Cuándo finalmente volvió al coche, estaba tan mosqueada que ni lo miró. ¿Eran las mujeres en su vida tan magníficas que ella era meramente una más en esa multitud? Un baño lo arreglaria todo, se dijo cuando empezó a andar el coche.

Pondría el agua tan caliente como pudiera para llenar el cuarto de baño de vapor y la humedad formaría en su pelo esos pequeños y suaves rizos alrededor de su cara. Se pondría un toque de lápiz de labios y algún colorete, rociaría las sábanas con perfume, y cubriría una de las lámparas con una toalla para poner una luz tenúe, y…

– ¿Pasa algo malo, Francie?

– ¿Por qué lo preguntas?

– Estás tan pegada a la puerta que se te debe estar clavando la manija.

– Estoy bien así.

El jugueteó con el dial de la radio.

– Como quieras. ¿Así que qué deseas?¿Country o algo más suave?

– Ninguna de las dos. Me apetece rock -tuvo una inspiración repentina, y la puso en marcha-. Me ha encantado el rock desde que puedo recordar. Los Rolling Stones son mi grupo favorito. La mayoría de la gente no lo sabe, pero Mick escribió tres canciones para mí después de que pasáramos algún tiempo juntos en Roma.

Dallie no pareció especialmente impresionado, así que decidió embellecerlo un poco. A fin de cuentas, no era demasiado mentira, puesto que Mick Jagger le había dicho una vez hola. Bajó su voz en un susurro, como confiándole un secreto.

– Estuvimos en un apartamento maravilloso con vista a la Casa Borguese. Todo fue absolutamente super. Tuvimos una intimidad completa, incluso hicimos el amor afuera en la terraza. No duró, por supuesto. El tiene un ego terrible… -no mencionó a Bianca -y además conocí al príncipe.

Se detuvo.

– No, no es cierto. Salí primero con Ryan O'Neal, y fue más tarde cuando salí con el príncipe.

Dallie la miró, se sacudió la cabeza de forma que parecía que se estaba sacando agua de los oidos, y continuó mirando la carretera.

– ¿Quieres que hagamos el amor a la intemperie, no, Francie?

– Claro, ¿no lo hacen la mayoría de las mujeres? -realmente, no podía imaginarse nada peor.

Viajaron varios kilómetros en silencio. De repente tomó un desvío a la derecha y cogió un estrecho camino de tierra dirigiéndose directamente a una zona con unos cipreses.

– ¿Qué haces? ¡Adónde vas! -exclamó ella-. ¡Da la vuelta al coche inmediatamente! Quiero volver al motel.

– Pienso que quizás te guste este lugar, con tu caracter aventurero sexual y todo eso -llego entre los cipreses y apagó el motor.

El sonido de un extraño insecto le llegaba por la ventana abierta de su lado.

– Eso parece ser un pantano -gimió desesperadamente.

El miró por el parabrisas.

– Creo que tienes razón. Mejor no salimos del coche; la mayoría del los caimanes se alimentan de noche -se quitó la gorra, la puso en el salpicadero, se giró hacía ella. Y esperó expectante.

Ella se arrebujó un poco más contra su puerta.

– ¿Quieres hacerlo tú primero, o quieres que empiece yo? -finalmente él preguntó.

Ella mantuvo su contestación cautelosa.

– ¿Hacer primero qué?

– Calentarnos. Ya sabes…caricias estimulantes. Como has tenído todos esos amantes de tanto nivel, me tienes un poco acomplejado. Quizá podrías llevar tú el ritmo.

– Vamos…vamos a olvidarnos de esto. Yo…pienso que quizá cometí un error. Volvamos al motel.

– No es buena idea, Francie. Una vez que has puesto a un hombre ante la Tierra Prometida, no puedes volverte atrás sin ningún problema.

– Ah, creo que no. No creo que tenga problemas. Realmente no era la Tierra Prometida, apenas un pequeño flirteo. Ciertamente no será dificil para mí, y espero que no lo sea para ti…

– Sí, si que lo es. Será tan difícil que no creo que sea capaz de jugar mañana medianamente decente. Soy un deportista profesional, Francie. Los deportistas profesionales tenemos nuestros cuerpos ajustados, como motores bien engrasados. Una pequeña mota de dificultad tiraría todo por la borda. Como suciedad. Me podrías costar unos buenos cinco golpes mañana, querida.

Su acento se había vuelto increíblemente espeso, y se dio cuenta de repente que no le comprendía.

– ¡Maldita sea, Dallie! No me hagas esto. Estoy suficientemente nerviosa como para que te burles de mí.

