Por una razón que no podía comprender, este asunto acerca del cepillo de dientes era lo suficientemente importante para que él hubiera decidió hacer un drama de ello. Sentía una ola de puro pánico correr dentro de ella. Lo había molestado demasiado, y ahora le pegaría la patada.
En los próximos segundos, él levantaría la mano, señalando con el dedo hacia la puerta, y le ordenaría salir de su vida para siempre.
Ella le siguió a través del cuarto.
– Dallie, lo siento. De veras -él la miró duramente.
Ella levantó las manos y las apretó levemente sobre su pecho, extendiendo los dedos, de uñas cortas y deslustradas levemente amarillentas de años siendo escondidas por laca de uñas. Inclinando la cabeza hacía arriba, le miró directamente a sus ojos.
– No estás enfadado conmigo -cambió su peso más cerca para que sus piernas se tocaran, y entonces puso la cabeza en el pecho, descansando la mejilla contra la piel desnuda.
Ningún hombre se la podría resistir. No realmente. No cuando ella se lo proponía. Simplemente no se lo habría propuesto, eso era todo. ¿No la había traído Chloe al mundo para encantar a los hombres?
– Qué estás haciendo? -preguntó él.
No contestó; estaba inclinaba sobre él, suave y sumisa como un gatito adormilado. Olía a limpio, a jabón, e inhaló el olor. El no le pegaría la patada. Ella no lo permitiría. Si él la echaba, no tendría nada ni a nadie.
Desaparecería. En este momento Dallie Beaudine era todo lo que tenía en el mundo, y haría lo que fuese para mantenerlo. Sus manos fueron subiendo por el pecho. Se puso de puntillas y le rodeó el cuello con sus brazos, deslizando los labios por la línea de la mandíbula y apretando los senos contra su pecho. Podía sentirlo como crecía duramente bajo la toalla, y ella sentía renovarse su propio poder.
– Exactamente dónde piensas llegar con todo esto? -preguntó él-. ¿Un revolcón vestidos sobre las sábanas?
– ¿Es inevitable, no crees? -forzó a su voz que sonara casual-. No es que tú hayas sido un perfecto caballero y todo eso, pero compartimos habitación.
– Tengo que decirte, Francie, que no pienso que sea buena idea.
– ¿Por qué no? -movió las pestañas de la mejor manera posible llevando sólo rimmel barato, y moviendo y buscando con sus caderas, la coqueta perfecta, una mujer creada sólo para el placer de los hombres.
– ¿Es bastante obvio, no crees? -deslizó la mano hacía arriba y le acarició suavemente la piel-. -No nos gustamos el uno al otro. ¿Quieres tener sexo con un hombre que no te quiere, Francie? ¿Quién no te respetará por la mañana? Porque esa es la manera que esto acabará si sigues moviéndote contra mí de esta forma.
– No te creo -su vieja confianza volvió con una agradable frescura-. Pienso que me quieres más de lo que quieres admitir. Creo que por eso has estado haciendo un trabajo tan bueno evitándome esta semana pasada, por eso no me miras.
– Esto no tiene nada que ver con querer -dijo Dallie, con la otra mano acariciándole la cadera, con un susurro ronco-. Tiene que ver con la proximidad física.
La cabeza bajó, y pudo sentir que estaba a punto de besarla. Se escurrió de entre sus brazos y sonrió seductormente.
– Dáme apenas unos minutos -dando un paso lejos de él, se dirigió hacia el cuarto de baño.
Tan pronto como se encerró dentro, se recostó contra la puerta y respiró varias veces profundamente, tratando de suprimir su nerviosismo en lo que se disponía a hacer. Esto era.
Era su oportunidad de atar a Dallie a ella, para cerciorarse que no la echaría, para estar segura que le proporcionaría comida y techo. Pero era más que eso. Hacer el amor con Dallie le permitiría sentirse como ella misma otra vez, incluso si no estaba verdaderamente segura.
Deseó tener uno de sus camisones de Natori con ella. Y champán, y un dormitorio hermoso con un balcón que diera al mar. Se miró en el espejo y se acercó un poco más. Estaba horrible.
El pelo era demasiado tierra virgen, su cara palida, también. Necesitaba ropa, necesitaba cosméticos. Tocando ligeramente la pasta dentífrica en el dedo, lo movió dentro de su boca para refrescar el aliento. ¿Cómo podría permitir ella que Dallie la víera con esas espantosas bragas de mercadillo? Con dedos temblorosos, tiró del botón de sus vaqueros y se los bajó hasta los tobillos.
