– ¡Vete al infierno! -cojeando por los vaqueros en sus tobillos, dió tres pasos hasta alcanzar el coche, se sentó en el asiento delantero, y finalmente se sacó los pantalones. Entonces se quedó con la camiseta, las bragas y las sandalias-. ¡Ya está! Y no me quito otra cosa hasta que no te lo quites tú.

– Me parece justo -él abrió sus brazos a ella-. Arrimate aquí un minuto para recobrar el aliento.

Ella lo hizo. Lo hizo realmente.

– De acuerdo.

Ella se apoyó en el pecho. Estuvo así un momento, y entonces él agachó la cabeza y empezó besarla otra vez. Sentía tan baja su propia estima que no hizo nada para tratar de impresionarlo; le permitió que hiciera su trabajo. Después de un rato, se dio cuenta que se sentía agradable.

La lengua tocaba la suya y la mano se paseaba por la piel descubierta de su espalda. Ella levantó los brazos y los envolvió alrededor de su cuello. El metió las manos de nuevo por debajo de la camiseta y los pulgares comenzaron a juguetear con los lados de los senos y acto seguido hacía sus pezones. Se sentía tan bien…estremecida y tibia al mismo tiempo.

¿Había jugado el escultor con sus senos? Debió hacerlo, pero no lo recordaba. Y entonces Dallie subió su camiseta por encima de sus senos y empezó a acariciarla con su boca… esa boca hermosa y maravillosa. Suspiró cuando él chupó suavemente un pezón y después el otro.

Para su sorpresa, se dio cuenta de que sus propias manos estaban también debajo de su camiseta, acariciando el pecho desnudo. El la cogió en sus brazos, andando con ella subida a su pecho, y la tumbó.

Sobre el capó de su Riviera.

– ¡Absolutamente no!

– Es la única posibilidad.

Ella abrió la boca para decirle que nada en el mundo la convencería para quedar destrozada por hacerlo encima del capó de un coche, pero él pareció tomar eso como una invitación.

Antes de darse cuenta, la estaba besando de nuevo. Sin ser demasiado consciente como ya le había pasado antes, se oyó gemir cuando sus besos crecieron más profundos, más calientes. Ella arqueó el cuello hacía él, abrió la boca, empujó la lengua, y se olvidó por completo de su posición humillante. El rodeó un tobillo con sus dedos, y tiró suavemente de su pierna.

– Directamente aquí -canturreó él suavemente-. Pon tu pie justamente aquí al lado de la matrícula, dulzura.

Ella lo hizo así cuando de nuevo le pidió.

– Mueve las caderas un poco hacia adelante. Así está bien -Su voz sonó ronca, no calmada como de costumbre, y su respiración era más rápida de lo normal cuando él la volvió a acariciar. Ella tiró de su camiseta, queriendo sentir la piel descubierta contra sus senos.

El se la quitó por la cabeza y empezó a quitarle las bragas.

– Dallie…

– Está bien, cariño. Está bien -sus bragas desaparecieron y su trasero se estremeció por el frío y por los granos de arena del polvo del camino-. ¿Francie, esa caja de píldoras anticonceptivas que vi en tu neceser no estaba allí de decoración, no es cierto?

Ella negó con la cabeza, no dispuesta a romper el hechizo ofreciendo alguna larga explicación. Cuándo sus períodos de forma sorprendente cesaron, su médico le dijo que dejara de tomar las píldoras, hasta que volviera a tenerlos. El le había asegurado que no podría quedarse embarazada hasta entonces, y actualmente era todo lo que importaba.

Dallie puso una mano en el interior de uno de sus muslos. Lo separó suavemente del otro y empezó a acariciarle la piel levemente, cada vez acercándose más a una parte de ella que no se encontraba hermosa, una parte de ella que siempre había mantenido escondida, pero que sentía ahora caliente, y palpitante.

– Y si alguien viene? -gimió cuando él la rozó

– Espero que alguien lo haga -contestó con voz ronca. Y entonces dejó de acariciarla, dejo de bromear y la tocó ahí… Realmente la tocó. Incluso por dentro.

– Dallie… -su voz era medio gemido, medio grito.

– Te gusta? -murmuró él, deslizando suavemente los dedos dentro y fuera.

– Sí. Sí.

Mientras él jugaba con ella, ella cerró sus ojos contra la media luna de Louisiana encima de su cabeza para que nada la distrajera de las maravillosas sensaciones que se apresuraban por su cuerpo. Ella giró la mejilla y ni sintió la tierra del capó frotar su piel.