El se rió, le puso la mano en el hombro, y tiró de ella para darle un amistoso abrazo.

– ¿Por qué no me dijiste desde un principio que estabas nerviosa en lugar de contarme todas esas tonterías extravagantes? Tú misma te complicas la vida.

Se sentía bien en sus brazos, pero aún no podía perdonarle por molestarla.

– Eso es fácil para tí decirlo. Tú que seguro estás cómodo en cualquier tipo de cama, pero yo no. -respiró, tragó saliva y dijo lo que tenía en mente-. Realmente… no hago bien el sexo.

Ya está. Lo había dicho. Ahora podría reírse realmente de ella.

– ¿Y eso, por qué? Una cosa tan buena como el sexo y que además es gratis debería estar a la cabeza de tus prioridades.

– Yo no soy una persona atlética.

– Uh.Huh. Bien, eso lo explica, bien.

No podía dejar de pensar en el cercano pantano.

– ¿Podríamos volver al motel, Dallie?

– Creo que no, Francie. En cuanto lleguemos te encerrarás en el baño, preocupada por tu aspecto y te echarás perfume en cierto sitio -le retiró el pelo del lado del cuello e inclinándose le acarició esa parte con los labios-. ¿Nunca te has dado el lote en el asiento trasero de un coche?

Ella cerró los ojos contra la deliciosa sensación que le provocaba.

– ¿Cuenta la limusina de la familia real?

El agarró el lóbulo de la oreja suavemente entre sus dientes.

– No a menos que las ventanas estuvieran empañadas.

Ella no estaba segura quién se movió primero, pero de algún modo la boca de Dallie estaba sobre la suya. Las manos se movían arriba por la nuca y se desplazaron por su pelo, esparciéndolo sobre sus antebrazos desnudos.

Le enmarcó la cabeza con las palmas de sus manos y la inclinó antes de que su boca se abriera involuntariamente. Ella esperó la invasión de su lengua, pero no llegó. En vez de eso, jugó con su labio inferior. Sus propias manos se movieron alrededor de sus costillas a su espalda e inconscientemente se desplazaron por debajo de su camiseta dónde podía sentir su piel desnuda.

Sus bocas jugaban y Francesca perdió todo deseo de mantener la ventaja. Poco después, se encontró recibiendo su lengua con placer… su lengua hermosa, su boca hermosa, su piel hermosa tensa bajo sus manos. Se dedicó a besarlo, concentrándose sólo en las sensaciones que él despertaba sin pensar en que ocurriría luego.

Él retiró la boca de la suya y viajó a su cuello. Oyó una risa suave y tonta…su propia risa.

– ¿Tienes algo que quieras compartir con el resto de la clase -murmuró él sobre su piel -o es un chiste privado?

– No, solamentente me divierto -rió cuando él besó su cuello y tiró del nudo de la cintura que ella se había hecho en su larga camiseta.

– ¿Qué es un Aggies? -preguntó ella.

– ¿Un Aggie? Uno que ha estudiado en la Universidad de Tejas A &M es un Aggie.

Ella se echó para atrás bruscamente, haciendo un arco perfecto con sus cejas del asombro.

– ¿Tú fuiste a una universidad? ¡ No me lo creo!

El la miró con una expresión ligeramente agraviada.

– Tengo una licenciatura en Literatura inglesa. ¿Quieres ver mi diploma o podemos seguir con lo nuestro?

– ¿Literatura inglesa? -estalló de risa-. ¡Ah, Dallie, eso es increíble! Apenas si sabes hablar bien el idioma.

Estaba claramente ofendido.

– Bien, eso es realmente agradable. Sabes decirle a la gente cosas agradables.

Todavía riéndose, se tiró en sus brazos, moviéndose tan de repente que le desequilibró y le hizo golpearse con el volante. Entonces ella dijo la cosa más asombrosa.

– Podría comerte entero, Dallie Beaudine.

Le tocaba a él reírse, pero no pudo hacerlo mucho porque su boca ya estaba en todas partes. Ella se olvidó de lo cerca que estaban del pantano y de que no era buena en el sexo cuando se subió a sus rodillas y se apoyó contra él.

– Me dejas sin espacio para maniobrar así, dulzura -finalmente dijo él contra su boca. Extendiendo un brazo, abrió la puerta del Riviera y salió. Extendió la mano para ella.

Ella permitió que la ayudarla a salir, pero en vez de abrir la puerta trasera para entrar en un lugar más espacioso, le sujetó las caderas con sus muslos contra el lado del coche y la involucró en otro beso.