Dejó salir un gemido suave cuando vio las marcas rojas en la piel cerca del ombligo donde la pretina había pellizcado su cuerpo apretadamente. No quería que Dallie la viera con marcas. Frotando con dedos, trató de hacerlas desaparecer, pero eso sólo le puso la piel más roja. Apagaría las luces, decidió.
Rápidamente, se quitó la camiseta y el sostén y se envolvió en una toalla. Seguía respirando de forma entrecortada.
Cuando se quitó las bragas de nylon, vio una zona en su entrepierna con un molesto vello que se le había pasado cuando se depiló las piernas. Sosteniendo la pierna arriba en el asiento del water, deslizó la hoja de la navaja de Dallie sobre ese lugar. Así, eso estaba mejor.Trató de pensar que más podía hacer para mejorarse.
Reparó su lápiz de labios y lo secó con un cuadrado de papel de baño para no mancharlo cuando se besasen. Reforzó su confianza recordándose lo magnífica besadora que era.
Algo dentro de ella se fue deshinchado como un globo viejo, saliendo su sentimiento de inseguridad. ¿Y si él no la quería? ¿Y si ella no era buena, como no había sido buena para Evan Varian ni para el escultor en Marrakech?
Y si… Sus ojos verdes se miraron en el espejo cuando un espantoso pensamiento se le ocurrió. ¿Y si ella olía mal? Cogió el atomizador de Femme del armarito encima del lavabo, abrió las piernas, y se perfumó.
– ¿Qué diablos estás haciendo?
Girando alrededor, ella vio a Dallie en la puerta, una mano en la cadera cubierta por la toalla. ¿Cuánto tiempo llevaba plantado ahí? ¿Qué había visto? Se irguió con aire de culpabilidad.
– Nada. Yo…yo no hago nada.
El miró la botella de Femme que seguía teniendo en la mano.
– ¿Es que no hay nada en tí verdadero?
– Yo…yo no sé que quieres decir.
El entró un paso más en el cuarto de baño.
– ¿Estás probando nuevos usos para el perfume, Francie? ¿Era eso lo que hacías? -descansando la palma de una mano contra la pared, se inclinó hacia ella-. Llevas vaqueros de diseñador, zapatos de diseñador, maletas de diseñador. Y la Señorita Pantalones de Lujo, lleva ahora un coño de diseñador.
– ¡Dallie!
– Eres el colmo del consumismo, cariño…el sueño de un publicista. ¿Pondrás pequeñas iniciales doradas del diseñador en él?
– Eso no es gracioso -dejó la botella de perfume de nuevo en el armario, y apretó fuertemente la toalla con su mano. Sentía la piel caliente por el desconcierto.
El sacudió la cabeza con un hastío que ella encontró insultante. -Anda, Francie, vístete. Dije que no lo haría, pero maldita sea.Te llevo conmigo esta noche.
– A que se debe este cambio tan magnánimo?
El giró y salió al dormitorio, hablando por encima del hombro.
– La verdad de ello es, querida es que si no te dejo que veas una porción del mundo, temo que puedas hacerte verdadero daño.
Capitulo 12
The Cajun Bar & Grill era decididamente mejor que el Blue Choctaw, aunque todavía no era el tipo de lugar que Francesca habría escogido como el sitio para salir con sus amigos. Localizado cerca de diez kilómetros al sur de Lake Charles, estaba situado al lado de una carretera de dos carriles en medio de ningúna parte.
Tenía una puerta mosquitera que golpeaba cada vez que alguien entraba y un ventilador chirriante de aspas con una hoja doblada. Detrás de la mesa donde ellos se sentaban, un pez espada azul iridiscente había sido clavado a la pared junto con un surtido de calendarios y un anuncio de la panaderia Evangeline Maid.
Los manteles individuales eran exactamente como Dallie los había descrito, aunque se hubiera olvidado de mencionar los bordes dentados y la leyenda impresa en rojo bajo el mapa de Louisiana: "El País de Dios."
Una camarera bonita de pelo marrón, con vaqueros y un top color burdeos, inspeccionó a Francesca con una combinación de curiosidad y envidia, para nada sana, y se giró hacía Dallie.
– Oye, Dallie. He oído que estás solo a un golpe del lider. Enhorabuena.
– Gracias, cariño. Mi juego ha sido verdaderamente bueno esta semana.
