
Ella lo miró, la perplejidad pintada en su cara.
– ¿No te gusto?
– Realmente no, Francie -su cólera había disminuído, y habló calmamente y con tal obvía convicción que ella supo que decía la verdad-. Eres guapa, cielo, harías un auténtico embotellamiento de tráfico con ese cuerpo tuyo, e incluso aunque ese pequeño cuerpo no fuera tan deseable, besas de primera. No puedo negar que tuve unos cuantos pensamientos rebeldes acerca de lo que tú y yo pudiéramos haber sido capaces de hacer entre las sábanas, y si tuvieras una personalidad diferente puedo verme perdiendo la cabeza por tí en unas pocas semanas. Pero la cosa es, que no tienes una personalidad diferente, y la manera que tienes de ser es un conjunto de todas las cualidades malas en una mujer que jamás me haya encontrado, con ninguna cosa buena que añadirle.
Ella se sentó en el borde de la cama, le dolían sus palabras.
– Ya veo -dijo casi sin voz.
El se paró y sacó su cartera.
– No tengo mucho dinero a mano en este momento. Cubriré el resto de la cuenta del motel con la tarjeta y te dejaré los cincuenta dólares que te quedan para ir tirando unos dias. Si te apetece algún día devolverme lo que te he prestado, me lo envias a un apartado de correos a mi nombre en Wynette, Texas. Si no me lo devuelves, sabré que las cosas no llegaron a nada entre tú y Nicky, y seguro que pronto aparecerán pastos más verdes.
Con ese discurso, dejó la llave del motel en la mesa y salió por la puerta.
Estaba finalmente sola. Ella miró fijamente hacia abajo a una mancha oscura que se parecía a un mapa de Capri en la alfombra del motel.
Ahora. Ahora ella tocaba realmente fondo.
Skeet se inclinó fuera de la ventanilla del pasajero cuando Dallie se acercó al Riviera.
– Me dejas que conduzca? -preguntó-. Puedes tumbarte atrás y probar intentar dormir un poco.
Dallie abrió la puerta de conductor.
– Tú conduces condenadamente lento, y no me apetece dormir.
– Te conviene -Skeet se sentó y le entregó a Dallie una taza de café en un vaso de poliestireno con la tapa encajada a presión todavía. Después le dio un trozo de papel rosa-. El número de teléfono de la cajera.
Dallie arrugó el papel y lo tiró en el cenicero, donde se unió a otros dos.
– ¿Alguna vez has oído hablar de Pygmalion, Skeet?
– ¿Es el tipo que jugó de estremo para Wynette High?
Dallie utilizó los incisivos para quitar la tapa de su taza de café mientras giraba la llave de contacto.
– No, ese era Pygella, Jimmy Pygella. Lo vi hace unos años en Corpus Christi, había abierto una tienda de silenciadores Midas. Pygmalion una obra creada por George Bernard Shaw acerca de una florista cockney (londinense) que se convierte en una gran dama.
– No suena demasiado interesante, Dallie. ¡La obra que me gustó fue Ah! Calcuta! que vimos en S. Louis. Esa si que era verdaderamente buena.
– Sé que te gustó esa obra, Skeet. A mi me gustó, también, pero a diferencia de la otra no es considerada generalmente como gran literatura. No tiene mucho que decir acerca de la condición humana, si me entiendes. Pygmalion, por otro lado, dice que las personas pueden cambiar… Que ellas pueden mejorar con una pequeña dirección -dió marcha atrás y salió del aparcamiento-. Dice también que la persona que dirige ese cambio no obtiene nada, pero lleva una gran carga de la pena.
Francesca, con ojos llorosos y golpeados, se paró en la puerta abierta de la habitación del motel sujetando el neceser contra su pecho como un oso de peluche y miró como se iba el Riviera de su lugar de estacionamiento.
Dallie realmente lo haría. Se marcharía y la dejaría sola, aunque hubiera admitido que pensó en acostarse con ella. Hasta ahora, eso siempre habría sido suficiente para apartarse, pero de repente no lo era. ¿Cómo podía ser posible? ¿Qué le sucedía a su mundo?
La perplejidad subrayó su temor. Se sentía como un niño que hubiera aprendido cuales eran los colores, averiguando que el rojo no era amarillo, y el azul no era realmente verde… sólo que ahora que sabía lo que estaba equivocado, no podía imaginarse lo que hacer acerca de ello.
El Riviera zigzageó alrededor a la salida, esperó una señal de stop, y entonces empezó a salir a la carretera mojada. Las puntas de sus dedos se habían ido entumeciendo, y sentía las piernas débiles, como si todos sus músculos hubieran perdido su fuerza. La llovizna mojó su camiseta, un mechón de pelo cayó hacia adelante sobre su mejilla.
– ¡Dallie! -empezó a correr tan rápidamente como podía.
– Lo que importa es -dijo Dallie, mirando arriba al espejo retrovisor -ella no piensa en nadie, más que en si misma.
– Es la mujer más egocéntrica que encontré jamás en mi vida -concordó Skeet.
– Y no sabe cómo hacer una maldita cosa menos quizá pintarse y arreglarse.
– Incluso no sabe ni nadar.