La luz que salía por la puerta abierta producía un área débilmente iluminada alrededor del coche que hacía que la oscuridad más allá pareciese aún más impenetrable. La imagen vaga de sus sandalias descubiertas y los caimanes que pudieran estar al acecho alrededor del coche parpadeó por su mente.

Sin perder un momento del beso, subió sus brazos sobre los hombros puso una pierna envolviendo la parte de atrás de una de sus piernas y el otro pie plantado firmemente encima de su bota de cowboy.

– Me enloquece tu forma de besar -murmuró él.

La mano izquierda se deslizó arriba por su espina dorsal desnuda y desabrochó su sostén mientras su derecha alcanzó entre sus cuerpos para abrir el botón de sus vaqueros.

Ella podía sentir los nervios volviendo otra vez, y esta vez no tenía nada que ver con caimanes.

– Vamos a comprar una botella de champán, Dallie. Yo… creo que un poco de champán me ayudará a relajarme.

– No te preocupes, yo te relajaré -sacó el botón y empezó a trabajar en la cremallera.

– ¡Dallie! Estamos fuera.

– Uh-Huh. Sólos tú, yo y el pantano -la cremallera bajó.

– Yo…yo no creo que estoy preparada para esto -metiendo la mano por debajo de su camiseta floja, tomó un seno con la mano y sus labios siguieron un rastro desde la mejilla a la boca.

El pánico se instaló de nuevo dentro de ella. El frotó su pezón con el pulgar y ella gemió suavemente. ¿Quería que pensara de ella que era una amante maravillosa y espectacular… y cómo podía hacerlo en medio de un pantano?

– Yo…necesito champán. Y luces suaves. Necesito sábanas, Dallie.

El retiró la mano del pecho y lo puso suavemente alrededor del lado del cuello. Mirándola hacia abajo, a los ojos, dijo:

– No, eso no es verdad, dulzura. No necesitas nada, sólo tú misma. Debes empezar a comprender eso, Francie. Tienes que depender de lo que eres tú no de esos absurdos accesorios que necesitas establecer a tu alrededor.

– Yo, yo tengo miedo -trató de hacer que sus palabras sonaran desafiantes, pero no tuvo éxito. Desenvolviéndose de sus piernas y bajándose de su bota, le confesó todo-. Podría parecer tonto, pero Evan Varian dijo que era muy fría, y también un escultor sueco en Marrakesh…

– ¿Quieres contarme esa historia otro día?

Sintió que volvía su espíritu guerrero, y le fulminó con la mirada.

– ¿Me has traído aquí a porpósito, no es verdad? Me has traído porque sabías que yo lo odiaría -dió un par de pasos inestables y señaló con un dedo el coche-. No soy el tipo de mujer que hace el amor en el asiento de atrás de un coche.

– ¿Quién dijo algo acerca de hacerlo en el asiento de atrás?

Ella le miró fijamente un momento y exclamó

– ¡Ah, no! Yo no me acuesto en este suelo infestado de criaturas. Te lo advierto, Dallie.

– No creo que a mí me guste el suelo tampoco.

– ¿Entonces cómo? ¿Dónde?

– Anda, Francie. Para ya de tramar y planificar, tratando de cerciorarte siempre que tienes tu mejor lado girado a la cámara. Besémonos un poco y dejemos que las cosas sigan su curso natural.

– Quiero saber donde, Dallie.

– Sé lo que quieres, dulzura, pero no te lo diré para que no empieces a preocuparte por si el color está cordinado o no. Por una vez en tu vida, ten la oportunidad de hacer algo sin preocuparte de si tienes tu mejor aspecto.

Ella sentía como si él tuviera un espejo arriba delante de ella…no un espejo muy grande y con cristales ahumados, pero un espejo al fin y al cabo. ¿Era tan superficial como Dallie parecía creer? ¿Tan calculadora? No quería pensar eso, y sin embargo… Levantó el mentón y empezó a bajarse los pantalones.

– Bueno, lo haremos a tu manera. Pero no esperes nada espectacular de mí -la tela delgada de sus pantalones estaba sobre sus sandalias. Se inclinó para sacarlos, pero los tacones se engancharon en los pliegues. Dió otro tirón a los vaqueros y apretó aún más la trampa-. Te pone esto, Dallie? -echaba humo-. ¿Te gusta mirarme? ¿Te estás excitando? ¡Maldita sea! ¡Maldita sea el infierno sangriento!

El empezó a moverse hacia ella, pero ella miró arriba hacía él por el velo del pelo y le mostró los dientes.

– No te atrevas a tocarme. Te lo advierto. Yo lo haré sola.

– No hemos tenido un comienzo prometedor aquí, Francie.