– ¿Dónde está Skeet? -preguntó.
Francesca miró inocentemente el azucarero de cromo y cristal colocado en el centro de la mesa.
– Algo no le sentó bien al estómago, y ha decidido quedarse echado en el motel -Dallie lanzó a Francesca una mirada dura y le preguntó si quería algo de comer.
Una letanía de alimentos maravillosos le pasó por la cabeza… consomé de langosta, paté de pato con pistachos, ostras barnizadas… pero ahora era mucho más sabía de lo que lo había sido cinco días antes.
– ¿Qué me recomiendas? -preguntó a la camarera.
– Los perritos con chili están buenos, pero los cangrejos de río están mejor.
¿Qué en el nombre de Dios eran los cangrejos de río?
– Cangrejo de río sería estupendo -dijo, rezando para que no fuera fritura-. ¿Y podrías recomendarme algo verde para acompañarlo? Comienzo a preocuparme por el escorbuto.
– ¿Quieres pastel "llave de lima"?
Francesca miró a Dallie.
– ¿Eso es un chiste, no?
El sonrió y se volvió a la camarera.
– Tráele a Francie una ensalada grande, por favor, María Ann, y al lado de mi bistec me pones unos tomates en trozos. Trae también un plato de pan frito y algunos de esos pepinillos en vinagre que me pusiste ayer.
Tan pronto como la camarera se marchó, dos hombres acicalados y con camisas de polo se acercaron a su mesa. Era evidente por la conversación que eran profesionales de golf que jugaban en el torneo con Dallie y que habían venido a ver a Francesca.
Se pusieron a cada lado de ella y no dejaron de decirle cumplidos mientras la enseñanaban como extraer la carne dulce del cangrejo de rio hervido que habían llevado en una gran fuente blanca. Se rió de todas sus historias, los halagó igualmente, y, en general, los tuvo comiendo de su mano antes que se hubieran terminado la primera cerveza.
Se sentía maravillosa.
Dallie, mientras tanto, se ocupaba con un par de aficionadas de una mesa próxima, las dos dijeron que eran secretarias en una planta petroquímica de Lake Charles. Francesca miraba de reojo como hablaba con ellas, su silla inclinada atrás sobre dos patas, la gorra azul marino puesta al revés sobre su rubia cabeza, la botella de cerveza apoyada sobre el pecho, y esa sonrisa perezosa que se extendía en su cara cuando una de ellas le decía algo subido de tono.
Poco después, se lanzaron a una serie de nauseabundas expresiones relativas a su "putter."
Aunque Dallie y ella mantenían conversaciones separadas, Francesca comenzó a tener la sensación que había algún tipo de conexión entre ellos, que él era tan consciente de ella como ella lo era de él.
O quizá eran ilusiones. Su encuentro con él en el motel la había conmocionado. Cuándo se encontró en sus brazos, había notado como desaparecía una barrera invisible, pero tal vez ya era tarde, aunque ella estuviera segurísima de querer hacerlo.
Tres musculosos granjeros arroceros a quien Dallie presentó como Louis, Pat y Stoney arrastraron sus sillas para unirse a ellos. Stoney se puso en frente de Francesca y continuamente le llenaba el vaso con una botella de Chablis malo que uno de los golfistas había pedido.
Coqueteó con él descaradamente, mirándole a los ojos con una intensidad que había puesto a hombres mucho más sofisticados de rodillas. El se removía en su silla, tirando inconscientemente del cuello de su camisa de algodón mientras trataba de actuar como si las mujeres hermosas coquetearan con él cada día.
Finalmente los corrillos individuales de conversación desaparecieron y todos se unieron en un sólo grupo, empezando a contar historias graciosas que les habían pasado. Francesca se rió de todas sus anécdotas y bebió otro vaso de Chablis. Una neblina tibia inducida por el alcohol y un sentido general de bienestar la envolvía.
Se sentía como si los golfistas, las secretarias petroquímicas, y los granjeros arroceros fueran los mejores amigos que hubiera tenido jamás. El sentir la admiración de los hombres, y la envidia de las mujeres renovaba la hundida confianza en sí misma, y la presencia de Dallie a su lado la vigorizaba.
El los hizo reír con una historia acerca de un encuentro inesperado que tuvo con un caimán en un campo de golf de Florida, y quiso de repente poder contar también algo, una parte pequeña de ella misma.
– Tengo una historia de animales -dijo, dirigiéndose a sus nuevos amigos. Todos la miraron expectantes.
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