Las manos crecieron menos pacientes. Le separó más las piernas y tirando de sus caderas la acercó más al bode. Los pies se equilibraron precariamente en los parachoques, separados por una matrícula de Texas de cromo polvorienta. El manoseó en la bragueta de sus vaqueros y ella oyó que la cremallera bajaba. El levantó las caderas.

Cuándo lo sintió empujar dentro de ella, respiró trabajosamente. El se inclinó, los pies todavía en el suelo, pero retrocedió levemente.

– ¿Te estoy haciendo daño?

– Ah, no…me siento tan bien.

– Por supuesto, dulzura.

Quería que creyera que era una amante maravillosa, hacerlo todo bien, pero el mundo entero parecía estar deslizándose lejos de ella, haciéndola marearse, pesándole el calor.

¿Cómo podía concentrarse cuando la tocaba de esa manera, moviéndose así? Quiso de repente sentirlo más unido a ella. Levantando los pies del parachoques, envolvió una pierna alrededor de sus caderas, y la otra alrededor de la pierna, empujando contra él hasta que absorbió tanto de él como pudo.

– Despacio, dulzura -dijo él-. Toma su tiempo.

Empezó a moverse dentro de ella lentamente, besándola, y haciéndola sentir tan bien como nunca en su vida.

– ¿Vienes conmigo, cariño? -murmuró él suavemente en su oido, con voz levemente ronca.

– Ah, sí… Sí. Dallie… Mi maravilloso Dallie… Mi encantador Dallie… -una cacofonía de su voz parecía estallar en su cabeza mientras le inundaba una hola de placer, y placer, y placer.

Él entró y entró con fuerza, y dejó escapar un grave gemido. El sonido le dio un sentimiento de poder, llevándola a un estado de increible excitación, y llegó otro orgasmo. Él tembló sobre ella durante un momento maravillosamente interminable y luego se dejó caer.

Ella giró la mejilla para apretarla contra el pelo, lo sentía querido y hermoso y auténtico contra ella, dentro de ella. Advirtió que la piel se pegaba junta y que su espalda se sentía húmeda. Sentía una gota pequeña de sudor de él en el brazo desnudo y se dio cuenta de que no le importaba.

Era esto lo que significaba estar enamorada? se preguntó como soñando. Los párpados seguían abiertos. Estaba enamorada. Por supuesto. ¿Por qué no se había dado cuenta mucho antes? Eso era lo que estaba equivocado con ella. Por eso ahora se sentía inmensamente feliz.

Estaba enamorada.

– ¿Francie?

– ¿Sí?

– ¿Estás bien?

– Ah, sí.

El se apoyó en un brazo y sonrió.

– ¿Que te parece si continuamos el revolcón en el motel en medio de esas sábanas que pareces querer tanto?

A la vuelta, ella se sentó en medio del asiento delantero y apoyó la mejilla contra su hombro mientras masticaba un trozo de Double Bubble y soñaba despierta acerca de su futuro.

Capitulo 13

Naomi Jaffe Tanaka entró en su apartamento, con un maletín de Mark Cross en una mano y una bolsa de Zabar sujeta con la cadera opuesta. Dentro de la bolsa había un envase de higos dorados, un Gorgonzola dulce, y una barra crujiente de pan francés, todo lo que necesitaba para una cena perfecta de trabajo.

Dejó sobre el suelo el maletín y colocó la bolsa en la encimera de granito negra de su cocina, apoyándola contra la pared pintada en un color vino tinto. El apartamento era caro y elegante, exactamente el tipo del lugar donde la vicepresidenta de una agencia de publicidad importante debería vivir.

Naomi frunció el ceño cuando sacó el Gorgonzola y lo puso en un plato de porcelana rosa. Sólo un pequeño tropiezo le impediría llegar a la ansiada vicepresidencia…no encontrando a la Chica Descarada. Apenas esa mañana, Harry Rodenbaugh le había mandado un memorándum amenazándola con pasar la cuenta a otro hombre más agresivo de la agencia si ella era incapaz de encontrar a su Chica Descarada en las próximas semanas.

Se quitó sus zapatos de ante grises y les dió un puntapié mientras seguía sacando las cosas de la bolsa. ¿Cómo podía ser tan difícil encontrar a una persona? Durante los últimos días, su secretaria y ella habían hecho docenas de llamadas telefónicas, pero ni una de ellas les había dado ninguna pista de la chica.

Sabía que estaba allí, Naomi estaba segura, pero ¿dónde? Se frotó las sienes, pero la presión no hizo nada para aliviar el dolor de cabeza que la había estado molestando todo el día.