– No tiene ni un gramo de sentido común.
– Ni un gramo.
Dallie pronunció un juramento especialmente ofensivo y apretó los frenos.
Francesca alcanzó el coche, jadeando, el aliento en pequeños sollozos.
– ¡No te vayas! ¡No me dejes sóla!
La fuerza de la cólera de Dallie la cogió deprevenida. Salió de un salto del coche, le quitó el neceser de las manos, y la apoyó contra el lado del coche de modo que el picaporte se le clavaba en la cadera.
– Ahora me vas a escuchar, y escúchalo de una vez! -gritó-. ¡Te llevaré bajo presión, pero dejas de lloriquear en este preciso momento!
Ella sollozó, parpadeando contra la llovizna.
– Pero estoy…
– ¡Dije que pares! Yo no quiero hacer esto, me produce malas sensaciones, y antes que me arrepienta, harías mejor en hacer lo que digo. Y harás todo lo que diga. No me harás preguntas. No me harás comentarios. Y si me vuelves a demostrar un sólo minuto de esa personalidad extravagante tuya, verás tu flaco culo en la cuneta.
– Vale -gimió, dejando que le pisoteara el orgullo, y con la voz estrangulada por la humillación-. ¡Bien!
El la miró con un desprecio que no hizo esfuerzo de disfrazar, dando un tirón a la puerta trasera. Ella giró para entrar dentro, y agarró la puerta para cerrarla, sin percatarse de la mano de Dallie.
– Ten cuidado -dijo-. Esta mano será quién nos de de comer.
Cada kilómetro del camino a Lake Charles parecían cien. Ella giró su cara a la ventana y trató de fingir que era invisible, pero cuando otros ocupantes de otros coches miraban continuamente a ella dentro del Riviera se apresuró a apartarse, no podía suprimir el ilógico sentimiento que todos sabían lo que le había sucedido, que podrían ver realmente cómo había sido reducida a implorar ayuda, ver que había sido golpeada por primera vez en su vida.
Yo no pensaré acerca de ello, ella se dijo cuando pasaban por campos inundados de arroz y ciénagas cubiertas con algas verdes. Pensaré acerca de ello mañana, o la semana próxima, pero no ahora cuando de nuevo me provocará el llanto y él quizás pare el coche y me ponga en la carretera.
Pero ella no podía obviar el pensamiento acerca de todo lo que había pasado, y se mordió un lugar por dentro de su labio inferior ya dolorido para hacer el sonido más pequeño.
Ella vio una señal que indicaba Lake Charles, y cruzaron un gran puente curvo. En el asiento anterior, Skeet y Dallie hablaban entre ellos y no la estaba prestando la más mínima atención.
– A la derecha esta el motel -Skeet finalmente observó a Dallie-. ¿Recuerdas cuándo Holly Grace apareció aquí el año pasado con ese comerciante de Chevys de Tulsa?
Dallie gruñó algo que Francesca no pudo entender mientras paraba el coche en el parking, que no era muy diferente al que acababan de dejar hacía menos de cuatro horas.
El estómago de Francesca gruñó, y se dio cuenta de que no había tenido nada de comer desde que la tarde anterior cuando se comió una hamburguesa después de empeñar su maleta.
Nada de comer… Y ningún dinero para comprar comida. Y entonces se preguntó quién sería Holly Grace, pero estaba demasiado desmoralizada para sentir más que una curiosidad pasajera.
– Francie, tenía la tarjeta de crédito tiritando antes de encontrarte, y esa pequeña locura tuya anoche ha terminado el trabajo. Tendrás que compartir habitación con Skeet.
– ¡Eh!
– ¡No!
Dallie suspiró apagando el contacto.
– Bueno, Skeet. Tú y yo compartiremos un cuarto hasta que nos deshagamos de Francie.
– De eso nada -Skeet abrió la puerta del Riviera-. Yo no he compartido un cuarto contigo desde que entraste en profesionales, y no tengo ganas de hacerlo ahora. No te acuestas la mitad de la noche y haces suficiente ruido para despertar por la mañana a un muerto. -Salió del coche y se dirigió hacia la oficina, volviendo a decirle sobre el hombro -ya que eres tan entendido y estabas ansioso por traer a la Señorita Fran-chess-ka, puedes maldecir el sueño de ella tú mismo.
Dallie juró el tiempo entero mientras descargaba su maleta y la llevaba adentro. Francesca se sentó al borde de una de las dos camas matrimoniales del cuarto, su espalda recta, las rodillas apretaron juntas, parecía una niña probando su mejor conducta en una fiesta de adultos.
Del compartimento próximo oyó el sonido de un locutor de televisión que informaba de una protesta anti-nuclear de un grupo en una fábrica de misiles; entonces alguien cambió el canal a un partido de béisbol y la música de "La Bandera de Barras y Estrellas" bramaba fuera. Una gran amargura llegó a ella cuando la música le devolvió la imagen del pin redondo que ella había visto en la camisa del conductor del taxi: AMERICA, LA TIERRA DE LA OPORTUNIDAD.
"Pantalones De Lujo" отзывы
Отзывы читателей о книге "Pantalones De Lujo". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Pantalones De Lujo" друзьям в соцсетях.