Después de dejar los higos en el refrigerador, recogió los zapatos y se dirigió con cansancio fuera de la cocina. Tomaría una ducha, se pondría su bata de baño más vieja, y se echaría un vaso de vino antes de empezar a mirar los papeles que había llevado a casa.

Con una mano, empezó a desabrocharse los botones de perla de su vestido, mientras con el codo del otro brazo, encendía el interruptor de la salita de estar.

– ¿Cómo estás, hermana?

Naomi gritó y giró hacia la voz de su hermano, el corazón saltándole en el pecho. -¡Dios mio!

Gerry Jaffe estaba repantigado en el sofá, sus vaqueros y camisa andrajosos azul desteñido estaba fuera de lugar contra la sedosa tapicería. El llevaba todavía el pelo negro a lo afro. Tenía una pequeña cicatriz en el pómulo izquierdo y paréntesis de cansancio alrededor de esos labios llenos que tuvieron una vez embelesadas de lujuria a todas sus antiguas amigas. La nariz era la misma… grande y curva como un águila. Y sus ojos pepitas negras profundas que quemaban todavía con el fuego del fanático.

– Cómo has entrado aquí? -demandó ella, con el corazón latiendo a mil por hora. Se sentía enojada y vulnerable. La última cosa que necesitaba en su vida en este momento era otro problema, y la reaparición de Gerry sólo podía significar problemas. Odiaba también el sentimiento de insuficiencia que siempre experimentaba cuándo Gerry estaba a su alrededor… una hermana pequeña que una vez más no cumplía sus estándares de hermana.

– ¿No das un beso a tu hermano mayor?

– No te quiero aquí.

Recibió una impresión breve de una enorme fatiga sobre él, pero desapareció casi inmediatamente. Gerry siempre había sido un buen actor.

– ¿Por qué no llamaste primero?"

Y entonces recordó que Gerry había sido fotografiado por los periódicos unas pocas semanas antes fuera de la base naval en Bangor, Maine, dirigiendo una manifestación en contra de estacionar el submarino nuclear Trident allí.

– Te han detenido otra vez, no es verdad?

– ¿Oye, qué es otro arresto en la Tierra de la Libertad, el Hogar del Valiente? -levantándose del sofá, extendió los brazos hacía ella y le lanzó su sonrisa de encantador de masas.

– Anda, cariño. ¿No me das un besito?

El se parecía tanto al hermano mayor que le compraba chocolatinas cuando ella tenía los ataques de asma que casi sonrió. Pero bajar sus defensas con él era un error. Con un gruñido monstruoso, él saltó sobre la mesa de centro de cristal y mármol y caminó hacía ella.

– ¡Gerry! -se retiró de él, pero él siguió andando. Mostrando los dientes, giró las manos en garras y continuó dando bandazos hacia ella en su mejor estilo Frankensteiniano-. El Fantasma de Cuatro-Ojos y Colmillos-Dentados se acerca.

– ¡Para de una vez! -su voz subió un tono hasta hacerse chillona. No podía tratar con el Fantasma Colmillos-Dentados ahora… no con la Chica Descarada y la vicepresidencia y su dolor de cabeza a cuestas. A pesar de los años que habían pasado, su hermano nunca cambiaba. Era el mismo viejo Gerry… sobrenormal, tan terrible como siempre. Pero ella ya no estaba encantada.

Siguió dando bandazos hacia ella, su cara retorcida de manera cómica, los ojos saltones, jugando a algo que sabía que la molestaba desde que ella podía recordar.

– El Fantasma Colmillos-Dentados se alimenta de la carne de jóvenes vírgenes.

El la miró de reojo.

– ¡Gerry!

– ¡Jóvenes y suculentas vírgenes!

– ¡Que pares!

– ¡Jóvenes y jugosas vírgenes!

A pesar de su irritación, ella se rió tontamente.

– ¡Gerry, ya basta! -se retiró hacia el pasillo, sin quitarle los ojos de encima mientras él avanzaba inexorablemente hacia ella. Con un chillido inhumano él hizo su embestida. Ella chilló cuando la alcanzó en sus brazos y empezó girarla en círculos. Ma! Quiso gritar ella. ¡Ma, Gerry está molestándome!

En una sensación repentina de nostalgia, quiso conseguir la protección de la mujer que ahora volvía su cara lejos siempre que se mencionaba el nombre de su hijo mayor.

Gerry hundió los dientes en el hombro y la mordió apenas suficientemente fuerte para que ella gritara otra vez, pero no llegaba a doler demasiado. Entonces él se puso tenso.